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Dos.

No imagino lo que debe ser que se apague el sol para siempre, la oscuridad eterna, la nada más absoluta.

Estamos en la semana del año con menos horas de luz, ahora avanza la noche tan pronto que apenas tengo ganas de seguir respirando a partir de las cinco de la tarde, como si fuera demasiado esfuerzo para mi cuerpo aún joven pero ya cansado. Nunca pierdo la sensación urente de haber vivido más de lo que dicen mis huesos y mis dedos. En el espejo: ojeras, algo parecido a una barba, las gafas sucias, mirada vidriosa y una mueca de mimo triste que me caracteriza. Creo que me he sentido tan gris siempre por dentro que no puedo evitar lo de tener las comisuras de los labios apuntando siempre hacia el suelo, como un mimo que exagera las emociones para que el resto las capte sin necesidad de hablar.

Ya no sé si soy un completo misterio para el resto o tan transparente que se me nota todo en la mirada y al tocarme la piel cuando estoy desnudo, indefenso sobre la cama.

Ya no sé si valgo la pena o sólo soy un hito que se queda atrás conforme avanza el camino.

La cabeza no deja de darme vueltas, del mismo modo que giran los planetas alrededor de su estrella. Y las ideas, joder con las ideas, si Platón supiera lo que tengo en mente a todas horas. Si alguien conociera, si alguien entendiera realmente mis pensamientos obsesivos, el castigo, el menosprecio constante, el miedo que habita en mí. Pero al final prefiero olvidarme un poco de mí mismo, encontrar los motivos para mantenerme firme fuera de esta jaula en la que habito.

Y un día te encontré a ti, teniendo las mismas posibilidades de hacerlo que de encontrar una aguja en un pajar, o de encontrar a la dueña de los zapatos de cristal.

Me gustaría no estar equivocado en todo esto, tener la razón por una vez, estar tranquilo al saber que aposté por nosotros y salió bien, que al final de la partida gané el doble de lo que tiré sobre el tapete verde en la última jugada.

Las cosas importantes en la vida suelen ir de dos en dos como los ojos, los oídos, las manos, los pulmones.

Como nosotros.

Alucinaciones hipnopómpicas.

Sueño.

La ropa resbala por su cuerpo lentamente, acariciándole la piel igual que lo hace un susurro al oído. Su tono blanco de completa desnudez le da un toque de indefensión y sólo quiero abrazarla, hacer de escudo, coraza, salvaguarda, para impedir que nada le haga daño, para impedir que nada le duela, para impedir su angustia y sus lágrimas.

Instinto primitivo.

Beso tu cuello, tu espalda, tu abdomen, y tú te enredas en mi nuca, en mi pelo, en mis dedos. El sol tímido se cuela por la persiana aclarando la penumbra y vuelves a parecer una diosa etérea y sin miedos. Todavía no ha sonado el despertador y nuestros ojos están entrecerrados, sintiendo nuestros claros y sombras con las manos. Aún nos tiemblan los huesos estando en la misma habitación y eso sólo puede ser algo bueno. Somos un par de figuras de cristal sobre la cama que se rompen si tocan el suelo.

Esta historia sería un combate injusto si alguno de los dos fuera a perder, pero en el amor eso no pasa. Con el amor sólo se puede ganar, ¿verdad?

Porque si no vibras como las cuerdas de un violoncello al rasgarlas cuando te mira no tiene sentido.

Porque si no te entran ganas de ser mejor persona cuando paseas a su lado no tiene sentido.

Porque si no te mira a los ojos al menos una vez al día para decirte que todo va a ir bien no tiene sentido.

Porque si no te hace sentir que quieres vivir eternamente no tiene sentido.

Ni razón.

Porque si necesitas besar otros labios, tocar otras almas, beber de otros cuerpos, debes mirarte al espejo y dejarte llevar por el ruido cardíaco que habita en tu pecho, por la idea simple de un futuro mejor.

