Mes: diciembre 2017

El rey de nada.

Va a empezar el año igual de mal que terminó el anterior.

Va a terminar el año igual de mal que empezó el anterior.

Será que ya no tengo ilusión por nada y todo me sabe igual de mal, como si con cada trago de agua fuera ingiriendo un poco de veneno que me ha robado la fuerza y las ganas, como si no consiguiera apartar de mí los secretos y las tormentas.

Será que ahora tengo claro que es todo mentira.

Ahora las calles escupen mis piezas, me derraman sobre el alquitrán y no puedo ni recomponerme ni levantarme, ni huir de tanto silencio que me consume. Esta vez no voy a salvarme, lo supe desde el primer paso, aunque en realidad nunca me he salvado, sigo acompañando este calvario hacia el monte de los olivos.

La senda acaba en el acantilado, el barco choca contra el iceberg, el frío arrecia, la indiferencia congela y conserva.

Creo que debería despertar ya de una vez, dejar de soñar, impedir que pasen los años en vano, asumir el fin. Todo lo que me atormenta y me duele me lo he autoinflingido.

Esto de pelear contra uno mismo siempre es tan agotador, el no cambiar de argumentos, el no encontrar excusas, el no encontrar verdades, el no encontrar motivos. El hecho de cavar, de buscar y no encontrar nada que me calme y me sacie. Ya sé que el problema es mío, no puedo ni quiero culpar a nadie de mis vicios, miedos, inseguridades, grietas, sentimientos, errores, problemas.

Sólo me queda hacer las cosas a tientas en medio de esta habitación a oscuras en la que me muevo intentando no chocarme contra las paredes, por eso ahora voy a quedarme quieto en medio de todo este sinsentido que me he forjado como modo de vida.

Sólo me queda dejar a un lado mi creencia en el amor inocente, en la sinceridad como herramienta universal.

Sólo me queda borrarme del mapa, ser el rey de nada.

Y ahora no sé si salir a emborracharme hasta caer inconsciente o ponerme el pijama.

Cerezos en flor en una tarde de diciembre.

Se me hace bola la vida, supongo que por eso nunca se va la opresión en el pecho y el dolor de cabeza.

Ni la culpa.

Por todo aquello que hago y que no hago.

Por cada respiración fuera de lugar.

Por cada paso a destiempo.

Por cada botón desabrochado.

Por cada una de las veces que tu ropa ha cubierto el suelo de mi habitación.

Me he dado cuenta últimamente de que mi cerebro es como esos ordenadores que dejamos en modo suspensión por la noche, sin llegar a apagarlos, y que al día siguiente al abrir la tapa continua todo exactamente donde se quedó. Es como si alguien dejara el marcapáginas en mis ideas al cerrar los ojos y al despertar puedo retomarlo todo desde el mismo punto, aunque realmente el procesador interno ha seguido trabajando sin descanso. Entiendo que por eso me levanto igual o más agotado que cuando me acosté, con el encéfalo metido en agua tibia que no me deja pensar con claridad.

Es tan grande la oscuridad y la angustia que no hay remedio ni consuelo. Y lo llevo siempre a cuestas, sobre los hombros, impidiéndome que camine al ritmo que caminan los demás.

Tengo el pecho lleno de tantos demonios que ya no puedo luchar contra ellos, tengo las manos tan frías que todo duele. A veces cierro los ojos, estoy en medio de la nada, sin nadie que me pueda ayudar, sin nadie que vaya a escucharme gritar. Y sólo veo al viento moviendo las ramas mientras siento la intensa amenaza de un monstruo invisible que viene desde lejos a por mí. El miedo es todavía peor cuando te percatas y caes en la cuenta de que ese monstruo al que esperas con temblor en las piernas y mirada vidriosa eres tú mismo.

Sólo puedes ser tú.

Las calles tan vacías de verdades y triunfos, las casas tan llenas de amores más frágiles que el papel de fumar, y tú cada vez más lejos, ausente, olvidada, llena de balas que no me dejas quitarte.

Tú y yo juntos somos tan raros, tan únicos, tan excepcionales como los cerezos en flor en una tarde de diciembre.

Y joder, qué razón tenía Bukoswki porque parece que nunca es mi día, ni mi semana, ni mi mes.

Quizá tampoco sea esta la vida en la que me toca ganar alguna vez.

La patria eslava.

Psicología humana.

A diario.

A todas horas.

