Etiqueta: guerra

Un latido fuerte.

He dejado de prometer nada.

Porque no me crees, aunque siga arañándome la piel cada día, aunque siga dejando atrás la armadura, el mal humor y el ceño fruncido que normalmente me acompañan cuando no estoy contigo.

No me crees aunque mis manos estén abiertas y me brillen los ojos cuando te miro.

Llega un punto en el que automatizamos todo, hasta aquello que no deberíamos, y empezamos a dar por hechas ciertas cosas que habría que seguir ganándose en el día a día. Yo creo que, a estas alturas, seguimos en pie de guerra, mirándonos a los ojos desafiantes sin saber muy bien qué hacer, como dos principiantes en una clase de baile que no saben cuál es el próximo paso.

El otoño ha vuelto hacer conmigo igual que hace con las nubes y las hojas, desordenarme por completo, dejarme por el suelo, arrancarme los botones de la camisa.

Mientras todo cambia fuera dentro siento el tiempo detenido, pasando lento, y escucho en mis entrañas el exasperante sonido de las manecillas del reloj que pesan tanto como bolas de cañón.

Y el mundo que no avanza.

Y yo tampoco.

Por eso me rindo, ahora sólo miro al cielo y espero a que caiga la lluvia para calarme hasta los huesos, para olvidarte, para olvidarme de la idea casi surrealista de un futuro en el que caminamos juntos y no hay miedo, ni malos recuerdos, sólo un latido fuerte que en mi cabeza suena parecido a lo que para el resto debe ser la felicidad.

Día de suerte.

Cuando crees que has ganado a tus demonios, te saluda la sombra en el espejo.

Y tienes que volver a empezar.

Como si las pequeñas victorias del día a día no sirvieran de nada, como si esos logros que nos llevamos a la cama se desvanecieran mientras hemos tenido la oportunidad de soñar el uno con el otro y encontrarnos en el limbo que permiten las nubes esponjosas de la nada. He vuelto a verte y he sentido ganas de abrazarte sin rencor, de poder mirarte a los ojos sabiendo que somos los mismos que se escribieron en un papel arrugado que estarían siempre el uno junto al otro. Todo porque tengo el recuerdo de tus manos en mi nuca atragantado sin que me deje apenas respirar, el deslizar de tus uñas sobre mi pelo, el movimiento de caderas sin compás por culpa de las ganas.

El día a día es una especie de guerra en la que morimos y salimos ilesos dependiendo de la hora.

Matamos y morimos a partes iguales.

Nos hieren y herimos, algunas veces a propósito, otras sin darnos cuenta, sin tener intención.

No caemos en la cuenta del poder de los gestos, las palabras, las miradas, y cuando lo analizamos todo siempre es tarde.

No llegamos a tiempo para las disculpas, ni para los besos desde el perdón, ni para los abrazos reconfortantes.

Es tan complicado poner a los demás por delante, tratar de cuidar por encima de nuestros sentimientos.

Es tan difícil proteger a quien más queremos sin hacer daño.

Vamos todos sangrando por el camino, dejando rastro, limpiándonos con páginas de libros antiguos, con sábanas deshechas, con trapos sucios de cocina.

Y ahora estoy sentando en el banco del parque mirando al cielo caprichoso de septiembre que juguetea con la luz, los pájaros y las hojas de los árboles. Estoy esperando que sea mi día de suerte y te sientes conmigo, y me cojas de la mano y lleguemos juntos a cruzar la meta.

Y caiga el telón y empiece nuestra obra favorita.

En mitad del sombrío invierno.

Nos creemos los héroes cuando quizá no seamos más que los villanos.

Yo sólo sé que soy como un soldado que en plena guerra tiene el brazo roto y no puede sujetar el fusil, y por eso ya no sirve para nada, por eso me mandan a las trincheras y de vuelta a casa en mitad del sombrío invierno (in the bleak midwinter*). Soy a ese al que mandaron en primer lugar a dar la cara, a recibir las balas, los golpes y a llenarse de barro las botas porque mi pérdida no supone nada, porque no soy tan valioso, porque sólo sirvo para sentirme halagado con lo que me toque por fortuna.

Me siento ya en retirada, caminando silencioso entre la bruma y el humo de tabaco, deseando que la lluvia deje de calarme las entrañas para llegar a casa y que alguien, que probablemente no lleve tu nombre, me cure las heridas y me cuide el corazón.

Sabemos que el mundo va a consumirse a sí mismo, que nosotros estamos ayudando a que todo se desintegre más rápido de lo que debía hacerlo. Pero imagina, imagina por un instante que existe una cuenta atrás, imagina que hay un plazo, que tenemos una fecha exacta en la que todo se destruirá.

