¿Ves cómo cae el sol?
Esa manera lenta y cansada de irse por las tardes indica que septiembre está a las puertas. Es un mes que tiene su forma característica de presentarse ante nosotros, con un poco de aire fresco, temperaturas agradables y tardes que empiezan a ser cada vez más grises y cortas.
Y más tristes.
Aunque todavía quedan esos retazos dorados en el aire, y esa mezcla de rojos, azules y naranjas en el atardecer.
Después de un verano extraño vendrá un otoño más extraño, con las hojas de los árboles cayendo antes de tiempo y dejándonos desnudos. Expuestos.
Estoy exhausto.
Como todos.
Aunque al final siempre podemos luchar un poco más, dar una zancada, cogernos a la cuerda y seguir subiendo.
Vivimos al límite día tras día. Al límite de nuestra paciencia, de nuestras fuerzas, de nuestra tristeza, de nuestra soledad, de nuestra cordura.
Y resistimos.
Seguimos siendo esa raíz que acaba rompiendo la roca y se abre paso, como la vida en el desierto.
Septiembre es como año nuevo.
Empiezan algunos ciclos vitales, acaban los amores de verano, se vuelve al trabajo.
Y yo ya me he perdonado los errores del pasado.
Y respiro de nuevo sin el peso del mundo sobre los hombros, sin sentir la culpa quemando, sin temblores en las manos.
Lo que no se ve no existe.
Y todo se difumina, y se desvanece.
Y ahora sonrío tranquilo, mientras el sol lánguido desaparece tras los tejados.