El mundo ha vuelto a derrumbarse un domingo por la tarde, escucho el crepitar del fuego de un incendio a kilómetros de distancia, en medio de aquel desastre en el que habitaron un día nuestros besos. Supongo que el dolor se irá algún día pero está tan presente, tan pegado al esternón, tan adicto a mí, que por el momento ha decidido permanecer conmigo, él dice que no se va.
Las tormentas las llevo por dentro y estoy seguro de que asoman a la pupila y amenazan a quien se atreve a mirar más de la cuenta. No preguntes si quieres conocerme, no te atrevas a abrir la puerta del peligro y las verdades, deja la llave echada a todos esos años que pesan y me retienen. Arrastramos lastre, caminamos con cadenas pesadas que no nos dejan subir a la superficie a coger aire y nos consumimos viendo porno y masturbándonos con desgana con tal de matar el tiempo libre y olvidar nuestras ausencias.
Ha vuelto la ansiedad, las ganas de echar a correr y buscar refugio, el mal dormir y el querer emborracharme cada vez que no estás. Ha vuelto la angustia de despertar solo y escuchar el silencio en casa.
Ha vuelto la necesidad de un abrazo, de escuchar tu voz y de poder mirarte a los ojos sin que vayas a desaparecer cuando menos me lo espere.
Que al final sólo queremos unos brazos que nos recojan del suelo, unos labios que nos besen la sien y que nos susurren que todo irá bien, aunque sea mentira. Porque parece que el camino nunca acaba de ser el adecuado, que siempre hay trampas, obstáculos y piedras para equivocarte en cada una de ellas.
Somos demasiado jóvenes para estar tan jodidos.
Somos demasiado jóvenes para estar nostálgicos.
Somos demasiado jóvenes para buscar el amor de nuestra vida.
Somos demasiado jóvenes para pretender que sabemos algo de la vida y querer escribirlo.
Demasiado jóvenes para quemarnos la punta de los dedos cada puta vez que nos rozamos las manos sin que nadie se de cuenta.
Demasiado jóvenes para sentirnos fracasados.