Imagina que eso va a suceder en cinco años, que entonces el mundo ya no será mundo y tú no serás tú, y tus manos no serán manos. Y todo se habrá acabado, de un instante a otro, todo desaparece y no hay conciencia, ni cultura, ni ricos, ni pobres, ni historia, ni facturas, ni peleas, tampoco miradas cómplices, ni caricias, ni la tristeza de un domingo por la tarde.

Imagina que el mundo tiene fecha de caducidad y que tú tienes un temporizador marcando una cuenta atrás que llegará a cero y lo destruirá todo. Piensa bien a quién querrías dar el último abrazo, el último beso, a quién hablarías por última vez, qué canción escucharías antes de ser parte de alguna estrella, qué comerías la última noche, qué dirías para despedirte.

De verdad, para un segundo.

Un minuto.

Dos.

Tres.

Los que sean necesarios para que pienses un poco.

Mira a tu alrededor, mira tus manos, tus pies, tu cara en el espejo del pasillo.

Mira tus libros en las estanterías, las últimas conversaciones en tu teléfono.

Mira tu vida y piensa si estás haciendo con ella lo que realmente quieres.

Y si la respuesta es no.

Si la respuesta es no, cámbiala porque quizá el mundo no acabe tan pronto, pero el tiempo pasa rápido, y entonces respirar no te habrá servido para otra cosa que para doler, y estoy convencido de que no hemos venido al mundo para eso.

Si la respuesta es no: sal de casa, búscale, llama a su puerta para quedarte, y aprovecha el tiempo hasta la muerte o hasta el fin del mundo, lo que llegue antes.

*In the Bleak Midwinter, es un poema de la poetisa inglesa Christina Rossetti. Fue una frase popular entre los soldados de la Primera Guerra Mundial. Aparece en varios capítulos de la serie de la BBC Peaky Blinders.

Mi rutina preferida.

Mi rutina preferida consistía en besarte todas las mañanas y era el mejor motivo para levantarse y afrontar el día. Una especie de recompensa e impulso al mismo tiempo que ayudaba a que lo viera todo de forma distinta, a que a pesar de las nubes grises que siempre me rodean el mundo pareciera un lugar que merece la pena. Y fue así durante un tiempo, hasta que todo se derrumbó, hasta que cayó la primera ficha de dominó que hizo que todas las demás le siguieran y volví a sentir que no era nadie, que no soy nadie para ti.

Vuelta al vacío, a la caída libre, a la moneda que se queda en el fondo de la fuente siendo un deseo que nunca se cumple.

A mí me parece una auténtica broma, con las guerras que hemos ganado, con la de luchas que hemos tenido entre las sábanas y fuera de ellas, con la de muros que hemos saltado sin darnos apenas cuenta, sólo con las manos, sólo con verdad. Verdad, lo único que pido, lo único que puede hacer que lo que hay entre dos personas sea realmente indestructible. Porque si tenemos que ocultarnos, si tenemos que mentirle a quien se supone que más queremos, qué sentido tiene cerrar la puerta y quedarte a solas con esa persona, y compartir tu intimidad y tus miedos, ilusiones, alegrías y esperanzas.

Nuestro momento se ha quedado suspendido en el aire, a medio camino entre el todo y la nada, sostenido por cuerdas invisibles que necesitan poco para romperse.

Yo no he acabado de adaptarme a este nuevo tablero de juego, a las nuevas normas, a esta manera de tener que callar y pasarlo todo por alto, fingir absoluta indiferencia cuando hay rabia y dolor, y cenizas donde debería haber vísceras y huesos.

Echo de menos aquello de no tener que preocuparme porque eras real, porque existías en mi día a día, porque no eras una mera fantasía a la que aferrarme en la penumbra de mis sueños.

Echo de menos asegurarme tu sonrisa, rescatar tu corazón, anestesiarte por dentro, como dice Miss Caffeina.

Mi rutina preferida sigues siendo tú.

Cómo destruir a la persona que te quiere.

Trompetas de guerra en el aire y yo ya estoy dentro del refugio, sin necesidad de escuchar la sirena antiaérea. Yo ya me había dado cuenta hacía mucho tiempo de que todo estaba mal, de que todo se iría pronto por el retrete, de que no nos haría falta a esperar a que subiera la marea para ahogarnos con la espuma que nos sale por la boca.

