Mes: febrero 2017

Peces koi.

Se cierra una etapa y se abre otra.

Inevitablemente.

Porque el tiempo no se detiene, porque tu respiración es continua, porque Siberia no se ha movido del sitio, porque vas a seguir protestando ante la injusticia.

Tenemos que decir adiós y hola al mismo tiempo.

Tenemos que cerrar puertas y abrir ventanas, para que el viento se lleve todo lo malo.

Hemos sobrevivido de nuevo a las bombas, a las normas sin sentido, a las leyes que van en nuestra contra. Hemos ganado otra victoria silenciosa de puertas para adentro y ahora toca pelear ahí afuera. Los puños arriba, las piernas preparadas, el gancho de izquierdas, la sangre en la lona. Nadie dijo que el mañana fuera fácil, ni que la lluvia no fuera a calarnos hasta la médula ósea. Y es que desde un aula de instituto la vida nos engaña y se camufla de oportunidades que no vamos a tener.

Al final hay nada.

Sólo hay nada.

Silencio y vacío infinito; pero antes.

Antes somos luz y destellos de color.

Piratas buscando el tesoro en cualquier mapa que tenga una X.

Jazz de Nueva Orleans.

Inocencia perdida antes de tiempo.

Amor que se mantiene vivo.

Abrazos por las noches.

Se nos da bien enredarnos a besos y palabras que sólo tienen sentido para los dos. Disimular con los demás, que nadie sepa la verdad. Mantener la ilusión dentro de una bola de cristal que nos siga calentando el esternón cuando lo imposible se nos venga encima.

Es curioso que te pierdas en cualquier calle conocida pero que yo busque tu mano cuando no encuentro la salida, que seas mi guía, que seas el sol sobre el que no puedo evitar girar. Es curioso que digas que eres torpe pero que yo cierre los ojos sin miedo cuando me tienes en tu lengua, que arregles mis descosidos, que escribas en mi piel sin dudar.

Nadie va a quitarme la sed como tú.

Y es que somos peces koi que nadan hacia arriba, que van a contracorriente, luchando contra todo y todos, llegando hasta la cascada para convertirnos en dragones.

Y acabar siendo leyenda.

Aunque sea lunes.

Se te cae el mundo encima y apenas te quedan fuerzas, y crees que no hay salida a todos esos problemas que te colapsan en el día a día. Arrastras los pies y las ojeras, y más horas de las que te gustaría de mal dormir. Te sientes como en una olla a presión en todas partes, a punto de estallar, sin ganas, sin fuerzas, dejándote llevar por la inercia de una rutina más que insoportable.

Cualquier canción en la radio te roba los pensamientos y no eres capaz ni de concentrarte en la más sencilla de las lecturas.

Y no hay válvulas ni vías de escape que te salven aunque sea durante cinco minutos.

Pides cambio, tiempo muerto y nadie te escucha.

La maldita soledad del eco.

Chasqueas los dedos en la penumbra esperando a que se haga la luz, que todo cambie, que el camino parezca menos atemorizante, que dejes de estar solo.

Pero nunca pasa.

Sigues caminando sin saber muy bien tu destino final, sin tener claro lo que debes hacer, sigues como si el futuro no existiera porque sólo ves el presente.

Y ahora que sólo puedo ofrecerte abrazos que alejen tus demonios y besos suaves para quitarte el frío, ahora es cuando más fuerza tengo para sacarte del lodo y soplarte en las alas que otros se han encargado de romper.

Y ahora que sólo tengo unas manos llenas de arañazos para agarrarte y los ojos rojos de llorarte, ahora es cuando más ganas tengo para temblar contigo y coser las heridas que ha ido dejando el tiempo en tu carne.

Seguimos mirando el horizonte desde ventanas distintas, rumbo al norte, rumbo al sur. Y hay barreras y cables, y cierta desesperación en todo lo que nos decimos. Disimulamos peor de lo que creemos, y todas las distancias de más de un centímetro entre nuestras bocas me parecen largas.

