Mes: enero 2017

Besar otros labios.

Somos hijos del destino.

Porque si no, yo no entiendo cómo estamos los dos aquí de pie sujetándonos todavía la vida con las manos.

Asumamos que el azar lo ha elegido así, que en medio de este caos sin control, de toda esta nube tóxica, nos hemos encontrado en el momento menos esperado, de la forma menos esperada. Con la misma suavidad con la que se deslizan unos patines por el hielo, o resbala una lágrima por cualquier mejilla. Con la misma facilidad con la que los buenos ganan en las películas o se roba un caramelo a un niño.

Las sombras están de nuestro lado y esa forma de actuar sacada de los libros de espías británicos, con el gris de campaña de fondo, con los encuentros furtivos, con el pintalabios manchando el cuello de la camisa.

Hemos conseguido aguantar después de un desastre tras otro, tras sufrir una lluvia de relámpagos rompiendo el cielo, tras mojarnos los pies y todas las vértebras pisando charcos sin querer.

Y supongo que todo eso debe significar algo, aunque no queramos darnos cuenta.

Si después de todo no tiramos la toalla.

Y resistimos en el ring.

Y aguantamos los golpes.

Y nos negamos a perder sin oponer resistencia.

A estas alturas no dejamos que nadie nos diga cómo hacer el equipaje, ni que nos paren los pies. Es hora de subir a la cima y de cavar el túnel, de romper el hielo y hacer fuego, de ser alma y carne, de perdernos y volver a encontrarnos, de mirar atrás y sonreír porque a partir de ahora todo será mejor.

Yo ya sé que soy su pasatiempo favorito, quizá por eso duele tanto.

Aún así me repito sin parar que ella no puede darme más, y prometo en voz baja que me gustaría olvidarla.

Pero es que besar otros labios no va a ser la solución.

Piénsalo bien.

Exilio.

Me han dicho que la vida pone a cada uno en su lugar, el problema es que nunca sabemos cuándo lo hará y aquí estamos esperando, haciendo autostop sin ninguna suerte en la carretera perdida de la vida.

Nos empeñamos en muchas ocasiones en algo que debemos dejar atrás por nuestro bien, pero somos incapaces de verlo hasta que no hemos tomado cierta distancia. Hasta que los kilómetros de por medio y el no vernos hacen mella, y nos van convirtiendo en borrones en medio de la niebla. Recuerdos felices o no, que nos transportan al pasado. Recuerdos de los que nos lamentamos o de esos que echas de menos sin poder evitarlo.

Vamos en busca de algo que nunca podemos conseguir, quizá es por eso que siempre acabamos avanzando aunque parezca que no. Pero arrastramos cada vez más miedo, dolor y sangre nuestra y de algún otro, y es por eso que el viaje se hace tan largo y tedioso.

Parece que no hay manera de que lleguemos a buen puerto, de que las cosas vayan bien alguna vez para los dos.

Y yo tengo ganas de partirme las costillas si te imagino ausente para siempre, si voy a seguir viviendo sin tenerte, si no vas a estar para ver conmigo cómo florecen rosas en abril, si no voy a poder probar de nuevo tus labios.

Espero que llegue a tiempo el viento de levante, que esta vez juegue bien el azar, que nos de igual lo que nos vayan a juzgar, que sigamos tejiendo un futuro en el que no exista este presente incierto, que cada día sea empezar de nuevo, que alcemos el puño por nosotros y no nos encadenemos por los demás, que no nos quememos usando el fuego, que en el horizonte ondeen nuestros besos.

Quiero que los abrazos nos salven de todo mal, que seamos juntos libertad y no nuestra peor prisión, que sustituyamos los reproches por caricias, que nuestras cicatrices sean de esas que no duelen, que paseemos de la mano con los ojos cerrados, que hagamos luz donde antes sólo había oscuridad.

Que no dejemos de caminar, porque ya sabemos que es la única forma de hacer camino.

Eres la sonrisa en medio de la desesperación, y soy consciente de que mi mundo te queda pequeño, ajeno, extraño; tengo claro que no entiendes nada -yo tampoco- pero es que sin ti.

Sin ti la eternidad va a ser para mí un exilio cruel.

Y eso no soy capaz de soportarlo.

Corazones descalzos.

