Tenemos suerte porque seguimos aquí, sintiendo la tierra húmeda bajo nuestros pies.
Tenemos suerte porque aún no nos hemos ido, y podemos abrazarnos y besarnos en la frente para alejar el miedo en las noches de domingo.
Tenemos suerte porque todavía corre agua por los ríos y la noche y el día se suceden.
Y no sabemos apreciarlo.
El mundo sigue ahí brillando para nosotros y ya no tenemos tiempo ni de mirarlo. Hemos dado la espalda a la tierra que nos sostiene y nos ha visto crecer. Hemos querido vivir dejando de lado lo importante, creando imperios de papel mojado y catedrales de cartón.
Ya no sabemos apreciar aquello que tiene valor, y nos importa una mierda la amistad verdadera y el amor real si tenemos algo más fácil que no nos haga pensar.
Yo me quiero quedar ahora con los pequeños detalles, quiero que cualquier suceso pueda ilusionarme, hacer que mis ojos sonrían. Quiero ver las calles cada día con la mirada de un niño inocente para el que todo es nuevo y la maldad queda lejos. Quiero mezclar tu caos con el mío y hacernos uno en el futuro.
Quiero (y necesito) que todo deje de dolerme.
Me duele la injusticia, la falta de libertad, tu indiferencia, el silencio programado, que me hieras pudiendo no hacerlo, ser una marioneta del sistema, que se rían a mis espaldas, que intenten engañarme mientras me doy cuenta de ello.
Y, por eso, ante cada golpe pongo la otra mejilla, respiro hondo, hago como Gandhi y ejerzo la no-violencia activa y sigo luchando por aquello que quiero, aquello que merezco, aquello que necesito. Acabo levantándome una y otra vez, a pesar de todo. Acabo otra vez en pie aunque algunas veces quiera abandonar, salirme del camino y ponerme a descansar.
El tiempo no da respiros. Ni la vida, ni Tánatos.
Cuando desistes ya has perdido.
Cuando bajas los brazos ya has perdido.
Cuando tiras la toalla ya has perdido.
Cuando dejas de soñar estás muerto.
Y yo sigo soñando contigo.