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Mi rutina preferida.

Mi rutina preferida consistía en besarte todas las mañanas y era el mejor motivo para levantarse y afrontar el día. Una especie de recompensa e impulso al mismo tiempo que ayudaba a que lo viera todo de forma distinta, a que a pesar de las nubes grises que siempre me rodean el mundo pareciera un lugar que merece la pena. Y fue así durante un tiempo, hasta que todo se derrumbó, hasta que cayó la primera ficha de dominó que hizo que todas las demás le siguieran y volví a sentir que no era nadie, que no soy nadie para ti.

Vuelta al vacío, a la caída libre, a la moneda que se queda en el fondo de la fuente siendo un deseo que nunca se cumple.

A mí me parece una auténtica broma, con las guerras que hemos ganado, con la de luchas que hemos tenido entre las sábanas y fuera de ellas, con la de muros que hemos saltado sin darnos apenas cuenta, sólo con las manos, sólo con verdad. Verdad, lo único que pido, lo único que puede hacer que lo que hay entre dos personas sea realmente indestructible. Porque si tenemos que ocultarnos, si tenemos que mentirle a quien se supone que más queremos, qué sentido tiene cerrar la puerta y quedarte a solas con esa persona, y compartir tu intimidad y tus miedos, ilusiones, alegrías y esperanzas.

Nuestro momento se ha quedado suspendido en el aire, a medio camino entre el todo y la nada, sostenido por cuerdas invisibles que necesitan poco para romperse.

Yo no he acabado de adaptarme a este nuevo tablero de juego, a las nuevas normas, a esta manera de tener que callar y pasarlo todo por alto, fingir absoluta indiferencia cuando hay rabia y dolor, y cenizas donde debería haber vísceras y huesos.

Echo de menos aquello de no tener que preocuparme porque eras real, porque existías en mi día a día, porque no eras una mera fantasía a la que aferrarme en la penumbra de mis sueños.

Echo de menos asegurarme tu sonrisa, rescatar tu corazón, anestesiarte por dentro, como dice Miss Caffeina.

Mi rutina preferida sigues siendo tú.

Yo insisto pero nunca gano.

Yo insisto pero nunca gano.

Y veo las palomas blancas volando, sin saber si me hablan de paz o de muertes lejanas.

Y hay edificios antiguos que cada día me miran distinto y a mí me parecen cambiados de sitio.

Y a ti te crece el pelo y te mengua la sonrisa.

Y a mí me brotan lágrimas y se me secan las raíces.

Y se sale el café de la taza nueva y hay que volver a limpiar las ventanas por culpa de la lluvia.

Hoy alguien ha empuñado un kalashnikov en Siria y han tenido que rescatar del mar a una madre con su niño.

Hoy alguien construye nuevas emociones, pinta una pared, hace sonar un piano de cola, se besa en un ascensor.

Hoy alguien ha muerto de la manera más tonta, se han roto miles de corazones, nuevas voces han gritado frente a los muros, los aviones se siguen manteniendo en el aire.

Y hay billetes de ida sin vuelta.
Y hay besos crueles.
Y hay quien sólo mira hacia adelante.
Y hay palabras flotando entre nosotros, invisibles cual mentira.
Y hay gente esperando un salvavidas en forma de abrazo largo.
Y hay ríos que se secan y entrepiernas que se mojan.

Aún no lo sabes, pero te he escrito canciones que te gustaría que te cantaran al oído.

Aún no lo sabes, pero te he ido dejado mensajes escondidos.

Queda esperanza entre las nubes y soledad para quien corre muy temprano.

Quedan ciudades para descubrirlas de la mano.

Quedan noches y días, y saliva para cubrirnos la piel.

Ojalá me fueran a salvar tu risa y tus ojos por el resto de mis días.

Pero yo insisto contigo y nunca gano.

Stormy weather.

Suena en casa el Stormy weather de Billie Holiday y respiro hondo. La lluvia ha vuelto a traer aire limpio con el que poder llenar los pulmones y ha hecho bajar las temperaturas hasta hacernos recordar de qué trata el otoño habitualmente, y yo me siento estos días como esas hojas mojadas que se acumulan en las tapas del alcantarillado. Soy un simple estorbo para que el agua pueda correr libremente y seguir su curso. Soy sólo una piedra, una roca que ha caído en un derrumbamiento y se encuentra en medio del camino. Soy una molestia, un deshecho, un portazo a destiempo.

