En tu dirección.

La noche está intentando llenarlo todo de niebla, que resbalen las calles y empañar los cristales. Aquí dentro estoy a salvo, de todo excepto de mí. Hoy he conseguido tirar otra piedra más sobre mi tejado, cargando mi espalda de peso, sintiendo una esperanza que estoy convencido que se romperá demasiado pronto.

Como pasa siempre.

Me gustaría detener el globo terráqueo por un segundo y poder adentrarme en tus ojos, lanzarme al vacío de tus labios y viajar en el tiempo para ver el futuro.

Para poder averiguar si es de los dos.

O sigo solo.

Como esos llaneros solitarios de los westerns de los sesenta y setenta que sólo saben beber y lamentarse con música de fondo.

Supongo que imagino que la vida contigo sería un continuo estar de vacaciones, que nada costaría más de lo que cuesta quitarse las gafas antes de dormir.

Supongo que podría admitir que no tengo respuestas para tus preguntas sin sentirme tonto, sin morirme de vergüenza.

Supongo que dejaría de pensar que el mundo es tan feo, y que las cadenas que arrastro a diario serían más ligeras si quisieras cogerte de mi mano.

Me encantaría ver que vuelas libre y de vez en cuando miras hacia atrás para saber si te sigo de cerca, y que entonces me sonríes esperando una sonrisa de vuelta.

Veo una pequeña luz que me lleva en tu dirección, que marca tu nombre, que me embruja cuando cruzo por las calles que te gustan.

Pero mis pies siguen detenidos en la misma piedra de siempre.

Aunque, de verdad, soy sincero si digo que sólo quiero que el mundo de una vuelta más y vengas junto a mí.

Te prometo que estaremos a salvo.

De casi todo.

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