Llevo tanto tiempo siendo un loco que ya no recuerdo lo que es estar cuerdo, y es que al final me he dado cuenta de que las cosas nunca cambian que lo que cambia es la forma en la que nosotros miramos y lo vemos todo. Y yo he tenido claro siempre que el viento nunca ha soplado para hinchar mis velas y llevarme junto a ti pero es que creo que tú has conjurado a todos los dioses del Panteón para mantenerme lejos, para que me quede atrás. Soy como ese vampiro al que no invitas a entrar a tu casa por mucho que quieras que te muerda.

Si lo que querías era convertirme en un desconocido lo has hecho bien, te doy el aprobado. Ahora sólo soy capaz de verte en sueños y ni siquiera en ellos puedo ya tocarte. Ahora sólo soy capaz de conciliar el sueño de puro cansancio cuando el sol vuelve a asomar por la ventana, cuando la noche se acaba.

Supongo que a la próxima, si es que hay próxima vez, buscaré a alguien que de verdad sepa lo que hace, que no juegue, que no lance un te quiero y esconda la mano después, que no use todas sus armas de destrucción masiva contra mis labios y después no se quede a recoger parte del desastre.

Yo ya he redactado una lista de Cómo destruir a la persona que te quiere en cinco cómodos pasos y no sé si la has leído pero los has seguido uno a uno, al pie de la letra, y sin inmutarte lo más mínimo.

Te dije que siempre prefería la verdad y tú decidiste mantenerte callada, usar la gravedad, el paso del tiempo, el silencio rastrero. Y es que con las personas que te importan se es sincero, se sacan fuerzas, se pasan nervios y se afrontan las consecuencias. No se puede enarbolar la bandera de ser buena persona si se va haciendo daño aunque no sea conscientemente, si se evita el problema.

Hay maneras de actuar que sólo hacen que incrementar el rencor, la rabia, avivar la llama hasta ahora inexistente del odio.

No sé tú pero yo voy a intentar hacer las cosas siempre mejor. Que mi insomnio y mi ansiedad nunca sean culpa de estar luchando contra la conciencia, que sean sólo por culpa del desamor.

La última guerra.

Casi siento ya la explosión, el temblor en el suelo, los pájaros volando nerviosos, los perros ladrando más de la cuenta y mirando a la puerta de casa, los gatos con el pelaje erizado. El mundo comienza a desmoronarse y quizá es que ya nos merecemos todo lo malo que nos pueda pasar, como especie hemos dado toda la pena posible, hemos llevado al planeta a la destrucción completa poco a poco.

Gente defendiendo lo indefendible, justificando actos que atentan contra los derechos humanos y formas de pensar porque debemos ser tolerantes. No, hay determinadas maneras de vivir con las que no se puede ser tolerante. Ya basta de poner siempre la otra mejilla hasta que te cuelan un puñal en el costado. No se puede tolerar a quien porta antorchas, viste esvásticas en la piel y alza la mano a la sombra de un Führer que todavía parece caminar entre nosotros.

Y da miedo, da un miedo terrible observar que nada cambia y que sólo vamos a peor. Me provoca un temor absoluto ver que la historia no nos sirve para nada, ni siquiera para aprender la lección.

Estamos a escasos pasos de que se presione el botón rojo y el hongo nuclear lo llene todo, fundamentalmente porque nos sigue gustando marcar las diferencias en lugar de vernos como iguales.

Pero es que no somos iguales.

Cállate.

Deja de decir estupideces.

¿Qué te diferencia realmente de otro ser humano? ¿Qué hay más importante que todo eso que nos une y nos rebaja al mismo escalón?

Respirar, amar, llorar.

Exactamente igual.

El problema es que nos hemos creído las fronteras, las religiones y la identidad, y hemos necesitado siempre formar parte de grupos que nos arropen y excluir a otros por las más absurdas cuestiones: el color de la piel, el género, el país, la religión, la orientación sexual, la ideología política.

El problema es que hay poder y dinero, y objetivos e intereses que están fuera de nuestro alcance. Y da miedo, es acojonante ver cómo el mundo lo dominan unos cuantos y los medios focalizan nuestra atención para distraernos, y logran llenarnos de rabia y frustración, y consiguen que pelemos entre nosotros por temas irrelevantes.

Me temo que esto no tiene solución, mientras haya narcisistas y sociópatas con el mando de la nave entre las manos.

Me temo que todo pasa por desparecer y esperar a que en algún momento haya vida realmente inteligente, que sepa hacer de los buenos sentimientos un refugio, el lugar donde vivir, y que la próxima sea la última guerra mundial.

