Mes: octubre 2017

La realidad que nos toca afrontar.

Te das cuenta con la mayoría de historias, de relatos, de argumentos, de novelas, de personajes con los que te identificas; todos los héroes luchan por lo que quieren, intentan atrapar, conseguir aquello en lo que creen.

¿Cuál es nuestro problema?

Que nos falta fuerza de voluntad, nos falta sangre en las venas, nos falta creer, nos falta empuje, arranque, pero no ganas.

Y ahí está la dificultad.

Queremos pero no hacemos, deseamos pero no actuamos.

Somos siempre un cúmulo de circunstancias, sentimientos, etapas que no sabemos cuánto tiempo han de durar. Somos siempre un compendio de genes, carácter y entorno, y acabamos pecando de inacción. Entrecerramos los ojos y nos hacemos los dormidos, como cuando nuestra madre abría la puerta de la habitación cuando éramos pequeños y se acercaba para ver si estábamos bien tapados y nos temblaban ligeramente los párpados. Hacemos como que vivimos pero sólo dejamos escapar los días y al mirar atrás nos lamentamos de no pasar más tiempo con quienes queremos, con quienes hemos querido; porque hoy estamos, y mañana probablemente también estaremos, pero un día seremos cenizas y recuerdos, y ya no podremos darnos la mano, ni abrazarnos, ni mirarnos a los ojos y vernos reflejados.

Y entonces sólo podremos llorar.

Siempre nos quedamos con esa sensación de que podríamos haber hecho más, de que podríamos haber subido otro peldaño, de que podríamos haber besado más y mejor, haber pasado más tiempo juntos, hablado de otros temas, sido más amables, sinceros, atrevernos.

Me gustaría saber si tú también imaginas cómo podría ser todo al igual que hago yo, si por tu cabeza también pasan algunas ideas, después sueñas conmigo y al despertar te das cuenta de que todo sigue siendo tal cual era ayer, que todo sigue siendo una mierda que no cambia ni mejora. Y que el mundo también te parece una tomadura de pelo y esta existencia nuestra también.

Cómo vamos a tener derecho a quejarnos si nos cruzamos de brazos y sólo miramos desde el balcón. Cómo vamos a poder criticar si lo único que sabemos hacer es observar y quedarnos a refugio en casa para que no nos salpique el barro. Cómo vamos a poder opinar sobre todos los temas si lo único que sabemos es señalar al que no piensa igual que nosotros.

Que a mí me gustaría que tú y yo fuéramos diferentes, que mientras todos se matan y se insultan nosotros fuéramos ejemplo, y no envidia, porque eso sí que no lo quiero.

Que a mí me gustaría que mientras todos creen que aman nosotros lo hiciéramos de verdad, que quemáramos todas las sábanas cuando estuviéramos juntos sobre una cama, que las noches siempre nos parecieran cortas, que nunca te cansaras de mí, que siempre quisieras que te leyera una página más, que te quejaras de lo mal que canto una y otra vez entre risas, que nuestros abrazos no dejaran de curarnos, que estuvieras dispuesta a dar lo mismo que yo daría por ti.

Pero una cosa es lo que a mí me gustaría y otra, muy diferente, la realidad que nos toca afrontar.

Y eso es lo que no deja nunca de doler.

¿Qué has hecho todo este tiempo?

Cae el día.

Cae la tarde.

Cae la noche.

Y yo sin ti.

Yo, que te había prometido cuidarte aunque tú no quisieras hacer lo mismo por mí.

La casa vuelve a oler mucho a café y a páginas de libros viejos.

Ya no me gusta salir los fines de semana.

He perdido el miedo.

Y ahora sólo gana la tristeza y esta imposibilidad de dejar de pensar.

No somos conscientes de lo que ha pasado, ni de lo que tenemos. No somos conscientes la mayoría de las veces del camino recorrido, ni de los obstáculos que hemos ido saltando casi sin darnos cuenta. Tampoco somos conscientes de que tenemos la felicidad al alcance de la mano y no queremos agarrarla, con lo sencillo que es todo cuando quieres a alguien de verdad. Con lo sencillo que debería serlo.

