Mes: septiembre 2020

Los últimos segundos de un sueño.

Llega la esperanza teñida de otoño.

Llegan los besos pausados de octubre.

Llegan los grises cargados de miedo.

Y el viento para llevárselo todo.

Queremos ser eternos sin darnos cuenta de la belleza que rodea a todo aquello que es efímero.

El tacto de sus labios contra los tuyos.

El ave que se detiene en el mismo banco que tú.

El rayo de sol que te despierta de la siesta.

La caricia que te remueve en la silla.

Los últimos segundos de un sueño antes de despertar.

Nos aferramos al tiempo y al infinito, y a la inmensidad, sin saber apreciar la brevedad, el inicio y el fin.

Quizá es que nos falta madurez y capacidad para entender, y comprenderlo todo.

Quizá es que todavía no hemos aprendido que no hay nada permanente en el mundo, que la energía se transforma, que los mares se mueven, que la Tierra gira en torno a un eje y que todo está en un continuo vaivén.

Desde el comienzo de la vida.

En el útero.

Hasta el fin de los tiempos.

En el barro.

Nada se destruye, sólo cambia de forma para empezar de nuevo.

Como nosotros en medio de este Universo de palabras y miradas lejanas, de acariciarnos la piel sin necesidad de tocarnos, de sentirnos casi sin ser conscientes de ello.

Siento de nuevo despiertos los sentidos, a pesar de que lleguen los días de abrigo, viento en las esquinas y frío en la cama; a pesar de que vengan los días de fuego en el cielo, luces apagadas y latidos perdidos.

La vida sigue moviéndose y yo sigo de pie, esperando, sin despegar los pies del suelo, mirándote a ti.

Hasta que llegue la muerte a paso muy lento.

Gasolina.

Qué ganas de coger un bidón de gasolina, rociarlo todo y prenderle fuego mientras las nubes juegan con el azul y el naranja ante nuestros ojos.

Y ver el mundo arder, si es que no está ardiendo ya de manera permanente.

Tengo casi tantas ganas de que todo explote de golpe como de hacer desaparecer tu ropa esta noche, hacer que se esfume entre mis dedos como me pasa contigo en los sueños.

Siempre apareces y te vas.

Y no es la primera vez que me pasa.

Y también sé que no será la última.

Voy saltando entre las piedras, buscando el camino, tratando de llegar hasta ti en medio de toda esta vorágine que se encarga de consumirnos hasta convertirnos en olvido.

Voy buscándote desde las alturas, intentando distinguirte desde las terrazas de los rascacielos, intentando reconocer tu figura entre el resto de transeúntes de mirada perdida.

No te encuentro, creo que he perdido mi sentido arácnido.

Y todo falla.

Sigue saliendo humo de las columnas lejanas y bilis de las bocas que menos esperas. Parece que todas las vueltas que ha dado el mundo de repente han hecho que nos sintamos mareados, y algo abandonados.

Vivimos en una ficción paralela y el mundo volverá a su ruta en algún momento.

O no.

Seguiremos inmersos en esta extraña realidad que ha conseguido desvirtualizarlo todo, y destrozar demasiados cuerpos y sentimientos.

Yo siempre estoy algo roto, nunca consigo recomponerme por completo.

Pero creo que me conformo con rozar esos centímetros de piel que queden desnudos cuando duermas a mi lado en pleno invierno, y no podamos sacar los pies por debajo del nórdico porque nos mata el frío.

Creo que me conformo con ver mi reflejo en tus ojos mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor.

Mientras tanto, te seguiré buscando en plena calle con un bidón de gasolina y unas cerillas en el bolsillo.

Donde se unen las costillas.

Se nos pasa la vida sin tener las cosas claras.

O todo lo contrario, analizando hasta el detalle cada paso que damos.

Algunas personas necesitan tenerlo todo tan controlado que cuando llegan al destino que se habían marcado ya no queda nadie, han cerrado la discoteca y se quedan en la puerta volviendo a esperar una oportunidad.

Comenzando el ciclo.

Reiniciando la máquina.

Aguardando el paso de los días.

No estamos aquí para perder ocasiones, ni tiempo, ya se encarga la vida de arrebatárnoslo todo según le conviene. De dar un puñetazo sobre la mesa y tirar las copas llenas, y ponerlo todo perdido de vino y llantos.

Y ausencias.

Y melancolía.

El mundo está lleno de personas que piensan demasiado y de otras que ni siquiera conocen el significado del verbo, y en medio existe una maraña de gente que nunca sabe muy bien qué hacer ni con sí mismos ni con su propia existencia.

La multitud se deja mecer por el viento y por las olas, sin saber muy bien a dónde llegarán, como pasa con los pétalos de las flores que arrancan las tormentas de otoño en todo su esplendor.

Cuesta tanto encontrar el equilibrio entre el freno y el acelerador para ir a la velocidad correcta, para poder disfrutar de las horas y de arrancar las hojas del calendario y de la agenda de trabajo.

Cuesta aprender a esperar y resistir, y comprender que tenemos que sincronizar nuestros pasos con los de otros.

Y no sé lo que el futuro tendrá preparado para mí, y tampoco si todo lo que escribo es culpa de la cerveza fría que intenta combatir la sed y la monotonía.

