Mes: abril 2016

El combate del siglo.

Hay noches de sexo que son como el combate del siglo. Te he tenido en mi cama desnuda de intenciones, sin ropa que sirviera para escudar tanta emoción. Llegaste como esas tempestades capaces de arrancar cadenas y jaulas, como esas llaves que abren puertas que liberan a las bestias. Y siete mares me parecen pocos para surcarlos si me ofreces ese viaje.

He visto siglos de arte en tu piel, me he visto con fuerzas de crear lienzos en tu nombre, y no paso por alto los días en que leíamos novelas, desnudos, con las sábanas tapándonos las vergüenzas. Si es que las hemos tenido alguna vez.

Días de besos que se convierten en piedra, noches de golpes contra la pared, y he sentido calor en la entrepierna en pleno mes de Diciembre. He sufrido meses de pensarte con la piel de gallina, semanas de aguantar la respiración por no poder tocarte. He aprendido a darme cuenta de lo importante que es un buen control de impulsos y el morderse la lengua.

No voy a volver sobre mis pasos, estoy harto de mirar al pasado y tener ganas de arrancarme toda esta mierda a la que llaman corazón, que sólo duele, que sólo sangra, que sólo bombea whisky viejo al hipotálamo.

Y está claro que ahora soy una sombra, un fantasma que vaga sin rumbo. Está claro que sólo soy otro de esos ilusos que, a pesar de todo, mantiene la esperanza. Supongo que es el motivo por el que nunca deja de doler, supongo que por eso sigo susurrando palabras esperando a que me escuches.

A veces, oigo al viento soplando tu llanto, convirtiéndome en polvo, en arena que entierra esta historia, este baile de máscaras, de semáforos en rojo y lluvia en los cristales.

De momento, sigo en el cuadrilátero, con los guantes puestos, peleando a duras penas, aguantando los golpes y ya no resisten mis piernas, y no puedo coger aire para hablarte.

Y qué sé yo, te he tenido en mi cama y ha pasado el tiempo, y sabía desde el principio que no iba a ganar este combate. Así que voy a vivir de recuerdos, hasta que vuelva a besar el suelo.

Hay noches de sexo que son como el combate del siglo. Y yo quiero seguir peleando contigo.

Chernobyl.

Nos hemos convertido en un desastre nuclear, en tragedia griega, por culpa de átomos que nunca debieron entrar en contacto. Y aún seguimos pensando que somos dioses que no sirven de nada en un mundo de ateos. Treinta años después seguimos contaminados, seguimos siendo cada día más tóxicos.

Tú y yo, como el accidente en el reactor 4 de Chernobyl.

Desastres humanos que acaban siendo naturales, errores tecnológicos que acaba pagando nuestro ADN y nuestra memoria.

Hemos construidos imperios en nombre de los dioses, catedrales en nombre de dictadores y ya no podemos respirar.

Y nosotros seguimos chocando como las olas contra la orilla, haciendo energías renovables cada vez que nos encontramos. Hemos aprendido a mover la luna cada noche y a taparla con nubes cuando no queremos escuchar aullar a los lobos. Sabemos ponernos la venda en los ojos cuando algo se nos va de las manos y esquivar los reproches con clase.

No funcionan ya las bombas de refrigeración, y somos una puta central nuclear a punto de estallar. No sé si es tu culpa o la mía, pero no somos capaces ya de controlar todas estos emociones. Y en el fondo hablo sin saber y me siento a tu lado como un ciego tanteando un libro en braille por primera vez.

No hay manual de instrucciones, ni plan de evacuación y estamos jodidos, otra vez más parados en medio de un camino que no lleva a ninguna parte. Al menos, ahí tienes la salida de emergencia por si quieres escapar, yo me quedo. Una vez más.

Se nos ha ido de las manos el experimento y ha comenzado la explosión, y vamos a dejarlo todo perdido de átomos de uranio. La radiación nos va a matar.

Somos un desastre nuclear, tú y yo, como el reactor número 4 de Chernobyl.

Sin control.

PD:  Se estima que el accidente de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin (Chernobyl) ocurrido  el 26 de Abril de 1986 provocó unas 500 veces más residuos tóxicos y radioactivos que los liberados por la bomba atómica de Hiroshima. 

Púdrete en el infierno.

Al abrir la puerta, los libros por el suelo, la ropa sobre el sofá y un par de botes de cerveza abiertos y tirados por encima de la mesa. Una página arrancada y arrugada de una libreta cualquiera en la que escribe sus cosas. El primer vistazo a las estanterías le hace creer que el inquilino tiene cierta obsesión por la literatura, desde los clásicos más universales hasta autores de dudosa calidad mucho más actuales.

