Mes: octubre 2020

Alcohol en las venas.

Creo que puedo sobrellevarlo casi todo, pero también creo que me autoengaño. Tengo que admitir que también soy de los que agachan las orejas y tiran balones fuera cuando algo va mal, y trato de esconderme hasta que pasa un poco el temporal.

Como mecanismo de defensa, supongo.

Aunque al final tengamos siempre que afrontar los problemas y las soluciones.

Y echarle un poco de cara a todas esas conversaciones que tenemos pendientes, con el espejo del retrovisor y con los demás.

Que la vida sería más fácil si me atreviera a preguntarte si también piensas en mí.

Que yo sería menos gris si supiera que algunas noches revoloteo por tus pensamientos.

Que los días serían más tranquilos si tuviera la certeza de que te arrepientes de la despedida.

Que respiraría mejor si no tuviera recuerdos en el esternón que sólo se van cuando hay algo de alcohol en las venas.

Que no tendría este agujero en el estómago si no pensara que eres para mí como esos castillos de arena que están demasiado cerca de la orilla.

Pero quiero obligarme a creer que todo irá bien.

Estoy convencido de que es el destino el que toma decisiones por nosotros cuando no podemos hacerlo, empujándonos, obligándonos a ver la realidad.

Y que por ese motivo, a veces, nos duele todo tanto, porque el mundo nos dispara a traición, sin que podamos esquivar sus balas.

Y por eso, a veces, nos separamos de la gente como si fuéramos placas tectónicas buscando su sitio.

Y por eso quien un día fue casa ahora sólo es pasado.

Pero tú, por favor, no te vayas muy lejos.

Del calor al frío.

Languidecen los días a mayor velocidad de la que lo hace mi ánimo, que ya es decir. En octubre las horas comienzan a esfumarse en apenas un par de pestañeos, de pronto llega la noche barriendo las hojas y las sensaciones y nos encierra en nuestras casas.

Pasamos del calor al frío en unas horas, como nos pasa con según qué personas.

Algunas veces siento que los latidos se amortiguan dentro de este río cada vez más seco que me recorre por dentro, y que me estoy convirtiendo en hueso viejo, quebradizo, que se deshace hasta cuando alguien intenta acariciarlo con cuidado.

Prisionero de mi propia cárcel, condenado de manera perpetua por mi propio tribunal del jurado.

Navegamos tantas veces fuera de nuestro alcance, mirando el Universo, creyendo que podremos llegar a tocar cualquier estrella que brille ante nuestros ojos, con nuestro traje y nuestra nave preparada para el hiperespacio. Pensamos en todo lo imposible cuando no somos capaces ni de lidiar con lo que tenemos más a mano, nosotros mismos, y nos vamos escondiendo por temor a conocernos de verdad.

Y que no nos guste lo que descubrimos.

Soñamos tanto que apenas nos queda tiempo para vivir en una realidad que nos espera lista siempre para darnos golpes bajos y dejarnos tendidos sobre el ring.

Supongo que me gusta imaginar porque puedo verte en medio de la noche caminando hacia a mí.

Supongo que me gusta imaginar porque puedo respirar la brisa del mar mientras te abrazo por la espalda.

Supongo que me gusta imaginar porque siento tu boca de nuevo dándome los buenos días.

Supongo que me gusta imaginar porque estoy menos roto.

Pero después abro los ojos y se me revuelve el estómago, de pensar que nunca vas a estar aquí de nuevo.

La incertidumbre y las dudas.

Qué sería de nosotros si conociéramos el futuro, si supiéramos con certeza cada una de las situaciones a las que nos vamos a enfrentar en el día a día, si tuviéramos en nuestro poder el saber lo que está por venir.

Qué sería de nosotros sin la incertidumbre y las dudas, si estuviera claro todo lo que va a sucedernos desde el momento de nuestro nacimiento hasta el momento en el que perdemos para siempre los latidos y la respiración.

Estamos hechos de manojos de nervios y posibilidades.

Y de misterios por resolver.

Somos indecisión y problemas constantes.

Y mapas llenos de carreteras y caminos que no conocemos.

Un día te miras a los ojos y te tiemblan las piernas porque todo ha cambiado, de una manera que ni te imaginas, y no sabes cómo afrontar los nuevos retos que traerá el invierno con sus viejos vientos.

El sol de octubre traía hoy aroma de café recién hecho y perfume, y luces en las fachadas para recordarnos fechas significativas.

He tenido que comprobar que mis manos ya no temblaban al despertar, y que el pecho ya no dolía antes de cerrar los ojos.

He tenido que comprobar de nuevo que los días me abrazan sin miedo.

Pero la habitación está tan desordenada como mi vida y tan vacía como el futuro incierto que me espera.

Partículas.

No sabría qué decir si te encontrara de nuevo por las mismas calles, con la mirada perdida y el pelo despeinado por las risas de otra gente.

Es tan extraño todo esto.

Tú.

Yo.

El olvido.

Y lo de seguir respirando sin saber cómo sigue la vida, ni de qué va el futuro.

Estamos tan perdidos.

Nos hemos convertido en muertos que vagan por los días sin saber a dónde tienen que llegar, sin saber decidir destino, ni lugar, ni persona.

No podemos creer lo que nos ha pasado.

No podemos entender dónde tenemos metidos los pies, ni cómo hemos llegado hasta aquí.

Tampoco sabría decirte por qué nos elegimos en algún momento, y tampoco por qué decidimos rompernos hasta convertirnos en partículas microscópicas en algún otro.

La Vía Láctea está iluminando algunas noches este camino lleno de espinas y piedras con las que tropezar.

Y no tenemos ni idea de qué hacemos chocándonos los unos contra los otros en este mar tan extraño.

Se me está deshaciendo la vida entre los dedos, escapándose como si fuera la arena de la playa entre las manos de un niño que juega con sus abuelos en la orilla.

Se me está difuminando el tiempo, y los segundos se acumulan sin cesar al otro lado del abismo.

Me está rodeando esta insólita sensación de extrañeza ante lo que tiene que llegar.

Y tú estás ya demasiado lejos.

Y yo demasiado cansado como para que nada me importe de verdad.