Y pido que si todo se va a la mierda de pronto, que si el mundo tiene que acabarse de una vez, sólo pido estar contigo.

Bandera blanca.

Están los que olvidan rápido, los que tardan más tiempo, los que no lo hacen nunca, y luego yo.

Igual por eso no sé cerrar las heridas.

Tengo una memoria en la que los buenos y los malos momentos se quedan grabados a fuego, y poco se puede hacer contra eso, porque por mucho que lo intentes hay ciertas cosas que no se van de tu cabeza, por mucho que luches por borrar ciertos pensamientos o ideas, o recuerdos.

O putos sentimientos.

El recuerdo de paisajes borrosos tras los cristales, de palabras que se quedaron suspendidas en el tiempo, de besos sin ningún tipo de contención. El recuerdo de promesas que han caído al suelo y se han convertido en miles de pedazos que no se pueden recoger. El recuerdo de canciones y de frases, y de fotografías donde todo estaba claro y no había indecisión, ni titubeos.

¿Por qué no sacas la bandera blanca y acabas de una vez con esta batalla? No sé si sabes que en las guerras todos los que han ido al frente acaban perdiendo aunque se sientan ganadores.

Y después de todo no nos merecemos perder de esta forma.

Aún me siento borracho de ganas de ti, por desgracia no se acaban, y me llena todavía esa fuerza que me impulsa hasta tus brazos, pero tengo que pararme los pies, decirme en voz baja que ya no puedo tocarte y tengo que mirar hacia otro lado.

Y para qué engañarnos, duele como supongo debe doler un puñal atravesando las costillas, dejándote sin respiración, tirándote al suelo.

Me estás desangrando sin querer remediarlo.

Creo que todo esto duele tanto como te quiero.

Anarquía.

Me ha costado aprender pero lo tengo claro. Hay personas que no se merecen tu perdón, hay gente que te hace tanto daño, que te rompe en tantos pedazos que es imposible ser indulgente con ellos. Porque a veces la absolución no es una opción a tener en cuenta.

Y yo no soy ningún santo, aunque a veces lo intente.

Y estoy ya harto y cansado de ser el más tonto de este corral de comedias, de ser el desgraciado al que siempre le toca poner la otra mejilla y sonreír de la mejor forma posible porque nunca pasa nada y todo está bien.

No nos permitimos el dolor, ni la debilidad, ni el mostrarnos a los demás tal cual somos, sin vestiduras. Desnudos de mentiras, máscaras y conductas socialmente aceptadas que realmente detestamos. La cortesía de hoy en día, la falacia de la vida actual.

No quiero tener que ocultarme más, ni vagar por la vida de rodillas suplicando a los demás un poco de cariño. No quiero esconder nunca más quién soy, ni quiénes somos cuando nos damos la mano.

Todavía no he sido capaz de apreciar a tu lado las calles de plata de esta ciudad, ni he sido capaz de apartar la mirada de tus ojos teniendo el atardecer cerca.

Lo cierto es que aguantamos cualquier cosa, estamos hechos para seguir adelante aunque nos quiten las manos y los pies, y nos dejen sólo un corazón débil en medio de esta jaula de piel y huesos.

Aguantamos todavía la monarquía y el capitalismo, y que haya leyes que no nos dejen alzar la voz y protestar por nuestros derechos. Aguantamos hasta que nos quieran a medias y de mentira.

Este mundo es para el que consigue la adaptación al medio, se supone que sobrevive siempre el más fuerte. Y yo nunca lo he sido. He sido el débil, el que prefiere esconderse y agachar la cabeza a defenderse, el que prefiere rodear el peligro a enfrentarse a él.

Y me han llovido las críticas por ello, y me llueven, y me lloverán.

Yo que siempre he ido recorriendo la vida con paciencia tengo prisa ahora, tengo la necesidad de que las cosas pasen rápido.

Yo que siempre he sido defensa, ahora soy parte de la caballería, de la delantera mítica, y me he quitado el lastre y ahora corro más rápido y seguro.

Me gusta pensar que hacemos que vuelvan idiomas extinguidos cuando ruge el colchón bajo tu cuerpo, y que tu voz viene de algún lugar del Paraíso que no sale en los libros. Me gusta imaginar cómo se deshacen los hielos en contacto con tu piel y saciar mi sed contigo en un día caluroso de verano. Me gusta cuando niegas lo evidente y tratas de disimular. Me gusta cuando el sol te roba un destello en la mirada y casi eres tú de verdad.

Que aunque no te guste, eres como un libro abierto para mí.