Estoy esperando, dando vueltas en la noria, dispuesto desde hace tiempo a abrir el paracaídas para impedir que choques contra el suelo, para impedir que pienses que no mereces algo mejor (porque lo mereces).

No podemos ser esclavos, ni arriesgarnos a perder los días, porque se esfuman los suspiros con demasiada rapidez, y las horas, las vidas.

Yo no quiero arrepentirme dentro de cinco, diez, veinte, treinta años, no quiero tener que lamentarme porque no nos atrevimos a intentar salir de la cueva buscando el sol.

Sueño contigo a diario, por eso siempre me despierto sonriendo.

Después abro los ojos, pongo un pie en el suelo, y llega la realidad para caer sobre mí como una losa.

Vuelven a dolerme las costillas, pero donde más duele es justo en el centro, en el amor propio.

Déjame ser tu dragón.

El día que te quedes sabré que aún hay esperanza para nosotros. Pensaré que el mundo todavía se puede salvar.

En mis sueños hoy has vuelto a dejarme tirado en la cama, dormido, mientras te escabullías de las sábanas en silencio y paseabas desnuda por la casa a oscuras. Has vuelto a huir como sólo saben hacer los más cobardes. Has vuelto a dejar que me crezca la tristeza en el pecho al despertar sin ti.

Algunas cosas no deberíamos permitirlas jamás como que aquellos que más queremos sean los que más daño nos hagan. Paradójica la debilidad y la fortaleza que nos da el amor simultáneamente.

Volvemos siempre al punto de inicio, la rueda siempre gira otra vez, y estoy ya metido en un caleidoscopio que me distorsiona la realidad que me toca vivir.

El tiempo se ríe de nuevo, juega conmigo. No sé por qué siempre acabo yendo a contratiempo, contando días, meses, horas. Tratando de hacer cálculos, por si las cosas pueden cambiar y aún puedo salvarme contigo de la mano. Estamos a tiempo de coger otro tren, de ir los dos en el mismo vagón, de llegar a cualquier parte.

Hace meses que estoy perdido en este vacío que hemos dejado crecer entre nosotros cuando yo sólo quiero tenerte cerca, cuando todavía quiero que pase algo que de la vuelta a la partida, que haga caer las fichas del tablero, que nos obligue a empezar de nuevo. Quizá debí apartarme aquella primera vez, cuando sólo me había quemado la punta de los dedos, cuando aún podía curarme rápido, cuando aún sabía correr en dirección opuesta a ti.

Ahora el hielo crece lento entre los dos, nos separa poco a poco, nos distancia sin que queramos o quizá porque es lo que realmente que queremos y no somos capaces de decirlo con sinceridad, igual que no hemos sido capaces de tantas cosas durante todo este tiempo. Supongo que el invierno nunca se ha ido completamente de los dos, que estamos dejando que nos mate el silencio y el rencor sin que nos demos cuenta.

Tenemos nuestros propios infiernos, nuestros propios demonios que no nos dejan alzar el vuelo, que sólo nos hacen naufragar. Y yo sé, después de todo, que mi sitio es contigo, que no quiero perderme en ningún otro mar, que no quiero buscar alas nuevas porque no van a hacerme volar como tú.

Contigo soy, desde el inicio, Ícaro volando demasiado cerca del sol, pero es que estar contigo ha sido la única forma de sentirme vivo de verdad.

Y sabes tan bien como yo que todos los príncipes de las historias son imbéciles por eso yo sólo quiero ser tu dragón.

Como la luna y el sol.

Visitar el mar siempre te permite pensar. Sólo hay que buscar algún rincón de playa perdido entre dunas de arena, estirar la toalla, y sentarse a observar las olas durante un rato. Un libro junto a las piernas, agua helada en la botella y música en los auriculares.

Y eso te conduce a tener el deseo de que algunos instantes duren para siempre, de sentir lo eterno. Y me pasa exactamente lo mismo cuando beso tus labios.

Ojalá algunas cosas duraran para siempre, como todo esos sentimientos que me envuelven el corazón aunque ya no haga frío.

