El mundo se para en algunas fotografías y en algunos besos, como en el de esa pareja de chicas que se despide en el andén de la estación ajenas a la mirada de desaprobación de un par de ancianas y de un señor con bigote.
Todos luchamos contra todos de uno u otro modo, tenemos estigmas y muros con más años que el muro de Adriano. No es suficiente con intentar abrirnos camino entre los demás como para enfrentarnos a nosotros mismos de costillas para dentro. Arrastramos cargas tan grandes y en tales cantidades sin querer apoyarnos en nadie, sin querer dejar las cajas en el suelo un momento para mirar al frente y decidir el mejor camino.
Parece que hoy en día debemos seguir la estela del más rápido y tratar de no quedarnos atrás, no hay tiempo para pensar ni para decidir.
No hay tiempo para nada.
Y mucho menos para intentar cambiarlo todo y hacer las cosas mejor.
No hay tiempo y yo quiero tenerlo todo para gastarlo contigo.
Si pudiera darle un golpe al reloj y dejarlo parado por un rato, si fuera capaz de detener el transcurso de los días en ese preciso instante en el que sigues sosteniendo mi mano créeme que lo haría.
Estoy ya harto de las historias en las que hay víctimas y culpables, buenos y malos, vencedores y vencidos, bandos contrarios, como si no saliéramos todos heridos y llenos de culpa de cada historia, como si lo único válido fuera la visión y la percepción propia del mundo.
Lo único que puedo hacer ahora es abrazarte más fuerte y con más ganas, aunque nos derritamos bajo un sol de justicia.
Y quererte sin hacerte más daño.
Y perdonarme cuando me miro en el espejo.
Como bien dices, a menudo nos hacemos daño, aun sin pretender hacerlo. Y el reloj nunca puede expiar nuestras culpas, por más que a veces deseemos detenerlo, para que todo salga a nuestro favor. Un relato formidable.
Muchísimas gracias por leer y comentar. Un abrazo!