Mes: noviembre 2020

El cielo de noviembre.

La noche está llena de terrores que hay que apagar con el calor de la piel, todavía más cuando comienza a hacer frío tras las ventanas y da pereza moverse desde el salón hasta cualquier otra estancia de la casa.

El cielo de noviembre se despide sin apenas nubes, con el azul claro e intenso de los días despejados en los que bajan las temperaturas y se tiene que pasar realmente mal durmiendo al raso.

Tenemos suerte, o al menos eso creo, porque me cosquillean las entrañas si te pienso, y noto una pequeña llama manteniéndose en el interior, que sobrevive a pesar de que a veces sople el viento de la duda con intensidad.

Yo ya no pretendo controlar el futuro, ni tan solo preocuparme por él, apenas sé qué pasará mañana como para intentar vaticinar qué será de este cuerpo repleto de inseguridades en los tiempos próximos. Sólo controlo de quiénes me rodeo, a quién y a qué dedico mi tiempo.

Sin quebraderos de cabeza.

Permitiéndome disfrutar de ti, de mí, de nosotros y de los demás.

Es que es tan complicado encontrarse, mirarse por dentro, asomarse al abismo interno y no caer en picado.

Es tan difícil aprender a curarse y a quererse.

Es tan importante poder tomar aire con calma, llenar los pulmones de risas e historias.

No sabía que podría volver a saltar por los tejados sin mirar al suelo, pero lo he conseguido.

Ahora sé que da igual lo alta que sea la caída, porque puedo volver a empezar de cualquier forma y en cualquier lugar.

Y seguir resistiendo, como hacen esos viejos árboles que respiran en medio de los susurros del bosque.

¿Dónde estás?

¿Dónde estás?

A veces me lo pregunto.

Y no sé si lo estoy haciendo por ti, o por mí.

Pregunto en voz baja, sin alzar mucho la voz, quizá para que la cuestión pase desapercibida, de puntillas, por mi día y aplazar la respuesta hasta la mañana siguiente, o la semana siguiente, o el mes siguiente. Postergar ciertas dudas es parte de nuestra idiosincrasia, y esquivarlas con mayor o menor fortuna también.

¿Dónde estás?

Y quiero engañarme pensando que no me importa, creyendo que ya no importa.

¿Dónde estás?

Y me veo aquí plantado ante la hoja y la mente en blanco, sin saber muy bien qué responderle a mi cabeza.

¿Dónde estás?

Voy a mentir si digo que no fantaseo con lo que haces y dejas de hacer, si no imagino tu forma de caminar contra el suelo húmedo, si no pienso en cómo te colocas de lado en el colchón y te tapas hasta el ángulo de la mandíbula para ahuyentar a los monstruos de debajo de la cama y los problemas de la calle.

¿Dónde estás?

Y supongo que alguien más te da calor, que las estrellas siguen brillando allá arriba, y que las palabras siguen valiendo tan poco como lo hacían ayer.

Todo está revuelto, como esos ríos después de las lluvias torrenciales, como esas ciudades después de la guerra, como esas vidas después de la muerte.

Todo es complicado, como las matemáticas cuando dejas de estudiarlas, o los saltos cuánticos, o los planos del metro de París.

¿Dónde estás?

Y ahora sé que a veces dan igual las respuestas, o que incluso, algunas pueden esperar.

Y no pasa nada, el reloj seguirá hacia adelante.

¿Dónde estás?

Y no lo sé pero sólo espero que la suerte te acompañe.

Volvemos.

Está el mundo lleno de novedades y extraterrestres, y de personas a las que no les gusta nada. Vivimos rodeados de negacionistas con gorros de papel de aluminio. De gente que rabia y lo llena todo de odio. De expertos en nada que hacen mucho ruido y consiguen confundir al resto. De sabios de barra de bar que no saben apuntar dentro del inodoro cuando van al baño. De quienes tienen la mente tan cerrada que no son capaces ni de abrir las ventanas.

El mundo vuelve.

Volvemos.

Volvemos a dar otra vuelta sobre nosotros mismos, como esas bailarinas de ballet.

Volvemos a las cuevas, a encender antorchas y a gritarnos desde las cavernas.

