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Defectos, deseos y las cartas del destino.

Defectos.

He vuelto a descubrirme miles de defectos, los he cogido y los he sumado a los otros miles que ya tenía anotados en una lista. Y me los recito uno tras otro en el espejo con firmes palabras de predicador.

Al final del día tenemos que acostarnos siendo conscientes de nuestros errores, nuestras imperfecciones y nuestras malas decisiones.

Y seguir adelante.

Todo supone lastre, sacos llenos de piedras que son sentimientos que no sabemos gestionar. Todo supone tierra en los ojos, agua de mar en la garganta y sal en las heridas.

Pero la vida continúa aunque nosotros no queramos, aunque nos guste detenernos y mirar el cielo para contemplar las lágrimas que prenden en medio de la oscuridad cada mes de agosto. Seguimos pidiendo deseos efímeros que nunca llegan a cumplirse.

Pero ya no podemos confiar ni tan sólo en el firmamento, ni en los viejos del lugar, ni en lo que nos dice el corazón. No podemos confiar en la magia ni en los rituales ancestrales. No podemos confiar en la memoria ni en quienes escriben la historia. Y tampoco en los que dicen que estarán con nosotros para siempre y se han caído del caballo después de saltar la primera piedra.

Nos rodea la misma corrupción moral que gobernó a los romanos y a los emperadores chinos.

Nos rodean los pactos de silencio, los indios y vaqueros, los paraísos artificiales.

Nos rodea la mentira, la falta de escrúpulos y remordimientos.

Y da igual, porque ya no se ensalza el bien ni a sus defensores, porque vivimos en los tiempos del cuanto peor mejor, porque se premia a los culpables, porque se difama a los que luchan, porque hay que reivindicar en voz baja y sin molestar, porque el amor real ya está manchado de todos los clichés de las películas.

La sociedad actual, otro defecto.

Y, a estas alturas, ya no podemos confiar en los deseos.

Digan lo que digan yo no pierdo la esperanza.

Será por eso que siempre pido que te quedes a mi lado, y las cartas del destino me juegan de nuevo una mala pasada, porque mi deseo, por mucho que mire cada noche las estrellas, aún no se ha cumplido.

Tierra, trágame.

No hay café en la despensa y vuelvo a tener sueño.

Creía que había olvidado el dolor, tus viejas fotografías, lo de idealizar los días contigo.

Y era mentira.

Tengo la extraña sensación de querer huir de ti y de querer quedarme a tu lado para siempre. La sensación perenne de poder cambiar el mundo sólo mirándote a los ojos y cogiendo tu mano, corriendo juntos en la misma dirección.

Está claro que a día de hoy seguimos viviendo de recuerdos, de falsas expectativas, tengo asumido que sólo hemos sido un par de fantasmas que han vagado sin pena ni gloria por los meses. Por esperarlo todo he acabado envuelto en sangre, con los huesos llenos de fisuras, el corazón roto y el alma lejos. Ni siquiera he sido capaz de anestesiarme por dentro para que todo me diera igual por fuera.

Quería que fueras mi brújula en este mapa lleno de sinsentidos y caminos absurdos y miraste hacia otro lado.

Quería que mis buenos días fueran para ti antes que para el despertador y miraste hacia otro lado.

Supongo que debí sospecharlo cuando gemías y después era yo el que quería abrazarte durante toda la noche.

Supongo que debería sospecharlo cuando sólo soy yo el que te necesita cuando acaba el día.

Hemos sido un par de idiotas jugando a ciegas con la baraja, y no tengo ningún as bajo la manga. He descubierto todas mis cartas, me he quedado sin trucos, y no ha sido suficiente. Ni mis ganas de ti, ni la sinceridad más absoluta, ni el enseñarte cada uno de mis sentimientos con nombre propio, ni querer quitarte el daño a golpe de besos matutinos.

Sólo tenía la intención de borrarte los días de lágrimas, quitar el ruido de fondo, cambiarle las pilas al mando de la tele.

Sólo quería llenar tu presente de respeto y comprensión.

Y a pesar de la lógica, de ver mi fracaso, de ser capaz de analizarlo todo con la mente fría, la auténtica certeza es que la única parte de mí que sigue intacta es ese resquicio de mi mente en el que sé que te quiero.

Tierra, trágame.

Maldita.

Me veo recogiendo toda la esperanza que has dejado por los suelos, los huesos que aún quedan en nuestras cunetas.

Yo pensaba que era suficiente con querer y no es verdad, me habían vendido esa mentira de que sentir algo un poco más arriba del estómago era todo lo que necesitaba.