La idea, convertida en sensación, de que no pertenezco a ningún sitio, de que soy bien recibido en todas partes pero no tengo espacio en ninguna no hace más que acrecentarse con el transcurso de los días. Tengo la impresión de que ya no tengo hueco entre tus brazos, de que quieres que el juego llegue a su fin, de que me empujas y me dejas al otro lado de la puerta después de cerrarla. Tengo el presentimiento de que me estás convirtiendo en un extraño a conciencia, para que todo sea más sencillo.

Puedes intentarlo, con todas tus fuerzas si quieres, puedes intentar alejarme cuanto quieras. Pero te digo ya, con gesto serio además, que no va a surtir efecto.

¿Sabes cuándo voy a estar ahí? Cuando más lo necesites, cuando todo se derrumbe y creas que no quedan motivos para sonreír.

¿Sabes cuándo voy a estar ahí? Cuando digas que eres feliz pero los ojos no te brillen, cuando mires al vacío esperando encontrarme para sacarte del agua.

¿Sabes cuándo voy a estar ahí? Cuando esté herido y no quieras verme sangrar.

No sé por qué ya no se ve el sol en el cielo, no sé por qué hace este mal tiempo desde que no estamos juntos viendo caer la noche tras las ventanas.

Y es que las tormentas son mejores si estoy susurrando en tu oído un te quiero que apenas quieres escuchar.

Y es que las nubes grises son incluso bonitas si las miro junto a ti.

Y es que los relámpagos me hacen pensar en los destellos de tu pelo en los días soleados, en el brillo de tus ojos, en tu sonrisa clara.

Y es que las tempestades me recuerdan a cómo llegaste tú a mi vida y le diste la vuelta a lo que quedaba de mi corazón.

Que siga lloviendo, que llueva mucho pero sólo si vas a venir a verlo conmigo.

[Escucha la canción, piensa en mí.]

Eres como Florencia.

Últimamente todos los días tienen esas trazas de desasosiego de un domingo por la tarde. Esa sensación de vacío de cuando volvías del pueblo al final del verano y tocaba retomar la realidad. Ese inexplicable sentimiento de añoranza, de pérdida, de no ser capaz de volver el tiempo atrás para poder disfrutar de todo de nuevo con más intensidad. Esa incapacidad de dejar atrás experiencias para poder afrontar las nuevas.

Todos los días comienzan a adoptar el mismo color cálido, amarillento y apagado de los campos de trigo después de la siega. Todos los días comienzan a ser un cenicero lleno de colillas que nadie recuerda vaciar. Y me repito, y voy a acabar yendo de bar en bar con tal de intentar olvidar.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos cuando llenabas mis días de color, aunque tú dijeras que todo iba mal, aunque el mundo se desmoronara bajo nuestros pies. Pero íbamos cogidos de la mano y me daba igual absolutamente todo. No me importaban ni la tectónica de placas, ni las guerras remotas, ni la capa de ozono, ni la estación espacial internacional. Tampoco me importaban los libros de Kant, el turismo en Madrid, las banderas rojas de las playas ni los parques para perros. Porque ahora y siempre has hecho que todo se esfume, que lo demás se quede en ese ángulo muerto en el que ya no puedes verlo.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos que crezcan primaveras por allá por donde caminamos, con lo que a mí me gusta el frío del invierno, el paisaje helado y blanco. Echo de menos que nos broten flores de las manos cada vez que nos tocamos. Y que surjan fuentes con cada uno de nuestros besos. Y, sobre todo, echo de menos esa sonrisa limpia, la de cuando no te preocupa nada, la de cuando te sientes libre y caminas decidida; y te conviertes entonces en el motor que mueve mi vida.

Te digo una cosa, de verdad que te permito toda esta guerra si luego vas a llenarme de paz, si vas a allanarme el camino, si los días van a ser durante un tiempo mar en calma y noches estrelladas.

Te permito todo si los relojes y los calendarios van a ser invisibles para los dos, si nos pasaremos las tardes mirando por el balcón, si cuando seamos viejos vamos a sentirnos más jóvenes y fuertes que nunca mientras nos damos las buenas noches y nos dejamos caer sobre el colchón.