Lo de querer a alguien no debería ser ningún esfuerzo titánico, ni una pelea continua, ni el nudo en la garganta cada vez que abres la puerta de casa. Lo de querer a alguien no debería ser una mancha en tu expediente.

Son tiempos complicados para la lírica y para el amor. Son tiempos complicados para todos los que creen en la verdad, para los que no saben fingir.

Aunque sea lunes, mientras el cielo se apaga podríamos mirarnos a los ojos y decirnos un te quiero sin cervezas de por medio.

Perder el tiempo siempre se nos ha dado bien.

Huracanes en tu falda.

Prefiero siempre el refugio y el abrigo que me otorga la noche, sensación de protección y libertad, de no deberle nada a nadie, de no tener que sonreír por pura cortesía. Y también prefiero la noche porque siempre acabas apareciendo entre la niebla, en medio de la lluvia que me cala hasta los huesos, me tiendes la mano, me besas la frente y caes rendida.

Te has quedado sin fuerzas y coges el aire a bocanadas, la vida te ha arrollado sin pensarlo y no te deja dormir a pierna suelta.

Insomnio, alcohol, pastillas.

Las alucinaciones hipnagógicas son el pan de cada día y el cuchillo en medio de la espalda está llegando cada vez más profundo.

Y luego están los momentos en los que me coges por sorpresa y me das un beso en medio de la calle, o te aferras a mi mano, y saltamos cualquier charco en el que se reflejan las luces de neón. Y no hay laberinto en el que tengamos miedo de perdernos.

Invencibles, con una armadura dorada que nos protege de todo lo que nos hace daño.

Pero cada cierto tiempo hay jornada de puertas abiertas en nuestras miserias y volvemos a sentir el sabor de la sangre en el paladar, nuestros dientes en el barro, nuestras manos manchadas de penas. Nos vuelve a abrazar la triste indiferencia del que sabe que nada bueno va a pasar, del que ha perdido la ilusión y se le nota en las pupilas.

Solemos hacer oídos sordos cuando estamos juntos en la cama, cuando nos arde la piel bajo las sábanas deshechas, cuando escuchamos la sangre bombeando en nuestros oídos, cuando el único mensaje que lanzamos hacia el cielo es el de nuestro placer. Una tregua en medio de la madrugada, tu sabor en la punta de la lengua, tu genética mezclándose con la mía, y la sensación ardiente en los pulmones y en el bajo vientre.

Lo acabamos dejando todo de lado, sin aprovechar cada minuto, sin luchar con la fuerza suficiente, escupiendo con rabia como si no fuéramos a acabar bajo una fría lápida, a tres metros bajo tierra.

Vamos a desperdiciar la vida separados, y la gran putada es que es la única que tenemos. Pero te aseguro que, a pesar de todo, seguiré siendo capaz de predecir huracanes en tu falda.

Te miro a los ojos, trago saliva como puedo y lo digo, aunque me cueste:

―Sabes que algún día no estaré.

Y me callo un:

―También sabes que no vas a hacer nada para evitarlo.

Y acabará dando igual que te quiera, que me quieras, porque sólo habrá dolor.

Voy a ponerle otro cerrojo al corazón.

[Retírate del juego, necio.]

La piel.

Se nos suele olvidar lo que dice la piel, como si no fuera lo más importante. Como si no fuera lo de verdad. Como si no nos dijera muchas más cosas que el cerebro o que el corazón.

Porque la piel siente, la piel sufre, la piel acaba saltando, cayendo al suelo.

Se nos olvidan tantas cosas a diario, como que deberíamos disfrutar de los pequeños detalles con quienes sabemos que nos quieren en lugar de complicarnos la vida con historias que tan solo duelen. Que ni es mejor quedarse con lo que uno conoce, ni es mejor arriesgarse siempre, pero que a veces vale la pena.

Es fácil vivir pero difícil la vida.

Es fácil sentir pero difíciles los sentimientos.

Con lo sencillo que es abrir los ojos, contemplar el paisaje en la distancia y disfrutar del instante. Capturar momentos, sensaciones, percepciones, y guardarlos en las manos. Como los besos, como el sexo, como las caricias que nos damos por detrás de las cortinas.

