Lleno la maleta y me veo obligado a suspirar, como si mi cuerpo quisiera decirme algo que yo no quiero escuchar. Estoy perdiendo el tiempo, las ganas y la vida en todo esto. Y no es la primera vez.
Me pregunto en silencio dónde están tus ganas cuando no te veo.
Pero qué voy a hacer ahora, si ya he perdido el norte por ti, si ya no entiendo a dónde voy ni qué dicen los mapas si no me coges de la mano. He perdido la orientación y la lógica por tu culpa.
Estamos en Agosto otra vez y las únicas perseidas que he visto desde hace años han sido con las luces apagadas, mientras he bebido de ti las gotas que resbalaban entre tus dedos.
Esto es algo que acaba haciendo daño sin querer, sin que te des cuenta. Es como esas mentiras que se acaban haciendo tan grandes que se te escapan de las manos y salen a la luz. Pero siempre respiro hondo y me convenzo, y vuelvo a poner los pies sobre el suelo si hace rato que no lo siento. Y recapacito y miro el reloj pensando que todavía no es tan tarde. Es entonces cuando me doy cuenta de lo curiosa que es la paciencia, que según para qué aguanta lo que haga falta y para otras cosas se desespera a la primera.
Vas a acabar convenciéndote de que soy sólo un castigo más para ti, otro payaso al que reírle las gracias. Deberías haberlo descubierto ya, que soy únicamente un quebradero de cabeza que ahora mismo no necesitas a tu lado. Te darás cuenta de que tampoco soy yo el que tenga que permanecer contigo, ni vele por tus sueños, ni te limpie de piedras el camino.
Entenderás que al final todos los viajes son raros y que nunca conocemos el final.
Es tan complicado, como para querer echar a correr y encerrarse a la vez. Como para besarte sin pensar y guardarme los abrazos.
Sólo voy a pedirte una cosa, suéltame un poco el corazón, dame un respiro, porque ahora mismo soy como esos pájaros que no pueden volar cuando están en una jaula.
Y yo no quiero escapar, pero tú no me quieres contigo.