Sólo intento que veas continuamente de lo que soy capaz si no tiro la toalla, de lo que se puede conseguir si nunca agachas la cabeza aunque todos los días parezcan igual de grises y sin sentido. Sólo intento que abras los ojos y me mires, porque no es tan difícil llegar a donde quieres, a quien quieres, como quieres.

Yo sólo quería que nadie pudiera detenernos, que no se nos acabaran las ganas de querer más, que no nos cansáramos de ver siempre el mismo atardecer, que nunca hubiera incomprensión, ni un mal gesto, ni la posibilidad de fallarnos el uno al otro.

Yo sólo quería tener que entrar al baño a mear mientras te maquillas porque no aguanto más, apagar el despertador miles de veces antes de querer levantarnos de la cama al mismo tiempo, comer a las cinco de la tarde porque no queremos movernos del sofá.

Sentarnos en cualquier bar y que pasen un par de horas entre risas.

Y tú, ¿qué querías? No lo sé porque nunca te atreviste a decirlo en voz alta y puedo jurar que yo estaba dispuesto a escuchar. Estoy dispuesto a escucharte siempre, a escucharlo todo.

Yo lo he intentado todo, lo sigo intentando siempre.

Y tú, ¿qué has hecho en todo este tiempo?

Lo que de verdad me rompe el corazón es ver que ni siquiera lo has intentado, ni siquiera me has tomado en serio, ni siquiera has creído en nosotros.

Todo se soluciona.

Algunas veces todo se soluciona cantando mal la letra de cualquier canción de Varry Brava.

Algunas veces todo se soluciona dejando las ventanas abiertas para que se paseen las moscas de un lado a otro de la casa.

Algunas veces todo se soluciona con un esguince mal curado.

Algunas veces todo se soluciona echando a perder una botella de buen vino.

Algunas veces todo se soluciona cerrando los ojos y caminando con las manos por delante.

Algunas veces todo se soluciona tirando la basura por la mañana.

Algunas veces todo se soluciona sin mirar el teléfono móvil.

Algunas veces todo se soluciona cortando un trozo de queso, comiendo un poco de chocolate, comprando unos calcetines nuevos.

Algunas veces todo se soluciona en la barra de un bar.

Algunas veces todo se soluciona acercándose al mar en pleno invierno, dejando que caigan estatuas de sal, viendo llover sin necesitar paragüas.

Algunas veces todo se soluciona cenando sobras del día anterior.

Algunas veces todo se soluciona olvidando algo.

Algunas veces todo se soluciona leyendo libros de autores sin nombre.

Algunas veces todo se soluciona resolviendo mal una ecuación o cuando cae una manzana del cuenco de la fruta, o cambiando las sábanas, o tirando de la cadena.

Algunas veces todo se soluciona cuando cae la noche.

Algunas veces todo se soluciona en los lavabos de una discoteca, en la parte trasera de un coche, en un cuarto oscuro.

Algunas veces todo se soluciona yendo despacio o muy muy rápido.

Algunas veces todo se soluciona huyendo o volviendo a casa.

Algunas veces todo se soluciona en solitario o con compañía.

Algunas veces todo se soluciona en la imaginación.

Algunas veces todo se soluciona, aunque parezca una auténtica estupidez.

 

Esa paz sobre la que muchos hablan.

[Continuación de Los perros tienen pulgas.]

Sólo por contentar a Elisa ha decidido ceder y salir a cenar con un matrimonio de viejos conocidos al que hace tiempo que no ven. Lo único que le apetece en aquel momento es tumbarse en su sofá a leer algo de Gil de Biedma y olvidarse de todo lo malo que arrastra la semana, como el agua torrencial que llena los cauces de los ríos de basura. Marisa y Felipe le parecen aburridos de cojones, ella empleada de banca y él director de un colegio concertado. Nada de lo que tienen que decir habitualmente ninguno de los dos le interesa lo más mínimo pero finge bien.

Egea ha aprendido a mimetizarse siempre con el entorno y sabe comportarse en cualquier situación, es comprensible teniendo en cuenta que, en ocasiones, tiene que hacer entrevistas a gente que ha matado sin escrúpulos a personas a sangre fría y tomar notas mientras tanto. Y, sobre todo, sin que su gesto le delate. Al final debe permanecer igual de impasible con alguien que ha matado colocando una almohada sobre la boca y la nariz de su bebé de tres años que con el ratero que ha roto una litrona en la cabeza de un sin techo porque le miraba mal, o con cualquier lesionado en accidente de tráfico. 

