Mes: noviembre 2019

Los náufragos ciegos.

Las nubes negras están presentes en este extraño cielo para indicar que nada saldrá bien.

Es cuestión de asumirlo.

Eso y que las brújulas siempre se equivocan, y que los relojes de bolsillo nunca marcan bien la hora.

No se puede luchar durante tanto tiempo contra uno mismo, por eso yo he dejado de hacerlo de una vez por todas. Ahora siento que soy como el vagabundo de esos cuentos de Navidad que busca calor junto a una hoguera maltrecha.  Una hoguera maltrecha que no me da el calor que quiero.

No sé cómo hacía antes para mantener la esperanza a punto, para dejarla siempre a flor de piel aunque me quisieras tan poco como haces ahora.

No sé cómo hacía antes para soportar la espera, para resistir sin un gesto de cariño, para defender lo indefendible.

Está claro que el amor nos vuelve ciegos, nos cierra el punto de mira, nos obliga a estar atentos a un único foco de manera constante y casi perpetua, y a olvidarnos del resto del mundo.

Ya siempre será tarde para todo.

La tristeza me llena por completo, ha inundado la casa como hacen los monzones, y ha mojado los libros y las cartas, y todas nuestras fotografías.

Soy un náufrago en mi propio mar.

Estoy solo en esta isla desierta a la que el sol nunca se asoma, y me miro las manos sabiendo que lo intentaron siempre. Acariciarte las lágrimas que rodaban por tus mejillas, llenarte la copa con firmeza, abrazarte sin quitarte el aire, desnudarte con miedo, cuidarte sin romperte, decirte te quiero en silencio.

Lo intenté siempre.

Vigilar tus sueños, pensar en un futuro que tuviera más luz que el pasado, que nadie te hiciera más daño del que ya te habían hecho.

Hacer(nos)lo fácil.

Supongo que fracasé como tantos otros idiotas, tantos otros locos, como lo hizo Ícaro con sus alas de cera, o como Sir John Franklin con el Erebus y el Terror.

Por eso ahora me quedo aquí,  a lo lejos, brindando entre toda esta tormenta que me explota ahora por dentro.

Me quedo aquí, a lo lejos, de donde no debí moverme nunca.

 

Sonríe.

Estoy tratando de respirar pero no dejan de llegar a mi cabeza boleros tristes, el calor del vino tinto y poemas de Ángel González y Cristina Peri Rossi.

El nudo en la garganta en lugar de deshacerse va creciendo cada día, en lugar de aflojar va apretando poco a poco. Parece que esto es como ascender y escalar un ochomil, porque lo que en teoría debería ser cada día más sencillo se me complica por momentos.

Sonríe tú que puedes.

Tú que eres capaz de olvidar y borrar las huellas en la arena.

Tú que dejas caer el atardecer sin tratar de sujetar el cielo.

Tú que tiemblas bajo las sábanas en agosto.

Tú que nunca sabes lo que quieres y te escudas en la primera excusa.

No puedo mirarme al espejo sin que duela, sin bombardearme con tu tacto, con tus ojos; sin boicotear mi pensamiento si estoy mucho rato callado.

Ocupo mi tiempo entre apuntes, cintas de gimnasio, café, series y alcohol.

Trato de distraerme en vano, porque no deja de doler.

Ni tan siquiera quiero ver a nadie.

Y todo baila entre la culpa, el perdón, el daño, la traición, y hasta la vergüenza.

Cómo no voy a castigarme.

Cómo no voy a llorar si me desnudé sin pudor, sin ocultarme, si guardé las máscaras para tratar de hacerlo bien por una vez.

Cómo no voy a pensar que he sido un idiota creyendo que las cosas, en algún momento, podrían salir bien, que se alienarían los astros, coincidirían los caminos y llegaríamos juntos.

Al orgasmo, a la felicidad, a cualquier parte.

Voy a seguir buscando un golpe de suerte, algo de fuerza, y alcohol del más fuerte.

Sonríe, tú que puedes.

Yo ya no sé hacerlo.

Y tampoco quiero, porque ahora recuerdo cuando reías con ganas y entornabas los ojos.

Entonces sabía que contigo no tendría miedo aunque el mundo se acabara.

Y ahora, ahora ya no sé nada.

El quinto elemento.

Otra ronda. A esta invito yo.

Como cada día, como cada noche.

Es tan extraño porque se supone que todas las personas tenemos la capacidad de ser felices sin depender de nadie.

¿Verdad?

Que estamos hechos para poder crecer en cualquier parte, como la mala hierba, sin necesidad de agua ni de abono, sin tan siquiera recibir un poco de cariño.

