En el páramo desolado, alejado del resto de mundo, yace un viejo árbol del que cuelga un trozo de cuerda desgastado. Es el sitio elegido, el lugar al que acuden muchos a morir. Enlazarse la soga en torno al cuello y dejar de respirar, dejar que la gravedad y el tiempo de asfixia haga su efecto natural. Sin luchar, sin pretender sobrevivir, sabiendo que nadie acudirá para rescatarte. Sin tratar de huir ni de echar a correr en cualquier dirección.
Lo mejor de aquel viejo árbol es que cuando la cuerda gira, cuando el cuerpo empieza con los espasmos, ves tu reflejo, el triste reflejo que has visto cada mañana en el espejo. Observas la imagen de un cuerpo, que va a consumir su vida, en la superficie del río.
Y morir sabiendo, que lo has hecho mal, que debe ser así.