A esta vida he venido a perder.
Lo sé desde hace más años de los que tengo.
Nací ya con desgana, sin querer salir del útero materno, con pereza, porque me habían dejado grabado en los genes que iba a salir a luchar en un mundo que iba a ir abriéndome grietas a cada paso que diera. Me habían escrito en el ADN que importaban bien poco los puñetazos que lanzara al aire, los mordiscos que tocaran carne, porque lo de ganar no estaba previsto en mi destino.
Por eso dejé de luchar, por eso decidí que lo mejor era coger un bol de palomitas y mirar, observar el contenido y el continente. La vida a un lado y yo al otro, intentando no molestar, intentando quedarme al margen de cualquier historia que parezca real.
Es como si el mundo fuera un tablero, un cuadrilátero, en el que hay que golpearse fuerte para llegar a alguna parte, y yo recibo todas las hostias mientras sigo sonriendo desde el suelo, mientras miro al cielo y suspiro sin ser capaz de hacer nada.
Tarde o temprano todo se reduce a lo mismo, a ser incapaz de responder, a ser incapaz de dar un paso, a ser incapaz de luchar cuando algo vale la pena. Caigo, como la mayoría, en el conformismo, en la dinámica habitual de callar y mirar. Y no valgo mucho más de lo que dicen mis actos.
La cobardía me hace caminar sobre seguro, la música de siempre, los libros que ya sé que me gustan, las películas que tienen buenas críticas.
Voy a seguir siendo el saco de arena en el que muchos otros se descargan, voy a seguir siendo la pared llena de grietas, el reloj con la esfera rota, el coche sin gasolina, comida rápida, una canción de Iggy Pop, Mohamed Ali perdiendo contra Berbick, Roy Batty llorando bajo la lluvia, Snape y Lily Potter.
Arrinconado, en el suelo, con la nariz sangrando y un ojo morado.
Ya estoy acostumbrado.
¿Arriesgar?
¿Estamos locos?
Prefiero acurrucarme hasta que llegue alguien que sepa darme un abrazo y un beso sincero.