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El rey de nada.

Va a empezar el año igual de mal que terminó el anterior.

Va a terminar el año igual de mal que empezó el anterior.

Será que ya no tengo ilusión por nada y todo me sabe igual de mal, como si con cada trago de agua fuera ingiriendo un poco de veneno que me ha robado la fuerza y las ganas, como si no consiguiera apartar de mí los secretos y las tormentas.

Será que ahora tengo claro que es todo mentira.

Ahora las calles escupen mis piezas, me derraman sobre el alquitrán y no puedo ni recomponerme ni levantarme, ni huir de tanto silencio que me consume. Esta vez no voy a salvarme, lo supe desde el primer paso, aunque en realidad nunca me he salvado, sigo acompañando este calvario hacia el monte de los olivos.

La senda acaba en el acantilado, el barco choca contra el iceberg, el frío arrecia, la indiferencia congela y conserva.

Creo que debería despertar ya de una vez, dejar de soñar, impedir que pasen los años en vano, asumir el fin. Todo lo que me atormenta y me duele me lo he autoinflingido.

Esto de pelear contra uno mismo siempre es tan agotador, el no cambiar de argumentos, el no encontrar excusas, el no encontrar verdades, el no encontrar motivos. El hecho de cavar, de buscar y no encontrar nada que me calme y me sacie. Ya sé que el problema es mío, no puedo ni quiero culpar a nadie de mis vicios, miedos, inseguridades, grietas, sentimientos, errores, problemas.

Sólo me queda hacer las cosas a tientas en medio de esta habitación a oscuras en la que me muevo intentando no chocarme contra las paredes, por eso ahora voy a quedarme quieto en medio de todo este sinsentido que me he forjado como modo de vida.

Sólo me queda dejar a un lado mi creencia en el amor inocente, en la sinceridad como herramienta universal.

Sólo me queda borrarme del mapa, ser el rey de nada.

Y ahora no sé si salir a emborracharme hasta caer inconsciente o ponerme el pijama.

Tierra, trágame.

No hay café en la despensa y vuelvo a tener sueño.

Creía que había olvidado el dolor, tus viejas fotografías, lo de idealizar los días contigo.

Y era mentira.

Tengo la extraña sensación de querer huir de ti y de querer quedarme a tu lado para siempre. La sensación perenne de poder cambiar el mundo sólo mirándote a los ojos y cogiendo tu mano, corriendo juntos en la misma dirección.

Está claro que a día de hoy seguimos viviendo de recuerdos, de falsas expectativas, tengo asumido que sólo hemos sido un par de fantasmas que han vagado sin pena ni gloria por los meses. Por esperarlo todo he acabado envuelto en sangre, con los huesos llenos de fisuras, el corazón roto y el alma lejos. Ni siquiera he sido capaz de anestesiarme por dentro para que todo me diera igual por fuera.

Quería que fueras mi brújula en este mapa lleno de sinsentidos y caminos absurdos y miraste hacia otro lado.

Quería que mis buenos días fueran para ti antes que para el despertador y miraste hacia otro lado.

Supongo que debí sospecharlo cuando gemías y después era yo el que quería abrazarte durante toda la noche.

Supongo que debería sospecharlo cuando sólo soy yo el que te necesita cuando acaba el día.

Hemos sido un par de idiotas jugando a ciegas con la baraja, y no tengo ningún as bajo la manga. He descubierto todas mis cartas, me he quedado sin trucos, y no ha sido suficiente. Ni mis ganas de ti, ni la sinceridad más absoluta, ni el enseñarte cada uno de mis sentimientos con nombre propio, ni querer quitarte el daño a golpe de besos matutinos.

Sólo tenía la intención de borrarte los días de lágrimas, quitar el ruido de fondo, cambiarle las pilas al mando de la tele.

Sólo quería llenar tu presente de respeto y comprensión.

Y a pesar de la lógica, de ver mi fracaso, de ser capaz de analizarlo todo con la mente fría, la auténtica certeza es que la única parte de mí que sigue intacta es ese resquicio de mi mente en el que sé que te quiero.

Tierra, trágame.

La ley de Murphy.

Barbarie en las calles, el sol quemándonos la piel sin que haya sombra en la que protegernos, y me he dado cuenta de que necesito ciertas cosas más que respirar, y que voy a seguir quemándome con todo este juego.

Gasolina en los sentidos, y una cerilla cayendo al suelo delante de nuestros ojos.

Necesito agua y tormentas de verano para controlar todo este incendio. Tormentas de las que te llenan el olfato de tierra húmeda gritando alivio, tormentas de las que dejan el cielo limpio de cualquier derrota.