Es curiosa esa forma de hacer como que nos preocupamos por los demás mientras estamos socavando su autoestima. Nos preocupamos por su aspecto físico, por sus relaciones, por su modo de vida, por sus decisiones. Opinamos sobre cada uno de los pasos del prójimo, y también (cómo no) sobre cada una de esas veces que decide quedarse inmóvil.

Y, en el fondo, lo único que estamos haciendo es criticar.

Criticamos sin criterio, sin apuntar, disparando al aire sin atender después a si damos o no en el blanco, por si herimos, por si hacemos sangre. Dejamos que las palabras salgan de nuestros labios, a veces sin filtrar, sin reflexionar ni medio segundo, como si no importaran en absoluto, como si no fueran valiosas. Somos capaces de hundir y ensalzar con frases, sin necesidad de nada más. Igual que nuestro entorno nos metió ideas obsesivas sobre el mundo y nosotros mismos cuando éramos pequeños, y por eso estamos todos llenos de complejos y vergüenzas que nos da miedo confesar. Por eso cuando estamos solos nos hacemos pequeños y nos encogemos bajo las sábanas, y cerramos los ojos con fuerza esperando a que vuelva la luz. Por eso cuando nadie nos ve nos quitamos la ropa, los plásticos y las mentiras, y nos quedamos desnudos de verdad, contra nuestro propio espejo, contra nuestra propia alma. Sin escudos, sin esa máscara que nos colocamos todos al enfrentarnos al mundo con tal de intentar sobrevivir.

Quizá el problema es que no sabemos cómo decir las cosas, nos falla la expresión y las formas. Quizá es que venimos del único lugar del mundo donde no hay árboles y por eso no tenemos palabras para nominarlos. Somos hijos del pantano que roban términos de otros idiomas para explicarse.

No me gustaría que me pasara contigo lo de usar las palabras en tu contra, en la nuestra, lo de no ser consciente de que cada una de las cosas que decimos tiene peso e importancia.

No me gustaría creer que somos juntos sin serlo.

No me gustaría no ser capaz de transmitirte lo que quiero.

No me gustaría perderte para siempre.

No me gustaría enfrentarme a mí mismo sin cogerte de la mano.

No me gustaría (ni me perdonaría) hacerte daño sin darme cuenta.

 

Algún día.

¿Qué estamos haciendo?

Ha pasado otro año sin que pase nada y mientras pasa todo.

La decepción dentro de mí sólo hace que crecer y crecer, y el desgaste emocional es tan intenso, tan grande, que he llegado al momento crítico, a ese en el que se abren las compuertas del embalse porque va a desbordarse de un instante a otro por culpa de las lluvias torrenciales de otro frente del norte.

Y me quedo en silencio como mecanismo de protección.

Y me quedo parado para no hacer(nos) más daño.

Ni me gusta la Navidad ni las sonrisas postizas, ni los abrazos que la gente guarda durante el resto del tiempo para desempolvarlos justo ahora que hay que desenvolver regalos y abrir sobres.

Sólo hago que repetir una serie de preguntas en mi cabeza pero ya sé todas las respuestas de antemano, porque tengo ese defecto, el de saber que todo lo malo que pienso sucede, el de saber que todo aquello que va en mi contra acabará pasando, porque la suerte siempre es para los demás antes que para mí.

Estoy tan desubicado, tan fuera de lugar en todas partes, ni siquiera soy capaz de encontrarme estando conmigo mismo. Y ya no sé qué me queda, si sucumbir a este ruido infernal que hay en mi cabeza o acallarlo a golpes. Y ya no sé cómo hacer para salir del Averno, para arrepentirme de todo y buscar la absolución.

Vivimos en este tren de sentimientos lleno de paradas en las que sube y baja gente, lleno de retrasos, de cambios de horario, de descarrilamientos. Vivimos parando en estaciones en las que no queremos detenernos, obligados a seguir unos raíles que no queremos seguir. La libertad suena a otra cruel mentira, como suena el amor, la magia y la bondad de las personas.

Yo que había leído en braïlle tus cicatrices ahora tengo que conformarme con recuerdos, con versos, con canciones que siguen y seguirán hablando de nosotros.

Por ponerte a salvo me he puesto ante el peor de los peligros.

Por ti me he convertido en niebla, bruma y brisa estival; en guerrero, rey y bufón; en tablero, pieza y jugador.

Ojalá algún día sonría de verdad contigo.

Ojalá algún día tú, pero sobre todo también yo.

Mil razones.

Creo que me falta oxígeno, valentía y fuerza para seguir adelante con todo.

