Mes: septiembre 2019

Gárgolas.

Respiro pero desde hace tiempo siento que no vivo.

No sé cuándo comenzó esta metamorfosis que me está llevando a ser de piedra, ni hace cuanto empecé a ser un cuerpo que se transformaba.

Poco a poco y sin darme cuenta han ido depositándose sobre piel y órganos los minerales adecuados para que vaya convirtiéndome en una de esas gárgolas que vigilan las ciudades, solitarias, desde las partes más altas de los muros.

En silencio y a ritmo lento he cambiado los papeles de esta obra de teatro que es la vida. He dejado de ser protagonista para ser un lejano espectador, ajeno a todo aquello que me rodea.

Han cambiado los vientos, y las veletas marcan ahora un rumbo que no esperaba.

Las sonrisas se han convertido en muecas que trato de camuflar.

Las risas suenan estridentes, como los ecos de las voces que habitan en los viejos sanatorios, memorias de locos más cuerdos que muchos matasanos.

Han vuelto a levantarse las barricadas cuando creía que habíamos conseguido tirarlo todo abajo, cuando estaba convencido de que habíamos librado las peores batallas.

Y quizá todo ha sido culpa, o cuestión, de que esquivabas palabras, abrazos y besos sin que yo me diera cuenta. Supongo que mientras caminaba a tu lado sólo podía pensar que volvería a salir el sol aunque estuviéramos metidos de lleno en el ojo de la tormenta.

Siento que se me van entumeciendo los miembros, y que la luz se va disipando en el mundo, y que ya no puedo moverme mientras tú te vas.

Al menos quedaré para el recuerdo, siendo un ser grotesco y oscuro, y cuando alguien eleve la vista, allí estaré siendo testigo de otro amor que se acaba antes de tiempo.

Nigromancia.

Yo sólo querría poder hablar contigo, decirte cómo está todo, picarte si gana o pierde tu equipo de fútbol.

Yo sólo querría escucharte otra vez, poder ver cómo me miras y mirarte de vuelta, abrazarte y oler tu colonia antes de volver a casa.

Yo sólo querría saber que eres eterno, que allá donde estés nos miras y sonríes y tratas de gritarnos para que te oigamos.

Haría rituales si supiera que puedo devolverte a tu hogar, si tuviera la certeza de que la muerte no es más que una pausa, un descanso en medio de la nada del que puedo rescatarte.

Me aventuraría con antorchas, caminando entre las almas que vagan por la laguna Estigia, lanzaría a Caronte para dirigir la barca hasta encontrarte. Usaría todas las artes oscuras sobre las que se han escrito para verte de nuevo sentado en tu sillón de siempre, cambiando de canal, quejándote de cualquier cosa, recogiéndome en la estación un día de lluvia porque se me ha olvidado el paraguas en casa.

Septiembre es un mal mes porque siempre nos recuerda que te fuiste antes de tiempo.

Como tantos y tantas.

Septiembre recuerda que nos dejaste más solos, incomprendidos y vacíos.

Recuerda que estamos huérfanos y tristes la mayor parte del tiempo.

Recuerda que las fotografías se difuminan poco a poco.

Recuerda que hay cosas que se van olvidando y duele.

¿Y si un día ya no recuerdo nada de lo que decías?

¿Y si dejo de escuchar tu voz hasta en los sueños?

¿Y si olvido el tiempo que pasamos juntos?

Haría magia negra, pondría el alma en venta sólo por devolverte a casa.

Y lo admito, pararía el reloj, cerraría esa puerta a otros mundos para siempre.

Sácame de aquí.

Cometes el crimen perfecto, me matas en silencio.

Me agarro las costillas cada vez que vuelve el frío y en cuanto sopla un poco el viento me duele la garganta de contener tantas palabras.

Voy a tener los ojos cansados de no poder mirarte en la penumbra de la habitación.

Los atardeceres son más largos y entremezclan ya de una manera especial los tonos cálidos y los fríos, preparándonos sin darnos cuenta para volver a encerrarnos en casa y taparnos los pies por las noches.

Empiezan a caer las hojas, a llorar los niños mientras van a la escuela, a gritar los padres porque vuelven a no aguantarse tras el retorno a la rutina, a ladrar los perros al escuchar cómo abren el portal de madrugada.

Siguen las mismas personas pidiendo en la puerta del supermercado, el mismo peluquero fumando en la puerta de su establecimiento, la misma camarera tratando de sonreír tras la barra mientras pides lo de siempre, el mismo vecino colándose en el ascensor sin esperarte.

Anuncian tormentas y desastres que nadie querrá reparar.

Anuncian sueños y caídas.

Vienen rápido las nubes y se olvida el mar.

Noto el cielo más cerca y los besos más lejos.

Noto los pozos más profundos y tus manos más frías.

Sácame de aquí.