Mes: abril 2015

Jóvenes.

Jóvenes, se supone que en algún momento de nuestras vidas somos realmente jóvenes, pero yo apenas puedo ya recordarlo. Siento que han pasado un par de siglos desde la última vez que sonreí de verdad mientras te miraba a los ojos. Sonaba de fondo una canción de Calamaro y, aunque no me guste demasiado, recuerdo que la tarareaba en mi cabeza un poco a contratiempo, como si estuviera haciendo los coros de una manera cutre y sin sentido. Salías de la ducha desnuda, secándote el pelo con una toalla verde oscuro. Salías buscando un cigarrillo para llevarte a la boca y yo te miraba en silencio, levantando la vista del libro de Valle-Inclán que tenía que leer para la semana siguiente.

Siempre fuimos diferentes, muy diferentes, pero hubo un tiempo en el que aquello realmente no importaba, disfrutábamos, éramos felices o casi, nos divertíamos, teníamos cosas que contarnos. Tú estudiabas ingeniería industrial, yo filología hispánica. Tú de fuego, yo de hielo. Tú de montaña, yo de mar. Tú con esos ojos oscuros como el carbón, yo con un azul parecido al de una piscina en pleno Agosto.

Ayer te vi por la avenida, caminabas con un bonito vestido primaveral y unos zapatos rojos que hacían juego con tu bolso. Juraría que me reconociste a lo lejos y que bajaste la mirada, juraría que recordaste lo que fuimos una vez. Me obligué a sonreír mientras caminaba hasta el piso que compartimos durante unos meses, me obligué a concentrarme en el peso de las bolsas de la compra para dejar de pensar en ti.

Sí, supongo que algún día fuimos jóvenes, pero me hice viejo cuando te perdí.