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Marineros y sirenas.

No quedan ni marineros de confianza ni sirenas que busquen derrotas en los bares.

No queda ni rastro de la magia ni de las brujas en el aire.

No quedan sueños de los que se pueden cumplir.

Ahora sólo somos carne de ansiedad y nos bebemos cualquier cosa con sal y limón.

Vamos buscando caminos que se cruzan sin saber dónde detenernos a tomar aire, sin saber distinguir cuál es nuestro sitio. Seguimos igual de perdidos que al principio de la historia.

Exploramos el mar y las olas, y esperamos los vientos fríos que nos llenen las alas, el corazón y las manos de esperanzas, que nos borren las telarañas que nos han mantenido inmóviles en cualquier esquina.

Siempre acabo viéndote dibujada en el horizonte, como una silueta inalcanzable que me espera sin dejar de avanzar, como la Isla del Tesoro. Y ahora me pasa como en esas pesadillas en las que te despiertas de las peores maneras cuando te das cuenta de que estás equivocado y la razón no está de tu parte, ni el destino. El azar y los astros vuelven a señalarme con el dedo mientras ríen entre dientes y su aullido se me clava en las entrañas.

Tanta calma, tanto cielo azul esperando el terremoto y la tormenta.

Tanto pecado esperando redención, tanto error sin corregir, tanto abismo abierto bajo nuestros pies.

Tanta gente esperando un mesías que está jugando al póker en su desierto de cristal.

Estamos siendo consumidos por la vorágine, por la destrucción, por el tiempo haciendo que nuestros huesos se conviertan en polvo.

Sólo quiero mar y silencio.

Y tus besos.

Y que alguna vez me digas la verdad.

 

No más poemas de amor.

Estoy harto de los poemas de amor que sólo mienten, necesitamos poemas bélicos.

Sí.

Que hablen de batallas.

De lucha.

De no cesar en el intento.

De buscar y conseguir.

De lograr los objetivos.

De no quedarse quieto mirando cómo todo el mundo avanza excepto tú.

De escapar sin tener que huir.

Necesitamos poemas que hablen de fuego y cenizas, de pájaros que vuelan sobre nuestras cabezas sin ningún tipo de miedo, de alcohol y penas que se ahogan, de piedras con las que tropezar que quedan atrás.

Necesitamos más mirarnos a los ojos y menos palabras vacías, más intentarlo y menos oídos contentos, más atrevimiento y menos desconfianza.

Sigo en plena guerra, conmigo mismo, contigo, contra todos; por eso no quiero más poemas de amor de los de siempre, que quieren decirlo todo sin decir nada, que usan palabras repetidas, roídas, que han perdido la verdad que abrazaban antaño.

Observa el mundo que te lo dice todo con una lluvia de estrellas, un atardecer, un poco de brisa fresca en un día tórrido, una mirada cuando más lo necesitas, una llamada de teléfono inesperada, la pantalla del móvil iluminándose a las dos de la madrugada.

Observa el día y la noche, con el sol entre las nubes, acantilados rugiendo en la oscuridad, con los pecados sobre nuestros cuerpos y las plegarias, y el perdón y las flores muertas desde hace años junto a casa.

Obsérvalo todo y si pierdes el equilibrio búscame.

Prometo que aunque creas que no hay nadie allí estaré.

Un sol de justicia.

El mundo se para en algunas fotografías y en algunos besos, como en el de esa pareja de chicas que se despide en el andén de la estación ajenas a la mirada de desaprobación de un par de ancianas y de un señor con bigote.

Todos luchamos contra todos de uno u otro modo, tenemos estigmas y muros con más años que el muro de Adriano. No es suficiente con intentar abrirnos camino entre los demás como para enfrentarnos a nosotros mismos de costillas para dentro. Arrastramos cargas tan grandes y en tales cantidades sin querer apoyarnos en nadie, sin querer dejar las cajas en el suelo un momento para mirar al frente y decidir el mejor camino.

Parece que hoy en día debemos seguir la estela del más rápido y tratar de no quedarnos atrás, no hay tiempo para pensar ni para decidir.

No hay tiempo para nada.

Y mucho menos para intentar cambiarlo todo y hacer las cosas mejor.

No hay tiempo y yo quiero tenerlo todo para gastarlo contigo.

Si pudiera darle un golpe al reloj y dejarlo parado por un rato, si fuera capaz de detener el transcurso de los días en ese preciso instante en el que sigues sosteniendo mi mano créeme que lo haría.

Estoy ya harto de las historias en las que hay víctimas y culpables, buenos y malos, vencedores y vencidos, bandos contrarios, como si no saliéramos todos heridos y llenos de culpa de cada historia, como si lo único válido fuera la visión y la percepción propia del mundo.

