Etiqueta: sueños

Otra dimensión.

Creo que debo estar hipomaníaco, el pensamiento me va tan rápido últimamente que no soy capaz de concentrarme del todo y voy saltando de una cosa a la otra haciendo varias cosas a la vez. Supongo que el tomar cinco o seis tazas de café al día para mantener despierto entre hojas rayadas, bolígrafos y subrayadores de todos los colores tampoco ayuda demasiado.

Llevo unas cuantas noches durmiendo un par de horas, más que suficiente para coger energías y seguir adelante con toda la paranoia que llevo dentro. Ni el hecho de ir al gimnasio con la primera luz del día ha conseguido calmarme un poco los nervios o rebajarme la energía, o quitarme el entresijo de pensamientos que me va llenando capilares y sistema nervioso periférico al mismo tiempo.

He vuelto a redescubrir la radio de madrugada, ahora entiendo por qué cuando te haces anciano recurres a ella para que te acompañe en medio del insomnio que no quitan las benzodiacepinas ni los hipnóticos recetados por el médico de cabecera.

Y cuando no es suficiente me veo obligado a encender la luz de la mesita de noche y a coger el libro que llevo a mitad desde hace meses para ir avanzando en la historia.

Ahora que viene el frío tengo calor metido en las sábanas de una cama que se va haciendo más grande con los meses y me acabará tragando sin que me de cuenta, llevándome a otra dimensión donde quizá los sueños se cumplan sin tener que sufrir por ellos.

El vacío nunca deja de crecer, el agujero negro del pecho acabará con todo.

Voy a guardarme la esperanza y las palabras pronunciadas porque no sé qué va a pasar.

Un día cualquiera.

Silencio.

¿Lo oyes?

Claro que sí, es ella respirando junto a ti. Sonríes en la penumbra que te brinda la persiana a medio bajar a primera hora del día. Es tan sencillo sentirse tranquilo cuando está a tu lado, cuando no tienes que preocuparte porque sabes que está bien, que está contigo aunque te esté dando la espalda en la cama.

Es todo más fácil cuando te levantas, te lavas la cara y te miras al espejo sabiendo que todavía sueña, o que al menos descansa, y luego te tomas cinco o diez minutos para mirar por la ventana mientras las nieblas todavía bostezan a tu alrededor.

El olor del café hace que ella abra los ojos en la cama y que sonría sin que tú lo sepas, es su despertador los sábados por la mañana, y tú mientras estás viendo la vida de una familia perdida en Alaska con la voz al mínimo para no despertarla. Te roza la nuca con la mano mientras bosteza y se sienta frente a ti, y todavía sin poder abrir del todo los ojos da el primer trago mientras se enciende un cigarro.

Le gusta así, qué le vamos a hacer.

Subes el volumen de la televisión y os miráis callados un segundo antes de daros un beso mezcla de sueño, cafeína y nicotina. Lo bueno de los sábados es que no hay nada programado, que puede pasar cualquier cosa, que podemos dedicarnos a perder el tiempo juntos o por separado según nos apetezca. El comedor está por limpiar, una de las cestas de la ropa está llena y hay un par de pilas de libros con el nombre de cada uno esperando a ser acabados. Todo depende siempre del azar y de la fuerza de voluntad, y la mía me pide que nos duchemos juntos y que la mañana pase rápido para salir a dar un paseo y respirar un poco.

Entrelazar los dedos, dejar atrás las calles, los coches y el mal tiempo. Alejar los miedos con el sonido de la risa, con la mirada sincera, con la verdad por delante, que compartir hasta la cerveza sea siempre sumar y no restar. Cenar por ahí o en casa según las ganas y el bolsillo. Volver a la cama, quedarnos sin ropa, abrazarte hasta que se me quede el brazo dormido, roncar o respirar fuerte, soñar contigo aunque te esté tocando.

Y que un día sea cualquiera para los demás pero nunca para nosotros.

