Los últimos segundos de un sueño.

Llega la esperanza teñida de otoño.

Llegan los besos pausados de octubre.

Llegan los grises cargados de miedo.

Y el viento para llevárselo todo.

Queremos ser eternos sin darnos cuenta de la belleza que rodea a todo aquello que es efímero.

El tacto de sus labios contra los tuyos.

El ave que se detiene en el mismo banco que tú.

El rayo de sol que te despierta de la siesta.

La caricia que te remueve en la silla.

Los últimos segundos de un sueño antes de despertar.

Nos aferramos al tiempo y al infinito, y a la inmensidad, sin saber apreciar la brevedad, el inicio y el fin.

Quizá es que nos falta madurez y capacidad para entender, y comprenderlo todo.

Quizá es que todavía no hemos aprendido que no hay nada permanente en el mundo, que la energía se transforma, que los mares se mueven, que la Tierra gira en torno a un eje y que todo está en un continuo vaivén.

Desde el comienzo de la vida.

En el útero.

Hasta el fin de los tiempos.

En el barro.

Nada se destruye, sólo cambia de forma para empezar de nuevo.

Como nosotros en medio de este Universo de palabras y miradas lejanas, de acariciarnos la piel sin necesidad de tocarnos, de sentirnos casi sin ser conscientes de ello.

Siento de nuevo despiertos los sentidos, a pesar de que lleguen los días de abrigo, viento en las esquinas y frío en la cama; a pesar de que vengan los días de fuego en el cielo, luces apagadas y latidos perdidos.

La vida sigue moviéndose y yo sigo de pie, esperando, sin despegar los pies del suelo, mirándote a ti.

Hasta que llegue la muerte a paso muy lento.

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