Nunca he sido impaciente pero si tengo que esperarte empiezo a sentir los nervios justo donde se unen las costillas.

Amor infinito.

Mis huesos han vuelto a golpearse contra el suelo y apenas he notado la caída. No he sido consciente de la gravedad, ni del olor a cerveza que hay en la casa. Estaba pensando en eso del amor infinito, eterno, y las mentiras que lo rodean, ¿cómo va a existir algo que pueda ser eterno si estamos rodeados de cosas que terminan?

Las películas.

Los días.

Los turnos de trabajo.

Las comidas familiares.

La charla insoportable del cuñado.

Las misas de 12.

Los ensayos clínicos.

El efecto de las drogas.

Los besos.

El curso escolar.

La boda de tu mejor amigo.

El concierto de tu vida.

Las borracheras durante la universidad.

El viaje de novios.

Los Reyes Magos.

La agonía.

Los cuerpos.

Las estrellas lejanas.

Las historias de superhéroes.

Los caminos.

Todo tiene un principio y un final, hasta el saborear el alcohol de tu boca, hasta el quitarte la ropa y recorrerte con saliva.

Lo cierto es que hoy he acabado el día dándome de bruces contra el suelo, sintiendo el pavimento de cerámica del salón en el rostro, y sigo sin poder obtener respuesta, sin saber si realmente encontraré a alguien que me permita comprobar si todavía es posible tener algún amor infinito.

De verdad, infinito, amor.

El último trago de alcohol.

Ya no hay recuerdos de tardes con ella, se han ido borrando sin que yo fuera del todo consciente. Y ahora me pregunto de qué hablábamos, qué compartíamos y qué solíamos hacer, porque soy incapaz de rescatar esos recuerdos.

He perdido la cuenta del tiempo, de los motivos.

Ya ni tan sólo puedo separar lo bueno de lo malo.

Todo está mezclado en mi cabeza, como el último trago de alcohol que das una madrugada de sábado.

Soy incapaz de pensar en ella sin verlo todo completamente desdibujado.

Pensaba que recordaría siempre el tacto de sus manos, el roce de sus labios en el lóbulo de la oreja, el sonido de su risa, y la forma que adoptaban sus ojos cuando le molestaba la luz de primera hora del día.

Pero no.

No quedan nada más que fantasías que distan mucho de la realidad.

Se ha esfumado.

Del mismo modo que se esfuman los pájaros de los árboles cuando los coches comienzan a recorrer los caminos sin asfaltar.

Del mismo modo que se cierra una página de Word que no has guardado a tiempo.

Del mismo modo que se dice un adiós a quien no te importa en absoluto.

Es tan extraña la memoria, porque nos va difuminando ciertas historias mientras usa el hierro de marcar para otras y las deja señaladas con fecha y lugar para la posteridad.

Y desde luego, escapa a nuestro control.

Recordarás aquel momento amargo, aquel día en el que esperabas angustiado que te recogieran a la puerta del colegio, aquel otro en el que merendaste con tu mejor amigo, aquel en el que tu abuelo enfermó y entendiste que se iría para siempre.

Recordarás el nacimiento de un hijo, el cumpleaños de tu madre, las Navidades de 2008, el día que tu equipo ganó el título más importante, las letras de todas las canciones de los grupos que marcaron tu adolescencia.

Recordarás la primera vez que sentiste la tierra mojada, el sonido del piano, el tacto de las páginas de un libro, la piel cálida de otro ser.

Y olvidarás tantas otras cosas, por capricho del destino más que por voluntad propia.

Yo he olvidado todo aquello que le prometí no olvidar.

Y estoy desconcertado y confuso.

Tanto como el día en el que descubrí que a su lado no había sitio para mí.

(Eso sí lo recuerdo.)

Podría conformarme.

Me ha sorprendido la noche buscándote por la ventana, a pesar de lo imposible de tropezarme con tus pasos por la calle. He sido consciente de pronto del paso del tiempo, sintiendo el ritmo del reloj casi al mismo que dicta el corazón, sintiendo que se me acumulaban los segundos dentro de los millones de células por un instante.

Supongo que uno se hace viejo siendo cada vez más consciente de que todo acaba.

Echando de menos.

Echando de más.

Sintiéndose preso de un mundo que cada vez lo va arrinconando, como arrincona el mes de septiembre al verano, dejándolo de lado de un día para otro.

Ahora aparece la falta de equilibro, el camino lleno de pasos en falso, el cielo repleto de nubes que se mantienen calladas, los juegos de luces en las ventanas cuando la gente vuelve a sus casas, los silencios largos, el cansancio en las costillas y en los párpados.

Aparece la soledad que se extiende, por los meses de final de año, como el hielo sobre el Ártico.

De nuevo.

El frío, la oscuridad, el miedo, los fantasmas.

Aprendimos a morir antes de tiempo pero se nos da bien aparentar que seguimos vivos.

Y, en el fondo, sólo buscamos un refugio cálido donde esperar hasta que brote de nuevo el mes de abril, con las lluvias y las flores.

Aunque creo que podría conformarme con una noche entre tus brazos.