Me tiemblan las piernas y las manos la mayor parte del día.

Y la presión del pecho nunca cesa.

Ni las ganas de ti.

No sé si a veces nos arrepentimos más de las cosas que hemos hecho o de todo aquello que dejamos en el tintero, de todo lo que se queda a medias y de lo que nunca sabremos cuál habría sido el resultado final. Si hubiéramos ido a aquel viaje, si hubiéramos dado aquel beso, si hubiéramos sonreído a alguien en un bar, si en lugar de haber callado nos hubiéramos atrevido a decirlo todo a la cara.

Hay tantos caminos y sendas, y carreteras, y al final sólo elegimos una opción, desechamos el resto de ellas y decidimos andar por el motivo que sea en una dirección concreta. Es tan difícil, es tan difícil seguir hacia adelante sabiendo que te estás equivocando, sabiendo que todo podría ser diferente y mejor, sobre todo mejor.

Yo nunca he sabido aceptar el error cuando podría acertar.

Nunca acepto la injusticia cuando todo podría cambiar.

Nunca he podido darme por vencido sabiendo que todavía queda lucha por delante.

Nunca preferiría otros labios a los tuyos.

Nunca.

Y lo digo más convencido que la mayoría de los que se aferran a los mandamientos y al nuevo testamento, de los que juran sobre biblias y se ponen de rodillas, de los que hablan con dioses que no se ven ni se tocan, ni muchas veces se sienten.

Lo digo más convencido que cualquier otro porque yo te tengo a ti y puedo tocarte, mirarte, escuchar tu risa, mecerte en mis brazos. Aunque no siempre, por eso soy ya como esa llama que calentaba mucho y ahora se extingue, esa que se ha convertido en cenizas que son capaces de desaparecer con un golpe de viento. Sólo soy ruina y desastre, humo y residuos, perdición sin sentido.

Y te he arrastrado a esta espiral, al caos.

Todo porque yo estoy preparado para todo contigo, tú no.

No sé cómo hago para que la historia se repita una y otra vez, que me entrego y al final me quedo vacío por completo por haberlo dado todo, convertido en un recipiente que tirar a la papelera.

¿Qué va a ser de nosotros si sonamos a frase de Luis Brea?

[Hay mil razones para ser feliz,

pero a mí me bastaría contigo.]

 

Dos.

No imagino lo que debe ser que se apague el sol para siempre, la oscuridad eterna, la nada más absoluta.

Estamos en la semana del año con menos horas de luz, ahora avanza la noche tan pronto que apenas tengo ganas de seguir respirando a partir de las cinco de la tarde, como si fuera demasiado esfuerzo para mi cuerpo aún joven pero ya cansado. Nunca pierdo la sensación urente de haber vivido más de lo que dicen mis huesos y mis dedos. En el espejo: ojeras, algo parecido a una barba, las gafas sucias, mirada vidriosa y una mueca de mimo triste que me caracteriza. Creo que me he sentido tan gris siempre por dentro que no puedo evitar lo de tener las comisuras de los labios apuntando siempre hacia el suelo, como un mimo que exagera las emociones para que el resto las capte sin necesidad de hablar.

Ya no sé si soy un completo misterio para el resto o tan transparente que se me nota todo en la mirada y al tocarme la piel cuando estoy desnudo, indefenso sobre la cama.

Ya no sé si valgo la pena o sólo soy un hito que se queda atrás conforme avanza el camino.

La cabeza no deja de darme vueltas, del mismo modo que giran los planetas alrededor de su estrella. Y las ideas, joder con las ideas, si Platón supiera lo que tengo en mente a todas horas. Si alguien conociera, si alguien entendiera realmente mis pensamientos obsesivos, el castigo, el menosprecio constante, el miedo que habita en mí. Pero al final prefiero olvidarme un poco de mí mismo, encontrar los motivos para mantenerme firme fuera de esta jaula en la que habito.

Y un día te encontré a ti, teniendo las mismas posibilidades de hacerlo que de encontrar una aguja en un pajar, o de encontrar a la dueña de los zapatos de cristal.

Me gustaría no estar equivocado en todo esto, tener la razón por una vez, estar tranquilo al saber que aposté por nosotros y salió bien, que al final de la partida gané el doble de lo que tiré sobre el tapete verde en la última jugada.

Las cosas importantes en la vida suelen ir de dos en dos como los ojos, los oídos, las manos, los pulmones.

Como nosotros.

Vivir sin ti.