Podemos sobrevivir en las montañas y en las cuevas.

Podemos sobrevivir hasta a enfermedades e incluso a algunos venenos.

Y el sarcasmo se ríe de mí diciendo que yo no voy a poder sobrevivir sin ti.

Una historia con un pésimo guión, y un protagonista que no va a llevarse ningún premio por su actuación.

El aire cargado pesa a mi alrededor y me obliga a cogerme el pecho y sentarme, mirando un par de cuadros que no dicen nada a estas alturas.

El agua templada me alivia la carga, me mece cantando una nana hasta que abro los ojos y me oprime la luz blanca y directa del baño.

La tierra seca se abre para acunarme entre sus brazos, me llama con fuerza, me vibra en los pies esperando a que baile y tropiece, y me caiga de nuevo.

El fuego se apaga y no quedan cenizas.

El quinto elemento ya está fuera de mi alcance.

No sé cómo se verán las cosas con otro prisma, desde el otro lado. Quizá todavía hay más turbulencias y nubes que aquí, y la ventisca no te deja descansar ni dormir en paz.

Quizá no hay vacío y todo está lleno de tranquilidad e indiferencia.

Quizá la calma reina en los rincones tibios de tu casa.

Quién sabe.

Nunca he conocido completamente la verdad.

Siempre he estado escondido, entre lo que quería y lo que hacía, entre lo que decías y lo que demostrabas, entre la cama y la calle.

Hoy miro al cielo y no veo la luna, será que de verdad he perdido tu rastro.

Horizontes desde la ventana.

Eres todos los corazones rotos de los que hablan las canciones, todas las historias que comienzan pero nunca llegan a pasar.

Eres el limbo.

El purgatorio.

El horizonte que miras desde la ventana del avión pero nunca alcanzas.

No podré ni sabré olvidar.

Permanezco entre dos mundos.

Entre la realidad y la ficción.

Entre tu música y la mía.

En mi cabeza está lloviendo todo el día y las nubes han venido a pasar una larga temporada, y los cortes en lugar de curar se están macerando, consumiéndome desde dentro con recuerdos y palabras, lagunas y fiebre.

Los periódicos y el café de las mañanas siempre hablan de ti.

La memoria es tan curiosa que nos permite guardar caricias, aromas y sensaciones en el mejor de sus rincones y los rescata cuando menos los necesitamos.

Esas imágenes que nos desmontan y se nos atragantan en el pecho.

En lugar de encontrarme me estoy perdiendo cada vez más, porque quizá todo se reduzca a eso, a perderse a uno mismo por completo para volver a mirarse al espejo y saber a quién quieres al lado y a quién no.

Saber quién te da fuerzas y quién te las quita.

Saber quién estaría dispuesto a desangrarse por ti y quién quiere sólo beber de tu sangre.

Saber quién cruzaría la frontera por ti y quién esperaría a que la cruzaras tú.

Y no sólo es saber, es cuestión de sentir.

Y de verdad que lo siento.

Quererte tanto.

Habernos roto para siempre.

Nadie va a pensar en ti mejor que yo.

Qué difícil, ya no el olvido sino mitigar el dolor en sí mismo. Esa punzada candente que comienza en el esternón en medio de la noche despertándome y se extiende hasta llegar a la punta de unos dedos que no pueden olvidarte.

No han conseguido acallarlo ni las cervezas ni los abrazos de las amistades de siempre.

Prometo que me escucho, me estoy escuchando a todas horas, intentando ponerme el primero de esta pirámide, tratando de ser faraón y Rey Sol.

Me contengo, reprimiendo las ganas de hablar, tirando el teléfono lejos cuando pienso en tu nombre, cohibiendo los gestos de cariño espontáneos, controlando la mirada y la voz, serenando el pulso disparado.

Y aunque a ratos siento que se apacigua mi marcapasos interno y que consigo controlar la respiración, la tristeza no se va. Creo que le parezco cómodo y buena compañía, supongo que a ti también te pasaba. La siento acurrucarse dentro, por encima del hígado, hacerse hueco bajo la falda del diafragma para combatir el frío. La imagino como esos cachorros que se acercan a la estufa y a las mantas, y nunca quieren abrir los ojos.

El futuro es un completo vacío, porque cuando se esfuma la esperanza ya no queda nada.

Y seguimos caminando por pura inercia y obligación.

Sin rumbo, sin sentido, igual que el día que el destino nos unió sin saber muy bien por qué y nos deslizamos por nuestras bocas como el agua por las rocas.

Dicen que me voy a curar, la mayoría de ellos sin tener ni idea de lo que son de verdad las heridas.

