Mes: septiembre 2016

Gracias.

Llevo días pensando en lo desagradecidos que somos con los que aguantan nuestros lunes. Con todas esas personas que soportan nuestros bostezos a primera hora, nuestras quejas en el trabajo, las pocas ganas de hacer nada al llegar a casa, la falta de iniciativa.

Se nos pasan las semanas sin pronunciar un agradecimiento sincero a quien nos ha dado un abrazo, a quien nos ha parado los pies a tiempo, a quien ha alejado nuestros demonios con una conversación sincera.

Y no quiero que eso me pase contigo.

No quiero caer en esa rutina inerte del que ya no se da cuenta de cada detalle, del pequeño gesto, del que acaba asumiendo que hay que hacerlo todo por costumbre o por obligación en esta vida.

No quiero convertirme en esa clase de personas que espera siempre el cien por cien de los demás y que si baja el nivel lo echa en cara. No quiero ser de los que esperan siempre recibir sin dar nada a cambio. No quiero seguir guardándomelo todo mientras me voy muriendo por dentro.

Debería ser muy fácil tragarse el orgullo, mirar a los ojos y decir la verdad.

Tengo que darte las gracias por arroparme las noches de invierno, por mecer entre tus manos este corazón vagabundo, por derretirme el hielo, por acariciarme las canas y besarme allí donde dentro de unos años las arrugas marcarán mi rostro.

Gracias por coserme las alas a la espalda y soplar con fuerza, por apagar mis fuegos y dejar que estalle en cientos de huracanes, por esquivar mis dardos, por tirar mis paredes, por recoger mis cenizas después de la explosión.

Gracias por intentar leer los pentagramas que canto en silencio, por no llamarme bicho raro, por quitarme el temblor de manos, por dejar que me pierda y no venir a buscarme.

Gracias por aparecer en mis sueños, por nadar entre mis letras, por respirarme contra el cuello, por besarme a cau d’orella.

Gracias, sin más.

Intelectivo.

Las luces de octubre se acercan y el sol se esconde cada vez con menos ganas. Será que ya le sucede lo mismo que nos está pasando a nosotros, que se nos van cerrando los ojos mientras se nos rompe el corazón. Y es que siento los latidos, los minutos y cómo se nos escapan las fuerzas mezcladas con dióxido de carbono.

Al final ni tú ni yo tendremos lo que queremos en el momento en el que se suelten nuestras manos (por error), y tengamos que atarnos los zapatos para seguir caminando por sendas distintas, con rumbos diferentes.

Es triste ver que te vas apagando conmigo, que te desinflas como un globo que se escapa de las pequeñas manos de un niño de mirada clara. Es triste pensar que todo estaba en mi cabeza desde el principio, que fui yo quien alimentó a los cuervos y se dedicó a inventar otra historia más sin ningún tipo de cimientos.

Los sueños son tan fáciles, y la vida tan difícil.

Y, por si fuera poco, nos gusta deleitarnos con las complicaciones, rizar el rizo, dar la vuelta a todo y después quejarnos por ello; como si fuéramos Alicia sin saber qué nos encontraríamos al entrar en la madriguera.

Somos nosotros mismos los que nos buscamos los problemas, la mayoría de veces con nocturnidad y alevosía, pero es mejor engañarse y creer en las casualidades.

Y echar la culpa a los demás.

Siempre es mejor buscar justificaciones para aquello que no tiene justificación, excusas, palabras vagas, frases que nunca se acaban porque no se les puede poner fin.

Me va a esperar la eternidad y el whisky, y libros haciéndose viejos conmigo en la biblioteca. Va a ser todo nostalgia, melancolía y puro drama.

Y entiendo que no haya nadie dispuesto a aguantar todo eso.

Entiendo que cansa tanta verborrea, pensamiento tangencial y un ánimo ciclotímico.

Puedo entender muchas cosas, pero lo que no entiendo es por qué no estás aquí conmigo.

Preferiría.

Me despierto y no estás tú.

Es lo normal.

Es la costumbre.

El día que me despierte con alguien a mi lado de forma habitual no sabré qué hacer. Supongo que por eso siempre callo, y no molesto.

