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No es culpa del calor.

La quiero a ella, aunque la vida juntos suene a caos y malabares.

La quiero a ella, aunque nunca vayamos a saber distinguir un planeta enano de una gigante roja.

La quiero a ella, aunque todo sea una especie de sinfonía por acabar y nubes negras.

La quiero a ella, aunque las flores y los pájaros se rían de nosotros.

Quizá porque sólo soy un estúpido que intenta llegar siempre al final del camino, porque no puedo quedarme con la curiosidad de conocer ciertos lugares, porque no soy capaz de conformarme pudiendo descansar contigo.

Lo bueno de los viajes es que vas conociéndote, y ya me voy dando cuenta de que tengo que callar más y pensar el doble, de que la cago demasiado y no sé arreglarlo después, de que necesito más ayuda de lo que estoy dispuesto a admitir, de que soy más cínico de lo que parezco.

En el fondo, supongo que querer a alguien también te hace darte cuenta de que eres mala persona, y algo egoísta, porque buscas atención y tiempo y ganas, y no siempre se puede tener todo, ni al mismo tiempo ni del mismo modo.

Te das cuenta también de que la vida se va retorciendo sobre sí misma y si estás en medio no duda en ir asfixiándote, y que no tiene piedad por mucho que le ruegues. Y siempre puede apretar un poco más.

Pero da igual, todo da absolutamente igual, porque a estas alturas ya está escrito en piedra que te habría buscado antes aún sabiendo que todo sería difícil para los dos.

[Y que sepas que no es culpa del calor, yo ya quería follarte en pleno enero.]

 

Labios rotos.

Corría el verano de 1925 y una gran embarcación que cubría la ruta Nueva York – Londres había zarpado hacía días desde la ciudad norteamericana con rumbo a las islas británicas. Entre los viajeros se encontraba una joven que no se había deshecho de las lágrimas en ningún momento, que miraba atrás como si no quisiera dejar su hogar, como si al otro lado del gran océano no fuera a encontrar una buena vida.

Y así era.

La hija menor de los Wright, era una chica de sonrisa nostálgica, ojos tristes y contagiosos. Tenía un aura de inocencia y misterio a partes iguales que había hecho caer a sus pies hasta al más pintado; pero ella, todavía era de esa clase de personas que cree en el amor verdadero, en esa persona que llega a tu vida para rescatarte, para hacerte olvidar esa escoria de persona que eres sólo con un beso. Dicen, los que saben de estos asuntos, que ese tipo de amor existe realmente. Ella se había marchado sin despedirse de nadie, sin dar explicaciones, huyendo por salvar a la persona que más le importaba desde hacía tiempo.

Lo había conocido por casualidad. Una noche, como tantas otras, en la que ella caminaba entre las mesas, él la había cogido del brazo y la había hecho sentarse sólo para interrogarla con discreción. Horas más tarde había descubierto su nombre, un nombre que sin saberlo aquel día la acompañaría para el resto de su vida como un lastre. Harvey Williams, un policía novato que se ganaba la vida fuera de la Comisaría y que tenía más enemigos que amigos en la ciudad. Y los dos habían caído en el desastre, en el desastre de un amor que no debía suceder. Fue meses más tarde cuando lo expulsaron del cuerpo y acabó siendo detective por cuenta propia. Algo que bajo el punto de vista de la chica había sido todo un error. Un error que, tenía claro, algún día acabaría con su vida. Quizá con la de los dos.

Daphne miraba el océano abrirse paso ante ellos y se sintió pequeña, demasiada agua en la que poder ahogarse. Al otro lado le esperaba una nueva vida, una vida que según Bobby Moore le haría justicia. Bobby era uno de los gángsters más conocidos de la ciudad y pretendía seguir con sus negocios sucios al otro lado del charco, se llevaba bajo la manga la experiencia de la ley seca y varios prostíbulos entre sus negocios. Desde la primera vez que la vio, aquel mafioso de pacotilla se empecinó en que sería suya, y quizá fueron sus cicatrices y esa voz ruda la que alguna vez la hizo dejarse convencer. Aunque quizá fue el dinero. Probablemente fue el dinero. Seguramente fue el dinero.

— Si quieres salvar a ese imbécil de Williams hazme caso, ven conmigo. Él podrá vivir sin ti. — Bobby le había dicho tantas palabras vacías que ella no lo creía, pero sabía que Harvey estaría a salvo mientras ella permaneciera alejada.