Y no es verdad.

Vivimos en un mundo en el que disimular es más constante que la gravedad, y sonreímos y asentimos mientras por dentro estamos tan llenos de grietas que nadie nos puede arreglar.

Nos hacen falta tantos abrazos y verdades.

Nos sobran tantas tragedias y destrucción sentimental.

Nos estamos complicando la vida con tanta aspiración y al final sólo llegan a nuestra puerta las cartas con todas las decepciones.

Con querer no es suficiente porque hace falta mucho más.

Por eso quererla es sencillo, porque no cuesta tener siempre una cuerda preparada para tirarla al mar si se está ahogando. Es sencillo abrirle la puerta cuando arrecia el frío en el mes de Febrero. Es sencillo arroparle por las noches después de que el sexo sólo huela a ella. Es sencillo compartir el desayuno y el mal humor matutino. Es sencillo sanar las heridas con besos sin lengua. Es sencillo abrirle las puertas, dejar que pruebe mi postre, bajar la tapa del wc, apagar las luces, hacer la cama, llevarla tan lejos como me pida, darle la mano y salir adelante.

Juntos no debería haber barreras, ni acantilados, ni tiempo, aunque estemos clavados por las rodillas, aunque todo sean idas y venidas, y desesperación.

Que siempre nos tengamos el uno al otro, que siempre podamos dejarnos caer hacia atrás con los ojos cerrados, que siempre podamos hablar mirándonos a los ojos deshaciendo los nudos de la garganta, que siempre podamos emborracharnos los sábados, que siempre tengamos cuadernos para escribir la historia.

A mí me pasa que la miro y es como escuchar mi canción favorita, y ella cree que está maldita pero todavía no se ha dado cuenta de que es sólo que aún no entiende su magia.

El club de los corazones idiotas.

Siempre tenemos ganas de pelea, de enredarnos más de lo que es conveniente, de dejar que lleguen los tiempos difíciles y plantar cara aunque parezcamos dos brotes tiernos de hierba, un par de cachorros indefensos.

Nos arriesgamos a mandar cartas sin escribir nuestros nombres para que nadie nos descubra, a ver eclipses entre las nubes, a acelerar por caminos escarpados.

El tiempo ha vuelto a engañarme, se ha hecho eterno de nuevo al marcharte y no soporto este vaivén de mecedora. No aguanto que me salves unos segundos y me castigues el resto del tiempo.

Este edificio de cristal se viene abajo, con todos sus ventanales.

Me dijeron que no tuviera prisa, que con el amor pasa como con las cosas de palacio. Me dijeron que no tuviera miedo, y tengo que ir luchando día a día para intentarlo.

Ya no sé lo que es dormir sin que me duela la cabeza y el pecho.

Ya no sé lo que es deambular por la selva cotidiana sin arrastrar noches de insomnio por tu culpa.

No te has percatado todavía de lo que has hecho conmigo, y no te culpo. Aunque creemos que nos preocupamos por alguien al final siempre nos ponemos los primeros, forma parte de nuestra naturaleza. Es el instinto de supervivencia.

Tendemos a ser inmóviles, a que no nos cambien las cosas de sitio. Intentamos mantener un orden y que no nos molesten demasiado. Lo nuevo nos da pánico, acabar una etapa y empezar otra; dejar atrás familia, amigos, relaciones. Es porque todavía no hemos entendido que la vida es un ciclo que está lleno de cambios, y que debemos adaptarnos como hacen las especies: a la luz, al sol, el frío o el calor. A hablar otros idiomas, a dejar de acariciarnos cada día, a morir de ganas sin tenernos, a correr cien metros y saltar las vallas.

Y yo que en el fondo tampoco lo entiendo sigo intentando coger el aire que nos quieres darme, trato de robar los besos que quieres guardarte; por eso sigo destrozándome los nudillos contra cada pared que me recuerda a ti y contra cada vagón de tren pintado que me hace pensar en mi banal existencia.

Pero no aprendo.

Soy el inútil del perro de Pavlov que siempre acaba salivando al verte.

Seguiría nadando río arriba si fuera a encontrarte, descifraría enigmas del pasado para cogerte la mano, te buscaría en las letras de la Divina Comedia si así lograra volver a engañarte y meterte en mi cama.

Qué jodido el amor y la vida, y qué tonto el corazón, que nunca aprende y no quiere hacerlo.

Qué jodido un nosotros sin futuro.

«Querido amigos, el club de los corazones idiotas abre sus puertas.

Sed bienvenidos.»

[Que sí, que si lo lees. Es por ti.]