Etiqueta: verdad

Acuarelas por el suelo.

No sé por qué no me canso de buscarte entre mis sábanas. No entiendo este afán de creer que todo ha ido siempre bien. Este desastre que creamos era una especie de paraíso perdido en el que los dos vivíamos sin límites, creyéndonos invencibles, pensando que jamás nos haríamos daño, imaginando que nos podríamos curar aunque fuera en la distancia de las noches de verano.

Yo estaba intentando dibujarnos un futuro mejor, (sí, para los dos) porque se supone que merecemos querer y ser queridos. Merecemos la verdad, la pasión, las caricias sin ningún tipo de mecanismo de contención, morirnos de calor al mezclar nuestra saliva.

Y ahora están todas las acuarelas por el suelo, poniéndolo todo perdido de colores con los que teníamos que pintar nuestros cuerpos antes de ponernos a retar al sol y a las mareas.

Y sigo tus huellas en la arena, tratando de encontrarte de nuevo antes de que el mar lo borre todo, como mi cerebro quiere borrar tu recuerdo cuando me baño entre lágrimas ácidas. Y no lo consigo ni con otros cuerpos más dóciles, más ágiles, más suaves que tocan a mi puerta.

No sé si hemos sido sólo guerra y vicio, o si realmente había amor en tus palabras, en tus abrazos, en tus susurros y en tus miradas de reproche.

Lo malo (o lo único bueno) es que luego la veo: me abraza, me besa, me mira, y se me olvida el dolor, el sufrimiento y la tristeza.

Como si nunca hubieran estado ahí.

Como si fueran las nubes que se van después de la tormenta.

Y vuelta a empezar.

El mentiroso.

La mentira es una manera fácil de lograr algo. Sirve tanto para conseguir ciertos beneficios u objetivos como para evitar reproches y castigos. Sirve también para manipular, ocultar, ganar o cualquier otro verbo que pueda conjugarse a esos efectos.

Muchas veces utilizamos las mentiras como un modo de autoconvencernos, pensamos que si decimos ciertas cosas en voz alta y hacemos partícipes al resto el pensamiento o la idea en sí mismo se convierte en realidad de manera automática. Hacemos algunas afirmaciones que son puro autoengaño con el único fin de estar un poco más tranquilos con nosotros mismos.

Buscamos la paz a costa de fingir, de mentir, y así sólo aumentan las guerras internas, las batallas diarias, las peleas de costillas para dentro.

Ya no sé qué pensar, hace tiempo que dejé de tenerlo todo claro.

Lo único que sé últimamente es que no consigo conciliar el sueño durante más de dos horas seguidas y que ya no recuerdo lo que es despertarme sin sobresaltos por culpa de las pesadillas.

Y que las ojeras no hacen más que crecer.

Sólo conozco el miedo.

Mi vida me parece algunos días como esas novelas enigma del siglo diecinueve en las que al final todo se descubre, pero yo no llegaré a verlo para entenderlo porque seré el cadáver rodeado de una silueta de tiza blanca.

Mi vida me parece algunos días como una de esas bromas pesadas de cómico inglés que sólo se entienden en determinados momentos o circunstancias, o compartiendo cierta visión cultural.

Al final sólo tenemos dos opciones, como en muchas ocasiones: mentir o elegir la verdad, ocultar o dejar que todo salga a la luz; y es fácil y a la vez tan difícil.

Pero elegir un rumbo u otro nos acaba delatando, nos coloca sobre el tablero, muestra nuestras cartas con sólo un pequeño gesto, elegir nos acaba definiendo por mucho que creamos lo contrario.

Yo tengo claro de qué lado quiero estar pero quizá soy sólo un mentiroso que se dice a sí mismo que le quieres porque no es capaz de seguir adelante sin ti.

Pero a ti siempre te he dicho la verdad.

La hora del último te quiero.

¿Te acuerdas?

Aquella noche fuimos dejando el amor por todas partes, haciéndolo mundano, haciéndolo nuestro. Lo alejamos de la divinidad y lo platónico para hacerlo cotidiano, real; para hacerlo verdad.

Lo fuimos rompiendo a pequeños trozos y lo dispersamos.