Lo único que puedo hacer ahora es abrazarte más fuerte y con más ganas, aunque nos derritamos bajo un sol de justicia.

Y quererte sin hacerte más daño.

Y perdonarme cuando me miro en el espejo.

No es culpa del calor.

La quiero a ella, aunque la vida juntos suene a caos y malabares.

La quiero a ella, aunque nunca vayamos a saber distinguir un planeta enano de una gigante roja.

La quiero a ella, aunque todo sea una especie de sinfonía por acabar y nubes negras.

La quiero a ella, aunque las flores y los pájaros se rían de nosotros.

Quizá porque sólo soy un estúpido que intenta llegar siempre al final del camino, porque no puedo quedarme con la curiosidad de conocer ciertos lugares, porque no soy capaz de conformarme pudiendo descansar contigo.

Lo bueno de los viajes es que vas conociéndote, y ya me voy dando cuenta de que tengo que callar más y pensar el doble, de que la cago demasiado y no sé arreglarlo después, de que necesito más ayuda de lo que estoy dispuesto a admitir, de que soy más cínico de lo que parezco.

En el fondo, supongo que querer a alguien también te hace darte cuenta de que eres mala persona, y algo egoísta, porque buscas atención y tiempo y ganas, y no siempre se puede tener todo, ni al mismo tiempo ni del mismo modo.

Te das cuenta también de que la vida se va retorciendo sobre sí misma y si estás en medio no duda en ir asfixiándote, y que no tiene piedad por mucho que le ruegues. Y siempre puede apretar un poco más.

Pero da igual, todo da absolutamente igual, porque a estas alturas ya está escrito en piedra que te habría buscado antes aún sabiendo que todo sería difícil para los dos.

[Y que sepas que no es culpa del calor, yo ya quería follarte en pleno enero.]

 

La mala suerte.

Quizá es mala suerte, quizá es esta capa de lodo que me recubre siempre, la que no me deja sonreír a diario, sentirme tranquilo, mirarme al espejo y dejar de tener miedo.

Quizá es la mala suerte, o sólo soy yo mismo golpeándome el pecho a diario para permitir que mi corazón siga latiendo.

Voy lleno de vendas que me cubren los ojos, lleno de mentiras que me han dejado cráteres en la piel donde ahora intentan crecer flores pálidas.

Voy lleno de historias que no interesan a nadie, de formas de hablar que no se entienden, de sufrimiento que todo el mundo toma por superficial, sin importancia y exagerado.

No sé si tú también vas enamorándote de ojos que hablan sin despegar los labios, de gente sin modales pero de alma gigante, de la justicia justa, de detalles inconcretos, de canciones habladas, de un rayo de sol inesperado colándose en la habitación.

No sé si tú también tiras los dados y sumas un uno, si siempre que miras al cielo buscando la luna encuentras un eclipse, si quieres disfrutar del camino sin haber empezado el viaje.

Quizá es mala suerte querer ser Ártico junto al mar Mediterráneo, donde los días pasan tan lentos cuando sopla el poniente.

Quizá es mala suerte quererte sin que sirva de nada, quedarme sin respiración cuando el dolor da otra punzada.

Quizá es mala suerte, o la vida haciendo de las suyas demostrando una vez más que nada importa, que todo sigue, aunque duela, aunque pese, aunque nunca podamos olvidar.

Ha caído al suelo mi torre de naipes.

No queda ni rastro de tus caricias en mi espalda.

Los dragones y las rosas.

Se me agota el tiempo.

No sé si queda mucho más a tu lado.

Se me agotan las fuerzas, las ganas, la vida.

Y no sé si me queda algo por hacer.

Hoy he visto que vuelan los dragones por las calles y hay caballeros con espadas oxidadas intentando darles caza, y yo los miro y sólo quiero que esos bichos alados ganen mil batallas, que destrocen todos esos amores que se basan en mentiras y ficciones, que destrocen todas esas palabras que no son reales, que no valen nada, que sólo adornan segundas intenciones.

No hace falta que te diga ciertas cosas, no hace falta que lo ponga por escrito. Veo que esquivas mi mirada, que no te atreves a irte ni a quedarte, y yo estoy aquí cargando con el peso del silencio.

Nos hemos olvidado de compartir y del nosotros, de saber lo que queremos, de buscar un rumbo en común, de dibujar caminos sobre la arena con nuestros dedos y olvidar lo que otros escribieron en los mapas.

Es 23 de Abril y hay gente dándose besos en los bancos de los parques, dejando que el sol y las cosquillas en el abdomen se hagan fuertes en ellos.

23 de Abril y tú y yo nos estamos despidiendo, sin saberlo (quizá siendo completamente conscientes de ello).