El otro día no diste esta misma versión de los hechos, Salvador. —recuerda que tuvo que decirle. Un chaval de unos dieciséis años que supuestamente había matado a su padre. Treinta cuchilladas en tórax y abdomen, el cadáver varios días sin ser visto y después un incendio tratando de ocultar el cuerpo que sólo había conseguido el efecto contrario. Los bomberos habían hallado al fallecido con signos extensos de quemaduras en una de las habitaciones de la casa. Nada en su historia cuadraba. Nada en su historia hacía que pareciera inocente.

Daniel se encuentra dentro del vestidor, elige una camisa blanca y una americana gris oscura, sin corbata, sin pajarita, unos vaqueros y unos zapatos que combinan con la chaqueta. Tampoco piensa preocuparse mucho más por la ropa que va a llevar aunque sabe que su esposa pondrá pegas, muchas, para no perder la costumbre de criticar todo lo que hace.

Date prisa o llegaremos tarde. —Egea sabe de sobra que ella detesta no llegar con tiempo a los sitios, prefiere esperar a que la esperen excepto cuando se trata de su marido. En ese caso, le gusta que él desespere. Mantienen una especie de tira y afloja constante bastante agotador aunque en público son capaces incluso de caminar cogidos de la mano y de sonreírse sin que todo parezca una pantomima. La gente que los rodea no es consciente de los problemas a los que se ha enfrentado el matrimonio en el último lustro.

Estoy acabando. —Se ata los cordones de los zapatos y mira el reloj. Está deseando volver a casa y colocarse el pijama sin haber salido todavía por la puerta. Vaya manera de comenzar el fin de semana.

Coge el teléfono, en la pantalla un mensaje de Mónica espera a ser abierto pero tampoco quiere verlo ahora. Mónica es una compañera de trabajo con la que habla con frecuencia, ella es unos años más joven y está separada desde hace tiempo, y para qué mentir, las chispas saltan entre ellos. Egea ha tenido sus labios tan cerca últimamente que ha estado a punto de quemarse en varias ocasiones. La forense es el tipo de mujer que siempre le ha gustado o quizá no, pero el caso es que le gusta. Ahora observa a su esposa y se pregunta por qué se casó con alguien en quien no se fijaría actualmente. Lo malo de la doctora Acosta es que mezclar trabajo y placer puede no acabar bien, y tampoco le gustaría empezar a sentirse a disgusto en el único lugar del mundo en el que se siente comprendido, en el que nadie le juzga y los compañeros le valoran por su profesionalidad.

Con el móvil todavía en la mano observa que el nombre de Díaz comienza a parpadear y la canción de Passenger de Iggy Pop resuena entre la madera del vestidor, le sorprende que le llame a esas horas un viernes, y más después de haber estado juntos trabajando por la mañana. Quizá se le haya escapado algún detalle que necesita para continuar agilizando la investigación y tratar de encontrar a los culpables de aquel homicidio.

Díaz, ya sabes que estoy casado. Nunca lo vas a conseguir. —bromea Daniel. Tiene suficiente confianza con el guardia civil como para poder hacer según qué tipo de bromas.

No me jodas.

Suelta el teléfono cuando el agente de la Policía Judicial le cuelga después de haberse explicado y poner al día a Egea. La cagada es que va a tener que dejar la cena en espera e irse a solucionar algunas cosas. El médico sabe de sobra que no es necesario que lo haga ahora, pero pondría cualquier excusa con tal de no mezclarse otra vez con aquel matrimonio de estirados a los que, en el fondo, no ha dejado de odiar desde que los conoció.

Discusión, gritos y portazo incluido antes de subirse al coche y salir de la casa. Elisa no le va a perdonar otro feo gesto que se suma a la innumerable lista de los últimos meses. La pelota de nieve es cada vez más grande y al final acabará por hundir el tejado del hogar en el que viven.

Egea conduce rumbo a la ciudad en su Volvo XC60 azul, el cielo añil parece caerse sobre él como si quisiera hacerle sentir culpable por estar yendo en la dirección contraria a la que debería ir. No puede esperar a llegar a su destino y enciende un cigarro mientras el cuentakilómetros avanza. Sabe que esa noche dormirá en el piso céntrico y que estará un par de días sin volver a casa, no tiene ni los ánimos ni las ganas suficientes para enfrentarse a las malas caras.