No sé por qué siempre corro arrastrando las cadenas, quedándome el último, viendo cómo los demás han llegado a la línea de meta sin que yo haya sido capaz de avanzar ni un metro.

Rebeldes, bordeando el límite como quien bordea un precipicio riéndose de las alturas, sin medir las consecuencias.

Inconscientes.

Tanto tiempo burlándonos de nosotros mismos, escondiendo las verdades. Tanto tiempo que sólo puede ir en nuestra contra.

El Conejo Blanco ya nos dice que llega demasiado tarde, porque hay cosas para las que siempre es tarde. Pero vamos a seguirle hasta la madriguera, vamos a beber el veneno, que nos corte la cabeza la Reina de Corazones si hace falta.

Créeme que sé lo que es no sentir hogar en ningún abrazo, créeme que sé lo que es sentirse pequeño y querer desaparecer a cada momento. A estas alturas del viaje llevo tanta soledad metida en el pecho que ya somos uno, inseparables.

Ahora todo son buitres en mi cabeza, esperando a que me convierta en carroña, esperando la muerte lenta que me señala las horas. Todo es incertidumbre, inquietud y dudas, un escenario a oscuras por el que tengo que caminar sin saber muy bien cómo.

Quizá acabe igual que Jim Stark en Rebelde sin Causa.

Quizá acabe como Theodore Twombly en Her.

Quizá es que estoy mirando el mapa y sólo veo un camino.

Sócrates, de verdad que no sé nada, ahora mismo sólo tengo claro que si algo puede salir mal saldrá mal.

Lo dice la primera ley de Murphy.

Mea culpa.

Yo no sé si es culpa mía, pero cada vez que cojo el timón la vida me manda una tormenta. Como una señal de aviso inequívoca para que vuelva a mi sitio, para que me olvide de esas ansias de navegar un mar bravío y me quede en la orilla, mirando, como he hecho siempre. Mirando a los demás, observando con las manos a la espalda las vidas de los otros, que van, que vienen, que dan vueltas y acaban por naufragar. Porque arriesgarse también puede ser un error.

Yo no sé si es culpa mía, pero cada vez que cojo el mapa empieza a llover, y se encharcan los caminos y tengo que quedarme a refugio. Protegido entre paredes, esperando a que vuelva la calma, a que el sol brille con dudas para poder sacar los pies de nuevo entre las piedras y tratar de avanzar un poco hacia el futuro tambaleante que parece que nunca llega.

Yo no sé si es culpa mía, pero cada vez que lanzo una flecha nunca llego a acertar en el centro de la diana. El fallo, algo tan propio, que casi no imagino lo que es respirar sin hacerlo mal, sin pisar las hojas cuando quiero avanzar sin que nadie se de cuenta, sin dar un portazo cuando quiero escapar sin que me escuchen, sin toser cuando estoy escondido entre las sábanas guardadas.

Pero lo cierto es que cada vez me importa menos, lo único que empieza a importarme a día de hoy es desprenderme de las piedras que llevo a la espalda, expandir la caja torácica y coger aire, tirarlo, y volver a empezar. Que la mayoría de días sólo quiero dejar de pensar, apagar el cerebro y sonreír sin saber por qué, despertar por las mañanas y volver a apretar tu mano sabiendo que no te vas, sabiendo que yo también me quedo, sabiendo que va a haber café de sobra para los dos y que tenemos que comprar ese helado que tanto te gusta porque nos lo hemos vuelto a acabar. Los libros compartidos, la discusión tonta porque los dos queremos poner nuestra música mientras limpiamos la casa, el calentón en el ascensor, el meternos mano en la orilla de la playa, el partirnos de risa borrachos sobre la cama antes de caer rendidos.

Pequeños detalles, como tu cepillo de dientes junto al mío, tu champú y ese otro bote marrón que no sé para qué sirve, un abrazo inesperado en la madrugada, una película que dejamos a medias después del primer beso y que nunca podemos acabar. Las risas en el metro, perder los autobuses, las lágrimas de despedida, los nervios de subir al avión, la Torre Eiffel sobre nuestras cabezas, Hielo T, Pequeña de las dudas infinitas, palmeras, el sudor en tu habitación, el cruzar todos los semáforos en rojo, el que te emborraches a la primera copa, la pizza familiar, tu Nesquik en el armario de mi cocina.

Yo no sé si toda esta vida de mierda, de ahora sí y ahora no, es culpa mía. Pero me da igual.

Lo único que pido es no quedarme nunca sin café, tus ojos y los besos.