Mes: septiembre 2022

La felicidad del inconsciente.

El mundo está metido en una espiral caótica que parece no tener fin, o quizá acabe en ese abismo lejano en el que habrán acabado barcos y cadáveres, en el fondo del océano e incluso más allá, en el mismísimo centro de la tierra.

Sólo puede ser feliz quien no conoce, porque saber y tener conciencia de lo que nos rodea únicamente consigue que se nos ponga la piel de gallina. Se sonríe más si se desconoce la política externa, el funcionamiento de las bolsas y el mercado, de los impuestos y no se enciende la televisión. Se vive mejor sin las noticias al minuto que inundan las redes sociales, si omites las vacaciones perfectas en Maldivas o en Dubai, si dejas de ver los restaurantes caros y los conciertos a los que van los demás mientras tú no puedes.

Ojos que no ven.

Ya se sabe.

El conocimiento implica una tristeza intrínseca, que nos llena de una melancolía incierta, que nos obliga a tirar de la cuerda, de una nostalgia que el cerebro modifica a nuestro antojo para darnos calma y calidez, y aplacar el ritmo incansable del presente, intentando transportarnos a momentos en los que creíamos que todo sería diferente y, por supuesto, mejor.

La única tranquilidad que siento es entre mis cuatro paredes, mientras acaricio su pelo y escucho el lento fluir de su respiración en medio de la madrugada. Ella, a pesar de ser tormenta y turbulencias, es ese paradigma de paz y refugio que ya no encuentro en ningún otro lugar.

Ojalá ser un inconsciente y poder evitar pensar sobre lo que nos viene encima, y nos vendrá si vivimos demasiado.

Ojalá poder sonreír siempre, feliz, porque las nubes negras sobre mi cabeza han escampado.

Ojalá no saber, ni querer saber, para poder sentarme en cualquier banco y dejar pasar el tiempo sin temor sintiendo la felicidad plena del inconsciente.