Otro mensaje de Mónica parpadea en la pantalla pero en lugar de deslizar el dedo por la pantalla del teléfono móvil para leerlo, enciende la radio y deja que algún joven locutor presente una de esas canciones de electrolatino que tanto baila su hija a todas horas. Lo bueno de ese tipo de música es que las letras hablan todo el rato de lo mismo y el ritmo no tiene demasiado misterio, así que hace que no pienses, se te mete como un virus entre las neuronas saltando todos los cortafuegos y se queda grabada a fuego en la memoria, de ese modo puede aparecer entre tus pensamientos en el momento menos pensado dejándote indefenso y bastante en evidencia.

El calor es asfixiante a pesar de las horas y no corre ni un soplo de brisa. Siente la camisa blanca pegándose discretamente a su piel por culpa del sudor que perla su piel, todavía muy pálida a estas alturas del verano, sobre todo teniendo en cuenta que tiene una piscina a su disposición en su propia casa y en la que cree que sólo se ha bañado un par de veces desde que los termómetros superaron los veinticinco grados centígrados.

Egea detiene el vehículo, sale, apoyándose un momento en la puerta, y apura el cigarro. Se pregunta durante unos segundos si alguna vez en la vida podrá tener un día normal, sin alteraciones, sin imprevistos.

Sólo quiere un poco de esa paz sobre la que muchos hablan.

Un poco de calma para encontrar la solución a alguno de sus principales problemas.

Cómo destruir a la persona que te quiere.

Trompetas de guerra en el aire y yo ya estoy dentro del refugio, sin necesidad de escuchar la sirena antiaérea. Yo ya me había dado cuenta hacía mucho tiempo de que todo estaba mal, de que todo se iría pronto por el retrete, de que no nos haría falta a esperar a que subiera la marea para ahogarnos con la espuma que nos sale por la boca.

Llevo tanto tiempo siendo un loco que ya no recuerdo lo que es estar cuerdo, y es que al final me he dado cuenta de que las cosas nunca cambian que lo que cambia es la forma en la que nosotros miramos y lo vemos todo. Y yo he tenido claro siempre que el viento nunca ha soplado para hinchar mis velas y llevarme junto a ti pero es que creo que tú has conjurado a todos los dioses del Panteón para mantenerme lejos, para que me quede atrás. Soy como ese vampiro al que no invitas a entrar a tu casa por mucho que quieras que te muerda.

Si lo que querías era convertirme en un desconocido lo has hecho bien, te doy el aprobado. Ahora sólo soy capaz de verte en sueños y ni siquiera en ellos puedo ya tocarte. Ahora sólo soy capaz de conciliar el sueño de puro cansancio cuando el sol vuelve a asomar por la ventana, cuando la noche se acaba.

Supongo que a la próxima, si es que hay próxima vez, buscaré a alguien que de verdad sepa lo que hace, que no juegue, que no lance un te quiero y esconda la mano después, que no use todas sus armas de destrucción masiva contra mis labios y después no se quede a recoger parte del desastre.

Yo ya he redactado una lista de Cómo destruir a la persona que te quiere en cinco cómodos pasos y no sé si la has leído pero los has seguido uno a uno, al pie de la letra, y sin inmutarte lo más mínimo.

Te dije que siempre prefería la verdad y tú decidiste mantenerte callada, usar la gravedad, el paso del tiempo, el silencio rastrero. Y es que con las personas que te importan se es sincero, se sacan fuerzas, se pasan nervios y se afrontan las consecuencias. No se puede enarbolar la bandera de ser buena persona si se va haciendo daño aunque no sea conscientemente, si se evita el problema.

Hay maneras de actuar que sólo hacen que incrementar el rencor, la rabia, avivar la llama hasta ahora inexistente del odio.

No sé tú pero yo voy a intentar hacer las cosas siempre mejor. Que mi insomnio y mi ansiedad nunca sean culpa de estar luchando contra la conciencia, que sean sólo por culpa del desamor.

Almas perdidas.

