Escucho el eco de mis palabras en la cabeza, un eco que alterna con el silencio que me angustia.
Ayer miré de nuevo al suelo desde el balcón.
Y tuve miedo.
Volví a tener esa sensación en mi piel de curiosidad, la curiosidad insana de querer saber qué se siente cuando tus huesos tocan tierra desde unos diez metros de altura. Tuve que apartarme, cerrar la puerta y encogerme sobre la cama con las pulsaciones por las nubes. Volví a sentir la oscuridad acariciándome el sistema nervioso con esa sonrisa que hiela la sangre, con esa sonrisa del que sabe que si te atrapa esta vez no piensa soltarte.
Y tuve miedo.
Me vi desprotegido una vez más, con todas las inseguridades al descubierto, con todos los resquicios dejando ver el interior que tanto intento mantener oculto, con todas las grietas sacando mis trapos sucios. Quedando mis miserias más expuestas que nunca.
No sé quién tiene el remedio ni la solución a mis problemas, si todo depende de mí mismo o necesito la ayuda de alguien más. No sé si a estas alturas soy capaz de escuchar el consejo de otras voces, ni de dejarme abrazar cuando rompo a llorar.
Tengo ahora la sensación de soledad que ya conozco, la sensación de impotencia, de rabia, de tristeza y melancolía que se te agarra al alma y se mimetiza contigo.
Otro cambio que no soy capaz de controlar.
Otro paso que no estoy preparado para dar.
Que hay vida más allá de lo conocido es algo que tengo claro y asumido, pero a medias. Es fácil decir a todo el mundo lo que tiene que hacer pero algo menos el aplicarse el cuento a uno mismo.
Supongo que después de todo me merezco todo lo malo que me pase.
Tengo ahora la sensación de no ser nadie, de no tener ningún reflejo en el espejo, de estar hecho de las nubes negras que sólo consiguen intoxicar a quien tienen cerca.
Y tengo miedo.