La verdad es que no tengo ni puta idea de lo que va a pasar, ni conmigo, ni contigo, ni con el nosotros abstracto que tejimos en algún momento, pero me da igual. Voy a dejarme mecer por el viento. Voy a dejarme llevar como lo hacen las hojas al caer al agua.  Voy a cerrar los ojos y sentir que se cierran heridas para que se abran otras nuevas, porque es ley de vida.

Lo de sufrir, reír, morir. Y es inevitable.

Así que voy a dejar de construir muros y murallas, y voy a dejar atrás las armaduras que de poco me han valido hasta el momento. Pienso abrirme el pecho y dejarlo al descubierto, y veremos si empiezan a florecer rosas con la primavera o nos quedamos llenos de los fantasmas del invierno que vendrán a visitarnos para recordarnos los errores, los fracasos, que pudimos serlo todo pero decidimos ser ausencias.

Y es que me miro al espejo y tengo calma, hay una sensación de paz interior que no recordaba. Sin pesos, sin cargas, sin culpa. Y es raro para tratarse de mí, que siempre tengo algo que señalar, alguna bala que dispararme a bocajarro.

Voy a hacer caso a la piel y a acariciarte con cuidado, a besarte despacito.

De verdad, que la piel sabe, que para algo es la única que te ha tocado.

En un mundo paralelo.

Nos hemos visto solos, hemos llegado al final del camino sin ningún objetivo. Gatos, abandonados en un callejón, que tienen que buscarse la vida para seguir. Diamantes salvajes que nadie ve a primera vista pero que todo el mundo quiere cuando están pulidos. Los elementos más curiosos de la tabla periódica. Los que viven el presente mirando el futuro con los ojos cerrados porque no saben si llegarán a vivirlo. Sangre que cae por el colmillo. Regalos que se quedan con el envoltorio para siempre. Libros que nadie lee. Besos que nadie prueba.

Somos y no somos.

Seguimos pisando esa línea invisible que separa los países, seguimos en aguas internacionales. Sin dueño, sin hogar, sin perro, sin nada; y aún así me siento en casa cuando estás entre mis brazos.

Es todo tan raro que la mayor parte del tiempo no puedo explicarlo. La seguridad de la libertad contenida, del poder hacerlo todo pero no hacer nada, del poder dejarlo todo pero no dejar nada.

Seguimos buscando por qués que van a quedar siendo incógnitas, y tú y yo acabaremos convertidos en enigmas de la ciencia en medio del verano.

Lo que me pasa contigo es que no quiero hablar de tristeza, ni tener que recurrir al odio, al chantaje insano que acabe por volvernos locos, porque no nos lo merecemos. Porque no quiero veneno ni antipsicóticos contigo. Debemos ganarnos con las risas, lograr besarnos en cada instante, observar los destellos que dejamos a nuestro paso, dibujar la proporción áurea con los dedos y hacernos bicho bola los viernes por la noche en el sofá. Y hacerlo hasta que seamos pájaros que salgan volando en direcciones opuestas.

Lo que me pasa contigo es que ardo siempre que te veo, y que me entran ganas de hacer prospección en tus caderas, como dice la canción.

La verdad es que es el primer amor que no me duele, y es extraño.

En un mundo paralelo estoy convencido de que somos de verdad. Y para siempre. Sin necesidad de anillos que tengan que demostrarlo.

El Universo a tus pies.

Te invade una extraña sensación.

Despiertas de buen humor, con una sonrisa, y hace mucho que eso no pasa.

No hay nadie en tu cama pero apenas importa, porque hay sensaciones que son certeza. Como que ella no está y que ya da igual, como que no habrá más pecado y que no estarás a su lado.

La cosa es que tragas saliva y parece que todo está un poco más claro. Ya no hace falta que te esfuerces por esconderte, no es necesario que trates de ocultar la verdad. Lo sé todo desde antes de que pasara. Y tengo algún testigo que puede confirmarlo.