Tú y yo somos almas perdidas, por eso nos acabamos cogiendo de la mano, nos bebimos las ganas, nos usamos a ratos. Nos encontramos en un páramo en mitad de nuestras vidas y no pudimos evitarlo, sin que existiera nadie más, sin que importara nada más, sin medir y sin pensar.

Es cierto eso de que los seres humanos somos animales, y tenemos instintos primitivos, y a veces llega alguien que te hace coger impulso y saltar más lejos de lo que nunca antes habías saltado, romper todas las normas, creerte alguien de nuevo.

Tú y yo somos balas perdidas, por eso nos acabamos tropezando, se nos cayeron los papeles de la mano y los perdimos todos, uno a uno, hasta quedarnos completamente desnudos. Nos olvidamos de quiénes éramos y dónde estábamos y el lugar que debíamos mantener cada uno.

Es cierto que nos pasa con frecuencia, que nos perdemos entre las páginas de un libro y no podemos dejar de escuchar una canción, y a mí me pasa contigo. Eres todas y cada una de esas historias que no me canso de leer y de inventar, eres todas y cada una de esas melodías que no me canso de escuchar y de cantar en voz alta, sin ningún tipo de vergüenza.

Tú y yo somos armas prohibidas, por eso herimos a diestro y siniestro y sólo podemos curarnos el uno al otro, somos pócima y ungüento, dioses nuevos y viejos a la vez. Nos chocamos en una esquina cualquiera para no tener que separarnos nunca más.

Y todavía hay quien no cree en el destino, ni en esa especie de suerte necesaria para que alguien que se cruce en tu camino llame de alguna manera tu atención, te fijes en ella y no puedas apartar la mirada de sus ojos, y quieras probar sus labios al segundo después de saber su nombre y no tener que abandonarla nunca más.

Y lo perfecto que es eso, lo bonito, lo absolutamente maravilloso que es toparse con alguien así y disfrutarlo, y aprovecharlo, y no dejar escapar ninguna oportunidad, porque no nos damos cuenta pero hoy estamos vivos, aún respiramos, y mañana no sabemos qué pasará.

Yo no quiero lamentarme, ni tener que preguntarme por qué no hice esto o aquello cuando tuve la oportunidad, yo no quiero tener que reprocharme a mí mismo por qué no fui valiente, por qué no me atreví, por qué no lo intenté hasta quedarme sin fuerzas.

Y es que sí, somos personas de esas que sólo se encuentran una vez a lo largo de los años, esa mitad que algunos dicen que nos hace fata y que necesitamos para estar completos.

Yo es que no he tenido nunca dudas, tengo claro que vagaríamos por el mundo entre librerías viejas y polvo en los zapatos, entre calles estrechas llenas de adoquines y sol bajo, entre café y humo, entre la risa y el silencio, entre besos largos, abrazos y ojos cerrados.

Somos almas perdidas, quizá también en otras vidas.

Sólo espero que en las siguientes me elijas a mí.

Stormy weather.

Suena en casa el Stormy weather de Billie Holiday y respiro hondo. La lluvia ha vuelto a traer aire limpio con el que poder llenar los pulmones y ha hecho bajar las temperaturas hasta hacernos recordar de qué trata el otoño habitualmente, y yo me siento estos días como esas hojas mojadas que se acumulan en las tapas del alcantarillado. Soy un simple estorbo para que el agua pueda correr libremente y seguir su curso. Soy sólo una piedra, una roca que ha caído en un derrumbamiento y se encuentra en medio del camino. Soy una molestia, un deshecho, un portazo a destiempo.

La idea, convertida en sensación, de que no pertenezco a ningún sitio, de que soy bien recibido en todas partes pero no tengo espacio en ninguna no hace más que acrecentarse con el transcurso de los días. Tengo la impresión de que ya no tengo hueco entre tus brazos, de que quieres que el juego llegue a su fin, de que me empujas y me dejas al otro lado de la puerta después de cerrarla. Tengo el presentimiento de que me estás convirtiendo en un extraño a conciencia, para que todo sea más sencillo.

Puedes intentarlo, con todas tus fuerzas si quieres, puedes intentar alejarme cuanto quieras. Pero te digo ya, con gesto serio además, que no va a surtir efecto.

