Mes: agosto 2017

Justicia poética.

Ojalá tuviera algo bueno para dar, algo que hiciera que quisieras quedarte a cenar los restos del día anterior, algo que hiciera que quisieras abrazarme con fuerza, besarme lento, quitarme la ropa sin aburrirte nunca.

Ojalá hubiera algo bueno en mí y tú pudieras verlo, algo que hiciera que la distancia entre nosotros fuera imposible de concebir para ti, algo que hiciera cada día igual de misterioso e infinito para los dos, algo que nos hiciera entrelazarnos para no rompernos nunca.

Ojalá nadie apague este hechizo y siga creciendo la magia, y te sigas riendo de mis trucos aunque ya no sean nuevos.

Ojalá nunca toquemos el horizonte porque siempre estemos avanzando, y el mar no tenga rincones secretos para nosotros porque los hayamos recorrido todos.

Ojalá el invierno sea largo y frío para poder meternos bajo las mantas y no tener que salir si no es estrictamente necesario.

Ojalá al verme vieras lo mismo que veo yo en ti, montañas infinitas, la paz sin miedo a romperse y el tiempo en nuestras manos.

Lo malo de imaginar es que de pronto te topas con la realidad y miras a tu alrededor, y en la televisión ponen algo que ni tan solo te apetece ver, y en la calle escuchas las voces de gente que todavía tiene vacaciones y el ruido silencioso de la nevera, y todavía tienes algo de hambre pero ya es demasiado tarde como para comer algo sin arrepentirte.

Ojalá un día no haya que pensar y todo suceda sin que tenga que desearlo con fuerza, cerrando los ojos, llorando algún rato y apretando los puños; que suceda sin rabia, sin odio, sin reproches acumulados en las venas.

Ojalá un día podamos cruzar al otro lado del río, empapados, sonriendo, sin que importe lo que dejamos atrás.

Ojalá un día me quieras tú a mí sin que sea tarde.

Ojalá un día se haga justicia poética con nosotros.

 

 

Y nunca pasa.

Parece que algunas personas no se dan cuenta de que el resto no somos objetos, que no somos de usar y tirar, que aunque parezcamos muros infranqueables por fuera acabamos siendo frágiles como una lágrima al resbalar por la mejilla. Y hay quien hace caso omiso y te utiliza como un trapo cuando le apetece, y te sonríe una vez y te gira el rostro otras diez. No sabes por qué pero tú sigues ahí siendo el sparring perfecto, la almohada en la que apoyarse cuando duele la cabeza, la luz cuando da miedo la oscuridad, el hombro en el que llorar.

¿Y para qué?

Para nada, hay personas que lo confunden todo, el amor, la amistad, los lazos de sangre, con el egoísmo, y nadie se merece eso. Nadie merece que lo utilicen y luego se olviden de él en la primera curva y lo dejen olvidado porque no se lo pueden llevar al hotel de vacaciones, como a aquel cachorro que comprasteis en Navidad y que ahora supone una carga. Y es que si no estás dispuesto a cuidar a alguien no le preguntes cómo está, si no estás dispuesto a besar a alguien no le llames por las noches, si no le echas de menos no se lo escribas jamás.

Se nos da muy bien crear falsas expectativas en los demás y hacer que la esperanza crezca para después derribarla con sólo un golpe del dedo índice. Y no sabemos el daño que hacemos, no sabemos el dolor que provoca romper una ilusión moldeada con mimo y delicadeza.

Es como cuando yo abro los ojos y espero que estés conmigo.

Y nunca pasa.

Como cuando pienso que vas a estar esperándome con una sonrisa cuando abra la puerta.

Y nunca pasa.

Como cuando suena el teléfono y veo tu nombre en la pantalla.

Y nunca pasa.

Como cuando necesito tu abrazo y un beso en el cuello.

Y nunca pasa.

Como cuando sólo quiero tumbarme en el sofá contigo y que pasen las horas sin que importe el tiempo.

Y nunca pasa.