La casa huele a tabaco, a cigarros apagados hace poco y a comida rápida. El desorden imperante le hace pensar que él también debe ponerse manos a la obra en su propia casa, pero que ya tendrá tiempo para hacerlo. Distingue el olor de la sangre, como si fuera un sabueso, distinguiría ese aroma férrico a cientos de kilómetros. Vampiro moderno del crimen.

Camina por la casa con cierta cautela, a pesar de todo, es como si se estuviera codeando con un ejército de sombras que se encuentran al acecho y observan cada uno de sus pasos. No tiene miedo, si lo tuviera hace años que habría dejado aquel empleo mal pagado en el que se siempre acababa lleno de mierda hasta las cejas. Se da cuenta de que la ceniza del cigarro que lleva entre los dedos ya ha ido dejando rastro en el pasillo y no le importa, por un momento -piensa- se trata de la historia de Hansel y Gretel y se está asegurando de conocer el camino de vuelta a casa.

El olor a muerte se le clava en la nariz, el olor a muerte de hace días, y se hace cada vez más insoportable. Una nube de moscas negras cubre el pasillo y se tapa el rostro con el brazo. Sabe que va a necesitar más de una ducha para desprenderse de aquel hedor. El cadáver sobre el suelo se encuentra rodeado de un líquido espeso y oscuro que huele a rayos. Las temperaturas altas de los últimos días y la orientación del piso aceleran el proceso, sin duda.

-Garrido, tienes un muerto que lleva aquí más años que tú.-dice tras marcar el número del Comisario.- Voy a llamar al 112.

Según tiene entendido, el tipo era un hijo de puta, por lo que tampoco siente mucha pena por verlo allí en proceso de descomposición. Se acerca a la mesita de noche, donde están las gafas, un teléfono móvil y una cartera de la que asoman unos cuantos billetes de 50€.

-Me cobro las deudas, cabrón.-Al menos una parte.

Se toma las molestias de abrir la ventana de la habitación para que aquel ejército de dípteros salgan en manada al exterior y vuelve sobre sus pasos. Se acerca a una de las estanterías del comedor y sonríe al descubrir El Jugador de Dostoievski en una bonita edición. Coge el ejemplar, lo ojea un par de segundos y sale del piso cerrando la puerta mientras vuelve a coger el teléfono.

Púdrete en el infierno.

La verdad.

Nos complicamos la vida, somos especialistas en convertirlo todo en espirales sin fin que nos llevan a laberintos de los que no podemos escapar. Lo convertimos todo en un mar de dudas a la primera incoherencia, al primer sí con aires dubitativos, a la primera mirada esquiva. Y se nos retuerce el corazón. Débiles seres de carne y alma.

Admito que por breves instantes he vuelto a creer que las cosas podrían ir bien, pero luego recuerdo que no se trata sólo de tu piel contra la mía. Y que cuando algo comienza con el paso cambiado nunca puede acabar bien. Hablamos siempre de finales antes de haber comenzado a caminar. Por eso me cruzaré de brazos y miraré al futuro con la sonrisa triste del que sabe que ha perdido incluso antes de que comience la partida.

Estoy acostumbrado a reinas de corazones que huyen de todas mis barajas.

Estoy acostumbrado a ver cómo lo mejor no llega.

Estoy acostumbrado a mirar siempre desde la distancia y ser incapaz de tocarte con sólo alargar mi mano.

Me conformé siempre, y me conformaré con ser esa rama a la que te aferres cada vez que caigas, ser tu cuerda, ser el suelo en el que hagas pie, el ancla que impida que vayas a la deriva, el analgésico para que no haya nada que te duela.

Me resignaré a ser dinero suelto en los bolsillos, una sonrisa imprevista, un vaso de agua fría cuando tengas sed, la alarma que te salve de llegar tarde.

No sé si encontrarás a alguien más torpe que yo, que cada vez que juega con el amor lo acaba rompiendo sin darse cuenta.

No sé si encontrarás a alguien más torpe que yo, pero te prometo que esta es toda la verdad.

Esperamos.

Nos pasamos la vida esperando.

Esperamos 9 meses para nacer.

Esperamos 18 años para ser mayores de edad.

Esperamos para poder tomar café y decir lo que pensamos.

Esperamos para ir al instituto y enamorarnos.

Esperamos para jugar con fuego.

Esperamos para conducir e ir a la Universidad.

Esperamos por esa persona especial que nunca llega.

Esperamos a que se cumplan nuestros sueños.

Esperamos a beber cerveza y divertirnos cada viernes por la noche.

Esperamos para saber apreciar un buen libro.

Esperamos a alguien que nos impida morir solos.

Esperamos las sonrisas, las miradas y los abrazos por la espalda.