Quedó un poco sobre la barra de aquel bar en el que colocaste tu mano sobre mi rodilla por primera vez, y en aquella farola en la que nos sujetamos borrachos sin atrevernos a darnos un beso. También en el colchón que vio juntos en primer lugar nuestros cuerpos, nuestros versos, nuestros nombres. Perdimos un poco en los asientos del coche, y en el ascensor en el que parecíamos fieras buscándonos las grietas.

Nos olvidamos un poco en plazas anónimas que se acuerdan de nosotros aunque tú y yo las hayamos olvidado. Se nos cayó en la acera en la que tropezamos un día de lluvia por no soltarnos de la mano.

Lo dejamos un día en la última fila de la línea 6 de camino al centro, también en los taxis, y encontramos algo más que droga en los baños de una discoteca.

Lo alimentamos como se alimentan las buenas historias, sin querer, o queriendo más de lo que nos podíamos permitir sin darnos cuenta. Y creció como hacen los monstruos en la oscuridad, rápido y dando miedo.

Porque el amor, a veces, da más miedo que Mefistófeles tratando de engañarnos.

También dejamos parte en lugares que sólo tú y yo sabemos, habitaciones de puertas cerradas y luces apagadas en las que conteníamos la respiración para que nadie nos escuchara. Perdimos un poco en algunos conciertos junto con la voz, y la ilusión, y los saltos bañados en cerveza.

En los libros que llevan nuestras firmas.

Los bares que nos han visto sonreír.

Las ciudades que nos dejaron ver sus puestas de sol.

Las canciones que nos han dejado cantarlas.

Hemos ido dejando tantos pedazos en todo lo que hemos vivido que sólo queda uno, y lo tengo guardado en un cajón junto a un reloj que todavía marca la hora del último te quiero que escuché en tu boca.

Sujétame fuerte, yo no quiero irme.

Cerveza fría.

Miras hacia abajo y sientes vértigo, a mí me pasa lo mismo cuando miro hacia atrás o cuando miro hacia adelante sin distinguir tu silueta entre la multitud.

Hoy me duele la garganta de gritar tu nombre al vacío.

Sé desde el primer día que no eres como los demás, que te pasa como a La mujer de verde en la tercera estrofa de la canción.

Yo sé desde que decidiste abrirme tu puerta que sólo buscas libertad y poder volar sin que nadie intente atraparte, no tener que dar explicaciones, ni preocuparte demasiado por nada que no te importe de verdad.

Escucho todavía el eco de tu voz dándome esperanzas, haciendo que mi pulso se mantenga rítmico, aunque débil entre la lucha y el abandono.

Tengo clavados a estas alturas tus ojos observándome en la penumbra, mientras estabas recubierta de miedos e inseguridades incendiarias que no he sabido apagar, que quizá sólo he alimentado por no saber hacer las cosas bien.

Lo que no sé es cómo evitar esto de estar convirtiéndome en una sombra de lo que era o he llegado a ser alguna vez, de qué manera puedo evitar la debacle de este amor en el que no tengo la decisión final.

Me siento como un artesano sin manos, sin herramientas, sin armas; y hasta sin lo que creía que no perdería nunca por ti, las ganas. Porque creo que he demostrado, dicho y hecho todo lo que podía.

Ya no guardo ningún truco bajo la manga, has visto mi realidad sin máscaras.

Hay cerveza fría esperándote en mi nevera y tengo café para hacer por la mañana.

Siempre, por si quieres venir.

Todo este infierno es mentira.

Al final sucede que no es tan complicado entender lo que nos pasa, de verdad. No es que nada vaya mal realmente pero tampoco va bien, simplemente se ha quedado todo en un estado de espera que ya no puede prolongarse durante mucho más tiempo.

No entro en sus planes y ella era todos los míos.

Y ha vuelto a pasar otro tren, otro barco, otro avión, otro satélite y ni siquiera los he mirado porque ya no tengo ojos para nada que no sea su destello entre el resto de personas sin brillo.

Ha vuelto a suceder, he vuelto a darme cuenta de que está lejos demasiado tarde, cuando estoy sangrando sin saber cómo parar esta catástrofe.