Yo no sé qué hice en las otras vidas, pero te aseguro que en esta ya he recibido de sobra mi castigo, que he cumplido mi pena, que arrastro mi condena. Y no sé por qué sigo estando aquí, en la línea de salida, esperando a que vengas a por mí.

 

Que sobrevuelen los misiles.

Nos va a destruir antes el ego que las bombas. Somos incapaces de ser sinceros, de mirar a los ojos, de tendernos la mano. Casi es mejor que el mundo se venga abajo, que resurjamos de nuestras propias cenizas, que todo vuelva a empezar para tener otra oportunidad.

Y es que la vida es una ocasión tras otra pero parece que nunca las sabemos aprovechar y después sólo sabemos quejarnos porque todo nos va mal. Si tiramos la toalla al primer problema, si desistimos al primer escollo, si renunciamos al amor al primer temblor de tierra.

Parece que hoy en día cualquier riesgo no vale la pena, que todo esfuerzo es demasiado y que no estamos dispuestos a hacer nada por conseguir lo que queremos. Parece que todo nos cuesta y no debería ser así.

Es que si no luchamos cualquier día estaremos rotos, lejos, muertos, y todo habrá sido para nada. No vale la pena sufrir si al final no podemos sentarnos frente al mismo fuego y calentarnos las manos, y mirar al cielo y reírnos de lo que tenga que decirnos el futuro.

El día a día es un laberinto imposible de recorrer y todo me parece silencio cuando no estás tú.

Eco, necesidad, final.

En mis pesadillas los caminos están llenos de pólvora y resina, y todos me impiden avanzar hasta ti. Y cuando abro los ojos ya no sé qué es real y qué es mentira, y me pregunto si los besos eran verdad, si queda algo de moral al cerrar la puerta, si alguien puede desconectarme de la realidad para que no me importe nada de lo que bombardea mi conciencia a diario.

La sociedad es tan superficial y yo quiero ser tan profundo contigo, dejar la fugacidad de lado, darle sentido a las cosas, no juzgarlo todo.

Podemos hacerle caso al azar esta vez, que para algo ha unido nuestros suspiros, ha puesto al mismo ritmo nuestros latidos, ha sentado el gris sobre nuestros hombros para que nos refugiemos juntos de todos los fantasmas.

Contigo uso más palabras siempre de las que realmente nos hacen falta, porque no necesitamos más que clavarnos las pupilas y acariciarnos las mejillas, para que se nos olvide todo, para que lo malo parezca menos malo, y París sea una fiesta.

Y a mí me da igual que sobrevuelen los misiles, escuchar el ruido y temblar de miedo si te miro.

Y a mí me da igual que el mundo se acabe porque al menos nos hemos tenido y eso debe quedarse formando parte de algún quark. Seremos partículas elementales cuando todo tenga que crecer otra vez, seremos como el agua llenándolo todo de vida.

En busca del fuego.

Mis ganas en su lengua, entre sus piernas.

Si es por mí no dudes en morder y quedarte con los restos, puedes desangrarme sin piedad. Voy con las vísceras por fuera, sin ganas de dar explicaciones, dispuesto a que cualquiera toque en blando y haga más profundo el dolor. Al final no valgo nada, al final sólo estoy aquí para ser, estar y fracasar todas y cada una de las veces que me proponga intentarlo contigo.

Yo ya no puedo ser el mismo, me he hecho demasiado daño -he dejado que tú me lo hagas- como para recomponerme y poner las piezas en el mismo lugar que ocupaban al principio.

Ahora soy una especie de Guernica emocional.

Somos las malas versiones de las mejores canciones; o algo parecido, ya no entiendo las cosas demasiado bien.