Pearl Harbor.

He perdido la ilusión, las ganas de soñar, la fuerza para intentar darle la vuelta a todo. Eché la pelota a tu tejado y la sigo esperando, como un perro que espera permanentemente la vuelta de su dueño cuando este ya ha muerto. Tiré pequeñas piedras a tu ventana esperando a que te asomaras en algún momento y veo la luz encendida pero nunca sales a por mí.

El futuro hace tiempo que no existe ni me interesa lo más mínimo, desde que sé con certeza que no vas a despertarme por las mañanas porque quiero quedarme cinco minutos más con los ojos cerrados abrazado a tu cuerpo, calentando mis manos.

Ya no creo en lo que está por venir, ni tengo expectativas más allá de levantarme de la cama por inercia para pasarme el resto del día sentado con la mirada perdida entre letras.

Me siento tan idiota, porque todo me ha pillado tan desprevenido como a los americanos el ataque sobre Pearl Harbor. Creía que éramos otra cosa, que habíamos sido verdad, que había algo más allá del entretenimiento momentáneo entre los dos.

Juro que vi cosas en sus ojos antes de besarla, y quise creer que eran tan reales como la piel que habitamos.

Ahora tengo las manos en alto, soy culpable de todo lo que quieras: de intentarlo, de creer, de luchar, de quererlo, de cuidarlo, de protegernos.

Dime en qué esquina decidiste no volver la vista atrás.

O no, quedémonos callados eternamente, podemos mirarnos siempre sin ser claros, dejarlo todo en el aire, que la herida no se pueda curar, que siga doliendo tanto que no pueda respirar nunca más sin recordarte.

Me está pasando, eso de que todo me recuerde a ti, de que sea superior a mis fuerzas, de no poder evitarlo.

No sé ya si me va a tocar rezar para que alguien me libre de este mal.

Has llegado tan lejos como una bala en campo abierto, como la longitud de onda, como la música en medio del silencio, y nunca nadie llega tan lejos para dejar marchar.

Porque no tiene sentido hacerlo bonito para dejarlo a medias, para que se acabe sin saber por qué, para no ser felices pudiendo serlo.

No tiene sentido dejarlo morir pudiendo salvarnos.

Yo te dije que era para siempre y lo estoy cumpliendo.

Imposibles.

He visto un termómetro marcar veintiocho grados un veintiuno de enero.

He visto a gente levantarse tras recibir un K.O sobre la lona.

He visto resistir tras el huracán de tu mirada.

He visto personas que dan todo sin esperar recibir nada.

He visto principios que no tienen final.

Los imposibles son muchas veces esos sueños que pensamos que nunca llegarán a cumplirse y los dejamos ahí, en la lista de «cosas que queremos que sucedan pero por las que no vamos a luchar lo suficiente» que todos tenemos guardada en el cajón de la mesita de noche.

Los imposibles en ocasiones se transforman, como lo hace todo en esta vida, los ríos, los huesos, las fronteras.

Y se acaban convirtiendo en realidades palpables.

Un día soñamos que podríamos tocar el cielo y lo hicimos, volamos juntos con los ojos cerrados sin ningún miedo a caer.

Un día soñamos que podríamos ser protagonistas y lo hicimos, nos besamos delante de cientos de ojos sin sentirnos pequeños, ni extraños, ni idiotas; porque uno no puede sentirse idiota queriendo a otra persona, elevando lo de cuidar a alguien al cuadrado. Uno no puede sentirse idiota mientras recuerda el color de sus ojos y le empieza un terremoto en el pecho sólo de pensar en su primer beso, y en todos los que vinieron después de aquel menos tímidos, más largos, más profundos, más húmedos.

Como todo lo demás.

Pero me quitas el privilegio y te conviertes en sombra inalcanzable, te conviertes en un borrón al que no puedo abrazar por mucho que camine.