Y me voy sin decir nada.

Apenas me percato ya del aroma del café recién hecho por las mañanas mientras observo la taza entre mis manos con ojos de dormido. Apenas me doy cuenta de que el sol se cuela con menos fuerza por la ventana que hace unas semanas. Algo tan básico, y que ahora ya no me hace ni pensar en los cambios de estación.

A estas alturas de la vida me parece tan difícil darse cuenta de que alguien a quien quieres te hace daño, es tan complicado ver que sin querer te va abriendo en canal. Es tan fácil estar ciego y asumir lo malo como lo normal. Quedarse con las migajas, las sobras, el resto, lo que la otra persona se atreve a darte un par de veces al mes. Y aún tienes que sentirte afortunado por tener un poco de miel en los labios.

También duele ver que solamente eres un objeto de la colección, un libro que dejar en la estantería después de leer para no tocarlo nunca más. Te han usado, y ya han tenido suficiente, y ya sólo puedes hacer como que no ha pasado nada.

La verdad es que darse cuenta de todo eso es una auténtica putada.

Preferiría seguir viviendo la mentira idílica donde todo es posible, donde hay un futuro imperfecto, donde puedo sonreír cada día y tú vas a verlo, y nos va a dar igual ser dos pájaros sin nido.

Preferiría seguir en esa falsa felicidad del que se engaña creyendo que nos cogeremos de la mano por el mundo aún sabiendo la verdad.

Preferiría seguir con las ganas de correr hacia a ti y de querer abrazarte en cada eternidad que me tuviera que cruzar.

Preferiría seguir pensando que las noches se nos van a hacer cada vez más cortas y los días van a sabernos a poco hasta cuando estuvieran llenos de rutina.

Preferiría seguir matando monstruos y aullando por ti.

Preferiría seguir sin miedo pensando que sí.

Preferiría seguir como hasta ahora, con la venda en los ojos, con ilusión en las manos, contigo en los labios.

Indiferencia.

Hay días en los que todo te da igual aunque no sea así. Hay días en los que haces de tripas corazón y disimulas de la mejor forma que sabes, pones tu mejor cara y sigues caminando con las manos en los bolsillos y una sonrisa de dolor en el rostro.

La vida se presenta tan gris de cara a un otoño sin ti.

Siento que el tiempo ya se nos acaba y que vamos a quedarnos tan atrás, que cualquier día el saludo se nos va a atravesar en la garganta, que nos giraremos las caras antes de ocultarnos en cualquier esquina.

Y va a ser tan triste todo eso.

Desaparecer de tu vida y que te de igual.

Que desaparezcas de la mía y que nada sea igual.

Es tan complicado.

Cuando se pierde la ilusión no queda nada, se apaga la llama, se funde la bombilla, y sólo somos carne de cañón.

Parece que ha sido una cruel mentira, que después de tantos meses todo se ha puesto realmente en su sitio y resulta que el mío está lejos de ti.

Más de lo que me gustaría.

Al final sólo he resultado ser otro juguete roto con el que probar, al que morder y al que acabar tirando cuando la cosa se complica.

Qué jodida es la puta indiferencia, y cuánto duele sin que se haga nada. O quizá, precisamente por eso.

Has sido para mí como esa trampa mortal en la que quedarme atrapado, una de esas de las que si logras escapar acaba dejando secuelas importantes, de las que no se van con facilidad, de las que quedan para siempre.

Y no hay quien supere eso.

Espero que alguien sepa besar mis cicatrices, que las acaricien con las mismas ganas con las que yo lo he hecho contigo.

No seguiré esperando afuera, cierra la puerta.

Estoy agotado.

Ya no llueve como antes.

Ya no llueve como antes, y lo sé porque no estás tú.

Los días de tormenta dejabas todo lo que estuviera entre tus manos y mirabas por la ventana. Veía en tus ojos el reflejo de las gotas dejándose llevar por la gravedad hasta su terrible destino. Sonreías a pesar de los relámpagos y los truenos. Y la vida durante el tiempo que durara aquel fenómeno de la naturaleza se detenía para nosotros y era perfecto. Te miraba desde el otro lado del comedor con una sonrisa que era incapaz de borrar cuando veía la ilusión y la emoción mezclarse con inocencia en tu rostro.

