Yo sólo pido a gritos un refugio, un lugar en el que sentirme a salvo y donde poder dormir sin sustos en la madrugada.
Tranquilidad, y calma.
Sin movimientos bruscos que hagan que piense que este vuelo va a acabar en accidente.
Nos sentimos raros en un mundo que parece idéntico al anterior pero que huele a nuevo, y a gel hidroalcohólico.
Desubicados en una vida que pensábamos que poco podía cambiar.
Del día a la mañana todo era distinto, y nos tuvimos que adaptar.
Sobrevivir.
Hemos aprendido tanto: a querernos, a cuidarnos, a dejar lo tóxico a un lado, a mirarnos menos y entendernos más, a respetar nuestra salud mental, a aprovechar el tiempo y perderlo por igual, a aprender a valorar lo que es realmente importante para cada uno, a reírnos en los peores momentos, a sanarnos desde la distancia.
Nos hemos tocado y visto tan poco.
Nos hemos descubierto.
Nos hemos conocidos a nosotros mismos y a muchos otros.
Hemos tenido que viajar adentro para buscarnos mientras en el exterior el silencio lo llenaba todo.
Ha sido un viaje extraño este 2020, y a pesar de ello, nos hemos llenado de recuerdos que valen la pena, de sonrisas que nos sirven para ser más felices.
Me he quitado lastre, y he visto más allá de mis propias fronteras.
Por eso, tengo que agradecer este preciso momento en el que respiro y soy capaz de mirar afuera y ver el viento haciendo bailar las hojas de los árboles.
Tengo que agradecer a todos aquellos que estuvieron, que han estado y que han aparecido para quedarse.
Y recordar a quienes no pude despedir como quería.