No sabría decir qué olor tienen ahora las tardes de domingo, ni las mañanas. Quizá es una mezcla de sábanas usadas, folios impresos, subrayadores y café.

Y nostalgia, o pura tristeza, tampoco sé distinguirlo demasiado bien.

Los sentimientos se han comenzado a mezclar aquí dentro como si la vida se tratara de una batidora o una trituradora que todo lo destroza, sin más motivo que el de destrozar por destrozar.

A estas alturas del año esperaba cosas muy distintas a las que tengo, esperaba que todo hubiera cambiado a mejor y sólo puedo pensar que con el paso del tiempo la mayoría de aspecto vitales están yendo a menos, apagándose como la luz de una vela con las horas. Esperaba algo de nieve en los tejados, algo de amor en el sofá, algo de verdad en los telediarios, algo de sinceridad en tus palabras.

Creo que leo mejor los ojos que los labios, por eso sé que callas más de lo que debes y realmente quieres callar.

A estas alturas del año que estoy tan lleno de miedos e inseguridades, tan lleno de nervios y ansiedades, tan repleto de tristeza y escasez de voluntad.

A estas alturas y tú tan lejos.

Será que no necesito más que cogerte de la mano mientras gira el mundo como siempre lo ha hecho.

Será que me importa poco lo que pase en la ciudad si tú estás a salvo.

Será la tranquilidad de saber que mientras tú estés bien yo podré estar bien.

Pero no lo estás, y yo tampoco.

Aunque diga lo contrario sonriendo (casi creyéndomelo).

Por eso esto no funciona como debería estar funcionando, por eso estoy encogido sujetándome las rodillas con los brazos mirando a la nada pensando en todo. Y me gusta tan poco el futuro que imagino sin ti, me gustan tan poco los días sin el reflejo de tu pelo entrando por la puerta, me gusta tan poco existir sin tus besos. La verdad es que no me gusta nada habitar en un paisaje en el que no aparezcas a diario.

Vas a dejarme marchar sin oponer resistencia, sin sujetarme por los brazos, si detenerme con un beso que se haga eterno, y parece que no te importa lo más mínimo, como si el final de todo esto dependiera únicamente de mí.

¿Sabes? Pensaba que esto del amor era siempre cosa de dos.

Y no sé qué voy a hacer ahora, porque a mí me pasa como pasa en la canción.

Ya no puedo vivir sin ti.

No hay manera.

La larga espera.

Se han agotado los días y lo anuncian en la radio.

La Navidad ha vuelto a colarse entre la gente, para hacernos creer que somos buenas personas, las luces de colores alumbran las calles y los árboles, y se nos vacían los bolsillos mientras otros se llenan las cajas. Parece que ya hemos vuelto a reducirnos a abrazos de cartón y sonrisas escondidas tras champagne barato.

Podríamos cogernos de la mano y pasear entre la hipocresía, ser felices sin necesidad de que sea un día festivo, reírnos de la vida igual que ella se ríe de todos nosotros, burlarnos de la muerte igual que ella se burla de todos nosotros, dejar de enfadarnos con todo aquello que nos sale mal.

Y no dejo de preguntarme, no dejo de lamentarme, no dejo de machacarme, no dejo de estar solo entre toda la multitud que llena las calles peatonales del centro. No dejo de hacerme pequeño, invisible, no dejo de dejar de existir, no dejo de ser mi propio enemigo.

No sé cómo decírtelo otra vez sin sonar a más de lo mismo, pero te prometo que arriesgarse vale la pena. Si nos hemos hecho felices de lejos, imagina lo que podríamos hacer teniéndonos cerca, rozándonos antes de cerrar los ojos y roncar tranquilos.

Yo pensaba que los besos y la música eran excusa suficiente para conseguirlo todo, que mirarse a los ojos y respirar al mismo tiempo servía para quedarse para siempre.

Voy caminando despacio porque no quiero alejarme demasiado, porque no me atrevo, porque tengo que hacer lo último que quiero hacer. Voy haciéndome arañazos en el pecho y en los brazos, voy sangrando tan poco, tan lento que no consigo nada.

No sé si te acuerdas como yo de la falta de vergüenza en las noches y en los bares.

No sé si tú también recuerdas los abrazos silenciosos por la espalda con la cabeza llena de pensamientos contradictorios y ruido.

No sé si tú eres consciente de lo cerca que estamos de tenerlo todo y de no tener nada al mismo tiempo.

No sé si ves que la balanza sigue estando a nuestro favor y que eso sólo puede significar algo bueno.