Y es que no sé para mí eres como Florencia, tan bonita que si no existieras habría que inventarte.

 

La primavera de mi otoño.

Algunas personas simplemente te hacen sentir bien, las ves, sonríes y sabes que da igual lo que pase porque estarás bien. Son esas mismas personas que te hacen sentir en casa cuando te encuentras con ellas después de meses o años y es como si el tiempo no hubiera pasado nunca entre vosotros, aunque ya no conozcas qué hace en su día a día ni a qué dedica sus horas libres.

Algunas personas te hacen las cosas fáciles, te acompañan en el camino aunque sea por un breve trayecto y hacen más sencillo todo lo que venga detrás. Hay quien te hace sentir bien con un corto abrazo, con una palmada en la espalda y una sonrisa, hay quien te infunde valor con un «vive» pronunciado a contraluz, o incluso en voz baja.

Deberíamos saber distinguir a quién queremos a nuestro lado, lo que necesitamos de verdad. Deberíamos ser capaces de elegir con quien compartir nuestras vidas. La verdad es que conformarse ya no está de moda. Conformarse es de una cobardía insultante. Por suerte, podemos decidir cambiar de vida y retirar a más de un replicante obsoleto, que se pasa el día junto a nosotros, está al alcance de la mano.

Lo que nos pasa, lo que nos pase, está a cargo de nuestras decisiones. No sirve de nada quejarse cuando tú mismo eres la llave para abrir otras puertas. Lo que es un sinsentido es que pudiendo hacerlo todo nos quedemos sin hacer nada.

Y es ahora cuando llega septiembre, cuando tenemos que plantearnos los cambios y decir adiós a algunas cosas y saludar a las que vengan con ganas. Es ahora cuando tenemos que enfrentarnos a las verdades sin dejar de mirarlas a los ojos, sin dejar de vernos las caras.

Y yo te miro y me pregunto si vas a ser la primavera de mi otoño, si vas a llenarlo todo de flores mientras se caen las hojas de los árboles, si vas a pintar de color todo el gris de mi alma, si vas a apagar mi fuego con tu saliva, si vas a soplar para apagar velas y llevarte mis lágrimas.

Me pregunto si vamos a dejarnos de tanto drama, de tanta despedida a medias, de tanto soltarnos la mano al doblar la esquina.

Sigo sin respuestas y creo que no voy a saberlo nunca.

Te espero, tienes el café humeando sobre la mesa.

Se alinean los astros.

A veces se alinean los astros y se producen casualidades, pequeños golpes de suerte que estallan alrededor del mundo sin que seamos conscientes de ello, como cuando sin querer tropezamos y empecé a sonreír cuando nadie podía verlo, y empecé a hinchar el pecho y a caminar más seguro de mí mismo.

Existen momentos en los que todo el inmenso telar que es el universo se reduce a nosotros, y cuadran en un instante todos los complejos engranajes de nuestro reloj interior, y te recuerdo que eso ha pasado cuando estamos enredados en las sábanas y también fuera de ellas, con una simple mirada cómplice, con un leve roce de nuestra piel, con risas y sonrisas sin forzar.

La esperanza suele ser una virtud duradera, difícil de esquilmar, que a veces se confunde con la constancia. La esperanza es como esas plantas que no necesitan mucha agua, el cactus de los estados de ánimo. Algunas veces es punzante e incluso puede hacer daño, pero resiste y aguanta pese a todo. También es algo que nos acaba volviendo frágiles, indefensos, porque nos aferramos a ella cuando el bote se hunde en medio del océano. Como si pudiera salvarnos de algo.

Y yo sigo mirando el calendario con ojos de niño, esperando que algo cambie, que aparezcas entre la lluvia con una maleta y toques a mi puerta. Me sigue latiendo el corazón con más fuerza cuando me cruzo contigo, me duele más de lo habitual cuando te pierdo en todas esas pesadillas nocturnas que me despiertan y no me dejan, desde hace ya tiempo, dormir tranquilo.