Yo quería comerme el mundo contigo y ahora, sin ti, creo que voy a morirme de hambre.

Diría que no voy a buscarte más pero no puedo, porque me gusta cumplir todo lo que prometo. Todavía creo en las palabras y en las miradas frente a frente, mente a mente. Y es que siento que me estoy matando contigo, que a tu lado he gastado ya seis vidas y ahora camino sobre las cornisas con más miedo que antes.

Crees que no pero me he percatado de todo, de que esto no es para siempre, de que me quieres pero no me necesitas. O al revés.

He querido poner el Universo a tus pies y me he dado cuenta de que se queda pequeño, que en el fondo no soy suficiente, que probablemente la culpa es mía porque no te he dado lo que querías, porque no he sabido hacerme imprescindible en tus veinticuatro horas.

Me hago cargo, soy yo el que se tortura, el daño me lo he hecho solo.

Quedas absuelta, te declaro inocente.

Lo único que esperaba era encontrarte en mi cama cuando se apagara la luz, decirte buenas noches antes de caer rendido, brindarte orgasmos después de que sonara el despertador, hacerte rabiar sólo para verte fruncir el ceño y arrugar la nariz, darte el aire que le faltan a tus alas, avivar el fuego que arde débil en tu hoguera.

Quería abrazos en los días silenciosos, y un poco de luz cuando acechara el gris. Libros con olor a viejo en nuestras estanterías y fotografías nuevas por las paredes.

Y ahora soy esa puta bombilla en ámbar que parpadea, sin saber si hay que frenar o acelerar. Sin saber si tengo que seguir besándote, buscar la adrenalina o saltar de una vez por la ventana.

Lo malo de esto es que lo digo como si fueras a decirme que me calme, que todo está bien, y que cierre los ojos porque es hora de dormir.

Pausa.

Creo que necesito un respiro, pero uno de verdad. Frenar en seco, mirarme al espejo, cerrar los ojos y escuchar el silencio. El mismo silencio que escucho cuando me meto en la cama e imagino que tú también estás a punto de cerrar los ojos y caer en un sueño profundo lleno de pesadillas que te dejan exhausta. Correr cada noche saltando obstáculos, abriendo puertas, salvando vidas que no son la tuya, sintiendo a la Parca tan cerca que se te erizan los pelos de la nuca. No sé si os ha pasado eso de tener pesadillas con los ojos abiertos, pero es horrible. Sentir el corazón en la boca, un nudo en el esófago y el estómago revuelto. Y cada vez son más frecuentes, y peores, y no me dejan respirar con la tranquilidad que solía.

Ahora creo que no deberíamos dejar nuestra vida en pausa por nadie, porque luego no sabemos retomar el camino por donde lo habíamos dejado. Yo había logrado centrarme, salir a vivir con la conciencia limpia y la sonrisa puesta, y he vuelto a encontrarme contra un muro que soy incapaz de escalar.

Y ya ni siquiera estoy seguro de querer ver lo que hay al otro lado.

Y todo son dudas, y cometer errores.

Sólo me queda coger aire y dejar que el tiempo siga pasando, que se me lleve por delante, como se llevan las mareas los peces muertos. Y dejar de ver luz por tu ventana cuando ya sólo hay oscuridad.

Necesito que se me ordenen las ideas por sí solas porque yo soy incapaz de hacerlo y ya sólo estoy sufriendo, y se me hace más grande el agujero del pecho por el que metiste la mano para arrancar todas mis entrañas.

El punto de no retorno está aquí, y a partir de ahora todo irá a peor. Porque ya no hay motivos para que las aguas vuelvan a su cauce y no corra la sangre hasta las alcantarillas.

Lo peor es que me diste un sí que fue un no.

Nos quedamos en un casi.

Nos faltó un poco más de aliento.

Y me he quedado sin ganas, sin fuerza, sin risa.

Me ha vuelto a pasar.

Y no te culpo, es todo cosa mía, que construyo con rapidez castillos en el aire.