Ha vuelto a suceder, me he olvidado, me he quedado escondido en el último cajón junto a los calcetines viejos, donde no importo nada.

Supongo que por eso no me ves.

Supongo que por eso no te has dado cuenta de lo que estoy haciendo, ni de que cómo estoy, ni de por qué sigo aquí.

A veces siento que predico en el desierto, que estoy gritando lo que siento para nada, que lo intento sin ningún sentido.

Mira hacia arriba, aún estoy cogiéndote las manos para que no tropieces, para que no caigas a la primera de cambio.

Abre los ojos, escucha mi voz, a pesar de todo te sigo guiando.

Lo peor de dejar huella y que dejen huella en ti es que los recuerdos afloran como una mísera flor en marzo, y son incontrolables, y de pronto vuelve a tus retinas un beso, una frase, un paseo al atardecer en cualquier calle; y se te encoge el corazón, y te quedas callado con la mirada perdida porque estás pensando en ella (aunque no quieras).

Y lo único que quieres es volver a casa, acurrucarte en la cama, abrir los ojos y ver que te está acariciando el pelo y que todo ese dolor que se acumula por encima del estómago no existe.

Que todo este infierno es mentira.

 

Vivir sin ti.

No sabría decir qué olor tienen ahora las tardes de domingo, ni las mañanas. Quizá es una mezcla de sábanas usadas, folios impresos, subrayadores y café.

Y nostalgia, o pura tristeza, tampoco sé distinguirlo demasiado bien.

Los sentimientos se han comenzado a mezclar aquí dentro como si la vida se tratara de una batidora o una trituradora que todo lo destroza, sin más motivo que el de destrozar por destrozar.

A estas alturas del año esperaba cosas muy distintas a las que tengo, esperaba que todo hubiera cambiado a mejor y sólo puedo pensar que con el paso del tiempo la mayoría de aspecto vitales están yendo a menos, apagándose como la luz de una vela con las horas. Esperaba algo de nieve en los tejados, algo de amor en el sofá, algo de verdad en los telediarios, algo de sinceridad en tus palabras.

Creo que leo mejor los ojos que los labios, por eso sé que callas más de lo que debes y realmente quieres callar.

A estas alturas del año que estoy tan lleno de miedos e inseguridades, tan lleno de nervios y ansiedades, tan repleto de tristeza y escasez de voluntad.

A estas alturas y tú tan lejos.

Será que no necesito más que cogerte de la mano mientras gira el mundo como siempre lo ha hecho.

Será que me importa poco lo que pase en la ciudad si tú estás a salvo.

Será la tranquilidad de saber que mientras tú estés bien yo podré estar bien.

Pero no lo estás, y yo tampoco.

Aunque diga lo contrario sonriendo (casi creyéndomelo).

Por eso esto no funciona como debería estar funcionando, por eso estoy encogido sujetándome las rodillas con los brazos mirando a la nada pensando en todo. Y me gusta tan poco el futuro que imagino sin ti, me gustan tan poco los días sin el reflejo de tu pelo entrando por la puerta, me gusta tan poco existir sin tus besos. La verdad es que no me gusta nada habitar en un paisaje en el que no aparezcas a diario.

Vas a dejarme marchar sin oponer resistencia, sin sujetarme por los brazos, si detenerme con un beso que se haga eterno, y parece que no te importa lo más mínimo, como si el final de todo esto dependiera únicamente de mí.

¿Sabes? Pensaba que esto del amor era siempre cosa de dos.

Y no sé qué voy a hacer ahora, porque a mí me pasa como pasa en la canción.

Ya no puedo vivir sin ti.

No hay manera.

Mi rutina preferida.

Mi rutina preferida consistía en besarte todas las mañanas y era el mejor motivo para levantarse y afrontar el día. Una especie de recompensa e impulso al mismo tiempo que ayudaba a que lo viera todo de forma distinta, a que a pesar de las nubes grises que siempre me rodean el mundo pareciera un lugar que merece la pena. Y fue así durante un tiempo, hasta que todo se derrumbó, hasta que cayó la primera ficha de dominó que hizo que todas las demás le siguieran y volví a sentir que no era nadie, que no soy nadie para ti.

