Mes: diciembre 2020

Este preciso momento.

Yo sólo pido a gritos un refugio, un lugar en el que sentirme a salvo y donde poder dormir sin sustos en la madrugada.

Tranquilidad, y calma.

Sin movimientos bruscos que hagan que piense que este vuelo va a acabar en accidente.

Nos sentimos raros en un mundo que parece idéntico al anterior pero que huele a nuevo, y a gel hidroalcohólico.

Desubicados en una vida que pensábamos que poco podía cambiar.

Del día a la mañana todo era distinto, y nos tuvimos que adaptar.

Sobrevivir.

Hemos aprendido tanto: a querernos, a cuidarnos, a dejar lo tóxico a un lado, a mirarnos menos y entendernos más, a respetar nuestra salud mental, a aprovechar el tiempo y perderlo por igual, a aprender a valorar lo que es realmente importante para cada uno, a reírnos en los peores momentos, a sanarnos desde la distancia.

Nos hemos tocado y visto tan poco.

Nos hemos descubierto.

Nos hemos conocidos a nosotros mismos y a muchos otros.

Hemos tenido que viajar adentro para buscarnos mientras en el exterior el silencio lo llenaba todo.

Ha sido un viaje extraño este 2020, y a pesar de ello, nos hemos llenado de recuerdos que valen la pena, de sonrisas que nos sirven para ser más felices.

Me he quitado lastre, y he visto más allá de mis propias fronteras.

Por eso, tengo que agradecer este preciso momento en el que respiro y soy capaz de mirar afuera y ver el viento haciendo bailar las hojas de los árboles.

Tengo que agradecer a todos aquellos que estuvieron, que han estado y que han aparecido para quedarse.

Y recordar a quienes no pude despedir como quería.

En tus ojos.

Nunca quise darme cuenta de que en tus ojos atardecía antes de tiempo.

Mecanismo de autodefensa.

Ser consciente de lo que sucede antes de que se vuelva tangible es uno de mis defectos, el paso por delante que me impide disfrutar y sonreír un poco mejor; y respirar sin ningún tipo de miedo. Tarde o temprano todos los caminos se acaban, hasta los que llegan a Roma, o se tuercen y hacen que te quedes deambulando en medio de la nada.

Creo que las miradas no entienden de calendarios, ni del paso del tiempo, que sólo reflejan algunos sentimientos, la pantalla del teléfono móvil y el uso de drogas de diseño.

Recuerdo que besaba tus párpados como si la muerte quisiera cogerme de la mano antes de que sonara el despertador.

Recuerdo que te abrazaba como si pudieras desaparecer en cualquier instante, y el sueño fuera a desvanecerse ante mi mirada.

Recuerdo que me costaba respirar por la culpa y el desastre.

Y todo eso se ha ido, y los colores del otoño me calman, me curan, me abrazan.

Ahora pienso que ya no estoy en guerra, ni me siento el suplente que calienta el banquillo, ni ese actor que espera una y otra vez ser la revelación del año.

He dejado de llevar la vida a cuestas, sólo me acuerdo de coger el abrigo y la cartera cuando salgo de casa.

Al final me alegro de que te marcharas para dejarme sitio, para poder cuidar de mí.

Me alegro de tocar atardeceres y de no perder el tiempo viendo mi reflejo en tus ojos.

Entre ecos y besos vacíos.