No sé si te has dado cuenta pero ya vamos caminando por líneas de alta tensión y no somos conscientes del peligro. A veces el riesgo sólo hace más interesante el viaje, la aventura, y llegar al destino sabe aún mejor.

Yo, por si acaso, y pase lo que pase, estaré atento a las señales del cielo, a la divina providencia, a los tambores de guerra, a la electricidad entre los dos.

Yo, por si acaso tendré las armas preparadas para pelear cada batalla.

Pero si tengo que elegir, prefiero refugiarme sin censura en tu anarquía.

Tercera Guerra Mundial.

Suenan los rugidos y seguimos tomando café tranquilamente en los bares. El mundo se tambalea sin saber a dónde va. Vuelven a oírse las palabras del miedo, la guerra se cuela en nuestras fibras y en IKEA no dejan de vender su mierda.

Nos indignamos con los dientes apretados, como si de verdad nos afectara que los militares se alcen, que mueran en Niza o que los sirios acaben pudriéndose en el mar.

Estamos tan cómodos viendo las noticias desde el sofá, protegiéndonos con un escudo de miles de kilómetros. Masacres en Oriente Próximo, desastres naturales y más bombardeos. Y a mí lo que me importa es ir todos los días al gimnasio para ligar más, que mi equipo de fútbol gane la Europa League, tener dinero para pillar algo que me haga olvidar un sábado por la noche. Lo que me importa es tener un coche nuevo, llenar la estantería de libros y beber una cerveza cada viernes por la tarde.

La primavera árabe se ha quedado en nada, Reino Unido da un paso al lado, Alemania sigue moviendo los hilos mientras se ríe de la desgracia ajena, y en EE.UU siguen matando negros por ser negros y pasean las armas como quien lleva una bicicleta.

Las voces del caos ya gritan que viene la Tercera Guerra Mundial, y nos va a pillar con el móvil en la mano para poder grabarlo todo.

Se nos olvida lo importante, a estas alturas, hemos perdido la noción básica de lo que debería ser vivir.

Se nos olvida el abrazar más y decir la verdad.

Se nos olvida el pronunciar te quieros sin tener que escondernos.

Ya hay demasiada oscuridad en el mundo, demasiada guerra, demasiada sangre como para no querernos en voz alta, y confiar un poco.

Ya hay demasiados barcos hundidos, demasiadas lágrimas, demasiados llantos como para llorar por nimiedades y dejar de sonreír.

Y en el fondo sé que la rabia me ha teñido ya las entrañas, y que han conseguido impregnarme del veneno del odio, pero no voy a dejar que ganen.

Sólo podemos luchar con aquello que nos quieren arrebatar.

No podrán quitarnos nunca los besos y el brillo que se me pone en la mirada al hablar de ti.

De verdad.

Sólo podemos seguir hacia adelante dándonos la mano.

Confía en mí.

Mírame a los ojos.

Si hace falta voy a parar las balas y los misiles por ti.

No pienso dejar que caigas nunca más.

Atrévete.

Maniobras de reanimación en un corazón demasiado desestructurado como para salir ileso de tanto golpe. Agua y jabón para limpiarnos las miles de heridas que deja el día a día en nuestra piel.

Demasiada oscuridad rodeándonos como para saber con claridad qué hay al final de cualquier túnel. Demasiada cobardía como para querer averiguarlo. Se está tan bien con la venda en los ojos, caminando despacio y palpando las paredes para no caer antes de tiempo.

Ni siquiera nos atrevemos a mirarnos a los ojos más de dos segundos por si descubrimos nuevas intenciones, por si nos damos cuenta de verdad de que somos seres retorcidos, reptilianos, de sangre fría y corazón de piedra.

La fachada envuelta en poesía y caricias suaves, canciones que hablan de tu historia como si fuera única, el estado de guerra sentimental en el que vivimos, noches de benzodiacepinas y señales de humo. Pólvora y calor para recordarnos los buenos momentos, todavía veo la lluvia salpicando tu cara de sonrisas.

Y ya no hay nada. Vacío y destrucción.

Después de todo nos damos cuenta de que nadie nos entiende, nadie sabe mirarnos cómo nosotros nos vemos y están en nuestra contra. No hay buenas noticias, los periódicos sólo sirven ya para encender el fuego y nuestras manos quedan demasiado lejos como para volver a tocarse.

Y la gente dice que me atreva, que vuelva a saltar, que grite, que dispare la flecha, que abra fuego, que lance la caballería, que me permita latir contigo.

Atrévete tú, yo lo intenté una vez y mira en qué me he convertido.

Ya no sé ni lo que digo.