Y eso hizo, huyó para salvarlo a él sin saber que se condenaba ella misma.

Se sacrificó sin saber que Harvey Williams viviría para siempre con un agujero en el pecho por su culpa, porque algunos amores no se olvidan y uno nunca es capaz de recuperarse.

No me importa el destino.

No me importa el destino, ni el final de trayecto, ni el viaje, si voy contigo.

A veces creo que me faltan todas las dudas que a ti te sobran para igualar la balanza, para no estar tan expuesto, para evitar el daño y que no me toquen las costillas contra el suelo en el próximo golpe.

No sirve de nada escudarme en cualquier excusa para olvidar, ni en tratar de dormir más horas de las que necesito, ni fingir un bienestar que no siento en ningún momento. Y es que sigo siendo el sapo que no se convierte en príncipe al final del cuento, el mismo de siempre, el que sabe aconsejar al resto pero aún no ha aprendido a cuidarse y quererse de verdad.

Supongo que mañana te seguiré mirando, buscando en los mapas, y serás cada una de esas ciudades que me traen buenos recuerdos, serás ese cielo que no deja que las nubes le tapen el sol. Supongo que mañana me seguiré topando contigo en cualquier esquina, obligado a mirar el suelo, tragar saliva y a arrancarme las espinas.

No supe hacerlo bien.

No fui capaz de convertirme en tu imprescindible.

No conseguí hacer que necesitaras mirarme a cada rato, como quien mira a la lluvia después de largos meses de sequía, como quien mira unos labios después de encontrarse con muchos amores de mentira, como yo te miro a los ojos.

Que quizá el exceso de ternura mata la pasión, o que te he querido cuidar más de lo que estabas dispuesta a permitir.

O quizá es sólo que pienso demasiado y siempre estoy equivocado. Que todo sucede en mi cabeza y nunca pasa el umbral de la realidad.

Pero da igual lo que piense, siempre vuelvo al inicio, al lugar donde aún puedo coger tu mano, mirarme los zapatos, pisar las ramas secas y caminar junto a ti. Todavía podemos cortar las cuerdas y tirarlas bien lejos, echar el resto, apostarlo todo. Estamos a tiempo de despegar, llorar de alegría y escuchar nuevas canciones.

Nunca es tarde para regalarnos caricias, reconocernos de nuevo, reflejar nuestras sonrisas en los charcos.

Y es verdad, no me importa el destino, ni el final de trayecto, ni el viaje, si voy contigo.

Imagina si lo tengo claro.

A cientos de kilómetros.

Miraremos atrás y sólo seremos capaces de ver el daño, las marcas que dejamos en los árboles y los muros.

Miraremos atrás y sólo quedarán sueños rotos llenando el camino, las despedidas, la sangre en el suelo del lavabo.

Miraremos hacia adelante, y no tenemos nada claro qué es lo que habrá. Pero a mí, probablemente me quede una casa vacía, y el frío interno contrastando con el calor asfixiante del mes de agosto alrededor.  No tengo claro si todo estará plagado de tristeza o de rencor, o de pura rabia quemándome las vísceras.

Si ya todo está perdido no sé por qué intentamos fingir que hay algo que salvar como si el barco no estuviera hundido desde hace mucho, como si no nos hubiéramos convertido la piel en jirones hace tiempo.

Nos hemos derrumbado sin esperar al huracán. Hemos dejado de mirarnos con sinceridad y ya lo hemos dado todo por perdido.

Y es que ahora mismo me siento como si estuviera a cientos de kilómetros de ti, recolocándome los huesos, muriéndome por dentro, tratando de hacer algo que no debería.

Es tan irónica la vida que acabaré abandonando a quien me tenía que salvar; y no sé cómo tomarme este cambio de papeles.

Me he quedado sin fuerzas, ni ganas de luchar.

Ya he entendido que perseguir imposibles no tiene ningún sentido, y que tú eres el mío. Ya he aprendido que soy el número uno en fracasar, que soy experto en conformarme con migajas.

Ahora que  vuelvo a estar fuera de lugar, sin poder encajar en ningún sitio, voy a sacar mis viejas botas, a ponerles los cordones, a sacarles algo de brillo, a colocármelas y sujetarlas con fuerza.

Me toca empezar otro viaje, uno que me lleve lo más lejos que pueda, lo más lejos de ti.

Perseidas.

Lleno la maleta y me veo obligado a suspirar, como si mi cuerpo quisiera decirme algo que yo no quiero escuchar. Estoy perdiendo el tiempo, las ganas y la vida en todo esto. Y no es la primera vez.