Pero lo importante es que he aprendido la lección, o eso espero.

Dejaré de buscar siempre las piedras que más brillan.

El club de los corazones idiotas.

Siempre tenemos ganas de pelea, de enredarnos más de lo que es conveniente, de dejar que lleguen los tiempos difíciles y plantar cara aunque parezcamos dos brotes tiernos de hierba, un par de cachorros indefensos.

Nos arriesgamos a mandar cartas sin escribir nuestros nombres para que nadie nos descubra, a ver eclipses entre las nubes, a acelerar por caminos escarpados.

El tiempo ha vuelto a engañarme, se ha hecho eterno de nuevo al marcharte y no soporto este vaivén de mecedora. No aguanto que me salves unos segundos y me castigues el resto del tiempo.

Este edificio de cristal se viene abajo, con todos sus ventanales.

Me dijeron que no tuviera prisa, que con el amor pasa como con las cosas de palacio. Me dijeron que no tuviera miedo, y tengo que ir luchando día a día para intentarlo.

Ya no sé lo que es dormir sin que me duela la cabeza y el pecho.

Ya no sé lo que es deambular por la selva cotidiana sin arrastrar noches de insomnio por tu culpa.

No te has percatado todavía de lo que has hecho conmigo, y no te culpo. Aunque creemos que nos preocupamos por alguien al final siempre nos ponemos los primeros, forma parte de nuestra naturaleza. Es el instinto de supervivencia.

Tendemos a ser inmóviles, a que no nos cambien las cosas de sitio. Intentamos mantener un orden y que no nos molesten demasiado. Lo nuevo nos da pánico, acabar una etapa y empezar otra; dejar atrás familia, amigos, relaciones. Es porque todavía no hemos entendido que la vida es un ciclo que está lleno de cambios, y que debemos adaptarnos como hacen las especies: a la luz, al sol, el frío o el calor. A hablar otros idiomas, a dejar de acariciarnos cada día, a morir de ganas sin tenernos, a correr cien metros y saltar las vallas.

Y yo que en el fondo tampoco lo entiendo sigo intentando coger el aire que nos quieres darme, trato de robar los besos que quieres guardarte; por eso sigo destrozándome los nudillos contra cada pared que me recuerda a ti y contra cada vagón de tren pintado que me hace pensar en mi banal existencia.

Pero no aprendo.

Soy el inútil del perro de Pavlov que siempre acaba salivando al verte.

Seguiría nadando río arriba si fuera a encontrarte, descifraría enigmas del pasado para cogerte la mano, te buscaría en las letras de la Divina Comedia si así lograra volver a engañarte y meterte en mi cama.

Qué jodido el amor y la vida, y qué tonto el corazón, que nunca aprende y no quiere hacerlo.

Qué jodido un nosotros sin futuro.

«Querido amigos, el club de los corazones idiotas abre sus puertas.

Sed bienvenidos.»

[Que sí, que si lo lees. Es por ti.]

Compañía en los peores días.

La soledad es algo universal, como tantos otros sentimientos o pensamientos, o remordimientos.

Todos tenemos en algún momento esa sensación de no tener a nadie a quien recurrir, nadie a quien tender la mano, nadie a quien hablarle antes de dormir, nadie con quien poder llorar sin tener miedo a sus preguntas, nadie a quien mirar sin estar obligado a abrir la boca, nadie a quien susurrarle tus miedos en la penumbra, nadie a quien decirle que te gustan los días de lluvia si hay café esperando sobre la mesa, nadie a quien contarle un cuento que no acabe del todo mal, nadie con quien tener secretos porque no son necesarios.

Todos hemos sentido en alguna ocasión esa sensación de vacío existencial en el pecho, un hueco que no se llena jamás, como si tuviéramos un orificio de bala por el que la sangre siempre corre, hasta que acabamos de ser.

Y quizá sea ese mismo sentimiento el que nos haga, paradójicamente, estar menos solos.

Lo importante es que a pesar de todo seguimos aquí tratando de vivir. Intentando ser felices a nuestra manera, que al final es siempre la mejor porque para algo es la que elegimos.

