Marineros y sirenas.

No quedan ni marineros de confianza ni sirenas que busquen derrotas en los bares.

No queda ni rastro de la magia ni de las brujas en el aire.

No quedan sueños de los que se pueden cumplir.

Ahora sólo somos carne de ansiedad y nos bebemos cualquier cosa con sal y limón.

Vamos buscando caminos que se cruzan sin saber dónde detenernos a tomar aire, sin saber distinguir cuál es nuestro sitio. Seguimos igual de perdidos que al principio de la historia.

Exploramos el mar y las olas, y esperamos los vientos fríos que nos llenen las alas, el corazón y las manos de esperanzas, que nos borren las telarañas que nos han mantenido inmóviles en cualquier esquina.

Siempre acabo viéndote dibujada en el horizonte, como una silueta inalcanzable que me espera sin dejar de avanzar, como la Isla del Tesoro. Y ahora me pasa como en esas pesadillas en las que te despiertas de las peores maneras cuando te das cuenta de que estás equivocado y la razón no está de tu parte, ni el destino. El azar y los astros vuelven a señalarme con el dedo mientras ríen entre dientes y su aullido se me clava en las entrañas.

Tanta calma, tanto cielo azul esperando el terremoto y la tormenta.

Tanto pecado esperando redención, tanto error sin corregir, tanto abismo abierto bajo nuestros pies.

Tanta gente esperando un mesías que está jugando al póker en su desierto de cristal.

Estamos siendo consumidos por la vorágine, por la destrucción, por el tiempo haciendo que nuestros huesos se conviertan en polvo.

Sólo quiero mar y silencio.

Y tus besos.

Y que alguna vez me digas la verdad.