No hay café en la despensa y vuelvo a tener sueño.
Creía que había olvidado el dolor, tus viejas fotografías, lo de idealizar los días contigo.
Y era mentira.
Tengo la extraña sensación de querer huir de ti y de querer quedarme a tu lado para siempre. La sensación perenne de poder cambiar el mundo sólo mirándote a los ojos y cogiendo tu mano, corriendo juntos en la misma dirección.
Está claro que a día de hoy seguimos viviendo de recuerdos, de falsas expectativas, tengo asumido que sólo hemos sido un par de fantasmas que han vagado sin pena ni gloria por los meses. Por esperarlo todo he acabado envuelto en sangre, con los huesos llenos de fisuras, el corazón roto y el alma lejos. Ni siquiera he sido capaz de anestesiarme por dentro para que todo me diera igual por fuera.
Quería que fueras mi brújula en este mapa lleno de sinsentidos y caminos absurdos y miraste hacia otro lado.
Quería que mis buenos días fueran para ti antes que para el despertador y miraste hacia otro lado.
Supongo que debí sospecharlo cuando gemías y después era yo el que quería abrazarte durante toda la noche.
Supongo que debería sospecharlo cuando sólo soy yo el que te necesita cuando acaba el día.
Hemos sido un par de idiotas jugando a ciegas con la baraja, y no tengo ningún as bajo la manga. He descubierto todas mis cartas, me he quedado sin trucos, y no ha sido suficiente. Ni mis ganas de ti, ni la sinceridad más absoluta, ni el enseñarte cada uno de mis sentimientos con nombre propio, ni querer quitarte el daño a golpe de besos matutinos.
Sólo tenía la intención de borrarte los días de lágrimas, quitar el ruido de fondo, cambiarle las pilas al mando de la tele.
Sólo quería llenar tu presente de respeto y comprensión.
Y a pesar de la lógica, de ver mi fracaso, de ser capaz de analizarlo todo con la mente fría, la auténtica certeza es que la única parte de mí que sigue intacta es ese resquicio de mi mente en el que sé que te quiero.
Tierra, trágame.