Mes: marzo 2017

Autopista a ninguna parte.

También hay que ser valiente para irse de quien te quedarías de por vida.

Es cuestión de tener un poco de amor propio, apretar la mandíbula y comenzar a caminar solo.

Lo importante es que me has enseñado que no es suficiente con querer a alguien, que para que una relación crezca hace falta mucho más. Entrega, ganas y, sobre todo, reciprocidad. Si te ves dándolo todo por alguien sin que te devuelva lo mismo puedes irte de ahí. O no te quiere o, al menos, no lo hace de manera suficiente. Y no, no te preocupes, probablemente no sea culpa tuya.

Y no sé qué es lo que nos pasó a nosotros, pero yo siento que he ido remando todo este tiempo por los dos sin que tú quisieras llegar a ningún destino conmigo. Siento que he puesto la otra mejilla una y otra vez. Siento que eras mi centro y yo para ti sólo un pueblo más de la periferia. Y que vuelvo a ser la autopista en medio de la nada que no lleva a ninguna parte.

Te prometo que tus ojos se habían convertido en mi color favorito, y que eras la letra de casi todas las canciones. La magia concentrada entre tanto universo de cartón.

Yo que quería pasar la vida a tu lado, y tú sólo me has entregado algún rato por el que dar las gracias y sentirme afortunado.

Ojalá las circunstancias hubieran sido diferentes. Ojalá yo hubiera sido diferente, un poco más cabrón, más cínico, más hijo de puta. Aunque no te lo merezcas. Me hubiera gustado serlo sólo para protegerme, no porque tenga nada que reprocharte.

Supongo que tengo que volver a meterme en la coraza, a hacerme el distante, a morirme de ganas. Supongo que tengo que vaciarme una vez más por dentro, esperar a que vuelvan a llenarse de flores secas mis costillas.

Dejarse llevar estuvo bien, volver a la realidad no tanto.

Sigue con tu vida, a mí me toca empezar de nuevo la mía.

Y ya he perdido la cuenta.

Épica perfecta.

Cambio de hora, de día, de siglo.

Cambio de planes, de estación, de intenciones.

Llega la primavera para colar flores en su almohada, y el sol de poniente para que se ponga esa blusa suelta que hace volar la imaginación.

Vuelve el calor y la humedad a la entrepierna, aún no se ha quitado la ropa para tirarla por el suelo y ya estoy perdiendo el sentido. No sé qué tiene, ese imán de sus ojos y sus manos, para atraerme hasta más allá de sus piernas sin ningún tipo de control. No sé qué tiene como para querer quitarme el corazón del pecho y dejarlo en hielo por un rato.

Anestesiarme primero sólo para sentirla más intensamente después.

Soy capaz de cerrar los ojos y recordar su tacto, sus besos en el cuello, sus dedos en mi pelo, su sexo contra el mío. Ahora que el día dura más y los orgasmos también seguimos perdiendo el tiempo, seguimos sin tocarnos a todas horas.

No nos quedan partes del cuerpo por descubrir y estoy seguro de que, a estas alturas del juego, podría recitar de memoria toda su anatomía.

Es la época perfecta para que se peguen nuestros cuerpos sobre las sábanas mojadas, de que acalles con mordiscos tu placer, de que me mezcles en tu saliva con alcohol y vagos restos de nicotina.

Es la épica perfecta, la de dos cuerpos que luchan el uno contra el otro sin querer que nadie pierda, donde el empate es el mejor resultado. El terreno de juego donde ser egoísta no sirve de nada.

[Abro los ojos.]

Otra vez el sudor frío bajando por la nuca, y tu ausencia rompiéndome sobre la cama. Vuelvo a querer contigo más de la cuenta, vuelvo a querer salir del lugar que me corresponde y tengo que recordarme en medio del silencio inquebrantable de la noche cuál es mi sitio.

Y asiento para mí mismo, trago saliva, cierro los ojos.

Lejos de ti.

Seremos.

No sé cómo decírtelo, que me des tu mano, que saltes por esa ventana que yo te cojo, que camines descalza, que sueltes tus alas.

Confía por una vez en que no voy a hacerte daño sino todo lo contrario. Confía en tu instinto, en lo que sientes cuando beso tu cuello y cierras los ojos, en lo que piensas cuando escuchas mis latidos galopando en tu oído, en esa tranquilidad que te permite coger aire sin que te duela el pecho mientras duran nuestros abrazos. Cree de una vez que algo mejor es posible, que te lo mereces, que está todo más cerca que ese horizonte que te parece tan lejano e inexplorado.