Y me quedo en la orilla, siendo la Penélope de esta historia, esperando a que vengas, o a que vuelvas si es que alguna vez has estado aquí, ocupando el mismo espacio-tiempo-amor que yo.

Pero da igual, al final todo da igual.

Porque creo en ti como imposible y como carne.

Como trampa y música.

Como misterio y verdad.

Como tormenta y eclipse.

Como crimen sin castigo.

Yo sigo creyendo que algún día despertaré siempre a tu lado, y no necesito más para mantenerme vivo.

Alucinaciones hipnopómpicas.

Sueño.

La ropa resbala por su cuerpo lentamente, acariciándole la piel igual que lo hace un susurro al oído. Su tono blanco de completa desnudez le da un toque de indefensión y sólo quiero abrazarla, hacer de escudo, coraza, salvaguarda, para impedir que nada le haga daño, para impedir que nada le duela, para impedir su angustia y sus lágrimas.

Instinto primitivo.

Beso tu cuello, tu espalda, tu abdomen, y tú te enredas en mi nuca, en mi pelo, en mis dedos. El sol tímido se cuela por la persiana aclarando la penumbra y vuelves a parecer una diosa etérea y sin miedos. Todavía no ha sonado el despertador y nuestros ojos están entrecerrados, sintiendo nuestros claros y sombras con las manos. Aún nos tiemblan los huesos estando en la misma habitación y eso sólo puede ser algo bueno. Somos un par de figuras de cristal sobre la cama que se rompen si tocan el suelo.

Esta historia sería un combate injusto si alguno de los dos fuera a perder, pero en el amor eso no pasa. Con el amor sólo se puede ganar, ¿verdad?

Porque si no vibras como las cuerdas de un violoncello al rasgarlas cuando te mira no tiene sentido.

Porque si no te entran ganas de ser mejor persona cuando paseas a su lado no tiene sentido.

Porque si no te mira a los ojos al menos una vez al día para decirte que todo va a ir bien no tiene sentido.

Porque si no te hace sentir que quieres vivir eternamente no tiene sentido.

Ni razón.

Porque si necesitas besar otros labios, tocar otras almas, beber de otros cuerpos, debes mirarte al espejo y dejarte llevar por el ruido cardíaco que habita en tu pecho, por la idea simple de un futuro mejor.

Estoy esperando, dando vueltas en la noria, dispuesto desde hace tiempo a abrir el paracaídas para impedir que choques contra el suelo, para impedir que pienses que no mereces algo mejor (porque lo mereces).

No podemos ser esclavos, ni arriesgarnos a perder los días, porque se esfuman los suspiros con demasiada rapidez, y las horas, las vidas.

Yo no quiero arrepentirme dentro de cinco, diez, veinte, treinta años, no quiero tener que lamentarme porque no nos atrevimos a intentar salir de la cueva buscando el sol.

Sueño contigo a diario, por eso siempre me despierto sonriendo.

Después abro los ojos, pongo un pie en el suelo, y llega la realidad para caer sobre mí como una losa.

Vuelven a dolerme las costillas, pero donde más duele es justo en el centro, en el amor propio.

Veneno en los labios.

La garganta llena de nudos por los que no pasa la saliva, ni el aire.

La sensación de angustia permanente.

La falta de religión que nos de todas las explicaciones que no nos da la realidad.

El exceso de yoga, gimnasio y drogas de colores.

El superávit de información, ruido y sentimientos.

El ir desnudo por la vida, sin mentiras, sin necesidad de ocultar nada.

Hay lobos aullando al mismo tiempo a la luna y dicen que nunca antes había pasado, pero quién sabe, hoy en día todo está del revés.

Vivimos en medio de un caos insoportable, en una espiral de voces sin sentido, de cuadros abstractos y arte callejero. Nos han puesto tan bien la venda sobre los ojos que ni siquiera nos planteamos alternativas para cada uno de nuestros problemas. Acabamos siendo villanos, cómplices, por culpa de la desidia, por ver cómo da vueltas la noria sin intentar bajar de ella.