Las tormentas recientes nos han pillado desprevenidos, ni las nubes tornándose negras nos hacen darnos cuenta muchas veces de lo que sucede a nuestro alrededor. Y ha vuelto a llover con fuerza, y he querido ir tras de ti para mojarme contigo.

He vuelto a quedarme atrás viendo cómo te alejas unos pasos para que vuelva a apretarse el nudo en la garganta, para que vuelva a desaparecer esa falsa sensación de seguridad con la que siento me abrazas algunas veces. Pero esa seguridad ni siquiera existe, ni para ti, ni para mí, ni para el resto de mortales, porque lo único que tenemos asegurado es que estamos vivos ahora, que ahora mismo respiramos pero quizá mañana no.

Y estamos desperdiciando minutos, valiosos segundos, de nuestras vidas enfadados con el resto, solucionando problemas que no tienen solución, luchando por lo que no hay que luchar, permitiendo lo que no debemos permitir, dejando pasar lo que no debemos dejar pasar. Cuadrando el círculo. Desmontándonos a diario cuando podríamos buscar a alguien que no dejara que fuéramos perdiendo las piezas, o que fuera capaz de recogerlas y colocarlas en su sitio al llegar a la cama. Sin hacer ruido, y dejándonos un beso suave en la nuca.

Alguien que nos diga que no hay que temer las tormentas porque juntos somos casa.

Qué putada que nos sepamos únicos pero que nos comportemos como si no lo fuéramos. Qué putada que nos queramos pero que no nos tengamos siempre que queremos.

El amor es más sencillo de lo que creemos, porque al final lo único real es lo que hay cuando dos personas se encuentran y dan igual los cuerpos desnudos, las palabras que se callan y se gritan. Lo importante es mirarse en los ojos del otro y ver tu reflejo, fiel espejo, y entender que estás sonriendo sin darte cuenta porque le tienes delante. Y que no hay agendas, ni hojas de calendarios que nos tengan que marcar los tiempos pero que a la vez tenemos que romperlos todos.

Si al final lo que importa de verdad es que en la oscuridad, en medio de esa espiral caótica de cuerpos empapados en sudor, nos tocamos con los corazones descalzos.

No te asustes.

No dejamos de temblar.

El mundo es cada vez un lugar peor y nosotros también, pero algunos tratamos de seguir arañando toda esa superficie llena de barro para encontrar lo que realmente vale la pena. No nos conformamos con respirar y caminar sin saber a dónde vamos, siguiendo al rebaño. Nos gusta saber el por qué de lo que pasa a nuestro alrededor, entender, comprender, aprehender.

Salir de la cueva y que las ideas y los sueños por cumplir sean nuestras mejores armas. Ver la luz y que sepamos el camino a recorrer aunque nos obliguen a cerrar los ojos. Los planetas se alinean de vez en cuando para ti y para mí, y nos sentimos afortunados por unos minutos de gloria en los que rozarnos las mejillas y mirarnos a los ojos.

Nos gusta pasar las páginas de los libros de papel porque somos nostálgicos y aún creemos que leer es un placer para los sentidos, todos. Igual que sigue siéndolo tenerte a mi lado.

Nos gusta salir los domingos, cuando todavía nadie ha tomado las calles y dejar nuestra huella en la hierba del parque.

Nos gusta reír sin hacer daño y bailar sin saber qué estamos haciendo.

Nos gusta mirar la luna hasta que sale el sol.

Y cogernos de la mano sin mirarnos.

Por si acaso.

Soy de los que sigue prefiriendo dormir contigo a acostarse con muchas, y de los que cree que aún hay cierta salvación en eso de amar a alguien. Sigo disfrutando de enterrar mis manos en la arena de la playa mientras te sientas encima, de que cantes frases sueltas de alguna canción, de que cada adiós contigo sólo signifique que existirá una nueva bienvenida.

Y sigo teniendo miedo.

A estar solo y también a estar acompañado.

A no poder conciliar el sueño y a dormir demasiado.

A olvidarte antes de tiempo y a ser incapaz de recordarte.

A morderte y a que empieces a sangrar.

A que me hagas daño y a que no vuelvas a hacerlo.

Prefiero que vayamos lento, pero seguro.

Y aunque yo siga tiritando, escúchame, mírame como lo haces cuando apagamos la luz.

No te asustes, yo te espero.

Entre las sábanas.

