Mes: febrero 2020

Inspiración.

Recorro caminos desconocidos por los que avanzo por decisión propia.

He aprendido a sonreír ahora sabiendo que nadie me empuja al vacío, y tú te has quedado a lo lejos, dejando que el tiempo y la vida decidan por ti, viendo la película desde la última butaca de una vieja sala de cine que huele a palomitas.

Escuchando una canción de Lori Meyers siento que llega la inspiración. Uno de esos momentos en que no sabes por qué pero una letra te llega, te hace pensar. El ritmo acaba metiéndose en tu cabeza, con reminiscencias de música de Los Beatles, un sonido de los 60 que siempre te gusta cuando lo oyes en la radio, ligero, despreocupado, que te hacer recordar momentos buenos. A mí me trae la brisa del verano, al lado de la playa, cuando el sol se va escondiendo de una luna que le pone mala cara. Algunas gotas saladas te mojan los labios, pero nada importa, te las bebes porque no existe el tiempo, ni la ansiedad, ni el miedo.

Y además, con la música rebotando en mis tímpanos me siento como el tipo de la canción: sin equipaje y sin dirección.

Para mí es confuso el despertar de esos momentos, esos momentos en que la inspiración llama a tu puerta. Por una vez, estoy preparado para ella, con un bolígrafo y unas hojas sucias a mano para escribir todas las cosas que me vienen a la mente, para ordenar ideas y nombres que me parecen absurdos. Para ordenar todos los pensamientos que las notas y las sílabas transportan a mi mente.

“En el cielo juntos los dos, ahora suena su canción”.

Sin querer.

Te quisimos casi sin querer, sin darnos cuenta, sin ser conscientes, como pasa con las cosas buenas de la vida. Fuiste haciéndote hueco entre nosotros como los rayos de luz entre las nubes oscuras de los días malos.

A golpe de sonrisas y cervezas, y quitarle importancia a los problemas de la vida.

A golpe de echar una mano y hasta el hombro si era necesario.

La vida es tan dura a veces, tan difícil, tan complicada, y de pronto se esfuma, y te hace pensar que luchar no merece la pena, ni esforzarse. Y, sin embargo, tú has tenido que combatir la pérdida, el vacío eterno de perder a tu único amor, el futuro truncado. Has sido ejemplo de dignidad y lucha siempre sin querer, relativizando el dolor, la soledad, la tristeza inabarcable.

Te seguiremos esperando para tomar una servesica después de ensayar, para ir a escuchar algo de jazz en el Jimmy Glass, para improvisar sin poder ver la partitura o echarnos el primer café antes de salir de pasacalle.

Supongo que estarás riéndote de nosotros mientras lloramos por tu ausencia, chistando un arrea melón para sacarnos la sonrisa que la enfermedad no logró arrancarte a ti.

Espero que lo primero que hayas hecho al llegar allá arriba haya sido darle un beso al Cari, pedir una caña y echarte un buen solico de trompa.

La eternidad ya es vuestra.

PD: Prometo seguir escribiendo siempre para que me leas, amigo.

El último bastión.

No fue amor a primera vista.

Tardé un tiempo en darme cuenta de que eras mucho más de lo que aparentabas bajo mil capas. Tuve que escarbar con tiento y paciencia, con saliva y sudor, para acabar descubriendo esa cara oculta que nunca muestras.

Me costó intentar que te vieras en el espejo como lo hacía yo, que te quitaras la idea absurda de lo que veían los demás tras el reflejo de tus iris.

Todos tenemos máscaras y abrigos que nos vamos quitando depende de con quién nos encontremos.  Todos tenemos facetas que están reservadas a unos pocos elegidos.

Y es que no está de moda la sinceridad.

Es más sencillo convertirnos en cuadrículas diminutas, en pisos que según quién entre abren unas puertas u otras, como cuando vienen invitados y tienes miedo de enseñar tu habitación, el último bastión que protege lo que queda del reino.

Me colé en tu vida como un caballo de Troya y he habitado durante un tiempo, como un obsequio, un regalo, una planta que sólo pedía algo de agua y alimento en forma de besos para seguir creciendo. Exploré tras tus murallas como un intrépido Robin Hood a la busca de un tesoro que repartir entre los pobres.

Batallamos con intensidad deshaciendo nudos y creando enredos, pero todas las guerras se acaban, como los abrazos.

Y después sólo quedan ruinas, humo y silencio.

Benditas canciones.

Algunos desastres sólo traen cosas buenas.

De pronto para mí se han levantado las persianas y ha vuelto a entrar el sol en casa, y puedo respirar hondo sin que me duela el pecho ni me pese la sonrisa.

Es raro pero siento esa calidez de antaño recorriéndome las articulaciones, como si de pronto algo supiera dentro de mí que se acercan la tranquilidad y la vida de la mano, y al mismo compás.

De verdad que es raro, lo de darte cuenta de que no eres culpable de nada, que no era culpa tuya, que hay personas que están condenadas a tomar malas decisiones día tras día y de pronto, te permiten un día soltarte el collar y escapar.

Y abrir los ojos.

Ni siquiera me duelen las mentiras, porque estas sólo se pudren dentro de quien las dice y no de quien las recibe.

Bendita ignorancia.

Benditas canciones que me hablaban de ti y ahora me salvan porque yo sí te he querido, de manera clara y transparente.

Y nunca he tenido miedo ni he necesitado de escudos contra ti.

Ojalá te acuerdes de los bailes, de las risas, de los besos, de las manos, de los sueños, de mis dedos en tu nuca y te vayan pesando con los años.

Tú que decías que todo duraría hasta que yo quisiera, que acabaría odiándote.

Te has encargado de hacerlo bien, muy bien, te has empeñado en crear heridas con ganas, has intentado derrocarme de todas las maneras posibles.

Pero no te lo concedo.

Prefiero brindarte una sonrisa eterna y una risa cristalina que te persiga cuando estés tan perdida como aquella primera vez que quisiste abrazarme y te creíste afortunada al respirar sin miedo.