No sé si damos más asco que pena.

No sé si vamos a bajar del barco o a seguir remando.

No sé nada, sigo sin saber nada.

Hace años que todo me viene grande, que no puedo comprender la ceguera en la que vivimos, que no dejo de lamentarme una y otra vez.

Somos polizones en un mundo que debería ser nuestra casa.

Somos extraños en los brazos de quien debería ser nuestro amor.

Somos animales de compañía más salvajes que la mayoría de mamíferos.

Somos el miedo hecho carne y huesos.

Somos veneno en los labios de quien más queremos.

Somos hierba muerta.

Y no me queda más remedio que poner música, apagar la luz, cerrar los ojos, dejar que todo gire sin que pueda evitarlo. El mundo hace su ruta por el sistema solar y el dinero se mueve de un bolsillo a otro, y las vidas se van como se va un caramelo en una clase de primaria.

No me queda más remedio que besar lento y respirar por los dos, arrancarte la ropa con los dientes, prepararte un hueco a mi lado, cuidarte hasta que no pueda hacerlo, esperarte en el andén, cerrar las ventanas con el temporal, encender la hoguera, cuadrar el círculo, visitarte en sueños, beber de tu boca.

Y escribir, romper las páginas, vivir en bucle, llorar a solas, caer rendido.

Esperar el final.

Pero no el nuestro, ese no.

Soñar contigo.

Tenemos suerte porque seguimos aquí, sintiendo la tierra húmeda bajo nuestros pies.

Tenemos suerte porque aún no nos hemos ido, y podemos abrazarnos y besarnos en la frente para alejar el miedo en las noches de domingo.

Tenemos suerte porque todavía corre agua por los ríos y la noche y el día se suceden.

Y no sabemos apreciarlo.

El mundo sigue ahí brillando para nosotros y ya no tenemos tiempo ni de mirarlo. Hemos dado la espalda a la tierra que nos sostiene y nos ha visto crecer. Hemos querido vivir dejando de lado lo importante, creando imperios de papel mojado y catedrales de cartón.

Ya no sabemos apreciar aquello que tiene valor, y nos importa una mierda la amistad verdadera y el amor real si tenemos algo más fácil que no nos haga pensar.

Yo me quiero quedar ahora con los pequeños detalles, quiero que cualquier suceso pueda ilusionarme, hacer que mis ojos sonrían. Quiero ver las calles cada día con la mirada de un niño inocente para el que todo es nuevo y la maldad queda lejos. Quiero mezclar tu caos con el mío y hacernos uno en el futuro.

Quiero (y necesito) que todo deje de dolerme.

Me duele la injusticia, la falta de libertad, tu indiferencia, el silencio programado, que me hieras pudiendo no hacerlo, ser una marioneta del sistema, que se rían a mis espaldas, que intenten engañarme mientras me doy cuenta de ello.

Y, por eso, ante cada golpe pongo la otra mejilla, respiro hondo, hago como Gandhi y ejerzo la no-violencia activa y sigo luchando por aquello que quiero, aquello que merezco, aquello que necesito. Acabo levantándome una y otra vez, a pesar de todo. Acabo otra vez en pie aunque algunas veces quiera abandonar, salirme del camino y ponerme a descansar.

El tiempo no da respiros. Ni la vida, ni Tánatos.

Cuando desistes ya has perdido.

Cuando bajas los brazos ya has perdido.

Cuando tiras la toalla ya has perdido.

Cuando dejas de soñar estás muerto.

Y yo sigo soñando contigo.

Déjame ser tu dragón.

El día que te quedes sabré que aún hay esperanza para nosotros. Pensaré que el mundo todavía se puede salvar.