A pesar de todo lo que diga o haga para ti sigo siendo el débil, el eslabón perdido de la cadena que es mejor dejar en el camino en lugar de volver a recogerlo. Entiendo que soy incómodo, que hablo mucho y pienso más, que intento entenderlo todo aunque me cueste, y racionalizarlo y volverlo tangible. Entiendo que debe ser agotador observarlo desde el otro lado, incluso aburrido.

Me disculpo contigo por quererte de la única forma que he podido hacerlo, sin barreras, sin prejuicios, sin miedo a caer en el abismo.

A veces se alinean los astros, las estrellas brillan un poco más fuerte, y te quedas conmigo para no volverte a ir.

[Tranquila, yo te espero.]

 

Despedida.

Creo que voy a escribir las palabras más difíciles hasta la fecha, y es que despedirme nunca se me ha dado demasiado bien. Me acaba temblando el labio y me quedo sin voz.

No me voy porque quiera pero siento que me echas de tu lado, que comienzo a complicarte gravemente la existencia y no creo exagerar si digo que soy el último ser sobre la tierra que busca tu sufrimiento.

No me marcho por cobarde, me retiro porque a pesar de haber luchado debo admitir que he perdido.

Lo mejor es asumirlo.

De verdad que lo quería todo y he vuelto a quedarme con la nada entre las manos.

No te odio, más bien todo lo contrario, por eso voy a tomar la dirección que menos quiero seguir para poder liberarte, quitarte la carga, que puedas cerrar los ojos por la noche sin ningún temor, sin que haya ningún pensamiento golpeándote la conciencia.

Quitarte los remordimientos a base de distancia y olvido.

Tengo que asumir que has sido la piedra más bonita del camino con la que podía tropezar, la que quería sin saberlo, la que nunca esperaba encontrar.

Quizá es por eso que dueles, que río, que todavía sigo vivo y también lloro.

Serás por eso tinta invisible sobre mi piel.

Dulce pecado.

Lamento las circunstancias y no tener nuestro momento, lamento no ser capaz de mantener eterna la sonrisa en tu rostro, lamento no poder colar mi mano entre tus muslos y sentir cosquillas en la barriga, lamento no mirarte un rato mientras duermes antes de caer rendido.

Lo que más lamento es seguir siendo siempre el hombre equivocado, el que deja caer la toalla de nuevo, el que no sabe lo que es llegar a meta y colgarse una medalla.

Me dicen los locos que también se puede vivir sin ti, que hay algo más allá de la oscuridad y la desolación que imagino con tu ausencia.

Pero qué sabrán ellos si nunca han tenido que decirte adiós.

Amor, llanto y libertades.

Somos lienzos que cuentan historias de amor, llanto y libertades.

Y no lo quieren permitir.

Quieren mancharnos, tacharnos, borrarnos hasta que nadie se acuerde de nosotros.

Quieren que callemos, que cerremos los ojos, que traguemos saliva, que nos conformemos con la mordaza en la boca y las esposas en las muñecas.

Quieren meternos el miedo en los huesos, que nos quedemos en casa consumiendo telebasura, que se nos funda el cerebro y no repliquemos.

Quieren que odiemos al extranjero, al diferente, a aquellos que buscan su identidad, a quienes que alzan la voz contra cada una de las desigualdades que sufren a diario.

Quieren que nos importe el dinero más que las personas que tenemos alrededor.

Parece que aún no saben que el ser humano está hecho para romper las reglas y no conformarse con mentiras para maquillar las realidades tristes que nos envuelven. Que, al final, siempre estiraremos la mano para recoger a quienes caen en el camino, abriremos los brazos para abrigar a quien tenga frío, y gritaremos al cielo las consignas de aquellos a quienes callaron antes de tiempo.

A nuestro ejército ya no le hacen falta las armas porque tenemos a las palabras de nuestra parte.

Lucharemos en las calles y fuera de ellas.

Inventaremos nuevos himnos.

Alzaremos las manos sin que nos tiemblen las piernas.

Lo habremos conseguido.

Habremos dado el primer paso.

Tú y yo, republicanos, acabaremos envueltos en la tricolor con una sonrisa de esas que no se borran jamás.

[Y es que vamos a querernos aunque el mundo no nos deje.

Esa será nuestra victoria.]

Vueltas.

Otra vuelta de tuerca.

Otra vuelta ciclista.

Otra vuelta de campana.

Otra vuelta al mundo en ochenta días.

