Se nos pasa la vida sin tener las cosas claras.
O todo lo contrario, analizando hasta el detalle cada paso que damos.
Algunas personas necesitan tenerlo todo tan controlado que cuando llegan al destino que se habían marcado ya no queda nadie, han cerrado la discoteca y se quedan en la puerta volviendo a esperar una oportunidad.
Comenzando el ciclo.
Reiniciando la máquina.
Aguardando el paso de los días.
No estamos aquí para perder ocasiones, ni tiempo, ya se encarga la vida de arrebatárnoslo todo según le conviene. De dar un puñetazo sobre la mesa y tirar las copas llenas, y ponerlo todo perdido de vino y llantos.
Y ausencias.
Y melancolía.
El mundo está lleno de personas que piensan demasiado y de otras que ni siquiera conocen el significado del verbo, y en medio existe una maraña de gente que nunca sabe muy bien qué hacer ni con sí mismos ni con su propia existencia.
La multitud se deja mecer por el viento y por las olas, sin saber muy bien a dónde llegarán, como pasa con los pétalos de las flores que arrancan las tormentas de otoño en todo su esplendor.
Cuesta tanto encontrar el equilibrio entre el freno y el acelerador para ir a la velocidad correcta, para poder disfrutar de las horas y de arrancar las hojas del calendario y de la agenda de trabajo.
Cuesta aprender a esperar y resistir, y comprender que tenemos que sincronizar nuestros pasos con los de otros.
Y no sé lo que el futuro tendrá preparado para mí, y tampoco si todo lo que escribo es culpa de la cerveza fría que intenta combatir la sed y la monotonía.
Nunca he sido impaciente pero si tengo que esperarte empiezo a sentir los nervios justo donde se unen las costillas.