Esperamos una recompensa.

Esperamos un beso de buenos días.

Esperamos que amanezca cada mañana sin que la vida nos trate a patadas.

Esperamos demasiado del mundo en el que vivimos,

pero yo, de verdad,

yo sólo estoy esperándote a ti.

Tinta invisible.

En aquel momento, jóvenes e idiotas, nos daba igual vivir pegados, no tener espacio propio, estar obligados a respirar juntos las veinticuatro horas del día. Compartir la pasta de dientes, robarte un trago del café del desayuno, que me dejaras en la puerta del trabajo después de un beso en los labios. Aún recuerdo con una sonrisa que duele tus enfados matutinos cuando quería quedarme dormido en lugar de levantarme a estudiar.

El tiempo ha pasado y cada vez más me parece que nunca fuimos de verdad, que todo es una invención más de mi cabeza, como todas estas letras. Hubo una época en la que hubiera dejado de morir por ti, en que quise ser eterno para no tener que abandonarte nunca, en que habría preferido arder en llamas a tener que decirte adiós.

Y ahora, ya no sé si reír o llorar. Ahora miro atrás y puedo descubrirme feliz en cada recuerdo del que formas parte, entiendo entonces que la vida ha hecho mella en mí, que deja huella y no tengo fuerza para borrar todas esas marcas que fuiste dejando en mi piel. Llevo por tu culpa un mapa de tatuajes invisibles que narran nuestra triste historia.

Eres tinta que no se borra.

Espero algún día, aunque sea lejano, poder coger aire sin pensar en ti, sin que me duelan los veintiún gramos de alma. Ojalá deje de buscarte en la mirada de otras, y deje de sangrar tan rápido. Acabaré siendo el dragón al que le cortan la cabeza con la espada bien afilada.

Hay días que cierro los ojos y quiero viajar en el tiempo para morir abrazándote sin sentirme culpable, porque es cierto, tenías razón. Con tanta nube gris en mis entrañas nunca fui capaz de quererte como merecías, ni cuando dejaste tu corazón entre mis torpes manos.

Te lo pido por favor, tú no mires hacia atrás, siempre estuviste mejor sin mí. Yo puedo seguir el viaje solo, estoy acostumbrado a cargar con mi equipaje, mi conciencia y esta puta memoria que todo lo guarda y que me arrastra a quemarme entre tus llamas.

Eres tinta invisible, y te llevo siempre conmigo.

Otra noche que acaba en Réquiem.

Al final del día se me amontonan las preguntas, sigue habiendo demasiadas cosas que no me atrevo a decir en voz alta y cuando llega la medianoche tengo que taparme la cara con la almohada y gritar, gritarme a mí mismo por volver a equivocarme.

Al parecer he decidido de manera inconsciente hacerme amigo de cada una de las piedras con las que tropiezo, y convertirme así en un obstáculo para los demás. Ahora soy yo el que está en medio del camino y no deja avanzar al resto. Será porque siempre llego tarde, porque nunca es mi momento, porque tengo demasiadas cicatrices que sangran sin que lo pueda evitar.

Estoy desubicado, y ningún sitio es casa, es refugio, es hogar. Vivo en coordenadas poco precisas, en bosques perdidos que no salen en los mapas. Vivo en el margen de un volcán a punto de entrar en erupción y volveré a ser lava y cenizas cuando no vuelva a verte, cuando el adiós salga de tus labios.

En este punto muerto, en el tiempo de descanso de este partido que no acaba, ni siquiera puedo aferrarme a una mano que me ayude a trepar el muro y salir del pozo. Y las normas son estrictas, no hay sonrisas cuando pasan las tres de la tarde.

Sigo viviendo a oscuras, y no sé cómo escapar de esta cárcel, no tengo ni idea de cómo voy a romper tanto puto barrote, tanta cadena, tanta camisa de fuerza. No tengo ni puta idea de cómo voy a devolver tanto golpe bajo, tantos puñetazos en la boca del estómago, tanto revés que me ha dejado sin dientes.

Sólo tengo ganas de correr y perderme en cualquier bar donde beber hasta quedarme inconsciente, y olvidarme de tu nombre y del mío, y de todos estos latidos. Sólo tengo ganas de convertirme en polvo y que soples, para poder irme lejos.

La de hoy sólo es otra noche que acaba en Réquiem, otra noche en la que el muerto soy yo.

Quiero morir como Jesse James.

Te fuiste otra vez, me dejaste de lado.

La oscuridad como testigo y aliada te llevó de la mano de vuelta a una cama que sí te corresponde. Tengo los pulmones cansados de gritar tu nombre sin que surja efecto, sin que pase nada, y llamarte sólo ha servido desde el principio de los tiempos para que los recuerdos se retuerzan en mi cerebro y se me lleven los demonios.