Vuelta al vacío, a la caída libre, a la moneda que se queda en el fondo de la fuente siendo un deseo que nunca se cumple.

A mí me parece una auténtica broma, con las guerras que hemos ganado, con la de luchas que hemos tenido entre las sábanas y fuera de ellas, con la de muros que hemos saltado sin darnos apenas cuenta, sólo con las manos, sólo con verdad. Verdad, lo único que pido, lo único que puede hacer que lo que hay entre dos personas sea realmente indestructible. Porque si tenemos que ocultarnos, si tenemos que mentirle a quien se supone que más queremos, qué sentido tiene cerrar la puerta y quedarte a solas con esa persona, y compartir tu intimidad y tus miedos, ilusiones, alegrías y esperanzas.

Nuestro momento se ha quedado suspendido en el aire, a medio camino entre el todo y la nada, sostenido por cuerdas invisibles que necesitan poco para romperse.

Yo no he acabado de adaptarme a este nuevo tablero de juego, a las nuevas normas, a esta manera de tener que callar y pasarlo todo por alto, fingir absoluta indiferencia cuando hay rabia y dolor, y cenizas donde debería haber vísceras y huesos.

Echo de menos aquello de no tener que preocuparme porque eras real, porque existías en mi día a día, porque no eras una mera fantasía a la que aferrarme en la penumbra de mis sueños.

Echo de menos asegurarme tu sonrisa, rescatar tu corazón, anestesiarte por dentro, como dice Miss Caffeina.

Mi rutina preferida sigues siendo tú.

Efecto Golem.

Algunas veces si creemos con fuerza que algo va a suceder acaba pasando, si deseamos algo con los ojos apretados y abrazados a la almohada llega a producirse. Como le pasó a Pigmalión que enamorándose de su estatua Galatea consiguió que cobrara vida. La profecía autorrealizada en la que la propia motivación acaba ayudando a que algo tenga lugar.

Pero a mí me pasa lo contrario, que pienso siempre que nada bueno puede venir, que todo va a ir mal, que tengo tan pocas posibilidades de que algo vaya bien que solamente puede ir a peor. Y quizá eso es lo que te asusta, que siempre camino con la vista clavada en el suelo, que me pongo nervioso si me miras mucho rato, que me siento observado y siempre actúo de manera encorsetada, que no me dejo conocer de verdad, que no soy capaz de expresar mis emociones si no es escribiéndolas sobre un papel, que no sé quitarme la máscara y dejar todas mis heridas al aire.

Pero contigo no, se me cayeron las vendas y la ropa antes de que me diera cuenta, antes de ser consciente de que ya era demasiado tarde como para dar un paso atrás y protegerme. Te convertiste en un refugio silencioso sin saberlo, un lugar en el que sentirme protegido y no tener miedo, un lugar en el que la vida se sostenía sin que tuviera que esforzarme. Un lugar en el que podría quedarme el resto de mis días sin cansarme, sin aburrirme, sin temer el día a día y la rutina.

Quizá es que estoy haciéndolo todo como no toca, quizá me estoy equivocando contigo desde el primer día, quizá es que no debí mostrarme como un perdedor antes de darte el primer beso. Quizá es que tuve que hacerte creer que sería capaz de todo, que podría ganar todos los partidos, que no tropezaría nunca, que sería viento para tus velas, que podría convertir el agua en vino.

Pero no, soy el claro ejemplo del Efecto Golem, que me quiero tan poco, que me desprecio tanto que estoy consiguiendo que tú también lo hagas, y ahora sólo soy para ti un desecho, un panfleto arrugado en medio de la calle al que dar patadas y llevar de un lado a otro.

Y a este paso, voy a tener que esculpir en mármol a alguien que me quiera de verdad, que me mire como yo te miro a ti.

Eres como Florencia.

Últimamente todos los días tienen esas trazas de desasosiego de un domingo por la tarde. Esa sensación de vacío de cuando volvías del pueblo al final del verano y tocaba retomar la realidad. Ese inexplicable sentimiento de añoranza, de pérdida, de no ser capaz de volver el tiempo atrás para poder disfrutar de todo de nuevo con más intensidad. Esa incapacidad de dejar atrás experiencias para poder afrontar las nuevas.