Hay noches y días en los que no piensas, o no puedes pensar. Y es que tienes la cabeza en otra parte, con la imaginación perdida, con los recuerdos erizándote la piel, con tu subconsciente haciendo ritmo y juegos con las palabras. Insomnio en toda regla, temores volviendo a aparecer en las paredes y el olor a alcohol y tabaco. Se mezcla todo en esos momentos que has podido capturar como si fueran fotografías para intentar guardarlos: el hambre, las ganas, la sed, el frío, el miedo, el sueño y su piel.

Nos convertimos juntos en dos borrones en la penumbra, gemidos en medio de la noche, mordiscos que arrancan mentiras para dejarlas flotando en el aire, besos de esos que dejan marcas que no se borran jamás, un orgasmo de los que hacen que pierdas la vergüenza de una vez. Siendo republicanos nos transformamos en reina y rey de un tablero de ajedrez, esperando que la partida acabe en tablas. Somos ese abrazo que te borra las lágrimas de golpe cuando sólo quieres derrumbarte. La brújula que apunta siempre al norte para no perdernos en medio de tanto mapa incomprensible. La copa de vino que atenúa las penas. El faro en la costa que impide que te des de lleno contra las rocas. El aliento que hace falta cuando no te quedan fuerzas.

Entre las sábanas, los dos, somos un par de superhéroes sin ropa interior que sólo quieren librarse del mal a su manera. Y es que por un momento, mientras nos enredamos las lenguas y nos empapamos con saliva, somos el eje del mundo y lo hacemos girar como giran nuestros cuerpos sobre un colchón que ya huele a ti. Somos el núcleo, la caja fuerte, el pecado y el perdón, la primera página de una novela, la mejor frase de tu canción favorita. Un par de almas revolucionarias que suben la temperatura en una habitación.

Afortunados de tenernos y ser libres, y de no tenernos y ser esclavos al mismo tiempo.

Después de escuchar los truenos y ver los relámpagos, de que el cielo negro fuera un aviso para los dos. Después de escuchar la lluvia y el viento golpeando con fuerza contra la ventana mientras hacíamos crujir la cama y algún que otro hueso, cerramos los ojos por un momento, todavía entrelazando nuestras manos. Respiramos al mismo tiempo durante un par de segundos, nos acariciamos aún con las manos temblorosas y guardamos risas suaves en la garganta. Algo parecido a la felicidad.

Y siempre me dan ganas de mirarte a oscuras, intuyendo tus ojos y susurrar:

¿Qué hace una chica como tú rompiendo un corazón como este?

Ausencias.

El ser humano está hecho para resistir, para sobrevivir a pesar de todo. A pesar del aire tóxico, de la pobreza, de la crueldad, de la injusticia, de la pena y del dolor.

Admito que desde que se fue me acuerdo de él cada día, pero hoy he tenido uno de esos momentos en los que te flaquean las fuerzas. He tragado saliva y aguantado las lágrimas mientras esperaba a que un semáforo se pusiera en verde. He tenido que cerrar un momento los ojos. Y entonces he recordado su voz y lo que eran sus llamadas por teléfono de dos minutos para saber sólo que estaba bien, he recordado lo que era llegar a la estación y que siempre estuviera dispuesto a recogerme, he recordado lo que era darle un beso en la mejilla cuando se afeitaba los viernes por la tarde después de llegar de trabajar de toda la semana, he recordado cómo me ponía sobre sus piernas para que llegara a alcanzar el volante de su camión, he recordado las tardes viendo partidos de fútbol y que siempre discutíamos de política. He recordado que le hacía rabiar y que sabía más de matemáticas que yo, que le gustaba que le pusiera un poco de coñac en el café, que añoraba su tierra, que sobrevivió a la posguerra gracias al estraperlo, que lo dejó todo atrás por un amor que cuidó hasta su último día.

Y aún tengo un nudo en la garganta que no me va a dejar dormir.

Supongo que soy un poco idiota, pero quiero imaginar que cuando les pensamos, que cuando derramamos alguna lágrima por ellos deben notarlo allá donde estén aunque sólo seamos polvo de estrellas en medio de esta eternidad.

Me enseñó a apretar los puños, a perseguir los sueños.

Algunas ausencias no se superan jamás, simplemente aprendemos a seguir adelante con un agujero en el pecho, y un poco menos de alma.

[A todos esos abuelos que llevamos en la sangre.]

No somos tan distintos.