Iba a escribir para nosotros finales felices sin necesidad de perdices ni de estereotipos de cuento clásico y obsoleto, pero ya no. El final va a llegar como una estocada final en una sangrienta y odiosa justa medieval.

Sólo espero que haya alguien tan dispuesto a todo por ti como lo estaba yo.

Y me voy a paso lento, sabiendo con certeza que no vas a venir tras de mí, que ni aunque saltara el precipicio intentarías coger mi mano, tirar de mí, salvarme por una vez.

Lo único que sé es que desprovisto de escudo y de espada, sin armadura de metal, convertiría en mascotas a los dragones que nos miran desde arriba y te regalaría rosas y libros cada día.

La búsqueda y la esperanza.

Buscar.

Nos pasamos toda la vida buscando sin llegar a encontrar lo que realmente queremos.

Buscar.

El sol del litoral nos indica el camino algunos días otros, sin embargo, nos dejamos guiar por las nubes grises que nos llenan la cabeza.

Yo comencé a caminar sin nada entra las manos y he ido poco a poco llenando la maleta, de recuerdos, fotografías, conversaciones, libros, canciones y personas que vienen siempre conmigo. También hay un hueco siempre en la maleta, acompañando a los calcetines y la ropa interior, para las mentiras, lo malo, los miedos, el odio, la rabia.

Y sigo buscando.

Supongo que la búsqueda es algo innato, algo intrínseco al ser humano, algo que va tan ligado a nuestra genética que no nos podemos desprender de ello por mucho que lo intentemos. Somos envoltorios llenos de intenciones y curiosidad. Somos niños tratando de aprender el por qué de todo lo que nos rodea.

Trato de indagar siempre en los rostros, en los ojos, en las manos, intentando averiguar si tras el negro de la pupila hay un alma que anhela lo mismo que anhelo yo.

Buscaba después de tantas turbulencias encontrar algo de calma en ti, al abrigo de tus brazos y tus piernas, y aún te busco porque echo de menos el día a día. El sólo mirarte, darte un beso suave que no lleva a ninguna parte, abrazarte sin miedo a que nos rompamos, escucharte activamente, tratar de evitar tu dolor de forma inconsciente y conscientemente elegirte siempre.

Lo bueno de ese intento nuestro de conseguir cosas es que nunca nos detenemos, ni cuando parece que estamos completamente parados. Hay un pequeño mecanismo en nuestro interior, que parece funcionar como lo hacen los engranajes de un reloj, y nunca para de moverse, mantiene la llama lo suficientemente viva para que no perdamos la esperanza.

Porque es cierto, en muchas ocasiones la esperanza es lo único que nos queda. Quizá eso es lo que realmente nos hace más fuertes, a pesar de las dudas que todo quieren destruirlo.

Aguas negras.

No se está tan mal en el fondo cuando te acostumbras a él. En el momento en el que el sufrimiento se convierte en tu hábitat natural ya no te tiembla el pulso cuando todo se tuerce porque es lo que esperas, que todo vaya mal, que el desastre sea lo único que conoces a tu alrededor. No hay muecas, ni enfados, sólo resignación, un ligero encogerse de hombros y seguir chapoteando con el agua turbia e infecciosa de las profundidades.

Lo único que hay es agua negra a tu alrededor y el paso lento del tiempo en tu oído, apuñalando cada uno de tus latidos. El agua negra que te impide moverte bien en el interior del pozo, y después de tanto tiempo tienes ya los músculos atrofiados, el cerebro aturdido, los sentidos dormidos, los sentimientos hundidos.

Te preguntas, en el mejor de los casos, y te planteas cómo has hecho para ser incapaz de salir, para quedarte siempre ahí cuando hay gente que se ha cogido a una cuerda y ha acabado viendo la luz, cuando hay personas que han ido buscando apoyos para poder pisar tierra firme de nuevo. Pero tú eres incapaz, quizá porque te gusta regodearte en tu dolor, quizá porque sólo te sientes seguro y cómodo en las sombras, en ese sufrimiento que tan bien conoces y dominas, quizá porque no estás seguro de que tratar de vivir de otra manera vaya a dar mejores resultados.

Probablemente todo sea miedo, un miedo atroz que es sólo tuyo, un miedo que ha ido creciendo como las ramas y las raíces de un árbol en tierra fértil y ya no puedes separar de tus huesos ni de tu carne.

No sé encajar los golpes sin sangrar a la primera, ni tampoco aceptar las derrotas sin plantar cara.

No sé decirte adiós sin desgarrarme ni perderme en el camino.

No sé asumir la realidad más allá de las paredes de mi habitación solitaria.

Es tan difícil, tan injusto, tan cruel.

Tú aún no te has dado cuenta, y eso lo hace todavía peor, eso hace que el pozo sea cada vez más profundo.