Otro error a la vuelta de la esquina.

Vuelve el cántaro a la fuente hasta romperse y esparcir su agua por el suelo.

Nos hemos olvidado de lo fundamental, de lo de querer arrugarnos el uno al lado del otro hasta acabar siendo lo mismo que éramos al inicio.

Nada.

Nos hemos olvidado de lo importante, de lo de respetar, de lo de no juzgar, de lo de dejar de etiquetar y clasificar todo lo que se nos pone por delante, de abrir la mente y quitarnos el corsé en el que están encerradas todas nuestras ideas.

Y ya no sabemos abrir fronteras ni dejar de tirar bombas.

A veces estoy convencido de que nos hemos vuelto todos gilipollas y ya no tenemos remedio, de que el mundo ya ha perdido la cordura y de que el ser humano es el animal menos racional de todos los que pisan nuestro planeta.

Entre tanto caos siempre hay alguien que nos permite parar el tiempo, abrir las puertas, desconectar de todo. Entre tanto caos siempre aparece el rayo de luz entre las nubes grises que nos saca una sonrisa, nos permite ser.

Tenemos que llevar cuidado, dejar de contar dinero, reír más y llorar menos.

Tenemos que permitirnos el lujo de salir en plena madrugada a ver la luna desde el balcón, sonreír con las tonterías que sólo entendemos nosotros dos, beber de nuestras bocas sin prisa, bailar con nuestros cuerpos sobre la cama.

Canciones a medias, páginas de libros en las que está escrito tu nombre, deseos por cumplir, fuego en el pecho y la tristeza bien lejos de nuestros pasos.

Decidle que ella es mi única patria y bandera.

Decidle que no tema que por muchas vueltas que de la vida, el sol o las circunstancias, no me iré.

Decidle que no tema, que aunque ella no me elija para mí siempre será la primera.

La tormenta que llevas en tus ojos.

Creo que todos sabemos ya que la vida es una mierda, la cuestión es que a algunas personas les cuesta más que a otras asumirlo.

Yo lo tengo claro, casi tan claro como que la tierra es redonda y que gira alrededor del sol y no al revés. La vida es meter los pies en el fango una y otra vez, un domingo permanente que se te mete en la columna vertebral, una trampa de la que es imposible escapar. Hasta que ella dice basta. Como en todo, porque ella siempre tiene la última palabra, te va a llevar por donde quiera sin que puedas elegir, eres sólo una mancha de aceite flotando en una masa de agua, eres una neurona sin conexión.

Ya no queda café en el fondo de la taza, ni tengo tu cabeza sobre mi hombro mientras leo otra de esas novelas negras que me saben a la historia de siempre. Noto como el aire ya no entra en mis pulmones con fluidez, culpa de la nube tóxica en la que lo has convertido todo. Siento que el suelo por el que camino se va resquebrajando y que los edificios a mi paso se derrumban sin sentido. Otro movimiento sísmico va a dejarlo todo patas arriba, otra explosión va a darle la vuelta al cielo y a la tierra, otro orgasmo tuyo va a escucharse al otro lado de la calle.

Vas a arrasar conmigo, como un desastre nuclear del que uno no se recupera jamás. Y es que bajé la guardia, me dejé llevar por la tormenta que llevas en tus ojos y ahora soy sólo otro bote varado en la peor de las orillas, en la que tú no estás.

Prendiste la llama y te olvidaste de apagar mi fuego.

Y eso no se hace.

Cuando uno se va debe dejarlo todo como cuando lo encontró, y yo ya estaba roto pero ahora no me encuentro entre tantos pedazos.

Todo son certezas cuando veo que no estás, todo son verdades cuando no estoy bajo tu influjo. Tus actos no hacen más que confirmar todas mis sospechas.

Vas a dejarme naufragando después de todo esto, y espero que alguien sepa rescatarme, que me pegue los fragmentos, que me limpie las heridas aunque escueza porque lo que pica cura.

Y es que, en el fondo, no soy nadie para ti, sólo un desconocido que te mostró su sonrisa, que te tendió la mano, que te llenó de electricidad, que hizo que te diera un vuelco el corazón.

Pero soy nadie.

Porque en el fondo lo que haga por ti no va a servir de nada y dejarme ir será el mayor de los errores.