El problema (porque siempre hay un problema) es que en lugar de desconectar, en lugar de divagar por mis ideas en busca de algo nuevo he vuelto a recaer en ti, he vuelto a tener tu figura dibujada en mi lóbulo occipital.

Justo como algunas noches, cuando abro los ojos en medio de la oscuridad con la respiración agitada y el sudor empapándome la nuca, con la horrible sensación en la garganta de que te ha sucedido algo malo. Supongo que es con detalles como ese cuando te das cuenta de que alguien te importa más de lo que habías esperado nunca, cuando querrías conocer el tipo de magia que chasqueando los dedos permitiera estar a su lado para comprobar que todo sigue bien, que ella está bien.

Lo único importante para mí desde hace mucho tiempo.

Pero da igual, sigue habiendo muchas cosas que dan igual y lo darán. Como mis buenas noches, mis caricias en silencio, mi predisposición permanente, mi ayuda incondicional, mis besos en el cuello.

Al final parece que estamos destinados a no ser, a no estar juntos, a no alcanzarnos nunca, a no hacer planes de futuro.

A ser la noche y el día.

Y nunca más tocarnos.

Como la luna y el sol.

Magia.

Hace un día radiante y no vamos a disfrutarlo, seguramente por miles de razones para ello. Los días soleados y sin nubes a la vista me recuerdan a Henry David Thoreau y su obra. Le hemos dado la espalda a un mundo que nos vio nacer y nos acogió con los brazos abiertos, que nos dejó ser, que nos permitió respirar cuando podría no hacerlo. Somos un regalo que viene al planeta entre llanto y líquido amniótico.

Llamaría magia a todo eso que nos rodea si realmente fuera bonito pero seamos sinceros, todo es un asco. Nos hemos encargado de llenarlo todo de sentimientos basura, verdades a medias y fracasos. No somos capaces de solucionar nuestros problemas con sinceridad y nos encerramos en corazas hechas de tiempos mejores como si eso fuera a ayudarnos en algo.

Seguimos viviendo en un pasado que ya no es presente, y que no nos deja mirar hacia el futuro.

Seguimos culpándonos por todo.

Seguimos pensando que no merecemos nada bueno y que no vamos a luchar por ello.

Cada día que pasa pienso más en lo hundidos que tengo los pies en la mierda y las constantes náuseas que siento al final de mi esófago, y me pregunto en qué momento me dejé caer por el acantilado con los ojos cerrados, me pregunto en qué momento dejé de ser el dueño de mis pasos y mis decisiones.

Y no tengo respuestas.

Y tampoco sé muy bien si quiero tenerlas porque todo me acaba doliendo más de lo que me gustaría.

Llamaría magia al momento en el que apareciste, a aquel en el que sin darme cuenta me quedé mirándote a los ojos.

Llamaría magia al instante en el que sentí tu mano acariciándome el pelo en una noche cualquiera.

Llamaría magia al momento en el que un corazón hace crack para no recomponerse más.

Llamaría magia a tantas cosas que no tiene sentido.

Así que seamos realistas, ya que no vamos a decir en voz alta que nos queremos podemos conformarnos con gritar que todo esto es un asco.

 

La tormenta que llevas en tus ojos.

Creo que todos sabemos ya que la vida es una mierda, la cuestión es que a algunas personas les cuesta más que a otras asumirlo.

Yo lo tengo claro, casi tan claro como que la tierra es redonda y que gira alrededor del sol y no al revés. La vida es meter los pies en el fango una y otra vez, un domingo permanente que se te mete en la columna vertebral, una trampa de la que es imposible escapar. Hasta que ella dice basta. Como en todo, porque ella siempre tiene la última palabra, te va a llevar por donde quiera sin que puedas elegir, eres sólo una mancha de aceite flotando en una masa de agua, eres una neurona sin conexión.

