Mes: marzo 2015

Siberia.

Prólogo.

La muerte nunca pregunta si puede pasar, si a la víctima le parece bien que de pronto sus relojes se detengan y que sus calendarios no vayan a cambiar de fecha nunca más. La muerte no pregunta, pero nunca puedes decirle que no, nunca puedes cerrar la puerta en sus jodidas narices. Es caprichosa, omnipotente y también ridícula muchas veces, pero siempre a pesar de que muchas veces pueda olerse su rastro llegando desde la distancia nos pilla de imprevisto; aunque veamos al anciano frágil tumbado sobre la cama, aunque veamos al enfermo anclado a todos los goteros posibles nunca podemos adivinar el momento exacto en el que alguien dejará de respirar.

Oleg no sabía que aquella mañana no llegaría ni a abrir el bar del que era dueño, el único en la pequeña población esteparia en la que habitaba. Aquel alma atormentada que portaba un cuchillo le seccionó la carótida al primer intento y llenó de sangre los copos helados que cubrían el suelo desde antes de que comenzara el invierno. Con el segundo golpe le pudo atravesar la musculatura del tórax y perforarle el pulmón izquierdo sin demasiado esfuerzo. El tercer cuchillazo le abrió el abdomen de arriba a abajo, exponiendo sus órganos calientes al gélido invierno siberiano, dejando que las gruesas telas de la ropa que le cubría quedaran como trapos inservibles. El cuerpo ya inerte del ruso cayó con fuerza sobre la nieve, mientras se congelaba su último aliento.

A cientos de kilómetros del lugar, el teléfono de la oficina de Maksim Kozlov sonó con fuerza sacándalo de su aletargamiento matutino.

— Tenemos un caso para usted.