Veo turbio, todo es niebla y gris en el camino y el futuro ya no tiene sentido, ya no existe. Mi vida se basa en un presente desestructurado, sin sentido, desfigurado. Y es que no tengo claro si compartimos sueños, si queremos lo mismo, ni tan sólo si queremos algo parecido. Y los sueños en abstracto no sirven de nada, sólo para acabar frustrándonos. Lo único que sí sé es que los sueños sólo se hacen realidad si se persiguen, si se atrapan entre los dedos igual que yo atrapo tus mechones de pelo algunas noches. Los sueños sólo se hacen realidad si los agarras, soplas para quitarles el polvo y haces algo con ellos.

Los sueños igual que la energía ni se crean ni se destruyen sólo se transforman, y la única forma de transformación que conozco a parte de la fuerza del agua y del viento es la fuerza que todos guardamos dentro.

Las quimeras sólo sirven si las conviertes en algo tangible, de verdad.

Y te digo que esto no es por falta de ganas, es que hay obstáculos que ya no sé cómo derribar, distancias que no me dejas salvar.

Ante la catástrofe propongo el amor como forma máxima de rebeldía e insumisión.

Ante el desastre propongo los besos como forma perfecta de revolución.

Ante la vuelta a las cavernas a la que nos quiere arrastrar el mundo propongo volver a descubrir el fuego con la fricción de nuestros cuerpos.

Empezar de cero, mucho antes de Cristo, y volver a crear el mundo con nuestras manos, a través de nuestros ojos.

Contigo quiero buscar las Indias Orientales, pintar los lienzos de Velázquez, escribir las leyendas de Bécquer y admirar la música de Albéniz.

Así para empezar, se me ocurre que podemos cambiar la historia desde el principio.

 

Eclipse vital.

Ella es guapa sin necesitar de nada ni nadie. La ves así, con la silueta perfectamente recortada al contraluz de la ventana mientras tú todavía estás abriendo los ojos y te cuesta dejar a Morfeo entre las sábanas y es imposible no sentir esa electricidad recorriéndote la piel, deshaciéndote un poco. Es imposible no creer que te marchitas un poco cuando hace tiempo que está lejos.

Tiene esa magia que hace que sabiéndola de memoria no te canses de ella, tiene ese pequeño y extraordinario don para hacer de todo una novedad aunque sea el pan de cada día. Todos nos encontramos con alguien así en nuestras vidas, que llega sin avisar y nos deja en la oscuridad durante un tiempo, y después nos devuelve a la luz, al camino, a seguir con más ganas de las que nunca antes habíamos sentido.

Todos tenemos nuestro propio eclipse vital.

Ella es esa clase de personas que te da un abrazo largo y te hace recuperar la fe, y hace que el mundo de un segundo al siguiente parezca un lugar en el que merece la pena vivir, aunque sólo sea un espejismo que no cambia nada.

Ella es esa clase de personas que hace que hasta el silencio suene mejor y te gusten casi todas las canciones, y no quieras dejar de luchar.

La pena es que necesitemos siempre a alguien que nos haga ver la realidad como la deberíamos ver sin ayuda, la pena es no ser capaces de darnos cuenta de las cosas por nosotros mismos.

La pena es que nos han enseñado que estar solo es triste y que necesitamos a alguien a nuestro lado, y nos han obligado a estar en una relación simplemente por convención social, porque hay que seguir al rebaño y hacer lo que todo el mundo hace.

Y ya está bien.

Creo que podemos quitarnos de la cabeza toda esa sarta de mentiras y ser felices a nuestra manera, sin intentar contentar a nadie. Sin vernos atados por correas que nos acaban haciendo herida en las muñecas y en los tobillos, y en el cuello, y nos acaban asfixiando.

Creo que podemos dejar de buscar tantos problemas y buscar solamente soluciones.

Creo que, sinceramente, podrías quedarte a dormir todas las noches.

Cuando Lorca nos susurra.

Nos cuesta decidirnos a hacer algo, tomar una decisión. Siempre resulta complicado decantarse, elegir, tomar partido. Mucho más cuando hay sentimientos de por medio y se entremezcla la pasión, la culpa, la pena, el amor, la responsabilidad. Es complejo cuando nuestras decisiones afectan a alguien más, más allá de a nosotros mismos.

