Hace calor.
El amparo de la noche ya no es suficiente para mantenerse a salvo.
Y es que no lo estamos.
Somos víctimas de nosotros mismos, de nuestros sueños, de proyectos, de mentiras, de autoengaños, de obligaciones que no queremos tener pero que sacamos adelante de la mejor forma que sabemos.
Existen ciertas cosas en esta vasta existencia destinadas a no suceder, destinadas al tibio fracaso por mucho que intentemos lo contrario.
Como tú y yo, que ya somos sólo un poco de chatarra abandonada en algún camino que sólo se transita un par de veces al año.
Se ha esfumado todo, como lo hace el vaho en el mes de octubre.
Has hecho que desaparezca como un trilero hace con la bola, como un político hace con el dinero, como un asesino hace con sus víctimas.
No queda ya esperanza, y mucho menos quedan fuerzas.
Me has dejado en los huesos a nivel emocional y ahora no creo que me recupere y pueda ser el mismo. Tengo un velo en la mirada, unas ojeras cada vez más marcadas, un pensamiento más endeble.
Esperaba que las cosas después de tanto tiempo transcurrido fueran diferentes, muy diferentes, pero nunca hice caso a tus advertencias de principio de viaje. Esperaba que lucharas un poco, que valiera la pena, que todo este desierto indómito y salvaje se llenara de cálidos oasis en los que dejarse llevar por tu piel.
Y el fallo es mío.
Una vez más.
Por intentar cambiar ciertas cosas, que ya sabemos que lo que está escrito en piedra no se modifica jamás. Y admito que no he podido, que vuelvo a ser un caballero al que ha matado el dragón.
Con lo sencillo que debería ser vivir y ni siquiera sé hacerlo bien. Otro de esos múltiples fallos de mi sistema nervioso central.
Con lo sencillo que habría sido un buenos días, un beso en la nuca, el olor a café recién hecho, la ropa interior sobre la cama, salir desnudo de la ducha y toparme con tu sonrisa.
Con lo sencillo que habría sido y lo que duele ver que no.
Es jodido encontrar al amor de tu vida, disfrutarlo, creerlo, y que luego se quede siendo otro imposible más, que se te escape entre los dedos como lo hace el agua fresca de un arroyo. Que se quede ahí, siendo otra grieta más que soportar hasta acabar por romperte con un simple roce.
Yo no sé si aguantaré más golpes y caídas, con esto ya he tenido suficiente. Y creo que ya necesito de todas las velas, linternas y antorchas para caminar entre esta oscuridad interior que no deja de crecer y que empieza a asfixiarme con su abrazo mortal.
La muerte lenta del corazón.
La historia de perdición de cualquier ser humano.
Una historia de amor.