Un latido fuerte.

He dejado de prometer nada.

Porque no me crees, aunque siga arañándome la piel cada día, aunque siga dejando atrás la armadura, el mal humor y el ceño fruncido que normalmente me acompañan cuando no estoy contigo.

No me crees aunque mis manos estén abiertas y me brillen los ojos cuando te miro.

Llega un punto en el que automatizamos todo, hasta aquello que no deberíamos, y empezamos a dar por hechas ciertas cosas que habría que seguir ganándose en el día a día. Yo creo que, a estas alturas, seguimos en pie de guerra, mirándonos a los ojos desafiantes sin saber muy bien qué hacer, como dos principiantes en una clase de baile que no saben cuál es el próximo paso.

El otoño ha vuelto hacer conmigo igual que hace con las nubes y las hojas, desordenarme por completo, dejarme por el suelo, arrancarme los botones de la camisa.

Mientras todo cambia fuera dentro siento el tiempo detenido, pasando lento, y escucho en mis entrañas el exasperante sonido de las manecillas del reloj que pesan tanto como bolas de cañón.

Y el mundo que no avanza.

Y yo tampoco.

Por eso me rindo, ahora sólo miro al cielo y espero a que caiga la lluvia para calarme hasta los huesos, para olvidarte, para olvidarme de la idea casi surrealista de un futuro en el que caminamos juntos y no hay miedo, ni malos recuerdos, sólo un latido fuerte que en mi cabeza suena parecido a lo que para el resto debe ser la felicidad.

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