En los tiempos que corren parece que pensar en uno mismo se ha vuelto egoísta, como si al final del día no lleváramos a nuestras espaldas los problemas y soportáramos solos la carga, como si estuviera mal anteponer el propio bienestar alguna vez y dejar a los demás pendientes de leer.

Algunas veces nos buscamos cadenas o nos las encontramos, y luego nos damos cuenta de que no queremos arrastrarlas más pero es demasiado tarde como para rectificar, corregir aquella mala decisión del pasado que nos ha traído hasta aquí dando tumbos.

Pero no es cierto.

Mientras seguimos vivos estamos a tiempo, por suerte. Siempre estamos a tiempo para casi todo. Para darnos cuenta, para dar el paso. Es cuestión de tomar impulso en el momento adecuado y saltar, aunque sea con los ojos cerrados.

Mientras respiramos siempre queda una oportunidad.

Y es que no lo digo yo, lo dijo Lorca que aún nos susurra desde su tumba anónima, aunque no sepamos dónde está nos sigue cantando al oído con esa dulzura tan suya, desde la lejanía incorregible de su cruel destino:

“La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar.”

¿Por qué no le haríamos caso esta vez al poeta? ¿Por qué no si él sabe bien de lo que habla?

Deberíamos recorrer el mundo sin perdernos un detalle, empapándonos de lluvia, de besos, de risas. Deberíamos sonreír y mirar al cielo mientras queden minutos de sol y sigan habiendo estrellas que corren más rápido que nosotros. Deberíamos armarnos de agallas y gritar a pleno pulmón nuestra verdad.

Y es que ya no se trata de huir juntos porque eso es de cobardes. Debería ser tiempo para construir nuestro camino y que nadie nos pueda quitar eso esta vez. Hacer de nuestro amor el mejor recorrido.

Que sí, hazme caso, aún podemos salvarnos juntos.

[Teníamos todas las de perder y aún así nos dejamos llevar. La velocidad en tu pelo, el tiempo parado en otra carretera más. Los kilómetros y los recuerdos a nuestras espaldas. El pasado sin ser ya una carga para nosotros. Decidimos coger lo poco que teníamos e irnos a ninguna parte. La suerte está echada y nos tenemos el uno al otro. Tu mano sobre la mía en el cambio de marchas, la radio encendida, el olor a tabaco en la ropa y el cenicero lleno. Abrazos, miradas. En medio de la nada. Esta locura debe ser eso a lo que llaman vida.]

Oro en las heridas.

Me cuesta respirar, disnea quieren llamarlo los médicos. Sensación de ahogo, de que no soy capaz de llenar mis pulmones con la suficiente cantidad de aire. No sé si es culpa del calor asfixiante de este verano, del hastío vital que siempre tengo encima o si a ti también te pasa cuando no estás conmigo.

Dicen que las cosas sólo son bonitas si funcionan, que sólo así pueden serlo pero no estoy seguro. He visto juguetes rotos de los que no he podido quitar la vista durante horas, he visto personas rotas de las que no he querido irme en días, he visto corazones rotos a los que habría querido cuidar durante el resto de mi vida.

También hay algo bonito en lo usado, en lo viejo, en el desastre de la destrucción emocional. Los japoneses tienen nombre para eso también, kintsukuroi, se empeñan en hacer cicatrices de oro en los objetos rotos para que se vean las heridas, para que se muestren en lugar de ocultarlas; porque las grietas sólo indican que el tiempo pasa por nosotros, que estamos vivos y cambiamos, y seguimos. A mí me gustaría hacer eso con tus heridas, besarlas con calma, limpiarlas con mi saliva, pintarlas de oro, y acariciar el relieve que marquen sobre tu piel después. Que las finas ebras doradas que recorran tu cuerpo te recuerden lo malo sin que tenga que doler nunca más.

De eso me encargo yo.

