Me ha sorprendido la noche buscándote por la ventana, a pesar de lo imposible de tropezarme con tus pasos por la calle. He sido consciente de pronto del paso del tiempo, sintiendo el ritmo del reloj casi al mismo que dicta el corazón, sintiendo que se me acumulaban los segundos dentro de los millones de células por un instante.
Supongo que uno se hace viejo siendo cada vez más consciente de que todo acaba.
Echando de menos.
Echando de más.
Sintiéndose preso de un mundo que cada vez lo va arrinconando, como arrincona el mes de septiembre al verano, dejándolo de lado de un día para otro.
Ahora aparece la falta de equilibro, el camino lleno de pasos en falso, el cielo repleto de nubes que se mantienen calladas, los juegos de luces en las ventanas cuando la gente vuelve a sus casas, los silencios largos, el cansancio en las costillas y en los párpados.
Aparece la soledad que se extiende, por los meses de final de año, como el hielo sobre el Ártico.
De nuevo.
El frío, la oscuridad, el miedo, los fantasmas.
Aprendimos a morir antes de tiempo pero se nos da bien aparentar que seguimos vivos.
Y, en el fondo, sólo buscamos un refugio cálido donde esperar hasta que brote de nuevo el mes de abril, con las lluvias y las flores.
Aunque creo que podría conformarme con una noche entre tus brazos.