Cree, porque todo lo bueno llega.

He encontrado la tranquilidad cuando te tengo entre los dedos. Mientras tú estás extasiada yo soy capaz de respirar con calma, de redescubrir el significado de la palabra vida, de ver el lado bueno de las cosas mientras observo cómo se dilatan tus pupilas, de reconciliarme con mis demonios. Nosotros sólo somos un par de humanos que se buscan entre la necesidad, entre ese lazo que tejemos a diario, y no tenemos culpa de sentir.

La vida va de luchar, desde que naces, porque si dejas de hacerlo estás muerto mucho antes de que tus huesos toquen tierra. Estamos en nuestro derecho de quedarnos sin ropa, desnudarnos la mente, tocarnos a oscuras. Estamos en nuestro derecho de querernos sin tener que medirlo, sin tener que demostrar nada, sin tener que ocultarnos.

Las distancias más cortas a veces son las más difíciles de superar, y no sé si también has sentido que nos estamos escapando poco a poco, que te resbalas entre mis dedos, que ya no sonrío como antes, que ya no nos besamos como antes. Pero creo que podemos hacerlo mejor, que todavía somos capaces de salvarnos el uno al otro. Podemos ser compañeros de aventura, porque juntos somos capaces de meternos en cualquier libro para salir a la superficie en el punto final. Podemos hacer las mil leguas de viaje submarino y meternos en el centro de la tierra, descubrir la Atlántida, enfrentarnos a los cuarenta ladrones, salir sin perder la cabeza del espejo por el que se metió Alicia.

No todo es tan difícil como piensas porque voy a estar aquí, con la mano abierta, dispuesto a todo. A sacar dientes, garras y las caricias que hagan falta.

Es ahora cuando tengo la certeza.

Cierro los ojos.

Te pienso.

Sé que seremos.

Fuego cruzado.

Las cosas nunca vienen como las esperamos, como el odio, que aparece de la nada para apoderarse de todo, para llenarlo todo de rabia, indignación y dolor. Nos empeñamos en clasificarnos, en unirnos por grupos con alguna característica especial que nos defina, nos empeñamos en poner etiquetas a todas y cada una de las cosas que hacemos en lugar de sentir que venimos del mismo lugar de mierda y que acabaremos allí de nuevo, tarde o temprano.

Si no somos más que átomos que se dispersan y se agregan según avanza el tiempo, si no somos mucho más que carbono e hidrógeno bien distribuidos espacialmente.

Todavía somos capaces de matarnos, de envidiarnos, de criticarnos. Y nos llamamos seres superiores, aún tenemos la prepotencia de creernos la única vida inteligente que existe en el Universo que habitamos. Sigo pensando que involucionamos, que dentro de poco volveremos a habitar el agua y nos volverán las branquias, y que todo serán ganas de dejarnos llevar por las corrientes marinas sin más.

No entiendo la elección de una persona por hacer daño, lo de provocar dolor a los demás de manera voluntaria. Si soy sincero ya no entiendo nada, y reconozco que he sido tan ignorante en algún momento como para pensar que lo sabía todo.

Ahora voy a aferrarme a la humildad que me han dado las lecciones de la vida, a las hostias, a los arañazos que unas cosas y otras personas me han ido dejando en la piel.

Y llegas tú en pleno Marzo a congelarme el caos con tanto hielo, a llenarme de mordiscos el alma, a romperme despacito para que me de cuenta poco a poco.

Las calles lloran de nuevo y tú has hecho que se me pare el corazón cuando pensaba que empezaba de una jodida vez la primavera. He caído en la cuenta de que no tengo armas suficientes para salir indemne de este fuego cruzado, y que salí a batallar contigo demasiado descubierto. Y me ha pasado lo que pasa cuando sales a querer sin miedo, que lo haces sin chaleco antibalas y acabas tendido en el suelo rodeado de un reguero de sangre.

Me ha pasado lo que les pasa a todos los valientes, que al final tienen que encerrarse con llave porque el amor es peligroso si para ti es algo más que un juego.

Los pequeños detalles.

No es lo mismo querer para siempre que no dejar de querer nunca.

La cuestión es que no todo el mundo es capaz de darse cuenta de lo que implican cada una de esas dos expresiones. Un ligero matiz que se acaba volviendo importante con el paso del tiempo, como la mayoría de las cosas en esto del amor.

Hoy he vuelto a ver nubes grises sobre mi cabeza, a sentir que caía en picado, que el agua me llegaba al cuello.