Me pregunto en silencio dónde están tus ganas cuando no te veo.

Pero qué voy a hacer ahora, si ya he perdido el norte por ti, si ya no entiendo a dónde voy ni qué dicen los mapas si no me coges de la mano. He perdido la orientación y la lógica por tu culpa.

Estamos en Agosto otra vez y las únicas perseidas que he visto desde hace años han sido con las luces apagadas, mientras he bebido de ti las gotas que resbalaban entre tus dedos.

Esto es algo que acaba haciendo daño sin querer, sin que te des cuenta. Es como esas mentiras que se acaban haciendo tan grandes que se te escapan de las manos y salen a la luz. Pero siempre respiro hondo y me convenzo, y vuelvo a poner los pies sobre el suelo si hace rato que no lo siento. Y recapacito y miro el reloj pensando que todavía no es tan tarde. Es entonces cuando me doy cuenta de lo curiosa que es la paciencia, que según para qué aguanta lo que haga falta y para otras cosas se desespera a la primera.

Vas a acabar convenciéndote de que soy sólo un castigo más para ti, otro payaso al que reírle las gracias. Deberías haberlo descubierto ya, que soy únicamente un quebradero de cabeza que ahora mismo no necesitas a tu lado. Te darás cuenta de que tampoco soy yo el que tenga que permanecer contigo, ni vele por tus sueños, ni te limpie de piedras el camino.

Entenderás que al final todos los viajes son raros y que nunca conocemos el final.

Es tan complicado, como para querer echar a correr y encerrarse a la vez. Como para besarte sin pensar y guardarme los abrazos.

Sólo voy a pedirte una cosa, suéltame un poco el corazón, dame un respiro, porque ahora mismo soy como esos pájaros que no pueden volar cuando están en una jaula.

Y yo no quiero escapar, pero tú no me quieres contigo.

Canción para ti.

El ciclo se repite y aunque no lo sepas voy a acabar doliéndote.

Como tú lo haces.

Hay canciones que ya no puedo escuchar por tu culpa, hay canciones que me van rasgando por dentro con cada frase, hay canciones que me van haciendo pedazos y ya soy incapaz de reconstruirme.

Al final soy polvo y cenizas, y sólo me muevo con el mismo viento que es capaz de hacer que vueles y que baile tu pelo.

No tengo arreglo de ningún tipo. Lo admito.

Yo no sé quién va primero, ni quién va a acabar con la sangre por el suelo y los días vacíos. Yo no sé quién tiene el tiempo de su parte. Yo no sé de qué lado va a decantarse la balanza pero tengo claro que vivimos en un mundo sin justicia y que Atenea nunca ha velado por mí. Así que supongo que una vez más voy a acabar caminando en medio del desierto, en dirección contraria, poniendo kilómetros y calendarios entre los dos.

Sólo quiero escaparme a alguna montaña perdida donde no haya rastro de ti, ni de tu olor, ni de tus manos por mi espalda. Marcharme al otro lado del mundo para poder soportar mis pensamientos sin arañarme los brazos.

Estoy harto de morderme la lengua, de mirar hacia otro lado, de apretar los puños y gritar sólo hacia dentro.

Toda este lío clama al cielo. Y ya está bien.

Sigo convencido de que mandamos poco a la mierda, de que se nos va todo de las manos y no sabemos ubicarnos. Sigo convencido de que nos puede el miedo, la incertidumbre y el caminar sobre el alambre. Sigo convencido de que preferimos malo conocido que bueno por conocer y así nos va, que nos toca llorar por las esquinas y quejarnos de todo cuando el cambio está en nuestras manos. Sigo convencido de que nos damos cuenta del error cuando ya no tiene solución.

Al final la vida es como un viaje en avión, y hay quien llega siempre cuando están cerrando las puertas de embarque y se queda en tierra firme. Y qué putada, pensar que llegas tarde a tu propia vida, que has perdido la oportunidad de tener a alguien que realmente querías.

Aún nos pasa poco por no decir las cosas, por mirar sin ver, por oír sin escuchar y hablar sin saber callar.

Yo no aguanto más.

No aguanto más el ser la cara B, el equipo de Segunda, la última opción, la película de cine polaco, el actor de reparto, la nota más baja de la clase.

No lo aguanto. Hasta aquí he llegado.

Ahora piensa bien qué es lo que quieres tú.

Pero que quede claro, toda esta canción es para ti.