Hemisferios.

Los días pasan tan rápido, y sin que nada pase, que ya trato de apreciarlo todo como si fuera la primera vez que mis ojos son capaces de captarlo.

El placer de las cosas nuevas.

De los inicios.

El comienzo de las sensaciones jugando y removiéndolo todo en el estómago, y lo que no es el estómago.

Las mariposas baten tan fuertes sus alas en mi bajo hemisferio que no quiero pensar lo que estará sucediendo en la otra punta del mundo por mi culpa.

O por la tuya.

Siendo tan complejos, a veces no entiendo cómo podemos ser tan básicos, que los instintos lo gobiernen todo.

El odio, la rabia, la lujuria, e incluso el amor en ocasiones.

Ahora nos derretimos, como se derriten los polos por culpa del cambio climático.

Y acabaremos olvidándonos, como se olvida al final a cualquier persona que ha estado alguna vez en tu cama, en tus manos, en tu boca. O quizá acabemos decidiendo quedarnos acurrucados, a buen recaudo de los malos vientos que siempre soplan en contra.

Quizá nos toquemos las costuras mientras nos buscamos el alma con la luz apagada.

Quizá volvamos a mirarnos de bien cerca las pupilas mientras no sabemos qué decir, y nos vemos obligados a reír.

Quizá nos abracemos en silencio, tragando saliva por miedo, sin atrevernos a pecar, y cada uno por su lado. En sentidos contrarios, barajando qué es presente y qué es futuro, mirando los pasos que damos, pensando si vale la pena desgastar las suelas de los zapatos con un rumbo que no va a llevarnos a ninguna parte.

O quizá no, quizá no pase nada, los días pasan muy rápido.

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