La quiero a ella, aunque la vida juntos suene a caos y malabares.
La quiero a ella, aunque nunca vayamos a saber distinguir un planeta enano de una gigante roja.
La quiero a ella, aunque todo sea una especie de sinfonía por acabar y nubes negras.
La quiero a ella, aunque las flores y los pájaros se rían de nosotros.
Quizá porque sólo soy un estúpido que intenta llegar siempre al final del camino, porque no puedo quedarme con la curiosidad de conocer ciertos lugares, porque no soy capaz de conformarme pudiendo descansar contigo.
Lo bueno de los viajes es que vas conociéndote, y ya me voy dando cuenta de que tengo que callar más y pensar el doble, de que la cago demasiado y no sé arreglarlo después, de que necesito más ayuda de lo que estoy dispuesto a admitir, de que soy más cínico de lo que parezco.
En el fondo, supongo que querer a alguien también te hace darte cuenta de que eres mala persona, y algo egoísta, porque buscas atención y tiempo y ganas, y no siempre se puede tener todo, ni al mismo tiempo ni del mismo modo.
Te das cuenta también de que la vida se va retorciendo sobre sí misma y si estás en medio no duda en ir asfixiándote, y que no tiene piedad por mucho que le ruegues. Y siempre puede apretar un poco más.
Pero da igual, todo da absolutamente igual, porque a estas alturas ya está escrito en piedra que te habría buscado antes aún sabiendo que todo sería difícil para los dos.
[Y que sepas que no es culpa del calor, yo ya quería follarte en pleno enero.]