Las cicatrices hay que contarlas y tenerlas presentes para que no se olviden, para no tener que tropezar otra vez con las mismas piedras y que vuelvan a salirnos costras en las rodillas como cuando éramos niños y corríamos por las calles del pueblo sin saber lo que tendríamos que afrontar en la vida.

Me cuesta respirar por mucho que abra las ventanas y deje al viento pasar para revolver las páginas escritas que llenan la mesa.

Me cuesta respirar siempre que estás lejos y te tengo que imaginar.

Podemos poner de moda el amor, ser la envidia de todos por hacer las cosas bien, no cortarnos las alas y darnos siempre la mano.

Y no ser como todo ese dolor del que habla la poesía.

Si te digo la verdad, no tengo miedo de descubrir quién eres realmente, ni de saber si tienes algún lunar que desconozco, no tengo miedo de romperme un poco más aunque tengan que llenarme de oro todas las heridas después.

Temor en los huesos.

Toda esta rabia e impotencia me consume. Sangre manchando las aceras, salpicando. Sangre que segundos antes iba por su cauce natural y que de pronto se derrama sobre el suelo que pisamos habitualmente.

Barcelona llora, nosotros te secamos las lágrimas.

Es lo único que podemos hacer.

Cuanto más horror más ganas de abrazarte en silencio. No puedo evitarlo.

Veo el desastre desde la corta distancia que nos marcan esta vez los kilómetros. El mundo no deja de ser un lugar hostil día tras día y no hago más que darme cuenta de lo que perdemos el tiempo en lugar de vivirlo. El enfado a la mínima, la discusión que no aclara nada, el llenarnos de ponzoña a nosotros mismos sin remedio.

Veo la tragedia y puedo imaginar el dolor, la mezcla de emociones de los que trabajan para que podamos cerrar los ojos tranquilos cada noche, el horror del que ve caer a alguien a su lado.

Tanta agitación, tanta inmediatez. Toda esta locura de conocer cada segundo lo que pasa se nos está yendo de las manos. Mezclamos conceptos, temas, lo batimos todo con diversas ideologías y demagogia barata y lo tenemos todo. El cóctel perfecto para que todo esto se alimente. Un poco más de odio en el tintero, que siga llenándose el saco. Sigamos dado de comer al monstruo de debajo de la cama con nuestras pesadillas.

La catástrofe toca de nuevo a la puerta: Barcelona, Finlandia, Alemania… Oriente medio. La sangre se vierte igual, las vidas se van igual, las imágenes duelen igual.

Yo no quiero vivir con el temor en los huesos, ni mirar a mi espalda a cada rato, no quiero culpar al velo ni al turbante.

Al final todos queremos lo mismo: paz. La calma que nos permita conciliar el sueño sin problemas.

Cuando el espanto me invade pienso en ti y en las ganas que tengo de que llegue el invierno para poder meterme bajo una manta con un libro entre las manos y que nos leamos el uno al otro.

Cuando la adversidad se instala en nuestros días pienso en todo lo que queda por delante, y entonces sólo puedo lamentar las vidas perdidas, llorar el sufrimiento de los que se han ido y de los que se quedan con un agujero en el alma.

Cuando la angustia lo llena todo y las calles se llenan de daño y tormento; cuando el mundo es suplicio, desolación y purgatorio llega la primavera y vemos crecer una flor.

Esperanza.

Vida.

Amor.

Que no nos lo quiten.

[No tenim por, tenim cor.]

La última guerra.

Casi siento ya la explosión, el temblor en el suelo, los pájaros volando nerviosos, los perros ladrando más de la cuenta y mirando a la puerta de casa, los gatos con el pelaje erizado. El mundo comienza a desmoronarse y quizá es que ya nos merecemos todo lo malo que nos pueda pasar, como especie hemos dado toda la pena posible, hemos llevado al planeta a la destrucción completa poco a poco.

