Desolación, amor y whisky por el suelo.
Estoy otra vez en ese mismo punto terrorífico de hace tiempo, cuando pensaba que había recobrado las fuerzas, cuando creía que podía sanarme, cuando había conseguido ver la luz y la esperanza, y me había permitido aferrarme a ellas en lugar de huir hacia otro lado como hago la mayoría de las veces.
Llegaste tú a derrumbar todos mis muros de seguridad.
Llegaste tú y creí que había ganado, que había llegado a meta, a la última señal, al último planeta habitable de la galaxia en el que podía quedarme a vivir eternamente.
Y era mentira.
Es todo uno de esos espejismos que parecen reales, uno de esos sueños de los que no queremos despertar.
Y ese es el problema, que seguimos esperando que nos salven los demás, seguimos dejando nuestro futuro y designios en manos de otros que viven su vida y no están dispuestos a vivir con nosotros.
Ahora sólo soy capaz de mirar a un páramo que no me dice nada y de echar la vista atrás para observar el paisaje desolado que hemos dejado a nuestras espaldas.
Yo sólo quería abrazarte para siempre, hasta en las noches de verano en las que el calor pegajoso hace que nos arda la piel y queremos la cama para nosotros solos.
Y sigo con la estúpida manía de no querer vivir sin ti.
Supongo que soy el último idiota en la tierra.
Lo sé.
Y sigo con la estúpida manía de quererte.
Y no sé qué voy hacer durante el resto de mis días.