Es con esos pequeños detalles cuando te das cuenta de que realmente harías lo que fuera por alguien. Y, supongo, que el amor debe reducirse a eso. De ser capaz de cualquier cosa por otra persona, de que no haga falta gritar a los cuatro vientos que quieres a alguien porque se te nota en la forma de hablar, de reír, y de respirar a su lado.

Es con esas pequeñas cosas con las que te a un vuelco el corazón a pesar de los años, y sientes la tranquilidad de tener a alguien con quien compartir la vida.

Un abrazo por la espalda, un beso en el cuello, el silencio en casa, la lluvia de fondo y nuestra respiración.

Y las nubes rompiéndose en pedazos, las calles inundadas y tus bragas por el suelo.

No sé cómo pero siempre acabábamos entrelazando nuestros cuerpos, dejándonos mecer por el vaivén del exterior y contra la intensidad de afuera nos tocábamos más lento. Mi saliva mojando tu pecho, tus manos frías recorriendo mi espalda, y la fricción imparable de dos caderas que se buscan con tiento. Cogiendo aire al mismo compás, los jadeos que enfadaban a los vecinos, el ruido seco de una madera golpeando la pared.

La casa olía después a sexo fácil, a tierra mojada y a felicidad.

Y las risas quedaban atrapadas durante días en nuestras cuatro paredes.

Ni siquiera sé ya cómo huele todo eso.

Se me ha olvidado todo lo bueno desde que no estás en mi día a día, desde que tengo que afrontar las nubes grises y la niebla densa en solitario. Desde mi cueva.

Se me está olvidando vivir.

Ya no llueve como antes, y lo sé porque no estás tú.

Texto escrito para Krakens y Sirenas.

Inconexo.

Siento que siempre estoy mirando desde la otra orilla, en el rincón inerte, sin vida. Que me separa algún muro del resto de personas. Que nadie va a entenderme realmente.

Y los demás estáis ahí buscando la felicidad de cualquier manera.

Y algunos la encuentran.

Y otros viven toda su vida pensando que la han encontrado.

Y es mentira.

Puede que necesite otra mente, empezar de cero, aprender más y mejor a hacer las cosas. Puede que tenga que poner más empeño, cambiar mis ideas. Puede que tenga que dejar de hacer caso al dolor y seguir caminando.

Creo que tengo que pedir más perdón y confiar más en la suerte.

Sigo obligado a mirar solo al cielo cuando arrecia la tormenta pero, al menos, ya no tengo que fingir que soy fuerte porque sabes la verdad. Me rompiste la coraza al primer instante y tuve miedo, de ti, de mí, del futuro.

Me has visto frágil y no has dudado en abrazarme.

Siempre estaré en deuda. Siempre te llevaré conmigo.

Me conformaré con ser el último pensamiento que tengas antes de dormir, una sonrisa en la frase de cualquier canción, una moneda en la funda de un músico callejero, el último sorbo de vino blanco, el anillo escondido entre la ropa interior de un cajón, la última campanada del año.

Me toca jugar a imaginar, jugar a que es normal, jugar a que todo va bien, jugar a que da igual, jugar a que no duele, jugar a que podré soportarlo al acabar.

He perdido el equilibrio por tu culpa y mis ideas ya no tienen conexión. Ya no sé dónde hemos dejado la lógica y las pulsaciones. Ya no hay moral, ni estamos a salvo de todo mal. Ya no hay palabras que no nos recuerden a otras.

Está todo escrito, está todo sentido, está todo pensado, usado y desgastado; como nuestros corazones.

Y sabemos que van a llamarnos locos por besarnos en invierno, pero no queremos tratamiento.

Vals triste.

Son buenos tiempos para cambiar.

Es la época de conseguir aquello que quieres, sin más. De plantar cara, de mirar de frente, de gritar con el viento en contra y decir toda la verdad.

Tiempo de lucha, de intentos y nuevos logros.

Tiempo de paisajes intactos, de bocas abiertas, de corazones desesperados al borde de un precipicio.