Todos los días comienzan a adoptar el mismo color cálido, amarillento y apagado de los campos de trigo después de la siega. Todos los días comienzan a ser un cenicero lleno de colillas que nadie recuerda vaciar. Y me repito, y voy a acabar yendo de bar en bar con tal de intentar olvidar.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos cuando llenabas mis días de color, aunque tú dijeras que todo iba mal, aunque el mundo se desmoronara bajo nuestros pies. Pero íbamos cogidos de la mano y me daba igual absolutamente todo. No me importaban ni la tectónica de placas, ni las guerras remotas, ni la capa de ozono, ni la estación espacial internacional. Tampoco me importaban los libros de Kant, el turismo en Madrid, las banderas rojas de las playas ni los parques para perros. Porque ahora y siempre has hecho que todo se esfume, que lo demás se quede en ese ángulo muerto en el que ya no puedes verlo.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos que crezcan primaveras por allá por donde caminamos, con lo que a mí me gusta el frío del invierno, el paisaje helado y blanco. Echo de menos que nos broten flores de las manos cada vez que nos tocamos. Y que surjan fuentes con cada uno de nuestros besos. Y, sobre todo, echo de menos esa sonrisa limpia, la de cuando no te preocupa nada, la de cuando te sientes libre y caminas decidida; y te conviertes entonces en el motor que mueve mi vida.

Te digo una cosa, de verdad que te permito toda esta guerra si luego vas a llenarme de paz, si vas a allanarme el camino, si los días van a ser durante un tiempo mar en calma y noches estrelladas.

Te permito todo si los relojes y los calendarios van a ser invisibles para los dos, si nos pasaremos las tardes mirando por el balcón, si cuando seamos viejos vamos a sentirnos más jóvenes y fuertes que nunca mientras nos damos las buenas noches y nos dejamos caer sobre el colchón.

Y es que no sé para mí eres como Florencia, tan bonita que si no existieras habría que inventarte.

 

Como hacías antes.

Creo que eres algo parecido a un volcán dormido, pero no es miedo lo que me provocas.

Te mantienes en silencio mientras la lava arde en tu interior y algún día entrarás en erupción. Todos tenemos un límite, lo que pasa es que a mí no me gustaría verme en la tesitura de tener que descubrir dónde está el mío. Aún así creo que yo también soy todo rabia contenida, palabras que se han enquistado en mi garganta y van a hacerme escupir veneno el día menos pensado.

Pero ya está.

La historia nos ha puesto a prueba suficientes veces.

Ahora tan solo dejamos que el tiempo pase, sin hablar, porque parece que así todo duele menos, es menos real, así parece que todo lo que ha pasado ha sido un espejismo al que podemos dejar de mirar. Mientras, las circunstancias y las decisiones quedan flotando en el aire sostenidas por mentiras invisibles que van a acabar por estrangularnos sin remordimientos.

Con lo sencillo que es decir la verdad y lo que nos cuesta pronunciarla en voz alta. Somos más cobardes de lo que queremos pensar, nos escudamos en excusas que no tienen fundamento para sentirnos mejor con nosotros mismos, para intentar salvarnos de otro error que ya suma y decanta el marcador en nuestra contra.

Ya basta de fingir y de engañarse.

Ya basta de intentar reanimar lo que está muerto.

El cielo te está mirando de nuevo, desea fundirse contigo, igual que lo deseo yo. Y viene viento, de ese que remueve faldas, quiere jugar contigo, igual que quiero yo.

Sigo escuchando las manecillas del reloj en mi cabeza, sigo esperando a que acabe esta farsa, a que acabe la cuenta atrás y presiones el detonador que me haga saltar por los aires de una vez por todas. Espero el puñetazo en el estómago y el último beso que me deje un mal sabor de boca para el resto de mis días.

Pero, mientras tanto, hasta que eso pase, ¿por qué no vuelves y me pones una mano en el pecho, me besas con calma y cierras los ojos?

Como hacías antes.