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Páginas.

Páginas, que surgieron de los árboles más viejos, llenas de tinta, impregnadas en lignina, que contienen las historias que nos habría gustado vivir, protagonizar, olvidar.

Páginas, manuscritas, mecanografiadas, arrancadas, arrugadas, llenas de manchas o impolutas, odiadas, adoradas, olvidadas.

Siempre nos salvan los libros, de la realidad, del desamor, de nosotros mismos. Las palabras de otros que supieron explicar, expresar, describir nuestras sensaciones y sentimientos exactos con precisión, como si hubieran estado dentro de nuestra cabeza y nuestro pecho.

Yo no sé tú pero me he visto igual de reflejado en las rimas de Bécquer que en frases de James Ellroy. Me han desnudado por igual sonetos de Lorca y novelas de Dostoyevski. Se me ha encogido el corazón con El libro de los Abrazos y con Los detectives Salvajes. He querido ser Sherlock Holmes, Bernie Gunther, Lucas Corso, Sirius Black, Rick Deckard,  Takeshi Kovacs, Julián Carax, y el Capitán Alatriste.

Cuando me falta el aire por las noches siempre enciendo la lámpara de la mesita de noche y cojo el libro que repose en ese momento sobre la madera, y continúo leyendo hasta que me vence el sueño. Si es que consigue vencerme, porque últimamente duermo tan poco que no sé cómo consigo mantenerme en pie sin tropezar.

Supongo que estoy atormentado, como todas esas personas que anhelan algo y nunca lo consiguen. O frustrado, por ver que pudiendo conseguirlo todo me quedo una vez más con las manos vacías.

La historia de mi vida.

No puedo dejar de pensar, y parece que me muevo en esta vida ya como la niebla. Todavía sale humo de las chimeneas y se necesitan los abrazos, pero he olvidado cómo hacer fuego y sólo soplo el polvo de los muebles.

Y yo no quiero pasar página y borrarlo todo de golpe, ni quemar los libros que hablan de ti y de mí. Yo sólo quiero que seas tú quien me lea cuando no pueda cerrar los ojos porque me aprietan las costillas contra el corazón.

Tinta invisible.

En aquel momento, jóvenes e idiotas, nos daba igual vivir pegados, no tener espacio propio, estar obligados a respirar juntos las veinticuatro horas del día. Compartir la pasta de dientes, robarte un trago del café del desayuno, que me dejaras en la puerta del trabajo después de un beso en los labios. Aún recuerdo con una sonrisa que duele tus enfados matutinos cuando quería quedarme dormido en lugar de levantarme a estudiar.

El tiempo ha pasado y cada vez más me parece que nunca fuimos de verdad, que todo es una invención más de mi cabeza, como todas estas letras. Hubo una época en la que hubiera dejado de morir por ti, en que quise ser eterno para no tener que abandonarte nunca, en que habría preferido arder en llamas a tener que decirte adiós.

Y ahora, ya no sé si reír o llorar. Ahora miro atrás y puedo descubrirme feliz en cada recuerdo del que formas parte, entiendo entonces que la vida ha hecho mella en mí, que deja huella y no tengo fuerza para borrar todas esas marcas que fuiste dejando en mi piel. Llevo por tu culpa un mapa de tatuajes invisibles que narran nuestra triste historia.

Eres tinta que no se borra.

Espero algún día, aunque sea lejano, poder coger aire sin pensar en ti, sin que me duelan los veintiún gramos de alma. Ojalá deje de buscarte en la mirada de otras, y deje de sangrar tan rápido. Acabaré siendo el dragón al que le cortan la cabeza con la espada bien afilada.

Hay días que cierro los ojos y quiero viajar en el tiempo para morir abrazándote sin sentirme culpable, porque es cierto, tenías razón. Con tanta nube gris en mis entrañas nunca fui capaz de quererte como merecías, ni cuando dejaste tu corazón entre mis torpes manos.

Te lo pido por favor, tú no mires hacia atrás, siempre estuviste mejor sin mí. Yo puedo seguir el viaje solo, estoy acostumbrado a cargar con mi equipaje, mi conciencia y esta puta memoria que todo lo guarda y que me arrastra a quemarme entre tus llamas.

Eres tinta invisible, y te llevo siempre conmigo.