¿Sabes cuándo voy a estar ahí? Cuando más lo necesites, cuando todo se derrumbe y creas que no quedan motivos para sonreír.

¿Sabes cuándo voy a estar ahí? Cuando digas que eres feliz pero los ojos no te brillen, cuando mires al vacío esperando encontrarme para sacarte del agua.

¿Sabes cuándo voy a estar ahí? Cuando esté herido y no quieras verme sangrar.

No sé por qué ya no se ve el sol en el cielo, no sé por qué hace este mal tiempo desde que no estamos juntos viendo caer la noche tras las ventanas.

Y es que las tormentas son mejores si estoy susurrando en tu oído un te quiero que apenas quieres escuchar.

Y es que las nubes grises son incluso bonitas si las miro junto a ti.

Y es que los relámpagos me hacen pensar en los destellos de tu pelo en los días soleados, en el brillo de tus ojos, en tu sonrisa clara.

Y es que las tempestades me recuerdan a cómo llegaste tú a mi vida y le diste la vuelta a lo que quedaba de mi corazón.

Que siga lloviendo, que llueva mucho pero sólo si vas a venir a verlo conmigo.

[Escucha la canción, piensa en mí.]

¿Recuerdas?

El cielo vuelve a ser gris y lo observa desde la ventana de aquel café. Sentado en la mesa de siempre, en la silla de siempre, toma lo mismo de siempre. Es un hombre de costumbres al que le gustan poco los cambios. No le gusta el fracaso, ni lo efímero. Mira a través de los cristales de sus gafas, cada vez más gruesos y se pasa una mano por las canas.

Tiene sobre la mesa un libro, uno que le regalaron hace más de veinte años. Da un trago a la taza de café y cierra las páginas un momento. Tiene la costumbre de bajar a leer un par de tardes a la semana, olvidarse del trabajo, de la soledad que se le cae encima cuando está mucho tiempo en casa. La única compañía que tiene es la de un tocadiscos que casi siempre está dando vueltas y molestando a los vecinos.

Ni mucho menos es tan viejo como se siente, ni como parece creer. Todavía tiene el brillo jovial en sus ojos claros y en la sonrisa que esconde tras una barba perfectamente recortada en la que sólo despuntan algunas canas.

Seis y media de la tarde.

Alza la mirada y la ve pasar por la acera, un niño sonríe de su mano y lo mira desde la distancia de afuera, a través de la ventana. Ella se percata, lo distingue, se le tuerce el día, se le tuerce la vida. No sabe el tiempo que hace que ni hablan, ni se ven, ni se cruzan el uno con el otro. Se esquivan desde que se dijeron adiós con el corazón encogido, incapaces de tratarse si a los diez minutos tienen que separarse.

Nadie se da cuenta de la repercusión de sus decisiones hasta que pasa el tiempo, por muy seguros que estemos de lo que queremos. Nadie sabe el daño que puede hacer una palabra hasta que las hojas del calendario van pasando y la distancia se agranda. Nadie entiende las dimensiones de un sí o de un no hasta mucho tiempo después, cuando te duelen los huesos y el corazón ya no cicatriza bien.

Él sonríe triste, como cada vez que piensa en ella, y acaricia la portada de ese libro que ella le regaló. Traga saliva, bebe de nuevo, y ella y el niño desaparecen por la calle difuminándose con la tarde tibia de octubre.

Acuden a su cabeza las risas de ambos, las caricias de ella en la nuca, los besos suaves en mitad de la nada, el sexo sin pudor, los libros amontonados sin sentido, los abrazos reconfortantes, las hojas de los árboles cayendo junto a los dos, las carreteras infinitas y las ciudades nuevas.

Y se le parte un poco más el alma.

Hay personas de las que no te recuperas, de las que no puedes escapar. Hay amores que crean grietas más grandes en nuestro interior que cualquier terremoto.

«Dijiste que me querías, ¿recuerdas?»

Nuestra hora.

No sé si tú te acuerdas de aquellas noches en las que nos daba igual el frío y lo combatíamos todo con abrazos desde el sofá.

No sé si tú también estás esperando a los días de lluvia para venir conmigo y dejar que pase el tiempo y la vida por delante.

No sé si tú recuerdas los gemidos ahogados contra la almohada y el corazón bombeando con más fuerza que nunca.