Y no sé por qué.

Si la vida es un tren quiero que pare, que se detenga de una vez en alguna estación, que me permita llenar de aire los pulmones durante un minuto, pensar con calma, sentir que la tierra se mueve por debajo de mis pies, apreciar de nuevo tu sabor en mi boca.

No es que lo quiera, es que lo necesito, porque las manillas del reloj continúan con su movimiento a expensas de mis deseos, y todo avanza sin que nada cambie.

Va a explotarme la vena de la sien, va a reventarme el corazón en el latido menos inesperado de todos. Otra vez se me han ido las cosas de las manos, otra vez me atrapan las montañas de sentimientos y de libros sin demasiada compasión, otra vez me entierra tu indiferencia en lo más profundo.

Ya he caído en la cuenta de que el orden de las cosas no varía demasiado, que vas a seguir atada a la misma piedra el resto de tus días. Lo que pasa con las piedras es que te hunden hasta el fondo, y sólo se sale a flote si se corta la cuerda.

Te quedarás en la otra orilla mientras yo me marcho, y ni tan solo estoy seguro de si veré brotar algunas lágrimas de tus ojos, de si realmente eras sincera, de si cada beso en los suburbios tenía para ti sentido.

No es lo mismo recordar que no olvidar, también existe una diferencia que hay que saber entender.

Y esos pequeños detalles, eso que quizá para otros pasa desapercibido, todo eso y más es lo que a mí me pasa contigo.

Sonrisa de autosuficiencia.

Las calles desiertas nos vuelven a invitar, nos obligan a encontrarnos después de mucho tiempo sin hablar.

Y ya no sé cómo mirarte si no vas de mi mano.

Por un momento me he creído muerto al ver tus ojos y descubrir desprecio, y creo que mi corazón ha acabado por tu culpa en el fondo de una puta alcantarilla con el resto de mierda que llena la ciudad.

No esperaba verte con los labios pegados a los de otra persona, con la sonrisa de autosuficiencia del que ha logrado salir del bache y se alegra de la desgracia del otro. No esperaba esa estaca de madera en el pecho tan pronto.

Tú que gritabas a los cuatro vientos cuánto me querías, que era el amor de tu vida, que nunca me olvidarías.

Tú que ya has jurado amor eterno a un desconocido, que te has puesto un anillo más vacío de contenido que tus promesas. El anillo de brillantes como símbolo eterno de la prisión emocional.

Y es que ya sabemos que el amor ruidoso no es precisamente el mejor, el amor que se exalta, el que necesita de todo tipo de demostraciones para parecer real, para aparentar estar por encima del resto. Esa clase de amor, el que necesita de los baños de masas, de la aprobación de los demás es el más frágil, el menos verdadero, el más prescindible.

Par mí el amor es algo menos agotador, algo que no te complica la vida, algo que no tiene que doler, algo que fluye como lo hace la sangre por las venas, o las aguas por el cauce de un río con el deshielo. Para mí el amor es regalarle un libro un miércoles de octubre a las cinco y media de la tarde, un beso en la nuca mientras se está maquillando, un «no te preocupes, vamos a solucionarlo juntos«,»estaré siempre que lo necesites«.

Quizá por eso me va tan mal.

Se nos llena la boca para decir te quiero pero muy poco para pedir perdón y enmendar nuestros errores.

Y claro, qué podemos esperar.

Ahora voy a verte pasar de largo, voy a seguir curándome, arreglando todos los desperfectos que dejaste en mi camino y seguiré esperando a alguien que sólo necesite verme sonreír para ser un poco más feliz.

Maldita.

Me veo recogiendo toda la esperanza que has dejado por los suelos, los huesos que aún quedan en nuestras cunetas.

Yo pensaba que era suficiente con querer y no es verdad, me habían vendido esa mentira de que sentir algo un poco más arriba del estómago era todo lo que necesitaba.

Y no es verdad.

Vivimos en un mundo en el que disimular es más constante que la gravedad, y sonreímos y asentimos mientras por dentro estamos tan llenos de grietas que nadie nos puede arreglar.

Nos hacen falta tantos abrazos y verdades.

Nos sobran tantas tragedias y destrucción sentimental.

Nos estamos complicando la vida con tanta aspiración y al final sólo llegan a nuestra puerta las cartas con todas las decepciones.

Con querer no es suficiente porque hace falta mucho más.