Tiempo del ahora.

Deberíamos dejar atrás lo malo, lo tóxico, todo aquello que nos asfixia y no nos deja respirar a diario. Deberíamos ser capaces de reflexionar y ver lo que nos va produciendo pequeñas heridas que luego escuecen pero no se ven.

Sigo pensando que soy un buen hombre, a pesar de los errores, a pesar de todo lo que he destrozado a mi paso como el más hijo de puta de los huracanes. Las palabras mal dichas, las verdades a medias, lo que dije sin pensar, lo que pensé y no pude decir.

Y todavía estoy a tiempo.

No estará todo tan perdido si aún soy capaz de emocionarme con el Kreutzer de Beethoven o Un sospiro de Listz como si fuera el primer día.

No será todo tan malo si aún puedo recordar tus besos con nitidez.

No lo habré hecho tan mal si a pesar del insomnio duermo con la conciencia tranquila.

Aún puedo leer tu rostro, y reconocer tus letras, y ver el amor en otros ojos. Aún puedo sentir cómo laten todas mis cicatrices cuando piensas en mí. Aún tiemblo de miedo porque no te tengo. Aún pienso en lo injusto que fue el tiempo con nosotros.

Lo que no veo claro a estas alturas es eso de merecerme algo.

Lo que no entiendo demasiado bien es si deberían pasarme cosas buenas, si debería sentirme más afortunado, si debería dar las gracias por lo que tengo y lo que hago.

Lo que me genera muchas dudas es no saber si tengo que conformarme o pedir más.

Mucho más.

Me veo viejo y solo de aquí a algún tiempo.

Me veo bailando a oscuras el vals triste de Sibelius mientras afuera llueve y la madera cruje bajo mis pies.

Mar y desierto.

El día a día es una amalgama de sentimientos y hechos que la mayor parte de las veces nos sobrepasan. Somos incapaces de afrontar y asumir la gran mayoría de las cosas que nos suceden. La vida es como una apisonadora que vemos venir de lejos, llega, nos destroza y se va, dejándolo todo arrasado a su paso. Como los que talan el Amazonas, como un incendio intencionado, como un vertedero ilegal.

Somos copas de bourbon seco que se vacían a pequeños tragos, y no podemos avanzar porque siempre nos atenaza el miedo. Nos aferramos tanto a lo conocido, nos hacemos tan pequeños pensando en los demás antes que en nosotros mismos.

Será raro eso de tener sin poseer, de asumir la libertad, de dejar hacer; pero es que nadie ha visto como yo al viento sonrojarse cuando mece tu pelo. Será raro eso de sentirse bien con ver media sonrisa, de descubrirse en el reflejo de unos ojos que saben verte, de besar sin remordimientos; pero es que nadie ha visto como yo tu perfecta silueta recortada a contraluz.

Yo sólo sigo siendo un iluso que quiere que seas imprescindible sin tener que morirse por dentro cuando no estés. Un iluso que quiere que seas día y noche sin sentir que se queda sin aire porque hace tiempo que no se esconde en el hueco de tu cuello. Un iluso que rellena hojas de una libreta mientras te espera.

Todo esto no es más que mar y desierto, y domingos sin café y compañía.

Siento el vacío cada vez que miro al techo abrazando el insomnio en plena madrugada. Y no tengo más pretensión que la de sentir la adrenalina, ver contigo cada cambio de estación, observar los rayos cortando el viento en Noviembre y construir trincheras desde las sábanas.

Tengo tan claros los esquemas, las líneas de nuestras vidas, las palabras que pronunciar, las respuestas correctas, los besos clave.

Lo que no quiero es ver el tiempo convirtiéndose en cenizas delante de nuestros ojos porque no hemos podido controlar toda esta ola de cuervos y destrucción.

Lo que no quiero es retroceder por culpa del dolor.

Lo que no quiero es que se derritan mis alas por volar demasiado cerca del sol.

Lo que no quiero es tener que huir de ti aunque sea lo que me dicta la razón.

Ciudad maldita.