Cuando me preguntan cómo me veo dentro de veinte años tengo que pararme un momento antes de responder, pero tengo clara la respuesta de antemano. Me veo con más barba y muchas más canas que ahora pero igual de solitario (o gilipollas). Pasando las noches en vela, con más dioptrías, bebiendo algo menos de café, sin poder mirarme al espejo, recordándote como aquella droga que fuiste.

Hay cosas en este humilde universo que habitamos que no tienen solución y yo soy una de ellas.

A día de hoy sigo con la máscara puesta y escondido con demasiado miedo porque, otra vez, todo ha salido mal. Porque, de nuevo, lo he intentado con quien no debía.

Sólo veo nubes pixeladas en mi mente e ideas borrosas en el subconsciente, y así es imposible avanzar. Estoy con el ancla echada y no hay manera de moverme de aquí, y veo que todo el mundo empieza a zarpar y yo voy a quedarme en tierra. Observo cómo algunos valientes se lanzan a cumplir sus sueños, a pelear por la vida que realmente quieren, a dejarse la piel por todo aquello que desean.

Y yo sigo llorando por ti.

Salvar a alguien que no quiere salvarse es inútil, y yo ya te he hecho el boca a boca un par de veces sin que realmente quieras seguir respirando. Y me he quedado sin toallas que tirar por esperar, sin tener que hacerlo, a la siguiente ocasión. Te he dado tantas veces mi mano esperando a que te agarres con fuerza para salir corriendo juntos a cualquier parte, o a ninguna.

Eso de estar estático empieza a ser un mal vicio, y se me están atrofiando los músculos y oxidando las articulaciones de usarlas poco. Se me está parando el corazón por intentar de manera constante dejarlo dormido para no escucharlo, para que no empiece a doler de nuevo, para poder seguir mirándote de los ojos.

Quedan los restos de un desastre que ya ha pasado y nos hundió a los dos aunque no nos hayamos dado cuenta. Ahora hay ruinas, los escombros, y todo por reconstruir.

Yo creo que no nos queda tiempo, y que alargar la agonía sólo conduce a una mala muerte.

Y ya no sé si puedo, ya no sé si quiero, ya no sé si debo dejarme de lado por ti, anteponerte siempre a mis intereses.

Fíjate bien, en el fondo no somos tan distintos.

Lo que marca la diferencia.

Ya ha llegado el momento, ese en el que las voces se alzan pidiéndome que tire la toalla, que deje de nadar a contracorriente, que no lo intente más, que no intente seguir luchando por aquello que nunca voy a conseguir.

Pero, ¿cómo voy a conseguirlo si dejo de pelear?

Probablemente dará igual lo mucho que lo pretenda, porque no llegaremos a ser nunca. Y es triste saberlo, tener la certeza, tenerlo tan claro todo, y aún así decidir cerrar los ojos y caminar sobre la senda más peligrosa, por la que te guía el corazón.

Lo importante en estos días es tener tranquila la conciencia, saber que has dicho todo lo que tenías que decir, saber que has abierto las puertas y los brazos, que has estado dispuesto a cruzar precipicios sin que te tiemblen las manos. Que seguirías hacia adelante aunque estuvieras en medio de la batalla del Abismo de Helm, aunque tuvieras que encontrar los planos de la Estrella de la Muerte, aunque un ejército de daleks fuera hacia a ti, aunque los dementores te llenaran de frío y dolor.

Que atravesarías mares, cuevas y laberintos si eso te hiciera llegar hasta ella.

Estaba todo de nuestra parte y le dimos la vuelta. Nos caímos de rodillas al primer obstáculo, y el amor no funciona así. Si todo es difícil tenemos que hacerlo fácil nosotros, porque para complicarnos la vida ya tenemos otras cosas que no valen tanto la pena.

Si al final todos queremos lo mismo, poder sonreír, medio gramo de felicidad diario, dormir sin que nos pese todo lo que no hemos hecho, mirarnos al espejo sin que nos entren ganas de escupirnos porque no nos perdonamos ciertas cosas.

Si al final del día sólo queremos un abrazo donde caernos muertos, un beso de buenas noches, un libro esperando a ser leído en la mesita de noche.

Si al final de la vida sólo queremos mirar atrás y que no nos pesen todas las decisiones que no tomamos, la gente que dejamos de lado, los errores que no supimos perdonar, las piedras con las que no tropezamos.

Quería llegar contigo a donde nadie ha llegado, pero me lo pones muy difícil.