Por eso quererla es sencillo, porque no cuesta tener siempre una cuerda preparada para tirarla al mar si se está ahogando. Es sencillo abrirle la puerta cuando arrecia el frío en el mes de Febrero. Es sencillo arroparle por las noches después de que el sexo sólo huela a ella. Es sencillo compartir el desayuno y el mal humor matutino. Es sencillo sanar las heridas con besos sin lengua. Es sencillo abrirle las puertas, dejar que pruebe mi postre, bajar la tapa del wc, apagar las luces, hacer la cama, llevarla tan lejos como me pida, darle la mano y salir adelante.

Juntos no debería haber barreras, ni acantilados, ni tiempo, aunque estemos clavados por las rodillas, aunque todo sean idas y venidas, y desesperación.

Que siempre nos tengamos el uno al otro, que siempre podamos dejarnos caer hacia atrás con los ojos cerrados, que siempre podamos hablar mirándonos a los ojos deshaciendo los nudos de la garganta, que siempre podamos emborracharnos los sábados, que siempre tengamos cuadernos para escribir la historia.

A mí me pasa que la miro y es como escuchar mi canción favorita, y ella cree que está maldita pero todavía no se ha dado cuenta de que es sólo que aún no entiende su magia.

Mal presentimiento.

Dolor de cabeza, mal presentimiento.

Suena el despertador, miras al techo todavía con cierta niebla entre los párpados, tienes el cerebro sumido en un vaivén que no te abandona hasta que pasan unos minutos. Y te aparecen todos los miedos, se te plantan delante, y te obligas a apretarte contra el colchón tratando de esconderte de ellos. Poner un pie en tierra cada día tiene consecuencias, a veces los demonios te visitan a plena luz del día y oyes sus carcajadas en tus tímpanos, y cuando eso pasa se me eriza la piel y tengo que cerrar los ojos, respirar hondo, mirar hacia otro lado, dejar de pensarte.

Me ha vuelto a suceder, al salir a la calle parece que veo en todas partes tu nombre y que me atormenta tu recuerdo, el de tus piernas rodeando mi cintura, el del viento en nuestra piel, el de la lluvia mojándome las entrañas a tu lado. Estoy seguro de que hay avenidas que todavía se acuerdan de nuestras manos entrelazadas y de los besos que me dabas de puntillas, de cómo te esperaba junto a la estación, de cómo nos daban igual el ruido y los vecinos.

Pienso que lanzamos monedas al aire y que nunca las vemos caer, que hablamos sin entendernos, que nos atrapan tantas gilipolleces que ya no vemos lo importante.

Todavía no ha llegado la luna a lo más alto y ya estoy completamente agotado. Las farolas parpadean de nuevo, me visitan los fantasmas y caminan conmigo. Me dicen, sin morderse la lengua, que no me asuste al mismo tiempo que me susurran que no necesitarás mi abrigo ni mis manos en tu pelo. Sólo puedo pensar en que no sabía que sería incapaz de alejarme de ti, que me voy a pasar la vida tras las manillas de un reloj esperando a que aparezcas, que soy demasiado joven para haber cometido tantos pecados y tener que pagarlos de golpe.

Siempre acabo subido a los tejados lamentado las heridas, contando las secuelas que me has dejado en el corazón, las brechas con las que me has llenado el espíritu. Me he quedado destrozado con tanta indecisión, con este nosotros que no tiene fácil solución.

Dolor de cabeza, mal presentimiento.

Y es que hay días que es mejor no abrir los ojos ni levantarse de la cama, ni pensar más de la cuenta.

El vuelo de tu falda.

Te he escrito cartas desde el infierno que aún no has abierto y estamos caminando sobre los senderos más peligrosos. Vamos otra vez al filo, jugando con lo imposible. Tendremos suerte si podemos contarlo.

Sigo atrapado, sigo siendo un cuervo al que han disparado un par de flechas, sigo con medio cuerpo en el abismo.

Joder, es que yo no sabía que todo iba a ser tan difícil.

Hemos visto entrar en erupción a todos los volcanes, y sentido bajo nuestros pies mil movimientos de tierra con sus mil y una réplicas. Hemos sufrido las inundaciones en los ojos y huracanes en el pecho.

Y todavía no sé cómo hemos logrado mantenernos en pie.

Será que en el fondo nos soportamos más de lo que creemos, y bailamos al mismo tiempo las mismas canciones. O quizá es que dibujamos los mismos círculos y los pintamos sin salirnos de la raya. O puede que en el fondo sea que nos estamos riendo juntos de la vida, y que ahora le estamos sacando toda la burla que ella nos ha sacado antes.

Te he escuchado en pleno silencio.