Si lo pensamos bien, en el fondo no nos va tan mal.

Quizá es que pedimos demasiado, quizá es que hemos vuelto a querer lo imposible. Y ya sabemos lo que acaba pasando con estas cosas. Que se nos rompe el corazón y las lágrimas, que nos quedamos atrapados en cualquier tela de araña tejida por una mujer de sonrisa bonita, que nos acabamos identificando con cualquier poema de mierda.

Si recuerdas por un momento, hemos sido los mejores cabalgando después de las doce, hemos hecho largas las noches más frías, hemos gritado cuando querían que nos quedáramos callados, nos hemos hecho compañía en los peores días.

Después de tanto tiempo, he visto cómo te desnudaban con la mirada y sonreído por dentro al saber que acabarías en mi cama.

He visto cómo me miras y que te da igual que no tenga abdominales.

He visto cómo me abrazas y que sin mí ya no te reconoces.

He visto que lloras, que sufres, que ríes, que gritas, que muerdes, que lates, que te corres, que lees, que nadas a contracorriente, y que te gustan las cosas que no le gustan a nadie.

Supongo que por eso te acabé gustando yo.

Y no te miento si digo que al final lo único que quiero es que me beses durante un rato y me quites esta existencia gris de encima, que me espantes la melancolía aunque vuelva a abrazarme cuando desapareces por la puerta.

No sé para el resto, pero para mí la soledad es sólo cuando no estás.

Los borrachos siempre dicen la verdad.

Los borrachos siempre dicen la verdad, todos lo sabemos, que el alcohol nos da ese punto de desinhibición que a veces necesitamos para que se nos suelte la lengua y comencemos a decir todo lo que pensamos sin temor, como si nos dieran absolutamente igual las consecuencias de lo que hacemos, porque realmente es así.

Necesitamos que la química juegue con nuestro cerebro para ser capaces de hacer y decir lo que no podemos de ningún otro modo. Tan cobardes, tan miedosos, tan hartos de que nunca sea el momento adecuado ni la persona indicada.

Supongo que es por todo eso cuando te has regado con un par de cervezas me dices más veces que me quieres de lo que es habitual, y me besas con ganas, y te olvidas de toda la mierda que nos rodea el resto del tiempo.

Y en parte es bonito y también una basura.

Qué sé yo.

Supongo que es por eso que con el alcohol de por medio dices todo lo que piensas sin miedo, y no sé si es el único momento en el que eres sincera de verdad, en el que dejas que las palabras salgan de tu boca sin controlarlas al milímetro.

A mí es que no me hace falta beberme dos cervezas para decir lo que siento, ni lo que pienso sin reparo, sin tener que avergonzarme por ello, sin tener remordimientos que me asfixien la conciencia cuando me voy a dormir.

Lo tengo todo tan claro que a veces me doy hasta pena, porque debería estar dudando de todo y no es así. Lo tengo tan claro que incluso tiemblo porque sé que no va a ser este mi tiempo de victoria, porque no voy a llegar a cruzar ningún océano y conquistar tierras, porque no voy a poner el pie en la luna contigo.

Lo tengo tan claro que es triste.

Pero estoy tan tranquilo, porque por una vez no he mentido. Porque me he quitado la ropa y la piel estando contigo, porque esta vez quería que no hubiera manchas de por medio, porque he huido de fingir y jugar sucio, porque sé de sobra que la desconfianza es lo que acaba matándolo todo.

Estoy tan tranquilo que hasta sonrío a pesar de todo, porque puedo decir un te quiero mirando a los ojos, porque puedo mirarme las manos y ver los rasguños de ir buscando en tu pecho, porque puedo escuchar los latidos y saber que no hay más; que estás tú.

Estoy tan tranquilo que cuando no te tenga buscaré un lugar donde refugiarme, donde llorar encogido, donde no se funda la nieve, donde esperar hasta que todo esto deje de doler.

Sin ir borracho estoy diciendo la verdad.

Texto escrito para De krakens y sirenas.