El alcohol mezclado con lecturas nocturnas me obliga a soñar contigo sin ropa y en silencio. Más de un día me he despertado de madrugada jurando que acababas de abrazarme, que todavía seguías anclada a mí y suplicando en mi oído por un poco de cariño. Todas las imágenes sólo sirven para que me lamente, para que tenga ganas de tirar de la cuerda y saltar al vacío, para ver que volví a equivocarme.

Ya no tengo claro si el error es querer, dejarme querer o seguir creyendo en un amor que no he visto profesarse a nadie en la vida real. Pantomimas de besos y graffitis, regalos para llenar huecos, complacer al otro por costumbre. Adictos a las rutinas que nos evitan pensar, adictos a no hablar de verdad, acabamos siendo robots que se dedican a cumplir órdenes. Marionetas de nuestros seres queridos, familia y amigos. Nos han atado de pies y manos, nos han quitado el cerebro y se han encargado de plantarnos unas gafas para que lo veamos todo del mismo color. Y no puedo más.

Voy a dejar la honradez atrás, voy a romper tus fotos y a vivir en el Lejano Oeste. Quiero convertirme en forajido de este mundo insoportable, atracar bancos y corazones, que mi final llegue con un tiro en la espalda.

Recordadme como lo que nunca fui, un héroe, un luchador, un hombre feliz.

14.04.1931

La tricolor ondea en algunos balcones, atrevida, desafiando lo establecido por una Constitución que se nos queda pequeña y anticuada; y hemos decidido comernos el día, la noche y el resto de nuestra vida. Dejarnos la piel para pintar el futuro de otro color, para que nuestros hijos pisen una tierra que no destile petróleo y sangre de gente que muere al otro lado del Mediterráneo.

Todavía tenemos esperanza, aunque traten de pisotearla, todavía pensamos que luchar debe servir de algo y nos arañamos los puños y rompemos letras contra pancartas y muros huérfanos. Seguimos manteniendo la llama de la memoria, de las tumbas que siguen sin nombre, de las poesías que dejaron de escribirse por culpa de tiros en la sombra.

Gritamos por cada injusticia hasta quedarnos sin voz, queremos calles sin nombres de asesinos ni estatuas a caballo que nos recuerden el olor de la muerte. Vuelve a salir dignidad por las fuentes y el perdón lo tenemos en la punta de los dedos.

Por suerte, Valencia huele otra vez a azahar y hemos alzado el puño. Y las calles se ven menos grises y no es sólo porque estemos en pleno mes de Abril. Ya no queremos cobardes que se escuden en el miedo, ya no queremos águilas que vuelvan a taparnos el sol.

En el recuerdo sólo una fecha.

Salud y República.

No volveré a verte.

La primavera se nota en la calle, la noche pierde terreno y ya he visto a valientes que han colgado los abrigos y no piensan cogerlos hasta que llegue Noviembre. El frío se ha quedado atrás y tengo claro que no volveré a verte. Lo cierto es que la mayoría de las veces un adiós a tiempo ha salvado más vidas que algunos tratados de paz.

A pesar de que el sol ya nos calienta los brazos seguimos con el miedo acurrucado en nuestro pecho, nos puede el pánico a la soledad aunque sea de manera efímera. Seres sociales por naturaleza sólo unos pocos son capaces de aislarse del resto sin sufrir las consecuencias.

Soy capaz de mirar bajo mis pies y ver lo inestable del suelo en el que piso. La mayoría de días vivo en una realidad paralela que me impide darme cuenta de lo que realmente pasa, y arrincono la verdad por temor a que vuelva a hacerme daño.

Últimamente, lo único que me produce paz es el ruido, el movimiento y las tormentas. De pronto es como si me sobraran la calma, la tranquilidad, la serenidad; necesito el estruendo, la detonación de mis propios pensamientos hasta vomitarlos a gritos con la primera canción que me recuerda a ti.

Convertido en un juguete roto que espera en la orilla del mar a que vuelvas, a que envíes un mensaje dentro de una botella. Hazme saber de alguna forma que por un momento fui importante, que de verdad te pasó como a mí, que te habrías atrevido a construir un barco en el que navegar los dos hasta acabar convertidos en hielo y sal.

Miénteme, porque de tus labios la verdad nunca fue capaz de curarme las heridas. Miénteme y dime que volverás algún día, y que podré sonreír de nuevo sin partirme en dos pensando en ti.

Qué cruel el destino que me mantiene tan lejos, que lo único que me permite saber con claridad es que nunca fui tuyo y que, en el fondo, nunca quisiste quererme.