Mes: febrero 2021

¿Cómo iba a saber que la paz era posible?

¿Cómo iba a saber que la paz era posible?

¿Cómo?

Si siempre he estado muerto de miedo porque me habían herido con armas de guerra, con mentiras bañadas en plomo que me habían destrozado las entrañas.

¿Cómo iba a saber que respirar sin dolor era posible?

¿Cómo?

Si llegaban las noches y sólo había dudas para las que sabía con plena certeza que no encontraría respuestas.

Y ahora todo es dejarse llevar y sonreír tranquilo, y encontrar su respiración en medio de la madrugada, y un beso sin máscaras después de escuchar el sonido del despertador.

¿Cómo iba a saber que se podía esperar sin ser impaciente?

¿Cómo?

Si siempre había tenido pánico a perder algo que ni tan sólo era mío, y ahora no es necesario poseer nada.

Ahora permanece el sentimiento de tranquilidad y el bienestar, las miradas cómplices entre el silencio, las risas mientras chocan los cascos de cerveza, el chocolate en la comisura de los labios.

Ahora no hay guerra que ganar porque ya hemos vencido saltando juntos, de la mano, sorteando charcos, esquivando niños y perros en el parque.

¿Cómo iba a saber que construir el futuro era posible?

Si siempre había estado tan pendiente de no pisar donde no toca mientras observaba el pasado con nostalgia, esperando que la gente fuera distinta a lo que es en realidad.

Ahora que empiezo a saber voy a pedirme perdón, a quitarme la condena, a apagar las voces de los demonios y a dejar de mirar a nada que no sea ella.

Hemisferios.

Los días pasan tan rápido, y sin que nada pase, que ya trato de apreciarlo todo como si fuera la primera vez que mis ojos son capaces de captarlo.

El placer de las cosas nuevas.

De los inicios.

El comienzo de las sensaciones jugando y removiéndolo todo en el estómago, y lo que no es el estómago.

Las mariposas baten tan fuertes sus alas en mi bajo hemisferio que no quiero pensar lo que estará sucediendo en la otra punta del mundo por mi culpa.

O por la tuya.

Siendo tan complejos, a veces no entiendo cómo podemos ser tan básicos, que los instintos lo gobiernen todo.

El odio, la rabia, la lujuria, e incluso el amor en ocasiones.

Ahora nos derretimos, como se derriten los polos por culpa del cambio climático.

Y acabaremos olvidándonos, como se olvida al final a cualquier persona que ha estado alguna vez en tu cama, en tus manos, en tu boca. O quizá acabemos decidiendo quedarnos acurrucados, a buen recaudo de los malos vientos que siempre soplan en contra.

Quizá nos toquemos las costuras mientras nos buscamos el alma con la luz apagada.

Quizá volvamos a mirarnos de bien cerca las pupilas mientras no sabemos qué decir, y nos vemos obligados a reír.

Quizá nos abracemos en silencio, tragando saliva por miedo, sin atrevernos a pecar, y cada uno por su lado. En sentidos contrarios, barajando qué es presente y qué es futuro, mirando los pasos que damos, pensando si vale la pena desgastar las suelas de los zapatos con un rumbo que no va a llevarnos a ninguna parte.

O quizá no, quizá no pase nada, los días pasan muy rápido.

Devuélveme los zapatos.

Devuélveme los zapatos, fue lo único que me olvidé la última vez que puse un pie en tu casa. Me dan igual los libros perdidos, los besos que cayeron al suelo, incluso la dignidad sucia dejada en una esquina.

Mentiría si no admito que resuena tu risa algunos días en mi cabeza, y estoy tranquilo, porque ahora puedo seguir dando un trago a mi café y mirar por la ventana, sin sentir esa necesidad incontrolable de echarme a llorar, ni de salir corriendo hacia cualquier parte donde no brille el sol.

He conseguido construirme un refugio prácticamente indestructible, de carne y hueso, que lo primero que hace al despertar es ponerse las gafas y el reloj, y lavarse los dientes mientras escucha la radio y se observa en el espejo.

La verdad es que ya no siento miedo por casi nada, y eso también me asusta.

Sólo siento algo de temor si el viento sopla demasiado fuerte y me despierta por la noche, o si mi madre no responde al teléfono después de dos llamadas. Sólo siento algo de miedo si pienso que un día mis abuelos ya no van a estar y no los habré abrazado ni conocido lo suficiente.

Lo demás casi me da igual, casi, porque sigo preocupándome por todo. El trabajo pendiente, la miseria humana, la escasa conciencia social de según quién, el progreso del egoísmo y de la individualidad, y las señales de radio de Próxima Centauri detectadas recientemente.

No sé si el Universo nos manda señales para echar el freno, para que sigamos acelerando, o quizá sólo para que apague el teléfono y pueda dormir pronto al menos una noche.

O puede que no sea nada de eso, y sencillamente todo sea pura casualidad, del mismo modo que lo son las borrascas con nombre propio o los terremotos.

De cualquier forma seguimos con vacíos existenciales que sólo se llenan en parte con la música, el cine, la literatura o con una contemplación activa de la morfología de las nubes.

Pero continuamos caminando por este asfalto que empieza a quemar y a oler a muerte y rabia, y odio; permaneciendo en la lucha, siendo asilo y descanso.

Ahora que lo pienso ya no necesito esos zapatos, aprendí después de todo a andar descalzo.