Pero es que, digan lo que digan, yo sé que nadie va a verte como lo hago yo, ni a cuidarte, ni a entenderte, ni a buscarte.

Nadie va pensar en ti mejor que yo.

[Aunque todo esto lo cante mejor Ed Maverick.]

Barricadas.

Arden las calles, las casas y los contenedores.

Y yo también, me voy consumiendo con el mismo fuego que prende las banderas y los himnos.

Hemos alimentado a la bestia, creyendo que seríamos capaces de domarla y ahora es más fuerte que nosotros.

Y no son suficientes las barricadas.

No va a servirnos de nada abrazarnos a alguien que apenas nos entiende de verdad.

No va a servirnos tirar piedras si nuestro hogar ya no es refugio.

El mundo está tan loco y va tan deprisa que es desolador ver que ya no hay quien me escuche después de las tres de la tarde.

Las largas vísperas de otoño apenas tienen sentido sin ti, y tengo miedo a la llegada demoledora del invierno, cuando las paredes me caigan encima y el frío me habite por completo.

Tengo miedo a este vacío que lo empieza a llenar todo, que se está convirtiendo en una vasta inmensidad aquí dentro, que deja yermo el maldito corazón que me palpita en el pecho.

Que me hace insensible y me convierte en vidrio.

Arden sentimientos y contradicciones que han minado la verdad y los sentidos.

Y yo sigo aquí rendido a los pies de un dios que nunca escucha.

A los pies de una mujer que ya se ha ido.

 

Los eternos.

Miro alrededor y no soy capaz de deshacerme de tus cosas, como si en algún momento fueras a volver para pedir asilo político, como si llegado el momento al entrar de nuevo en la casa y ver las cosas de siempre en sitio distinto fueras a sentir el mismo dolor que siento yo al no poder sostenerte la mirada.

Será la decepción, o la traición, lo que me impide perdonar y olvidar.

Será que todavía espero el gris de diciembre de tu mano.

Será que me he condenado a no curarme nunca de ti.

Yo mismo he decidido permanecer en el dolor y en lo imposible durante todo este tiempo.

Lo digo sin arrepentimiento.

Agradeceré siempre las caricias, los besos, y que estiraras de mi mano siempre que perdía el equilibrio sobre el precipicio.

Agradeceré siempre las ciudades que nos han visto juntos, las dedicatorias, los cuidados invisibles, la preocupación sincera, las verdades compartidas.

Agradeceré siempre las miradas cómplices, los abrazos y las risas de madrugada por encontrarnos bajo las sábanas.

Agradeceré siempre los libros, los paseos, los secretos y hasta el miedo constante a perderte (y a perderme por ello).

Agradeceré haber sido, haber estado, haber parecido.

Agradeceré habernos querido, amado y follado sólo a ratos.

Agradeceré no habernos tenido nunca por completo,

Porque así seremos eternos.

Tierra de nadie.

Me encuentro en tierra de nadie, con el sentimiento oscuro y doloroso de la pérdida, del abandono de cuando alguien se desvanece de tu vida, enterrándolo todo, apagando el fuego, la luz y la respiración.

Me hallo en medio de la nada, batallando contra fantasmas y gigantes que sólo tienen mi rostro y mis manos llenas de arañazos, y gritan tu nombre en cada pesadilla.

Parece que el tiempo se alarga hasta hacerse eterno desde que ya no tengo la duda de tus besos en la comisura de los labios ni la certeza del tacto de tus manos.

Es como si la Tierra, de pronto, girara un poco más despacio y los días aumentaran en número de horas.

Y es nefasto.

Un auténtico desastre.

Porque ahora que la historia ha dejado de tener sentido me gustaría poder avanzar a toda prisa como en las películas que ya has visto, hasta llegar a la parte desconocida, hasta detenerme de nuevo en el vacío del final para bailar bajando las escaleras, dejarme arrastrar por la insensatez de la locura justificada que todo lo permite, vaciarme de tristeza y soledad dentro de una improvisación como si fuera John Coltrane.

El problema de algunas veces es que tienes la certeza de que hay cosas que no cambian, de que hay marcas que se quedan, de que hay caminos de los que no se puede salir.

Y ya no sé si hablo de ti o de mí.

De elegir bien o de elegir mal.

De perder o de ganar.

De reír o de llorar siempre.

El problema de algunas veces es que tienes la certeza de no querer más partidas, de no poder olvidar, de no saber cambiar.

Este es mi sitio, tierra de nadie, donde todo vale y nada cambia, donde nadie viene a despertarme.

Y tú nunca te vas.

Y tú siempre me quieres.

Y yo puedo respirar sin que me queme la verdad.