En mis sueños hoy has vuelto a dejarme tirado en la cama, dormido, mientras te escabullías de las sábanas en silencio y paseabas desnuda por la casa a oscuras. Has vuelto a huir como sólo saben hacer los más cobardes. Has vuelto a dejar que me crezca la tristeza en el pecho al despertar sin ti.

Algunas cosas no deberíamos permitirlas jamás como que aquellos que más queremos sean los que más daño nos hagan. Paradójica la debilidad y la fortaleza que nos da el amor simultáneamente.

Volvemos siempre al punto de inicio, la rueda siempre gira otra vez, y estoy ya metido en un caleidoscopio que me distorsiona la realidad que me toca vivir.

El tiempo se ríe de nuevo, juega conmigo. No sé por qué siempre acabo yendo a contratiempo, contando días, meses, horas. Tratando de hacer cálculos, por si las cosas pueden cambiar y aún puedo salvarme contigo de la mano. Estamos a tiempo de coger otro tren, de ir los dos en el mismo vagón, de llegar a cualquier parte.

Hace meses que estoy perdido en este vacío que hemos dejado crecer entre nosotros cuando yo sólo quiero tenerte cerca, cuando todavía quiero que pase algo que de la vuelta a la partida, que haga caer las fichas del tablero, que nos obligue a empezar de nuevo. Quizá debí apartarme aquella primera vez, cuando sólo me había quemado la punta de los dedos, cuando aún podía curarme rápido, cuando aún sabía correr en dirección opuesta a ti.

Ahora el hielo crece lento entre los dos, nos separa poco a poco, nos distancia sin que queramos o quizá porque es lo que realmente que queremos y no somos capaces de decirlo con sinceridad, igual que no hemos sido capaces de tantas cosas durante todo este tiempo. Supongo que el invierno nunca se ha ido completamente de los dos, que estamos dejando que nos mate el silencio y el rencor sin que nos demos cuenta.

Tenemos nuestros propios infiernos, nuestros propios demonios que no nos dejan alzar el vuelo, que sólo nos hacen naufragar. Y yo sé, después de todo, que mi sitio es contigo, que no quiero perderme en ningún otro mar, que no quiero buscar alas nuevas porque no van a hacerme volar como tú.

Contigo soy, desde el inicio, Ícaro volando demasiado cerca del sol, pero es que estar contigo ha sido la única forma de sentirme vivo de verdad.

Y sabes tan bien como yo que todos los príncipes de las historias son imbéciles por eso yo sólo quiero ser tu dragón.

En busca del fuego.

Mis ganas en su lengua, entre sus piernas.

Si es por mí no dudes en morder y quedarte con los restos, puedes desangrarme sin piedad. Voy con las vísceras por fuera, sin ganas de dar explicaciones, dispuesto a que cualquiera toque en blando y haga más profundo el dolor. Al final no valgo nada, al final sólo estoy aquí para ser, estar y fracasar todas y cada una de las veces que me proponga intentarlo contigo.

Yo ya no puedo ser el mismo, me he hecho demasiado daño -he dejado que tú me lo hagas- como para recomponerme y poner las piezas en el mismo lugar que ocupaban al principio.

Ahora soy una especie de Guernica emocional.

Somos las malas versiones de las mejores canciones; o algo parecido, ya no entiendo las cosas demasiado bien.

Veo turbio, todo es niebla y gris en el camino y el futuro ya no tiene sentido, ya no existe. Mi vida se basa en un presente desestructurado, sin sentido, desfigurado. Y es que no tengo claro si compartimos sueños, si queremos lo mismo, ni tan sólo si queremos algo parecido. Y los sueños en abstracto no sirven de nada, sólo para acabar frustrándonos. Lo único que sí sé es que los sueños sólo se hacen realidad si se persiguen, si se atrapan entre los dedos igual que yo atrapo tus mechones de pelo algunas noches. Los sueños sólo se hacen realidad si los agarras, soplas para quitarles el polvo y haces algo con ellos.

