Arden las calles, las casas y los contenedores.
Y yo también, me voy consumiendo con el mismo fuego que prende las banderas y los himnos.
Hemos alimentado a la bestia, creyendo que seríamos capaces de domarla y ahora es más fuerte que nosotros.
Y no son suficientes las barricadas.
No va a servirnos de nada abrazarnos a alguien que apenas nos entiende de verdad.
No va a servirnos tirar piedras si nuestro hogar ya no es refugio.
El mundo está tan loco y va tan deprisa que es desolador ver que ya no hay quien me escuche después de las tres de la tarde.
Las largas vísperas de otoño apenas tienen sentido sin ti, y tengo miedo a la llegada demoledora del invierno, cuando las paredes me caigan encima y el frío me habite por completo.
Tengo miedo a este vacío que lo empieza a llenar todo, que se está convirtiendo en una vasta inmensidad aquí dentro, que deja yermo el maldito corazón que me palpita en el pecho.
Que me hace insensible y me convierte en vidrio.
Arden sentimientos y contradicciones que han minado la verdad y los sentidos.
Y yo sigo aquí rendido a los pies de un dios que nunca escucha.
A los pies de una mujer que ya se ha ido.