Nos esperan las sirenas en la orilla, nos esperan los gorilas en la niebla, nos esperan los amantes del círculo polar, nos espera el club de los poetas muertos.

Nos esperan los regalos, los de verdad, los de acariciarse la mejilla y retirarse las lágrimas de emoción, esos que te tienen con el corazón encogido y sin saber qué palabras de agradecimiento pronunciar después de quitar el envoltorio.

Me esperas tú.

Te espero yo.

Cara B.

Nos dejamos llevar por la corriente sin pensar en lo que queremos nosotros. La corriente nos arrastra sin darnos tiempo a reaccionar, sin darnos tiempo a reflexionar lo suficiente. Siempre hay alguien que nos dice lo que tenemos que hacer, por qué y cómo tenemos que hacerlo, y así nos ahorra el esfuerzo de decidir por nosotros. En lugar de consejos buscamos órdenes de cualquiera para no asumir responsabilidades, para derivar las consecuencias.

A todo el mundo le gusta lo brillante, lo que se encuentra en primer lugar, lo que destaca. El oro, los diamantes, los actores y actrices de las películas multimillonarias de Hollywood, los cantantes que llenan estadios, los libros que anuncian en todas partes.

A mí me gustan cosas más sencillas, la cantante anónima de un pequeño bar de ciudad, los actores que salen en una película de bajo presupuesto pero que me ha hecho replantearme la vida tres veces seguidas, el teatro casi vacío con una obra que no voy a entender por mucho que me esfuerce pero que me deja pegado al asiento, la cerveza de siempre, los besos con amor, el café todavía caliente.

Pero hay algo que me gusta mucho más y eres tú.

No puedo evitarlo.

La vida está llena de claros y oscuros, de caminos y recovecos, de portadas y contraportadas, de humo y cigarros, de bilis y sangre; pero sobretodo de imprevistos.

Ahora voy descalzo caminando sobre los cristales que has ido dejando a tu paso, marcándome un camino que no me lleva a ningún lado, guiándome hacia a ti sin que pueda salir de este círculo solitario de noches rojas y días oscuros, de vasos vacíos y corazones a medio llenar.

Siento que soy como la cara B de un vinilo olvidado en la estantería al que nadie escucha, al que nadie mira, al que nadie toca. El punto muerto del retrovisor.

Me has convertido en una mentira, en un te quiero oculto.

Me has convertido en tu hombre invisible.

Mi rutina preferida.

Mi rutina preferida consistía en besarte todas las mañanas y era el mejor motivo para levantarse y afrontar el día. Una especie de recompensa e impulso al mismo tiempo que ayudaba a que lo viera todo de forma distinta, a que a pesar de las nubes grises que siempre me rodean el mundo pareciera un lugar que merece la pena. Y fue así durante un tiempo, hasta que todo se derrumbó, hasta que cayó la primera ficha de dominó que hizo que todas las demás le siguieran y volví a sentir que no era nadie, que no soy nadie para ti.

Vuelta al vacío, a la caída libre, a la moneda que se queda en el fondo de la fuente siendo un deseo que nunca se cumple.

A mí me parece una auténtica broma, con las guerras que hemos ganado, con la de luchas que hemos tenido entre las sábanas y fuera de ellas, con la de muros que hemos saltado sin darnos apenas cuenta, sólo con las manos, sólo con verdad. Verdad, lo único que pido, lo único que puede hacer que lo que hay entre dos personas sea realmente indestructible. Porque si tenemos que ocultarnos, si tenemos que mentirle a quien se supone que más queremos, qué sentido tiene cerrar la puerta y quedarte a solas con esa persona, y compartir tu intimidad y tus miedos, ilusiones, alegrías y esperanzas.

Nuestro momento se ha quedado suspendido en el aire, a medio camino entre el todo y la nada, sostenido por cuerdas invisibles que necesitan poco para romperse.

Yo no he acabado de adaptarme a este nuevo tablero de juego, a las nuevas normas, a esta manera de tener que callar y pasarlo todo por alto, fingir absoluta indiferencia cuando hay rabia y dolor, y cenizas donde debería haber vísceras y huesos.

Echo de menos aquello de no tener que preocuparme porque eras real, porque existías en mi día a día, porque no eras una mera fantasía a la que aferrarme en la penumbra de mis sueños.

Echo de menos asegurarme tu sonrisa, rescatar tu corazón, anestesiarte por dentro, como dice Miss Caffeina.

Mi rutina preferida sigues siendo tú.