No es que pueda prometerte nada, pero te lo prometo todo.

No es que tenga nada, pero te lo daría todo.

Y supongo que eso es lo que marca la diferencia.

Ola de frío.

Temperaturas bajo cero en la calle, los termómetros rozando el mínimo, y yo abrazado a ti espantando el frío.

Que da igual si esto parece Siberia y se congelan las tuberías y los corazones, porque nada me hiela lo suficiente si estoy contigo.

Sé de sobra que el peor frío es el que se queda en el pecho, el que te mata por dentro, ese que no se va por muchas mantas que te eches por encima, por mucha calefacción que pongas a veinte grados, por mucho vino que te caliente las entrañas. El frío que se aferra a tus huesos y se queda para recordarte el invierno cuando llega la primavera. El frío que se mete en tus pulmones y consigue detener todos y cada uno de los sentimientos. El que nos deja muertos y para el que no hay ningún remedio.

Ese, el que nos convierte en estatuas de mármol que no saben sentir, ni reír, ni abrazar lo suficiente como para cambiar el mundo.

Y eso sí que no nos lo podemos permitir.

Ni tirar la toalla, ni cruzarnos de brazos, ni encogernos de hombros, ni dejar que caigan las lágrimas y que se conviertan en copos de nieve sin más. Porque si lo hacemos, si dejamos que eso pase, la vida será un poco peor y este planeta será cada vez más gélido por mucho que se hable del cambio climático.

Si nos conformamos llegarán los días malos antes de lo que esperamos.

A mí no me importa demasiado si la nieve llena las aceras y los tejados, si nos quedamos incomunicados, si es de lo único de lo que hablan todos los telediarios, si tenemos que estar encerrados, mientras tengamos una cama, un refugio donde quedarnos protegidos del resto, haciendo fuego con nuestros besos.

Qué más da que haya cumbres nevadas y ventiscas glaciales detrás de las ventanas si sólo soy capaz de mirarte a ti, si mis manos van a volver a buscarte, si quiero morder de nuevo tu cuello y lamerte el ombligo.

Qué más da la ola de frío si siempre hace calor cuando me pierdo en tus ojos.

Ángeles caídos.

No sabía lo que iba a pasar, quizá porque nunca he tenido demasiada confianza en mí mismo, nunca he confiado realmente en que nadie pueda querer abrazarse a mí para dormir mientras se hace de noche y después de día. Supongo que pienso desde hace tanto tiempo que no valgo la pena que lo tengo asumido como algo normal, algo imposible de cambiar.

Entiendo que la gente esté convencida de que exagero, que mi vida no es tan triste ni yo tan penoso como creo, pero eso es porque no se han paseado durante un segundo por dentro de mi cabeza. No han visto al monstruo de debajo de mi cama.

El problema de todo esto es que ser tan gris es agotador, sonreír por fuerza y estar roto por dentro desde hace tanto acaba pasando factura, y yo ya no sé qué hacer conmigo mismo. Ni saltar por la ventana, ni vaciar tres cajas de benzodiacepinas, ni colgarse desde el techo son opciones válidas.

Los días de sol tampoco consiguieron levantarme el ánimo lo suficiente como para quitarme las preocupaciones. Pocas veces consigo dejar la mente en blanco, echar el freno, dejar de pensar en el futuro.

Y es que proclamo casi todo lo que no hago, reivindico todo lo que no tengo, pero al final sigo sin moverme.

No sé luchar por lo que quiero.

Me enseñaron a bailar con la resignación y no he dejado de hacerlo desde que recuerdo, por eso ya no sé si es que me toca siempre perder o yo me dejo ganar sin plantar cara, sin sacar los puños, apretar los dientes y lanzar los golpes. Probablemente sea todo culpa de bajar los brazos y la mirada, y cambiar de rumbo con lágrimas en los ojos.

Nunca sé qué es lo correcto, y no sé nada, y a la vez sé algunas cosas.

Que todos necesitamos algo.

Alguien que nos proteja de este infierno en el que vivimos.

Alguien que nos bese los párpados mientras dormimos.

Necesitamos un respiro, una palabra de ánimo, un abrazo, una verdad, un espejo.

Y yo, y tú, podemos serlo.

Ovejas negras, que pintan un lienzo en blanco.

Ángeles caídos, sin alas, con sexo, y vamos a cuidarnos.