Ya no queda café en el fondo de la taza, ni tengo tu cabeza sobre mi hombro mientras leo otra de esas novelas negras que me saben a la historia de siempre. Noto como el aire ya no entra en mis pulmones con fluidez, culpa de la nube tóxica en la que lo has convertido todo. Siento que el suelo por el que camino se va resquebrajando y que los edificios a mi paso se derrumban sin sentido. Otro movimiento sísmico va a dejarlo todo patas arriba, otra explosión va a darle la vuelta al cielo y a la tierra, otro orgasmo tuyo va a escucharse al otro lado de la calle.

Vas a arrasar conmigo, como un desastre nuclear del que uno no se recupera jamás. Y es que bajé la guardia, me dejé llevar por la tormenta que llevas en tus ojos y ahora soy sólo otro bote varado en la peor de las orillas, en la que tú no estás.

Prendiste la llama y te olvidaste de apagar mi fuego.

Y eso no se hace.

Cuando uno se va debe dejarlo todo como cuando lo encontró, y yo ya estaba roto pero ahora no me encuentro entre tantos pedazos.

Todo son certezas cuando veo que no estás, todo son verdades cuando no estoy bajo tu influjo. Tus actos no hacen más que confirmar todas mis sospechas.

Vas a dejarme naufragando después de todo esto, y espero que alguien sepa rescatarme, que me pegue los fragmentos, que me limpie las heridas aunque escueza porque lo que pica cura.

Y es que, en el fondo, no soy nadie para ti, sólo un desconocido que te mostró su sonrisa, que te tendió la mano, que te llenó de electricidad, que hizo que te diera un vuelco el corazón.

Pero soy nadie.

Porque en el fondo lo que haga por ti no va a servir de nada y dejarme ir será el mayor de los errores.

Enemigo público.

La noche era demasiado oscura y brumosa como para que estuviera seguro de que seguía solo, por eso corría, por eso su respiración le quemaba en el esófago y le resonaba en los oídos, como lo hacían las últimas palabras de ella antes de irse para siempre. Sentía el corazón bombeando la sangre a todas sus extremidades y el frío en las orejas. Sus músculos fatigados viniendo poco a poco a menos, el cansancio saludando en su cerebro, molestando, evitando que pueda concentrarse en esa huida que probablemente no salga bien.

Otra carrera a contrarreloj de la que no va a salir vivo. Otra huida que se va a quedar en vano intento.

Apenas tuvo tiempo tras una esquina para ver el muro que se elevaba ante él y le cortaba el paso. Golpeó con su puño derecho los ladrillos, con rabia, blasfemando en voz alta porque estaba perdido. De pronto sabía que no había nada que hacer y que no podría salir ileso de aquel combate.

La taquicardia de reconocer su propio rostro en el enemigo.

La bocanada de aire de después de abrir los ojos empapado en sudor, observando el techo blanco de la habitación. El miedo a verte convertido en el malo de esta historia, el temor a no poder vencerse nunca a uno mismo. Nos arrastramos, arrastramos nuestras vidas pasadas, nuestras relaciones, los vicios y tics de nuestros padres. Arrastramos mochilas llenas de piedras que nos parten la espalda y nos dejan tumbados en medio del camino.

Y entre tanta carga, tanta responsabilidad, tanta conciencia muerta, giras el rostro y ves un tímido rayo de sol queriendo colarse por la persiana, y te ves obligado a preguntarte si algún día todo va a cambiar. Y preguntas en voz baja porque nunca se sabe.

Encadenados a nuestros propios y desesperados pensamientos, inmóviles entre la corriente, viendo cómo poco a poco el siglo XX queda cada vez más lejos y nada ha cambiado tanto como decían.

Abres los ojos otro día y te ves incapaz de transformar tu vida e ideas, prefieres dejar las ventanas cerradas y seguir oliendo a humedad y miedo añejo. Prefieres mirarte al espejo y seguir lamentándote porque las cadenas pesan demasiado.

No sé tú pero yo voy a dejarme caer esta vez, con algo de suerte, por fin, se abrirán las alas.