Gente defendiendo lo indefendible, justificando actos que atentan contra los derechos humanos y formas de pensar porque debemos ser tolerantes. No, hay determinadas maneras de vivir con las que no se puede ser tolerante. Ya basta de poner siempre la otra mejilla hasta que te cuelan un puñal en el costado. No se puede tolerar a quien porta antorchas, viste esvásticas en la piel y alza la mano a la sombra de un Führer que todavía parece caminar entre nosotros.

Y da miedo, da un miedo terrible observar que nada cambia y que sólo vamos a peor. Me provoca un temor absoluto ver que la historia no nos sirve para nada, ni siquiera para aprender la lección.

Estamos a escasos pasos de que se presione el botón rojo y el hongo nuclear lo llene todo, fundamentalmente porque nos sigue gustando marcar las diferencias en lugar de vernos como iguales.

Pero es que no somos iguales.

Cállate.

Deja de decir estupideces.

¿Qué te diferencia realmente de otro ser humano? ¿Qué hay más importante que todo eso que nos une y nos rebaja al mismo escalón?

Respirar, amar, llorar.

Exactamente igual.

El problema es que nos hemos creído las fronteras, las religiones y la identidad, y hemos necesitado siempre formar parte de grupos que nos arropen y excluir a otros por las más absurdas cuestiones: el color de la piel, el género, el país, la religión, la orientación sexual, la ideología política.

El problema es que hay poder y dinero, y objetivos e intereses que están fuera de nuestro alcance. Y da miedo, es acojonante ver cómo el mundo lo dominan unos cuantos y los medios focalizan nuestra atención para distraernos, y logran llenarnos de rabia y frustración, y consiguen que pelemos entre nosotros por temas irrelevantes.

Me temo que esto no tiene solución, mientras haya narcisistas y sociópatas con el mando de la nave entre las manos.

Me temo que todo pasa por desparecer y esperar a que en algún momento haya vida realmente inteligente, que sepa hacer de los buenos sentimientos un refugio, el lugar donde vivir, y que la próxima sea la última guerra mundial.

Y pido que si todo se va a la mierda de pronto, que si el mundo tiene que acabarse de una vez, sólo pido estar contigo.

Noches de verano.

No sé si los domingos del mes de agosto son todavía peores que los del resto del año. Son más tristes y lánguidos que los de noviembre o marzo.

La ciudad se mantiene viva a duras penas, como moribunda, solitaria. La metrópoli se convierte en un enfermo terminal que puede quedarse en asistolia de un momento para otro. Solamente quedamos unos cuantos tratando de coger aire entre el asfalto caliente y los edificios desconchados de los barrios de extrarradio. Somos el metabolismo básico de las entrañas de la urbe.

No hay ni alcohol, ni tabaco, ni sexo, y los idiotas dicen que es verano.

Ni estrellas fugaces, ni besos, ni tu mirada, y los idiotas dicen que es verano.

Ni mar en calma, ni puestas de sol, ni probar helados de tus labios, y los idiotas dicen que es verano.

Ni sábanas blancas, ni restos de tus pintalabios en mi cuello, ni las ventanas abiertas de par en par, y los idiotas dicen que es verano.

Yo sólo quiero contigo noches infinitas de verano, sin preocupaciones, sin errores de por medio. Que sólo tengamos que cogernos de la mano y no pensar, que sólo tengamos que preocuparnos por respirar y porque no se nos acabe el café para desayunar.

Ojalá mi mundo y el tuyo colisionen y seamos capaces de transformarlo todo.

Ojalá podamos hacer los días largos pero sin miedo a aburrirnos el uno del otro, que siempre haya cosas que contar y que decir, que siempre haya algo nuevo que descubrir bajo la sombra escasa de las nubes en medio de la canícula.

La cuestión principal es que te echo de menos todo el año pero las noches de verano me gustaría coger tu mano, pasear con la brisa de fondo, besarte con calma y el sonido del mar no demasiado lejos.

Y lo que digo no es culpa del calor, ni de las circunstancias, es sólo culpa de este pobre corazón.

No estás conmigo, y los idiotas dicen que es verano.