Hemos hecho jarrones de barro con nuestros cuerpos.

Te he besado en medio de la nada.

He sentido agujeros negros en el pecho con tu ausencia.

He hundido sin ti las manos en la nieve.

Has aparecido en las canciones de otros.

He visto el Louvre pensando en lo que verían tus ojos.

Hemos compartido amaneceres con las persianas bajadas.

Nos hemos sorprendido sin querer.

Y todo es distinto.

Y ya nada será igual.

Pero es que vivir es un torbellino incontrolable de sucesos, sentimientos y pensamientos. Y no podemos hacer nada porque se nos rompen todos los planes, el orden, los días.

Y es cuando te das cuenta de que todo es frágil.

Y también fuerte, ya sabes.

Todo es raro hoy en día, sobre todo nosotros.

No sabía que iba a enamorarme sin haberte desnudado la mente y el cuerpo. Tampoco había pensado que todo lo malo iba a darme exactamente igual, ni que iban a gustarme más tus defectos que tus virtudes.

Me enseñaste a volar sin darte cuenta, sin tener la más remota idea, y ahora sólo quiero que veas el mundo desde aquí arriba conmigo, donde se respira mejor, donde se soporta cualquier tipo de dolor, donde podemos tener razón sin pelear.

Ahora ya sé que no me has hecho un muñeco vudú, que no había compasión en tu mirada, que para ti no era sólo una diana sobre la que acertar todos los dardos, que no tenías ninguna daga para clavarla en mi espalda.

Ahora ya sé que hay cosas que no tienen que hacer daño, que se gana más con un abrazo que con un reproche, que las decisiones hay que tomarlas a tiempo, que una jaula no atrapa ningún alma.

Ahora sé tanto que he vuelto a no saber nada.

Te seré sincero, me conformo con volar más bajo.

De tu mano.

Me conformo con ver el vuelo de tu falda.

Destino, azar y karma.

Vuelve a llover y nosotros empapados.

La vida en los bolsillos y el corazón entre las manos.

Eres el rompecabezas que más me ha costado de recomponer y ahora no quiero que nadie te haga daño, no quiero que te vuelvan a quitar alguna pieza y que no la puedas encontrar. Ahora que te tengo entera no voy a dejar que te destrocen otra vez, créeme. Te ayudaré a colocar ladrillos en el muro para que sólo entre quien tú quieras, caminaré contigo cuando me lo pidas, te acariciaré el alma y las verdades.

No sé si a ti te pasa eso de sentirte más fuerte cuando me miras a los ojos.

No sé si tú también te ves la capa cuando caminas entre el resto de la gente.

No sé si eres consciente de cada uno de tus superpoderes, incluida la sonrisa.

Eres como la adrenalina cuando caes desde una montaña rusa, la risa incontrolable en medio de una reunión, el agua fría en un día caluroso de verano, la primera luz que ilumina la oscuridad de la noche.

La de veces que me pregunto al día si ya estamos a punto de caer, si es nuestro final, si nos hemos quedado sin madera que echar a nuestra hoguera, si nos conocemos realmente. Y pienso tanto que sólo nos dejamos ver la superficie, que todavía estamos guardando más de lo que conseguimos decir en voz alta cuando estamos juntos, que nos hemos atado los pies y al siguiente paso no hay más opción que la de tropezar.

Si nos acaba separando la marea, si nos llevan las corrientes, recordaré que fuimos más fuertes de lo que pensábamos al principio, que resistimos aunque creímos lo contrario, y que al final todo fue por culpa de la fuerza magnética que se volvió en nuestra contra dando la vuelta a los polos opuestos.

Sabemos de sobra que ninguno de los dos es afortunado, que la mala suerte siempre ha estado en nuestro lado de la balanza, que ni el destino, ni el azar, ni el karma han sido para nosotros buenos amigos.

Pero es que no quiero complicarme mucho más, sabes todo lo que pienso con mirarme, sabes que no miento, sabes que te beso sin poder evitarlo, sabes que te cuido por instinto.

Lo bueno surge, pasa, sucede, y siempre lo hace por alguna razón.

Aunque no podamos entenderla.

Esta vez no pienso luchar contra los elementos, quiero relamerme los dedos después de tocarte, cargar con tu cruz y la mía, probar otra vez tu veneno, que seamos un par de desastres. Olvidar los problemas, que haya delirio, que seamos un par de animales cuando nos quedamos sin ropa.

Al final del día no soy capaz de dormirme, dar marcha atrás, cerrar la puerta y ver que no estás.