No sé si tú también intentas que se rompa el muro para dejarme entrar para siempre en tu pecho.

No sé si tú también necesitas mi saliva en tu piel y mis manos sobre tus caderas.

Yo creo que el único problema es que has dejado de soñar, te has obligado a hacerlo y no te das cuenta de que da igual que sea un desastre porque es perfecto así, con todas las astillas que nos clavamos, con todos los cristales que dejamos por el suelo y que nos pueden cortar si caminamos descalzos.

Y yo ya sé que no tengo que esperar nada de nadie, ni confiar, ni dejarme llevar, porque siempre me doy de bruces, y que tengo que aprender a gestionar las decepciones y los fracasos e intentar salir más fuerte después de cada golpe. Pero es que no me creo que todo esto sea artificial. No me creo que la gravedad no haga contigo lo mismo que hace con mi alma poniéndola a tus pies. No me creo que nuestro límite esté acercándose como lo hace una valla en una carrera de cien metros.

Estás a tiempo aún y el Universo no hace más que mandarte señales, y en esto pasa como en el tráfico, que si no haces caso a las señales acabas chocando contra algo.

Estamos a tiempo de hacerlo todo, de tenerlo todo, de querernos con todo y sin nada. No te dejaría de lado por mucho que la vida se me pusiera en contra, no te olvidaría aunque quisiera hacerlo.

Nada de esto es el preludio del final.

Hazme caso, cierra los ojos, dame la mano.

 

Yo que ya sabes que siempre pienso lo peor, que dejé el optimismo a un lado cuando cogí aire por primera vez, aún no veo cuervos ni aves carroñeras sobrevolando sobre nosotros esperando a la tragedia, pero es porque no llega, porque no toca. Tampoco hay gatos negros mirándonos fijamente desde el alféizar de la ventana.

Sigo aquí, respirando contigo en la penumbra, oliendo todavía a vino y tabaco.

Sigo aquí, esperando que el despertador no suene para que no tengas que marcharte otra vez.

Es hora ya, la nuestra.

Como dice la canción, nos toca arder con chispa de futuro.

Enamorarse o morir.

¿Enamorarse es un acto consciente? ¿Lo elegimos?

¿Nos enamoramos o nos enamoran?

¿Podemos obligarnos a querer a alguien o a dejar de hacerlo?

Casualidad, azar, karma, destino, suerte.

Todavía no entiendo los mecanismos que nos llevan a morir en los brazos de otra persona.

No sé muy bien en qué consiste eso del amor, ni si hay tantas maneras de querer como personas o sólo existe una única forma de hacerlo bien. No sé tampoco si existe realmente el poliamor o es todo cuestión de egoísmo. No tengo ni idea de cómo ni por qué de pronto se nos encoge el corazón y nos revolotea el estómago al pensar en alguien, ni por qué se nos forma una sonrisa estúpida cuando recordamos ciertas cosas, ni por qué todo parece más especial si caminas por las mismas calles y haces las mismas cosas de siempre junto a ella.

Yo sólo sé que un día apareciste, estando ahí mucho antes, y te vi de otra manera.

Yo sólo sé que un día me miraste a los ojos y se me fueron todos los fantasmas.

Yo sólo sé que un día sonreíste y el mundo se deshizo bajo mis pies.

Y entonces lo supe. Lo supe todo con esa certeza profunda que sólo se tiene unas pocas veces en la vida, con la convicción firme de que te quedarías instalada en mi pecho por el resto de mis días.

‪Lo único que puedo decir es que no te conformes jamás.‬ Y que si le quieres luches por lo vuestro, y que se lo demuestres a diario aunque no haya posibilidades, y que no apagues la llama, que no sea tu culpa. Y que no dejes que crezca odio entre vosotros, ni el olvido, ni el dolor, ni la distancia, porque no sirve de nada.

Lo único que tengo claro del amor es que se destruye cuando dejas de cuidar, cuando hay alguien que recibe las atenciones y el otro es esclavo, cuando uno importa y el otro sólo sale a la superficie a coger aire de vez en cuando, cuando se rompe el equilibrio y la balanza se inclina.

Lo único que puedo prometer (y no me gusta prometer nada) es que voy a quererte siempre.

Te quiero como si no hubiera querido antes, como si no fuera a querer después.