Hay bombas nucleares estallando en la otra mitad del globo terráqueo y gente ahogándose a diario en un mar que siempre ha sido nuestra casa. Hace un calor infernal en las calles, se disparan balas al aire y sigue habiendo gente que camina con corazones iceberg, fríos y que esconden más de lo que dejan ver. La historia borrándose y nosotros con la cabeza llena de monstruos, inventando letras de canciones con tal de seguir perdiendo el tiempo.

Puede que algún día deje de convertirlo todo en una espiral.

Me encantaría que se acabara de una jodida vez eso de naufragar cada medianoche, poder grabar mi nombre en tus costillas, escribir cartas con tinta invisible que sólo pudiera leerte yo.

Creo ya que nadie va a conseguir salvarme de mi propia cabeza, que nadie podrá hacerme entender que mi prisma deforme no refleja la realidad que ve el resto, que nadie logrará convencerme de que para ti no sólo soy otra mentira que ocultar.

Y es que, sigo siendo un simple pasajero de este viaje sideral, y camino por los días como un lienzo manchado que no cree en nada. Sigo teniendo los cajones llenos de recuerdos con los que no quiero encontrarme, sigo teniendo un pánico poco práctico al fracaso, sigo viendo charcos llenos de barro, sigo apostando por causas perdidas.

Será por eso que nunca gano, que parece que soy el único que habita en esta ciudad maldita, donde las hienas ríen cuando hay luna llena y los lobos no podemos salir de la cama sin sangrar a todas horas. Esta ciudad maldita llena de fantasmas de humo y alcohol, de espíritus inmortales, de noches sin fin, de amores que dejan un sabor amargo al final del paladar.

No voy a pedir que seas mi faro y que me guíes entre tanta oscuridad, porque soy incapaz de dejarte tan indefensa, con tanto peso sobre tus espaldas. Soy incapaz de hacerte tanto daño.

Y ahora que suenan los relojes, sigo sin entender por qué se entrelazan todavía nuestros cuerpos.

Quizá alguna noche consiga acostarme sin miedo a perder, a perderme, a perderte.

Besos suicidas.

Hemos roto el silencio y hemos terminado con el duelo de las vidas perdidas y pasadas. Lideramos, sin ningún lugar a dudas, la clasificación de besos suicidas. Así que, supongo, que ahora sólo nos queda despegar y dejar atrás el suelo, dejar de tocar tierra, empezar realmente a disfrutar.

La ciudad continúa con su quema de banderas, sus obreros cabizbajos, sus políticos tratando de limpiarse las manos, y nosotros, inconscientes, atracando corazones a diestro y siniestro. Somos adictos al crimen que escriben nuestras manos al tocarse.

Ahora que nos han robado los mapas y tenemos que caminar a ciegas. Ahora que nadie sabe leer su propio futuro en las cartas. Ahora vamos a romper las fronteras que hacen que seamos ilegales. Vamos a ser tú y yo los que abran nuevas sendas en las que no existan las señales porque no haga falta avisar a nadie. Vamos a crear ficción de cualquier realidad. Vamos a predicar nuevas religiones por donde pasemos cogidos de la mano, y a profanar cualquier lugar.

Yo, que consumo el día a día escondiéndome de los monstruos de la ansiedad y el menosprecio, que dejo que cualquier idiota me haga sentir insignificante con un chasquido de dedos, que se me tuerce la sonrisa a la primera de cambio, que alimento a mis demonios cada noche con nuevas inseguridades. Yo, sólo quiero mirar a otro lado sin que nada me importe tanto como debe importarnos respirar.

Respirar, que significa que estamos vivos, que tenemos el privilegio, que podemos decidir, arroparnos por las noches, beber agua fresca cuando la sed nos atenaza.

Respirar, que significa que aún estamos a salvo de una eternidad en la que permaneceremos muertos. Joder, y nos vamos a lamentar. Por no gritar, por no salir del pozo, por vivir enjaulados. Por no decidir y seguir atrapados en estas paredes asfixiantes. Por atormentar nuestras mentes y exprimir nuestros cuerpos sin necesidad.

Como dice Vetusta Morla, el juego nos ha dejado así.

Pero mírame, dame la mano, ven conmigo, qué más da.