Volvemos a quedarnos atrapados bajo las mantas cuando empieza el frío.

Volvemos a bebernos el vino que teníamos bien guardado.

Volvemos a leer los mismos libros de siempre.

Volvemos a pensar en aquella persona que nos hizo tanto daño.

Volvemos a tomarnos el café solo por las mañanas.

Volvemos a reprocharnos los errores más sencillos de cometer.

Volvemos a sentirnos viejos, a perder las musas, a creer en los infiernos.

Volvemos a mirar al cielo con una mezcla de miedo y nostalgia.

Volvemos a esperar que llegue la calma y el aburrimiento clásico.

Volvemos a ocupar nuestro rincón.

Volvemos a querer querer.

Volvemos a volver.

Y cuando todo acabe, nos lamentaremos por no haber permitido empezarnos.

Tú y yo.

Antes de que se detenga el tiempo.

En tu dirección.

La noche está intentando llenarlo todo de niebla, que resbalen las calles y empañar los cristales. Aquí dentro estoy a salvo, de todo excepto de mí. Hoy he conseguido tirar otra piedra más sobre mi tejado, cargando mi espalda de peso, sintiendo una esperanza que estoy convencido que se romperá demasiado pronto.

Como pasa siempre.

Me gustaría detener el globo terráqueo por un segundo y poder adentrarme en tus ojos, lanzarme al vacío de tus labios y viajar en el tiempo para ver el futuro.

Para poder averiguar si es de los dos.

O sigo solo.

Como esos llaneros solitarios de los westerns de los sesenta y setenta que sólo saben beber y lamentarse con música de fondo.

Supongo que imagino que la vida contigo sería un continuo estar de vacaciones, que nada costaría más de lo que cuesta quitarse las gafas antes de dormir.

Supongo que podría admitir que no tengo respuestas para tus preguntas sin sentirme tonto, sin morirme de vergüenza.

Supongo que dejaría de pensar que el mundo es tan feo, y que las cadenas que arrastro a diario serían más ligeras si quisieras cogerte de mi mano.

Me encantaría ver que vuelas libre y de vez en cuando miras hacia atrás para saber si te sigo de cerca, y que entonces me sonríes esperando una sonrisa de vuelta.

Veo una pequeña luz que me lleva en tu dirección, que marca tu nombre, que me embruja cuando cruzo por las calles que te gustan.

Pero mis pies siguen detenidos en la misma piedra de siempre.

Aunque, de verdad, soy sincero si digo que sólo quiero que el mundo de una vuelta más y vengas junto a mí.

Te prometo que estaremos a salvo.

De casi todo.

Respiraciones por minuto.

Ha caído la luz otro lánguido domingo por la tarde, y una luna de sangre brilla en el cielo en un día de muertos demasiado raro. Hay más cansancio que ganas en la piel a estas alturas, y pocas respiraciones por minuto.

Me gustaría asomarme a la ventana y gritar tu nombre por si estás escuchando y, de pronto, te apetece venir a acurrucarte junto a mí en el sofá.

Todavía no hace frío en las calles pero siento que tengo estalagmitas de hielo por detrás de las costillas, y que llegan hasta el fondo, que se clavan sin remedio, derramando sangre que sigue, inocente, goteando contra el suelo de cerámica.

Estoy en ese momento en el que no quiero que dejes de hablar, en el que que espero que sigas llenando mis oídos de ideas nuevas, de versiones diferentes de cada una de las historias que he escuchado mil veces en otras bocas.

Estoy en ese momento en el que la única droga que me gustaría probar son tus labios.

Y es un milagro.

Sentirme así después de todo.

Después de un año, o años, de mierda.

Después del dolor y las cenizas.

Y las noches de insomnio y sudor.

Y de cerrar los ojos y que nunca estuviera aquí.

Ahora va todo a otra velocidad, y siento que me estoy abriendo en canal otra vez, dejando que todo salga, flotando en medio de esta incertidumbre que nos abraza hasta asfixiarnos.

Pero la verdad en todo este asunto es que me rodea una calma tan extraña como la que reina durante el toque de queda.

Y miro por la ventana pensando en lo que diría si pasaras por delante.