Los sueños igual que la energía ni se crean ni se destruyen sólo se transforman, y la única forma de transformación que conozco a parte de la fuerza del agua y del viento es la fuerza que todos guardamos dentro.

Las quimeras sólo sirven si las conviertes en algo tangible, de verdad.

Y te digo que esto no es por falta de ganas, es que hay obstáculos que ya no sé cómo derribar, distancias que no me dejas salvar.

Ante la catástrofe propongo el amor como forma máxima de rebeldía e insumisión.

Ante el desastre propongo los besos como forma perfecta de revolución.

Ante la vuelta a las cavernas a la que nos quiere arrastrar el mundo propongo volver a descubrir el fuego con la fricción de nuestros cuerpos.

Empezar de cero, mucho antes de Cristo, y volver a crear el mundo con nuestras manos, a través de nuestros ojos.

Contigo quiero buscar las Indias Orientales, pintar los lienzos de Velázquez, escribir las leyendas de Bécquer y admirar la música de Albéniz.

Así para empezar, se me ocurre que podemos cambiar la historia desde el principio.

 

La muerte lenta del corazón.

Hace calor.

El amparo de la noche ya no es suficiente para mantenerse a salvo.

Y es que no lo estamos.

Somos víctimas de nosotros mismos, de nuestros sueños, de proyectos, de mentiras, de autoengaños, de obligaciones que no queremos tener pero que sacamos adelante de la mejor forma que sabemos.

Existen ciertas cosas en esta vasta existencia destinadas a no suceder, destinadas al tibio fracaso por mucho que intentemos lo contrario.

Como tú y yo, que ya somos sólo un poco de chatarra abandonada en algún camino que sólo se transita un par de veces al año.

Se ha esfumado todo, como lo hace el vaho en el mes de octubre.

Has hecho que desaparezca como un trilero hace con la bola, como un político hace con el dinero, como un asesino hace con sus víctimas.

No queda ya esperanza, y mucho menos quedan fuerzas.

Me has dejado en los huesos a nivel emocional y ahora no creo que me recupere y pueda ser el mismo. Tengo un velo en la mirada, unas ojeras cada vez más marcadas, un pensamiento más endeble.

Esperaba que las cosas después de tanto tiempo transcurrido fueran diferentes, muy diferentes, pero nunca hice caso a tus advertencias de principio de viaje. Esperaba que lucharas un poco, que valiera la pena, que todo este desierto indómito y salvaje se llenara de cálidos oasis en los que dejarse llevar por tu piel.

Y el fallo es mío.

Una vez más.

Por intentar cambiar ciertas cosas, que ya sabemos que lo que está escrito en piedra no se modifica jamás. Y admito que no he podido, que vuelvo a ser un caballero al que ha matado el dragón.

Con lo sencillo que debería ser vivir y ni siquiera sé hacerlo bien. Otro de esos múltiples fallos de mi sistema nervioso central.

Con lo sencillo que habría sido un buenos días, un beso en la nuca, el olor a café recién hecho, la ropa interior sobre la cama, salir desnudo de la ducha y toparme con tu sonrisa.

Con lo sencillo que habría sido y lo que duele ver que no.

Es jodido encontrar al amor de tu vida, disfrutarlo, creerlo, y que luego se quede siendo otro imposible más, que se te escape entre los dedos como lo hace el agua fresca de un arroyo. Que se quede ahí, siendo otra grieta más que soportar hasta acabar por romperte con un simple roce.

Yo no sé si aguantaré más golpes y caídas, con esto ya he tenido suficiente. Y creo que ya necesito de todas las velas, linternas y antorchas para caminar entre esta oscuridad interior que no deja de crecer y que empieza a asfixiarme con su abrazo mortal.

La muerte lenta del corazón.

La historia de perdición de cualquier ser humano.

Una historia de amor.