Yo sigo con el debate permanente de quedarme aquí en estas aguas, que ya parecen brea, mojado para siempre o intentar salir afuera para ver si todo es tan bonito como dicen.

Yo sigo con el debate de intentar respirar o dispararme en la sien la única bala que me queda.

Mil razones.

Creo que me falta oxígeno, valentía y fuerza para seguir adelante con todo.

Me tiemblan las piernas y las manos la mayor parte del día.

Y la presión del pecho nunca cesa.

Ni las ganas de ti.

No sé si a veces nos arrepentimos más de las cosas que hemos hecho o de todo aquello que dejamos en el tintero, de todo lo que se queda a medias y de lo que nunca sabremos cuál habría sido el resultado final. Si hubiéramos ido a aquel viaje, si hubiéramos dado aquel beso, si hubiéramos sonreído a alguien en un bar, si en lugar de haber callado nos hubiéramos atrevido a decirlo todo a la cara.

Hay tantos caminos y sendas, y carreteras, y al final sólo elegimos una opción, desechamos el resto de ellas y decidimos andar por el motivo que sea en una dirección concreta. Es tan difícil, es tan difícil seguir hacia adelante sabiendo que te estás equivocando, sabiendo que todo podría ser diferente y mejor, sobre todo mejor.

Yo nunca he sabido aceptar el error cuando podría acertar.

Nunca acepto la injusticia cuando todo podría cambiar.

Nunca he podido darme por vencido sabiendo que todavía queda lucha por delante.

Nunca preferiría otros labios a los tuyos.

Nunca.

Y lo digo más convencido que la mayoría de los que se aferran a los mandamientos y al nuevo testamento, de los que juran sobre biblias y se ponen de rodillas, de los que hablan con dioses que no se ven ni se tocan, ni muchas veces se sienten.

Lo digo más convencido que cualquier otro porque yo te tengo a ti y puedo tocarte, mirarte, escuchar tu risa, mecerte en mis brazos. Aunque no siempre, por eso soy ya como esa llama que calentaba mucho y ahora se extingue, esa que se ha convertido en cenizas que son capaces de desaparecer con un golpe de viento. Sólo soy ruina y desastre, humo y residuos, perdición sin sentido.

Y te he arrastrado a esta espiral, al caos.

Todo porque yo estoy preparado para todo contigo, tú no.

No sé cómo hago para que la historia se repita una y otra vez, que me entrego y al final me quedo vacío por completo por haberlo dado todo, convertido en un recipiente que tirar a la papelera.

¿Qué va a ser de nosotros si sonamos a frase de Luis Brea?

[Hay mil razones para ser feliz,

pero a mí me bastaría contigo.]

 

Mi rutina preferida.

Mi rutina preferida consistía en besarte todas las mañanas y era el mejor motivo para levantarse y afrontar el día. Una especie de recompensa e impulso al mismo tiempo que ayudaba a que lo viera todo de forma distinta, a que a pesar de las nubes grises que siempre me rodean el mundo pareciera un lugar que merece la pena. Y fue así durante un tiempo, hasta que todo se derrumbó, hasta que cayó la primera ficha de dominó que hizo que todas las demás le siguieran y volví a sentir que no era nadie, que no soy nadie para ti.

Vuelta al vacío, a la caída libre, a la moneda que se queda en el fondo de la fuente siendo un deseo que nunca se cumple.

A mí me parece una auténtica broma, con las guerras que hemos ganado, con la de luchas que hemos tenido entre las sábanas y fuera de ellas, con la de muros que hemos saltado sin darnos apenas cuenta, sólo con las manos, sólo con verdad. Verdad, lo único que pido, lo único que puede hacer que lo que hay entre dos personas sea realmente indestructible. Porque si tenemos que ocultarnos, si tenemos que mentirle a quien se supone que más queremos, qué sentido tiene cerrar la puerta y quedarte a solas con esa persona, y compartir tu intimidad y tus miedos, ilusiones, alegrías y esperanzas.

Nuestro momento se ha quedado suspendido en el aire, a medio camino entre el todo y la nada, sostenido por cuerdas invisibles que necesitan poco para romperse.

Yo no he acabado de adaptarme a este nuevo tablero de juego, a las nuevas normas, a esta manera de tener que callar y pasarlo todo por alto, fingir absoluta indiferencia cuando hay rabia y dolor, y cenizas donde debería haber vísceras y huesos.

Echo de menos aquello de no tener que preocuparme porque eras real, porque existías en mi día a día, porque no eras una mera fantasía a la que aferrarme en la penumbra de mis sueños.

Echo de menos asegurarme tu sonrisa, rescatar tu corazón, anestesiarte por dentro, como dice Miss Caffeina.

Mi rutina preferida sigues siendo tú.