¿Dónde estás?
A veces me lo pregunto.
Y no sé si lo estoy haciendo por ti, o por mí.
Pregunto en voz baja, sin alzar mucho la voz, quizá para que la cuestión pase desapercibida, de puntillas, por mi día y aplazar la respuesta hasta la mañana siguiente, o la semana siguiente, o el mes siguiente. Postergar ciertas dudas es parte de nuestra idiosincrasia, y esquivarlas con mayor o menor fortuna también.
¿Dónde estás?
Y quiero engañarme pensando que no me importa, creyendo que ya no importa.
¿Dónde estás?
Y me veo aquí plantado ante la hoja y la mente en blanco, sin saber muy bien qué responderle a mi cabeza.
¿Dónde estás?
Voy a mentir si digo que no fantaseo con lo que haces y dejas de hacer, si no imagino tu forma de caminar contra el suelo húmedo, si no pienso en cómo te colocas de lado en el colchón y te tapas hasta el ángulo de la mandíbula para ahuyentar a los monstruos de debajo de la cama y los problemas de la calle.
¿Dónde estás?
Y supongo que alguien más te da calor, que las estrellas siguen brillando allá arriba, y que las palabras siguen valiendo tan poco como lo hacían ayer.
Todo está revuelto, como esos ríos después de las lluvias torrenciales, como esas ciudades después de la guerra, como esas vidas después de la muerte.
Todo es complicado, como las matemáticas cuando dejas de estudiarlas, o los saltos cuánticos, o los planos del metro de París.
¿Dónde estás?
Y ahora sé que a veces dan igual las respuestas, o que incluso, algunas pueden esperar.
Y no pasa nada, el reloj seguirá hacia adelante.
¿Dónde estás?
Y no lo sé pero sólo espero que la suerte te acompañe.