Mes: noviembre 2022

El Apocalipsis o no.

Vivimos tiempos inciertos, de exasperación y gritos, y dolor en el pecho.

Vivimos sobre el alambre de un mundo que busca la llegada del Apocalipsis.

Todo lo conocido está yéndose por el retrete: la dignidad, el hielo de los polos, y las relaciones de verdad. Y la gente va encogiéndose de hombros y agachando la cabeza, siendo cada vez más pequeños, diminutos, ante la opresión, el poder, el dinero.

Vivimos en un mundo que va dejando todo atrás sin mirar, un mundo en el que los remordimientos duran lo que tarda en refrescarse la pantalla de teléfono, un mundo en el que las diez plagas comienzan a extenderse de nuevo como un aviso.

Quizá un castigo.

Y aquí seguimos levantándonos cada día, luchando contra las inclemencias de la vida, mirando el clima y el bolsillo con desconcierto.

Seguimos luchando conscientes de que respirar debería ser más sencillo.

Funcionamos casi por inercia en una sociedad insensible, robotizada, de la mano de una tecnología que nos abruma, exprime y oprime.

Caminamos por ciudades grises, ruidosas, y hostiles; con el ceño fruncido y los puños apretados en los bolsillos.

La amenaza del fin del mundo lleva entre nosotros desde el inicio de los tiempos, como el ángel caído, para generar caos y desconcierto, intoxicando los discursos y las almas.

Y parece que todo se solucionaría echando el freno, bajando del coche, mirando el paisaje, respirando hondo y pensando.

En el futuro mirando al pasado, o al revés.

O quizá no, puede que todo se reduzca a dejar que llegue el estallido, la explosión del último día.

El fin de los tiempos.

Puede que llegue el Apocalipsis, o no.

Mientras tanto, aquí seguiremos, con una rutina que nos ahoga, con poco tiempo para dedicar a lo que y quienes queremos, sosteniendo el peso de una culpa que no es nuestra y arrastramos.